Archivo por meses: diciembre 2012

EL COLOR DE LA DESIGUALDAD

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Sinesio López Jiménez
Si se eliminara el elemento étnico “el coeficiente Gini del Perú de casi 0,60 caería a alrededor de 0,40. Esta es la cifra que muestran los países latinoamericanos que cuentan con una participación insignificante de la población indígena, como Argentina y Costa Rica”. Esta es la conclusión principal a la que llegan Adolfo Figueroa, Rosemary Thorp y Maritza Paredes en La etnicidad y la persistencia de la desigualdad. El caso peruano (2011: IEP), el mejor libro sobre el tema de estos últimos años.

Para calcular las desigualdades étnicas los autores toman una investigación de Figueroa (2008), el más destacado investigador sobre el tema, que calculó la desigualdad de los ingresos laborales a partir de la ENAHO 2003, llegando a los siguientes resultados: “ la población “blanca” solo tiene 9 por ciento en los cuatro deciles más bajos del ranking nacional, y 39 por ciento en el decil más alto, mientras que para los “indígenas” (y cholos) los porcentajes quedan más que invertidos: 49 por ciento en el grupo inferior y apenas 6 por ciento en el decil superior” (p. 71).

“Solamente el 43 por ciento de los indígenas alcanzó la secundaria o más, sin importar dónde vivieran. En el otro extremo, esta participación es del 93 por ciento para el grupo nacido en Lima-centro” (p. 73).

“Los hombres indígenas que alcanzan el nivel secundario representan el 53 por ciento del nivel de los ‘blancos’ para la población de 25 o más años… Una cuarta parte de las mujeres “indígenas” es analfabeta y apenas una tercera parte alcanza el nivel secundario” (p. 98).

“La tasa de deserción en las regiones indígenas es el triple de la de las zonas más acomodadas de Lima, y la tasa de desaprobación es de más del doble… la Evaluación Nacional 2004 encuentra una asociación negativa entre la lengua materna indígena y el desempeño, que es estadísticamente significativo si mantenemos constantes el nivel socioeconómico, y consideramos cuán rural es la escuela y las restantes variables del estudio” (pp. 98-99).

Los autores encuentran también que los trabajadores indígenas reciben salarios más bajos que los no indígenas, pese a que ambos tienen el mismo nivel educativo (pp. 101-102).

“Los grupos indígenas tienen por ello menores oportunidades que sus contrapartes blancas y mestizas de mejorar la capacidad de aprendizaje de sus hijos mediante la nutrición, la salud, la estimulación intelectual temprana y el lenguaje” (pp.105-106).

Otro factor que influye en la capacidad de un niño para beneficiarse con la educación es la lengua, en especial si la lengua materna no es la dominante (pp. 105- 107).

Los autores encuentran una incidencia muy significativa del criterio étnico en el acceso a los indicadores de desarrollo humano: a los años de estudio, a la vivienda, a los servicios de agua, desagüe y luz, al empleo. Sostienen que la medición por “años de estudio” subestima significativamente la auténtica desigualdad del capital humano, puesto que lo que aprende una persona con sus años en la escuela varía de acuerdo a los indicadores étnicos (p.73).

“Dados niveles iguales de capital humano, la gente indígena conseguiría una tasa salarial inferior en comparación con los mestizos” (pp. 110-111).

“Solamente el 40 por ciento de los hogares “indígenas” (y cholos) está conectado a un sistema de alcantarillado, en tanto que sí lo está el 93 por ciento de los “blancos”; por otra parte, el 95 por ciento de estos últimos tiene agua potable, en comparación con 57 por ciento del grupo “indígena” ( y cholo) (p. 76).

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EL TAMAÑO DE LA DESIGUALDAD

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Sinesio López Jiménez
Cuando se examinan los diversos trabajos de los economistas sobre la desigualdad en Perú, sorprenden los diferentes resultados a los que llegan sobre el tamaño de la misma. Al respecto, los economistas se dividen en optimistas y pesimistas. Hay un cierto consenso, sin embargo, sobre la alta concentración del ingreso y el alto nivel de desigualdad entre los 60 y los 90 del siglo pasado.
Webb (1975) encontró que, en 1961, el 1 por ciento más rico concentraba el 25.4 por ciento del ingreso personal y el 30.5 por ciento del ingreso nacional; que el decil más rico poseía el 49.2 por ciento del ingreso personal y el 52.8 por ciento del ingreso nacional, mientras que el decil más pobre poseía sólo el 1 por ciento del ingreso personal y del ingreso nacional. Figueroa (1974) estimó que en 1968-69 el decil más pobre concentraba el 1.7 por ciento del ingreso mientras que el decil más rico concentraba el 37.5 por ciento.

