Sinesio López Jiménez
Es muy probable que esta sea la última pequeña meseta que lo detenga en la imparable caída vertical. Lo que viene de aquí en adelante es, al parecer, el abismo. En el horizonte no aparecen cumbres (ALC- UE ni APEC) que le permitan esgrimir fuegos de artificio. Aunque el poder puede devenir una caja de sorpresas, todo indica que se le agotaron a García los recursos a los que apelaba su fecunda imaginación para dorar la píldora de la crisis. Ya no hay tiempo político ni márgenes sociales para la distracción verbal. La crisis apura, la impaciencia ciudadana comienza a emerger y el campo de acción del gobierno y de García se estrecha. Adiós a la crisis de crecimiento (¿?), al país blindado, a las fortalezas protectoras y a todas la edulcoraciones verbales que García desplegaba para vendernos la imagen del Perú como una exclusiva isla feliz en un mundo capitalista que se tambalea. Adiós sobre todo (lo que es una lástima para el país) a las vertiginosas tasas de crecimiento que le permitían pavonearse de sus éxitos. Ahora tiene que vérselas con la dura y cruda realidad: el descenso del volumen y del precio de las exportaciones, la disminución de las inversiones, la desaceleración del crecimiento, la percepción de menos ingresos fiscales, la falta de empleo, los crecientes despidos de los trabajadores, la caída del ingreso familiar y de las remesas del exterior. Y tiene que vérselas especialmente con las iras contenidas de la gente de a pie. En estas coyunturas de crisis y de fracaso, las supuestas virtudes extraordinarias de los caudillos carismáticos se transforman en defectos extraordinarios. Las corroboraciones que exige el caudillo para darse un poco más de vida política se transforman en broncas imprecaciones. Esta es una historia conocida por los peruanos, especialmente por García.
Basadre subrayó siempre la idea del Perú como un país de las oportunidades perdidas. No voy a enumerar el rosario de oportunidades que los gobernantes y las élites económicas desperdiciaron en la historia para colocar al Perú en el camino del progreso, del desarrollo y de la democracia. Basta recordar estos cuatro o cinco últimos años de acelerado crecimiento económico gracias a la bonanza internacional y a la globalización capitalista. (La reestructuración neoliberal tuvo un pobre desempeño en los 80 (1.4%) y en los 90 (1.1%) tanto en el Norte como en el Sur). García y Toledo desaprovecharon la ocasión para negociar mejor el tamaño de la renta minera (especialmente en un período de ganancias extraordinarias), para distribuirla equitativamente y para gastarla adecuadamente. Desperdiciaron sobre todo la ocasión para imaginar un modelo de desarrollo que, utilizando la enorme renta minera, apoyara y desplegara nuestras fuerzas internas (estado, gobiernos regionales, grandes, medianas y pequeñas empresas nacionales) en previsión de las crisis y de los recursos naturales agotables. A los gobernantes les faltó voluntad política para hacer que el crecimiento económico llegara al bolsillo de la gente. Eso explica la situación contradictoria de relativo éxito económico y de rotundo fracaso político al mismo tiempo: la economía crecía y la desaprobación ciudadana a los gobernantes también. Ahora estamos llorando sobre la leche derramada y García (más que Toledo) tiene que pagar los platos rotos. Es difícil para él recuperar ahora el tiempo político perdido. En el futuro espera recuperarlo apoyándose en la mala memoria de la gente. En algunas ocasiones es posible recuperar el tiempo económico desperdiciado: lo que una huelga deja de producir se puede recuperar con un posterior sobretiempo de trabajo. Pero es imposible que el Perú recupere el tiempo económico perdido de enorme crecimiento de estos últimos cinco años. Eso está en el pasivo de García.
Más allá de nuestras discrepancias y diferencias, a todos nos conviene que el plan anticrisis de García tenga éxito. Pese a los buenos deseos, es posible que ese plan no tenga el éxito esperado y fracase. No discuto el diseño del plan anticrisis. Tampoco los recursos con que parece contar. En todo caso, el plan de García responde por un quinto de la inversión a realizarse. El resto (80%) depende de la inversión privada. Este el fuerte supuesto que puede fallar. Salvo excepciones, por de pronto hay que olvidarse en estos dos próximos años de las masivas inversiones de las grandes corporaciones extranjeras debido a la crisis y a la caída de las ganancias. De nada vale hoy la invocación presidencial a que inviertan sus ganancias extraordinarias. Los empresarios peruanos, por su parte, se van a mostrar renuentes para invertir. En ellos manda más el bolsillo que el corazón. Su conducta empresarial es guiada no tanto por su identidad de peruanos como por el monto de sus ganancias. Esa es su gran motivación y el centro de su racionalidad como empresarios. Además, el talón de Aquiles del plan anticrisis puede radicar en su ejecución: incapacidad de gasto debido a la carencia de recursos humanos calificados por parte de los gobiernos regionales para concretar eficientemente los planes de inversión dentro de los marcos institucionales establecidos (SNIP y otros procedimientos y controles).