Sinesio López Jiménez
Cuando Robert Dahl, uno de los grandes teóricos de la democracia, comenzó a escribir sobre el tema (A preface to democratic theory, 1956) declaró paladinamente que no era un filósofo de la democracia sino un científico de la misma y que, como tal, no le interesaba lo que debía ser la democracia sino lo que ella era en la realidad. Esa tesis desató encendidos debates puesto que la democracia, como todos los conceptos de la política, se mueve entre la normatividad y la efectividad. En 1971 (Polyarchy; participation and opposition) Dahl aceptó, sin embargo, la inevitable tensión entre la democracia como ideal y como realidad. A la primera llamó democracia y a la segunda, poliarquía.
En este último libro, Dahl distingue dos dimensiones de las poliarquías (competencia y representación) que se desarrollan a partir de un régimen cerrado y que permiten entender tanto los tipos y los grados del régimen político democrático como las transiciones democráticas, pero presenta claros límites para comprender las consolidaciones de la democracia. Ha sido Philippe Schmitter (Do autoritarismo a democracia, 1999), entre otros, el que ha ofrecido algunas herramientas conceptuales básicas (duración, institucionalización, constitucionalización, rutinización, amplitud) para analizarlas y entenderlas.
Pero la consolidación de la democracia no dice nada acerca de su bondad. Esa preocupación impulsó los estudios sobre la calidad de la democracia que, en el fondo, analizan el grado en que una poliarquía se aproxima a la democracia. En el estudio de este tema se reabre una vieja discusión sobre la democracia: ¿se reduce ésta a un conjunto de reglas y procedimientos para acceder al gobierno o comprende también los contenidos (libertad, igualdad, soberanía) y el resultado (responsiveness)?. Cuando sucede lo primero entonces la calidad de la democracia es idéntica al nivel democrático de un régimen político. El análisis de la calidad democrática se vuelve más interesante cuando comprende, además de los procedimientos, los contenidos sustantivos (libertad, igualdad, soberanía) y los resultados (Diamond y Morlino, 2004; Levine y Molina, 2007).
Sospecho, sin embargo, que a este enfoque habría que añadirle dos elementos que ayudarían a entender mejor la calidad de la democracia: la agencia ciudadana o ciudadanía efectiva y la democraticidad del estado (O´Donnell, 2004). En el Perú, por ejemplo, solo el 40% tiene todos los derechos (civiles, políticos y sociales), pero el 60% tiene todos los derechos políticos, pocos derechos civiles (libertad) y muy poco o nada de derechos sociales. Eso afecta la responsiveness y el lado liberal de la calidad democrática. Lo mismo pasa con el Estado cuyas políticas públicas y cuya efectivdad legal no llegan a todos por igual.
Pero hay algo más: ¿Qué sucede con la calidad de la democracia cuando un candidato es elegido con un programa que impulsa el empleo, la distribución y un rol más activo del Estado (POS) pero gobierna con un programa neoliberal (POE)?. Susan Stokes (Mandates and Democracy, 2001) ha estudiado 12 casos en AL que fueron elegidos con un POS, pero gobiernan con un POE. Esto sugiere añadir un nuevo elemento para analizar la calidad de la democracia: el respeto de los gobernantes a la voluntad de los ciudadanos.