Los optimistas afirman que en las dos últimas décadas la desigualdad en el Perú ha disminuido y que el Gini llega a 0.4 o menos. Los pesimistas sostienen, en cambio, que desde hace varias décadas la desigualdad se ha mantenido cuando no se ha incrementado y que el Gini llega a 0.6. Algunos economistas (Escobal y Ponce, por ejemplo) son optimistas en la reducción de la desigualdad individual o vertical, pero son pesimistas en lo que se refiere a desigualad horizontal o grupal que se mantiene o crece.
¿Qué es lo que diferencia a los optimistas de los pesimistas?. Tres criterios, al parecer los diferencian: las fuentes de información que utilizan, las tendencias distributivas que encuentran y el enfoque. Los optimistas prefieren las encuestas (ENNIV, ENAHO), pese a las deficiencias que presentan: no encuestan a los ricos y no recogen bien el ingreso no laboral que, en gran medida, alberga a la desigualdad. Ellos sostienen, sin embargo que “la recopilación adecuada de datos sobre ingresos y gastos individuales y por hogar, les permite estimar la desigualdad tanto dentro de los grupos ocupacionales como entre ellos” (Jaramillo y Saavedra, 2011: 17-18). El enfoque que subyace a sus análisis es que la desigualdad y la pobreza son el resultado del desempeño individual. Los optimistas no pueden ocultar su simpatía por el modelo neoliberal de crecimiento, mientras los pesimistas, por lo general, son críticos.
Los pesimistas utilizan a las cuentas nacionales para analizar la evolución de la distribución funcional del ingreso. Ellos muestran que la distribución del ingreso comenzó en un nivel de concentración muy alto y se concentró todavía más entre 1950 y 1990. Ellos sostienen que la desigualdad y la pobreza provienen de relaciones sociales que tienen un carácter histórico y estructural (étnico-racial entre otros) y que los desempeños individuales y, por consiguiente, las desigualdades individuales, se encuentran, en todo caso, enmarcados dentro de esas relaciones sociales estructurales. Según Jaramillo y Saavedra (2011) los pesimistas omiten la desigualdad al interior de los grupos ocupacionales (trabajadores asalariados, trabajadores independientes urbanos, trabajadores rurales y capitalistas) puesto que toda su atención se enfoca en las diferencias entre estos grupos.

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GUSTAVO GUTIERREZ

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Sinesio López Jiménez
Gustavo Gutiérrez acaba de recibir el Premio Nacional de Cultura –Trayectoria. Reproduzco, como homenaje, una columna que escribí en este diario el 22/10/10.
Gustavo Gutiérrez es uno de los pocos peruanos universales. En esta época de los conocimientos especializados, Gustavo destaca por su erudición humanista. Se mueve con mucha facilidad y solvencia en diversos campos del saber. Conoce a los clásicos en su propio idioma, sea éste el griego o el latín, discute con pasión diversos tópicos de la filosofía, trata con erudición los temas de la psicología y del psicoanálisis, está al día en los grandes debates de las ciencias sociales, especialmente de la sociología, la política y la cultura y se desplaza con fruición en el vasto campo de la literatura. En la feria internacional del Libro de Guadalajara en el 2005, en la que el homenajeado era Mario Vargas Llosa, Gustavo Gutiérrez fue invitado a disertar primero sobre la poesía de Vallejo y luego sobre las novelas de Arguedas. La sala de conferencias se llenó de bote a bote y deslumbró al auditorio que lo aplaudió con entusiasmo.
Como si todo lo anterior fuera poco, estudió también Medicina en San Fernando de la UNMSM. El campo en el que se mueve, sin embargo, como pez en el agua es la teología en la que ha producido una revolución copernicana. La teología de la liberación (1971), su libro más conocido, es un discurso sobre Dios desde el pobre. Dios es mirado, no desde el poder, desde la jerarquía eclesiástica que dictamina sobre verdades y herejías y que condena y castiga a los herejes para mantener el orden, sino desde el pobre que se atreve a decir su propia verdad para entenderse a sí mismo, cambiar su situación de desamparo y reordenar el mundo. Es el diálogo entre el Ser y la nada para producir algo: la historia de los que nunca la tuvieron porque los derrotados nunca han tenido derecho a la memoria.
Como todo speach-act (acto del habla), la teología de la liberación no puede ser entendida sin el contexto en el que se produce y con el que dialoga. Ese discurso acompaña el proceso de aggiornamento de la Iglesia Católica desatado por el Concilio Vaticano II en el mundo e impulsa el tránsito de la Iglesia conservadora a la Iglesia reformista en el Perú de los 60 y los 70. Estos cambios permitieron que la Iglesia no sólo tuviera fieles sino también un público, producto del diálogo abierto entre los fieles y los curas, entre la crítica de la razón y la autoridad de la fe. Los párrocos comenzaron a celebrar las misas de cara al público en el idioma de éste.
El libro más famoso de Gustavo Gutiérrez (Teología de la liberación), que ha sido traducido a 20 idiomas, abrió las puertas a la coyuntura intelectual de los 80 en la que se publicaron un conjunto de libros que trataban diversos aspectos de las clases populares cuyo protagonismo produjo una larga coyuntura social (1950-1980) que, en su etapa final (1975-1980) impulsó a su vez, junto a otros actores (…), la coyuntura política de la transición democrática de 1978-1980. Estas diversas visiones fragmentadas de las clases populares no culminaron, sin embargo, en una visión global e integradora del Perú ni tuvieron el remate político de un gobierno popular y democrático.
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CIUDADANIA EFECTICA Y PARTICIPACIÓN ELECTORAL.

