Archivo por meses: febrero 2010

LA DEMOCRACIA EN LOS ANDES

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Sinesio López Jiménez
Al margen de los insultos y del modelo económico, Hugo Chávez y Alvaro Uribe se parecen más de lo que se supone. Ambos han sido elegidos democráticamente, gozan de una enorme popularidad, tienen un estilo parecido de gobierno y generan irregularidades electorales debido a su voluntad de perpetuarse en el poder. Se diferencian en la forma de crear los problemas electorales. Mientras Chávez utiliza el Estado y las instituciones estatales para excluir a sus adversarios del juego electoral, Uribe apela a la parapolítica (los paramilitares, los narcos y la guerrilla) para limitar el pluralismo, violar las leyes de financiamiento de las campañas electorales y corromper a las instituciones.

Evo Morales no se parece tanto a Chávez como generalmente se cree en lo que se refiere a la democracia constitucional y en los procesos constituyentes. En Bolivia existen los pesos y contrapesos entre los poderes de los que carece Venezuela que concentra todo el poder en el Ejecutivo. Chávez ha politizado las FF.AA, lo que no sucede en Bolivia. Chávez impuso el proceso constituyente en Venezuela, a diferencia de Bolivia en donde fue una demanda de los movimientos sociales. Mientras Evo negocia con la oposición, Chávez la aplasta. En este aspecto Ecuador se aproxima más a Venezuela que a Bolivia. En Venezuela, Bolivia y Ecuador hay más participación efectiva que en el Perú y mucho más que en Chile en donde no existe. Las semejanzas entre Venezuela y Colombia y las diferencias entre Venezuela, Ecuador y Bolivia desdibujan el supuesto eje chavista y la existencia de “dos subregiones” en América del Sur.

Estas son algunas de las conclusiones a las que ha llegado la importante investigación “Más allá de la democracia electoral: Hacia democracias ciudadanas en los Andes”, dirigida por Maxwell Cameron, investigador del Centre for the Study of Democratic Institutions (The University of British Columbia, Vancouver), expuesta y discutida en el centro cultural de la PUCP. La investigación se inscribe en las nuevas corrientes teóricas y metodológicas que distinguen diversas dimensiones para examinar el estado y la calidad de la democracia: las elecciones, la dimensión constitucional y la democracia de ciudadanos. A medida que avancen en esta línea, las investigaciones van a tener en cuenta otras dimensiones igualmente importantes: La capacidad de controlar a los poderes fácticos (tema planteado por Terry Lynn Karl y Philippe Schmitter), el nivel de democraticidad del Estado (Guillermo O´Donnell) y el sistema hegemónico (Gramsci y Schmitter).

No hay democracia si los poderes fácticos distorsionan los procesos electorales y gobiernan sin haber sido elegidos. No hay competitividad electoral si los candidatos favoritos de los poderes fácticos monopolizan la información y los electores sólo reciben migajas informativas y desinformación a raudales sobre los opositores. La falta de igualdad de acceso a la información de candidatos y electores pone en cuestión la legitimidad de los procesos electorales. No puede haber democracia de calidad en Estados que no son democráticos. Este el caso de los países andinos y la mayoría de los de AL. La ley no llega a todo el territorio, ni a toda la población ni a todas clases sociales. No hay efectividad legal ni justicia para todos. Tampoco llegan a todos las políticas públicas de educación, salud y seguridad de calidad. No hay eficacia burocrática ni igualdad de oportunidades para todos. El día en que el Estado sea el mismo en Miraflores, en San Isidro y en Chumbivilcas, el Perú será definitivamente otro.

No puede haber democracia estable si no existe un sistema social hegemónico. La estabilidad democrática hace parte también del estado y de la calidad de la democracia. En varios países de AL no existe una clase dirigente que asuma los procedimientos democráticos, reconozca los derechos de los abajo y éstos reconozcan la dirección de los de arriba.
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LOS MEDIOS Y LA POLITICA

