Archivo por meses: diciembre 2008

EL HOMBRE Y LA MUJER DEL AÑO

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Sinesio López Jiménez

Es una pregunta ritual de cada fin de año, propia de las sociedades modernas o cuasi-modernas. Era impensable en el Medioevo en el que la Providencia regía los destinos de los hombres. La cuestión alude al hombre y a la mujer que han hecho historia (para bien o para mal) en el año que está feneciendo. La ciencia política convencional, más atenta a las reglas, a los procedimientos y a las rutinas que a los actores, presta poca atención al tema. En estos últimos años, sin embargo, esta disciplina ha tomado prestado tímidamente el concepto de agencia, acuñado por el sociólogo inglés Anthony Giddens para aludir a la acción individual o colectiva en la coyuntura o, lo que es lo mismo, en el tiempo presente. Después de todo, los actores entran a la historia o salen de ella a través de la coyuntura. Resucitan el pasado y construyen el futuro en el presente. El examen de la coyuntura obliga al analista a colocarse en el punto de vista de los actores que hacen la historia. Esta es la especificidad del análisis de coyuntura. La prudencia analítica obedece quizás al carácter elusivo del objeto analizado. Hay mayores riesgos de error cuando se analizan los hechos al mismo tiempo que se producen y cuando se trata de comprender a los actores en plena acción que cuando la fiesta ya ha terminado.

La dificultad epistemológica tiene que ver principalmente con tres cosas. En primer lugar, el objeto de análisis (la coyuntura) se presenta como un tema abierto e inconcluso (problema ontológico) cuyo desenlace aún se desconoce y, a pesar de eso, el analista, sin embargo, formula algunas proposiciones con pretensión científica. En segundo lugar, no se conoce todos los datos (problema metodológico) que permiten hacer un análisis riguroso de los hechos y los actores. En el siglo XIX y en gran parte del XX era más fácil conocer los datos de la política que los de la economía. Hoy, por el contrario, es más fácil conocer los datos de la economía que los de la política. Eso se lo debemos a los avances científicos y tecnológicos, al Internet y a la poca transparencia actual de la política. En tercer lugar, la proximidad temporal (problema psicológico) de los hechos y los actores dificulta el control de la subjetividad del analista que se siente tentado a dejar las butacas de observador para ingresar al escenario.

¿En qué medida el hombre o la mujer del año expresan su identidad y despliegan su propia voluntad y sus capacidades individuales a través de las acciones que realizan? ¿O ellos son producto de las circunstancias en las que actúan? ¿O sus acciones y ellos mismos son explicados por los grupos, las generaciones y las clases sociales a las que pertenecen? Para responder estas preguntas hay, por lo menos, tres perspectivas principales de análisis. Una primera sostiene que los individuos proyectan su propia personalidad a través del sentido que le dan a las diversas acciones que desarrollan y construyen, de ese modo, realidades de diversos grados de complejidad (las instituciones, los capitalismos, los estados, etc). Afirma asimismo que las complejidades sociales son reductibles a acción simples con sentido de los individuos. Es la perspectiva del individualismo metodológico. Una segunda perspectiva sostiene que los individuos y sus acciones son explicados o por las clases sociales y generaciones a las que pertenecen o por las circunstancias en las que operan. Los individuos como tales no existen y no explican nada. Ellos son eficaces en sus acciones en la medida que encarnan categorías económicas, sociales, políticas, situacionales. Tengo la impresión que Fujimori y muchos outsiders son el resultado no tanto de sus capacidades como de las situaciones del país en las que actuaron y actúan. Esta es la perspectiva del holismo (totalismo).