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Sinesio López Jiménez

Mantener el buen nombre de una institución pública no es una tarea fácil. Eso depende no sólo del esfuerzo inteligente de una buena oficina de imagen institucional sino principalmente de lo que haga o deje de hacer la institución misma. Este es el caso del JNE. Lo que está quedando lamentablemente en la opinión pública de estos días es que el JNE es una institución copada por el Apra en la que un ex -ministro, por propia confesión, influye para mantener o desbarrancar a los alcaldes de su cargos, previo pago (¿de honorarios?). También queda la imagen de un JNE que festina trámites en el asunto de la revocatoria de Susana Villarán, se desatiende de los delitos cometidos por los revocadores (firmas falsas y financiamientos sospechosos) y se deja atarantar por los medios que son voceros de la coalición mafiosa de los revocadores.

Pero el JNE ha hecho también cosas muy importantes y útiles para los ciudadanos, los políticos, los candidatos, los investigadores en asuntos electorales que, por desgracia, no tienen la misma resonancia que los hechos que lo difaman. Este es el caso del monumental Mapa Político Electoral del Perú elaborado y publicado por el JNE. Entre los interesantes contenidos de esta publicación, el aporte más arriesgado, sin duda, lo constituye el Índice de Participación Electoral (IPE), una propuesta que según la propia institución pretende “…servir como modelo de medición a la comunidad electoral latinoamericana”. Es la primera vez que se formula un índice complejo que mide la participación electoral desde una aproximación que toma en cuenta un número importante de variables (4 referidas a la ciudadanía y 4 a las organizaciones políticas), lo que es un valioso esfuerzo por superar la asociación unidimensional de este fenómeno con la mera asistencia a las urnas, poco trascendente en un contexto en que el sufragio es obligatorio. Lo que el IPE mide, en realidad, es la calidad de la participación electoral.
Si bien el IPE es especialmente útil para la profundización del conocimiento en el campo de los estudios electorales, puede ser también interesante cruzarlo con otros índices socio-políticos para investigar el nivel y la intensidad de la asociación entre ellos. En efecto, existe una fuerte correlación entre el IPE y el Índice de Ciudadanía Efectiva (ICE), entendido éste como el nivel de acceso efectivo a los derechos ciudadanos (civiles, políticos y sociales) reconocidos por el Estado. Esto significa que mientras mayor es el acceso efectivo a los derechos ciudadanos, mayor es la participación electoral compleja de ciudadanos y partidos. El nivel de ciudadanía efectiva se empina con el alto nivel de los derechos políticos, pero trastabilla y desciende con el bajo nivel de los derechos civiles y sociales en los distritos pobres y muy pobres del país. En resumen, a mayor nivel de ciudadanía efectiva (ICE), mayor calidad de la participación electoral (IPE).
Espero que el JNE continúe esta tarea cuando se generen nuevas fuentes de información y se actualicen las ya existentes, lo que va a redundar en beneficio de todos los ciudadanos. Estoy seguro que el nuevo presidente del Jurado, el Doctor Francisco Távara, va a valorar adecuadamente estas iniciativas y les va a dar el respaldo que merecen.
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