Sinesio López Jiménez
Una de las preocupaciones centrales de los académicos, los políticos y los periodistas es la construcción de partidos políticos vigorosos. Se ha pasado ya de la etapa de los diagnósticos a la de las propuestas. En este campo se plantean opciones que, bien vistas, no son alternativas sino énfasis en ciertas dimensiones de una misma tarea. Algunos analistas subrayan la necesidad de reformar los diseños institucionales que tienen que ver con la formación y la marcha de los partidos: el sistema electoral (voto preferencial, ley de cuotas, circunscripciones electorales, etc) y la ley de partidos (comités de electorales, la participación activa, mayor control de los partidos por los organismos electorales,etc).
Otros analistas y políticos plantean la necesidad de encarar la formación misma de los partidos y prestan atención a dos factores: la organización y la marca (Levitsky, La República 25/11/12) y a las condiciones que facilitan la operación de esos factores. En el caso de la organización se sostiene que la adversidad, el conflicto, la alianza con la sociedad civil ayudan a la formación de las organizaciones partidarias y en el caso de la marca se afirma que la diferencia clara y distinta de un partido con respecto a los otros y la consistencia mantenida en el tiempo contribuyen decisivamente a definirla.
Me parece que esta ginmasia intelectual que prepara la formación de partidos vigorosos es útil pero limitada. Puede ayudar, pero no resuelve el problema. Pienso que hay una tarea previa, más estructural, que consiste en hacer de la política un espacio de realización de los sueños y un lugar en donde se resuelven los problemas de la gente. Es necesario revalorizar la política que fue desprestigiada, en el caso peruano de los 80, por el terrorismo de Sendero Luminoso y del MRTA y por la política desastrosa de García y que fue desvalorizada por el neoliberalismo de los 90 en adelante. El liberalismo, en general, y el neoliberalismo extremo, en particular, conllevan la desvalorización de la política, del Estado y de los partidos.
La revolución francesa instaló una economía de mercado de larga duración (sólo interrumpida por las guerras napoleónicas) y una prolongada política volátil. No hay que olvidar que el siglo XIX fue el siglo de las revoluciones y restauraciones. Las fuerzas que impusieron y controlaron la economía de mercado lograron desvalorizar la política y el Estado transformándolos en realidades de segundo orden. En la realización de esa tarea paradójicamente fueron acompañados por Marx y los anarquistas. Un poco más tarde se logró establecer un equilibrio entre la economía y la política cuando la sociedad y los trabajadores aceptaron la autoregulación de la economía de mercado y los empresarios aceptaron, a su vez, la autoprotección de los trabajadores impulsada por los sindicatos y la administración pública (Polanyi, la gran transformación).
A diferencia de otros países de AL, en el nuestro se impuso (en el 90) el neoliberalismo extremo que estableció una economía de mercado sin derechos para los trabajadores (capitalismio salvaje) y una alta volatilidad de la política que hasta ahora no se resuelve. La solución de este problema pasa por la revalorización de la política, del Estado y de los partidos y por el establecimiento de un equilibrio estable entre el Mercado y el Estado. La crisis que se avecina puede ayudar a establecerlo.
REVALORIZAR LA POLITICA
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