Sinesio López Jiménez
Carl Schmitt, el más insigne representante del pensamiento reaccionario del siglo XX, postulaba que para entender la política había que mirarla desde el extremo, desde la guerra, de la misma manera que, para comprender a Dios, había que mirarlo desde el milagro y que, para entender al Estado de derecho, había que observarlo desde el Estado de excepción. A diferencia de Schmitt, García no quiere comprender ni la política, ni a Dios, ni al Estado de Derecho sino que quiere entenderse a sí mismo. Esa operación de autocomprensión lo lleva a mirar a la orilla de enfrente, al otro extremo. ¿Cómo explicar su defensa del neoliberalismo extremo y del capitalismo salvaje?. ¿Cómo justificar su visión de polarización del país y del continente? ¿ Cómo fundamentar el despliegue de una estrategia permanente de confrontación?. García pretende justificar su diagnóstico polarizante, su propuesta neoliberal extrema, su estrategia confrontacional inventando y librando una imaginaria guerra fría continental contra los estatistas extremos, los extremistas de izquierda y contra los golpistas que quieren desbarrancarlo para instalar una dictadura, convocar a una constituyente y reelegirse hasta destruir el país. En ese escenario bélico imaginario, García se siente el protagonista continental predestinado a salvar el sistema derrotando a todos los antisistema que quieren destruirlo. Delirios reaccionarios de grandeza.
García piensa que la guerra interna se libra contra una minoría de 50 mil extremistas que, sin embargo, tienen la extraordinaria capacidad de poner al país de vuelta y media en alianza extraña con los medios que compiten perversamente por el rating. El se imagina a sí mismo, desde luego, como el líder defensor de la mayoría silenciosa del país. ¿No ha visto ni quiere ver las últimas encuestas que exhiben su desaprobación y la de su gobierno con un contundente 80% de los encuestados?. La realidad, al parecer, no le interesa. El se siente un profeta llamado a llevar al Perú del desierto a la tierra prometida. La confrontación bélica de García es, en puridad de verdades, una supuesta guerra de minorías que se desarrolla imaginariamente por encima de las cabezas de la inmensa mayoría de los peruanos y latinoamericanos.
¿Es certero el diagnóstico de García sobre lo que está sucediendo en el Perú y en América Latina? ¿Por qué García sólo ve dos propuestas extremas cuando en realidad existen (y pueden existir) otras alternativas? ¿Por qué García ve polarizaciones donde sólo hay propuestas a desafíos y problemas?. ¿Por qué ve guerra fría donde hay sólo dos puntos de vista, entre otros, sobre modelos de desarrollo? Mi hipótesis es que García busca lograr varios objetivos con su diagnóstico y su apuesta política. En primer lugar, quiere aparecer como el líder latinoamericano de la alternativa neoliberal de desarrollo en su versión más extrema. En segundo lugar, pretende salvar a un modelo agonizante debido a la crisis mundial del capitalismo. Finalmente, busca aglutinar en torno a su liderazgo a las fuerzas de derecha del Perú para enfrentar a todos los que se oponen al moribundo neoliberalismo extremo. Felizmente para el Perú y América Latina, la realidad es más rica y compleja que el pobre y empobrecedor diagnóstico de García. Los únicos países que polarizan son Perú y Colombia (neoliberalismo extremo), por un lado, y Venezuela (caricaturizada por la derecha latinoamericana) y Cuba, por otro. La mayoría de los países de AL escapan de su diagnostico y de sus propuestas polarizantes.
El manifiesto de García, además, expresa una visión maniquea de la política. El modelo neoliberal (herido de muerte) concentra todas la bondades mientras que todas las propuestas discrepantes condensan los errores y la maldad. Eso explica que no vea las fallas, salvo las de ritmo y velocidad, del neoliberalismo extremo: autorregulación del mercado sin autoprotección de la sociedad y del trabajo, capitalismo sin derechos que privilegia la inversión y la producción y deja de lado la distribución, abandono del empleo adecuado y de los salarios dignos como la política justa para salir de la pobreza, separación entre la política económica (un banquete para los ricos) y las políticas sociales (un reparto de migajas para los pobres). Esa visión maniquea le impide percibir a García que el modelo neoliberal, incluso en sus años de gloria (2005-2008), no logró distribuir sus beneficios a más de la mitad de los peruanos que sobreviven en la pobreza y en la extrema pobreza. Y le impide también entender las protestas de los excluidos y ninguneados por sus políticas económicas. Los reclamos y las protestas constituyen para él declaratorias de guerra.
Finalmente, el esquema de guerra de García es un misil directo contra la democracia. Adiós al pluralismo, a la tolerancia, a la oposición, a la discrepancia y a la protesta. El régimen democrático y sus virtudes son sacrificados en el altar del fundamentalismo neoliberal y del autoritarismo.
Súmese a ello el control del PJ, TC, PL, MP, y la prensa grande … súmese todo ello y ni siquiera Carl Schmmitt sea suficiente para enfocar en su real dimensión la organización mafiosa profesional partidocrática en que ha devenido el alanismo gobernante.