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Sinesio López Jiménez
El poder está en el cerebro de las gentes y el que logre conquistar sus mentes ha ganado la batalla política. Esta es la tesis central que Manuel Castells desarrolla en un reciente libro (Comunicación y Poder, Alianza Editorial, 2009, 679 pp.) que tendrá, sin duda, un gran impacto en el campo de las ciencias sociales como han tenido algunos de los veintitrés libros que ha escrito hasta ahora. Este bien pudiera ser el IV tomo de su libro monumental The information age: Economy, Society and Culture (Vol. l. The Rise of the Network Society, Vol. II. The Power of Identity y Vol. III. End of Millenium) publicado por Blackwell Publishers en 1997. Castells analiza, en efecto, las características y el funcionamiento del poder, del Estado y la política en lo que él denomina la sociedad red global.
La naturaleza y las fuentes del poder no han cambiado: violencia y discurso, coacción y persuasión, dominación política y enmarcado cultural. Se ha modificado, en cambio, el contexto en el que operan las relaciones de poder: la relación entre lo global y lo local y su organización en redes. La revolución más importante se ha producido, sin embargo, en el campo de las comunicaciones en la era digital que (mediante el intercambio de información) incide decisivamente en uno de los componentes del poder: los significados. Estos ya no se reciben sólo en forma unidireccional (propia de la comunicación de masas tradicional de los diarios, la radio y la TV) sino también en forma interactiva en lo que Castells llama autocomunicación de masas (propia de la comunicación inalámbrica del internet y el celular). Estas formas de comunicación más la interpersonal coexisten, interactúan y se complementan entre sí “en un hipertexto digital, interactivo y complejo…” (p. 88).
Castells examina cuatro tendencias en la configuración organizativa e institucional de los medios: la concentración creciente de la propiedad, la oferta de diversos productos en una plataforma y de un solo producto en diversas plataformas, la segmentación de las audiencias y las economías de sinergia óptima de las redes internas de los medios. Muestra asimismo la red global de redes de medios de comunicación en gigantes multinacionales (NewsCorp, TimeWarner, etc) y analiza las políticas reguladores, los ámbitos de regulación (difusión, prensa escrita, Internet y redes de telecomunicación), las áreas de regulación (contenido, propiedad y servicios) que atraviesan los ámbitos y las diversas instituciones reguladoras. Estas gigantes redes de medios están articuladas a redes empresariales y a redes financieros constituyendo nodos que despliegan diverso tipo de relaciones con los Estados y con los partidos políticos.
La comunicación requiere códigos comunes que provienen de la cultura. Castells propone “dos grandes ejes bipolares: la oposición entre globalización e identificación y la brecha entre individualismo y comunalismo” (p.166) para organizar una tipología de los patrones culturales actuales: el consumismo de marca (producto de la globalización y el individualismo) el cosmopolitismo (resultado de la globalización y el comunalismo), el individualismo en red (producto de identificación e individualismo) y el multiculturalismo (cruce del comunalismo con la identificación). Para que estos diversos modelos culturales puedan comunicarse es necesario elaborar un conjunto de protocolos de comunicación que permiten la inteligibilidad y forman la nueva esfera pública en la sociedad red.
Pese a que “la caperucita Internet encuentra a los feroces lobos corporativos”, la comunicación inalámbrica ha logrado multiplicar y diversificar el proceso comunicativo y conquistar una enorme autonomía de los sujetos comunicadores en la producción e intercambio de significados. Gracias al internet y al celular se acabó el monopolio de la radio, la prensa y la TV y se ha formado un espacio alternativo de construcción política. Lo veremos el 2011.
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LOS MODELOS Y LA POLITICA

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Sinesio López Jiménez
El modelo económico neoliberal vuelve al debate. Los economistas de la PUCP (Waldo Mendoza, Pedro Francke, Oscar Dancourt, Félix Jiménez, José Oscátegui, Germán Alarco), de Actualidad Económica (Armando Mendoza) y Ricardo V. Lago, economista español que tuvo que ver con la instauración del modelo neoliberal extremo en los 90, han esgrimido argumentos a favor y en contra de ese modelo. Manteniendo un excelente nivel académico, la discusión es, sin embargo, asequible a los no iniciados. Queda claro que no existe un solo modelo de crecimiento, que el neoliberalismo extremo es sólo uno más (con resultados discutibles) y que entre los polos del mercado y del estado caben otros modelos posibles.
Me permito citar in extenso el excelente artículo de Oscar Dancourt para situar y entender mejor el debate: “El desempeño macroeconómico (…) de economías poco industrializadas como las del Perú (…) depende de tres factores independientes entre sí: 1) El contexto externo (precios mundiales de materias primas altos o bajos, entrada o salida de capitales extranjeros, la economía mundial crece o no), 2) la política macroeconómica a cargo del banco central (…) y del fisco (…) y, por último, 3)el modelo de crecimiento que se refiere a un conjunto de rasgos estructurales de la economía (cuanto estado y cuanto mercado, cuanta industria manufacturera y cuanta exportación primaria, cuanta protección arancelaria y cuanto libre comercio, cuanto sindicalismo y cuanta represión laboral, cuanta dolarización y cuanta desregulación financiera, libre movilidad de capitales o no, cuan extensa y eficaz la red de protección a los pobres y cuanta redistribución vía impuestos desde arriba hacia abajo, etc)”.
“El error más común es atribuir el desempeño macroeconómico al modelo, olvidando el papel que juegan los otros dos factores. Es claro, sin embargo, que para comparar dos modelos distintos hay que descontar el efecto positivo o negativo que el contexto externo y la política macroeconómica tienen sobre el crecimiento del empleo y la producción, la inflación y la pobreza. Si esto no se hace, podemos elegir como el mejor modelo al que, en realidad, es el peor”.
El debate de los economistas se mueve en un nivel tecno-económico. El riesgo es que se quede allí. Ningún modelo de crecimiento es viable si no hay una correlación social y política de fuerzas que lo haga viable. El neoliberalismo extremo se impuso no sólo por la desastrosa situación económica de algunos países de AL sino gracias al impulso de los poderes fácticos (organismos financieros internacionales, inversión extranjera, burguesía local, medios) y a la derrota de la izquierda, de los sindicatos y los movimientos sociales. En otros países (como Brasil) la élite estatal y los partidos de centro y de izquierda impulsaron una economía de mercado abierta a un papel activo y eficiente del Estado alcanzando resultados satisfactorios. En toda AL el tipo de la relación entre la economía de mercado y el Estado depende de la correlación social y política entre las fuerzas conservadoras y las progresistas y de izquierda.
Así fue también en el pasado si se miran los diversos modelos de crecimiento y desarrollo. En la industrialización temprana (Inglaterra, Francia, Estados Unidos) jugó un papel central el mercado y los empresarios privados, en la tardía (Alemania, Japón y en parte Italia) el impulso central estuvo en manos del Estado y la banca privada. En donde la cosa no funcionó fue en las industrializaciones postardías de Hirschman (España, Portugal, Grecia y en América Latina) en las que el rol activo del Estado no obtuvo los resultados esperados. Pero en los llamados tigres asiáticos una élite estatal muy calificada (con estudios en las mejores universidades del mundo) y reclutada en base al mérito logró formular proyectos agresivos de industrialización, comprometió a las élites privadas y logró los resultados que todos conocemos.
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OLLANTA: LUCES Y SOMBRAS

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Sinesio López Jiménez
En las elecciones del 2006 varios candidatos (entre ellos García) cuestionaban el modelo neoliberal extremo. En el 2011 sólo Ollanta Humala sigue cuestionándolo. ¿Qué pasó?, ¿fueron derrotados?, ¿traicionaron?, ¿fueron cooptados?, ¿los convenció “la calidad” del modelo?. Mi hipótesis es que pasó un poco de todo. Las izquierdas dispersas fueron aplastadas, García traicionó y el desempeño económico (más por el contexto internacional que por la calidad del modelo mismo) ha sido notable entre el 2006 y 2008. Vino luego la crisis y mostró sus límites. El candidato que asustó entonces a la derecha política y a los poderes fácticos fue Ollanta Humala. Se le satanizó, se le emparentó con Chávez, se le mostró como un Hitler peruano. Crearon un cuco a la medida de sus miedos y de sus intereses para combatirlo. Ollanta no tuvo, al parecer, el interés ni los medios para revertir la ofensiva derechista. Más aún: a veces reforzó con sus errores la pésima imagen creada por la derecha.
Ollanta sigue hoy asustando a la derecha y a los poderes fácticos. Durante todo su segundo gobierno, García ha encabezado una persistente ofensiva contra Ollanta para destruirlo políticamente. Ha fracasado. Ollanta sigue en pie y constituye una alternativa a todas fuerzas de la derecha en la solución de los problemas de fondo que agobian el país: exclusión social y cultural; modelo neoliberal extremo; un Estado ineficaz, excluyente, poco creíble y nada transparente y baja calidad de la democracia. ¿Cuál es el activo de Ollanta?. Mi hipótesis es que Ollanta tiene tres activos fundamentales: la férrea voluntad de de cambiar el Perú por los caminos democráticos, la alta capacidad de resistencia frente a la ofensiva derechista y la representación política de los que se sienten excluidos (la ira, la protesta, el nacionalismo y el voto de los descontentos).
Desde luego, Ollanta, como casi todos los candidatos, presenta algunos déficits: No tiene un partido organizado, carece de un programa preciso o, si lo tiene, no lo ha difundido suficientemente y le falta construir una vasta coalición social y política de respaldo que de viabilidad a sus propuestas de gobierno. Para formar esa coalición y destruir el cuco creado por derecha, Ollanta necesita precisar el alcance y los límites del cambio del modelo neoliberal. Tiene que señalar enfáticamente, por ejemplo, que dicho cambio no supone eliminar la economía de mercado para reemplazarla por el Estado ni acabar con los equilibrios macroeconómicos. Entre el neoliberalismo extremo y el estatismo caben otros modelos económicos más equilibrados. Cada modelo económico requiere una correlación de fuerzas que lo sustente. Chile pudo reformar el modelo pinochetista gracias a la coalición de centro izquierda y Uruguay ha podido resistir el extremismo neoliberal gracias a los partidos de izquierda y al apoyo de la sociedad civil.
No bastan, pues, el voto y la fuerza de los excluidos ni la voluntad de un caudillo para cambiar al Perú. Es necesario organizar una gran coalición del cambio. La derecha y los poderes fácticos se solazan con las encuestas de Lima que empequeñecen a Ollanta, se preocupan con los sondeos del Perú urbano que lo muestran creciendo o manteniendo su fuerza y se asustan con el Perú rural y semi-rural al que no encuestan (un poco más de un tercio del país). El movimiento, la protesta, el cambio vienen, sin embargo, de la provincia. Lima siempre llega última (cuando llega). Eso dice la historia desde la independencia hasta nuestros días, pese a los importantes cambios de las últimas seis décadas. San Martín esperó vanamente en Pisco que Lima proclamara la independencia. Las desbordantes protestas de los 70 y los 80 nacieron en la provincia, avanzaron por diversas ciudades del país y culminaron en Lima privilegiada y conservadora. Esa ha sido, hasta ahora, la forma de movimiento de la historia peruana.
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