Una tercera perspectiva sostiene que los individuos, las clases y las situaciones son actores, que cada uno de ellos tiene su propia lógica de acción y que no pueden reducirse todas las complejidades sociales a acciones individuales con sentido ni las acciones individuales pueden ser reducidas a totalidades sociales y a estructuras. Existen, sin embargo, algunos fenómenos complejos que pueden reducirse a acciones individuales con sentido si las características de uno y otro coinciden. Otros fenómenos complejos son irreductibles a acciones individuales. La riqueza y la pobreza, por ejemplo, no pueden reducirse a meros desempeños individuales (éxito o fracaso de los individuos como cree el liberalismo elemental) pues ellas son producto de relaciones sociales complejas. Esta es la perspectiva del anti-reduccionismo. Estas perspectivas de análisis han sido desarrolladas por tres grandes pensadores clásicos: Max Weber (individualismo metodológico), Carlos Marx (holismo) y Alexis de Tocqueville (anti-reduccionismo). Desde mi punto de vista, Marx es un holista radical en El Capital (Jon Elster ha señalado, sin embargo, que en algunas partes de El Capital -el cambio tecnológico, por ejemplo- es un individualista metodológico), pero en sus escritos políticos es un holista moderado. Sorprenden sus agudos análisis sicológicos de personajes como Napoleón III en El Dieciocho Brumario, Espartero en la Revolución en España y Thiers en la Guerra civil en Francia.

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INJUSTICIA Y OBSCENIDAD

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Sinesio López Jiménez
La solidaridad es uno de los mejores sentimientos que puede abrigar el ser humano. En estos tiempos de individualismo posesivo, la solidaridad que se despliega en favor del prójimo y también en favor del otro permite abrigar el sentimiento de que la humanidad tiene salvación. La enemistad puede ser desplazada por la amistad. Al menos en los deseos. Por eso, la solidaridad puede ser el término de la política (entendida como lucha) en una perspectiva teórica casi intemporal si va acompañada por la justicia. En la corta, mediana y larga duración estamos obligados, sin embargo, a combinar la solidaridad con la política. En forma desigual y con diferentes resultados es lo que han tratado de hacer el comunitarismo, el republicanismo, el socialismo y también la democracia. La solidaridad, me parece, tiene un cierto aire de familia con la justicia. Ambas buscan el reconocimiento del otro y pretenden construir un orden social armonioso. Pero son diferentes. Mientras la solidaridad no reconoce linderos, la justicia parte de su reconocimiento. La justicia es la valorización de una relación entre las partes de un todo. La valorización es lo que diferencia la justicia de la igualdad, según Norberto Bobbio. Es ella la que nos permite evaluar si una determinada igualdad es justa o injusta. Muchas veces la justicia y la igualdad, sin embargo, han sido identificadas. Tocqueville, por ejemplo, decía que la búsqueda de la igualdad (comparada con la libertad) ha sido el sentimiento más fuerte (una pasión) que ha desatado más revoluciones en la historia humana.

La justicia tiene que ver con la asignación de derechos, obligaciones y bienes a los ciudadanos. La suerte de un ciudadano en una sociedad moderna no depende sólo del mercado o de la decisión del gobierno sino también de las asignaciones de las instituciones relativamente autónomas. Más allá de la diferenciación clásica de la justicia (distributiva, retributiva y atributiva), Jon Elster, destacado sociólogo y politólogo noruego, distingue la justicia global de la local. Se entiende por justicia local no sólo aquella que se ejerce en una localidad determinada y que depende de una sociedad mayor o de un Estado nacional sino también y sobre todo a la asignación de bienes y cargas que hacen determinadas instituciones en diversos campos: la salud, la educación, el trabajo, la seguridad. Cada campo local obedece a principios y procedimientos diferentes para seleccionar a los receptores de bienes y de responsabilidades: la necesidad es central en la asignación de órganos para el transplante, el mérito es el criterio en la admisión de los estudiantes a la universidad, etc., etc. No siempre funciona el mismo criterio en el ejercicio de la justicia local. Puede haber variantes en las localidades de un mismo país o entre países. Es el caso de los transplantes de órganos. La justicia global, en cambio, tiene tres características básicas: es diseñada por el gobierno nacional, establecen políticas que compensan a las personas por diversas clases de infortunio y asume la forma de transferencias en dinero.

La justicia local ha sido tratada filosófica y normativamente por Michael Walzer en su conocido libro Las Esferas de la Justicia. La justicia debe regirse por dos principios:
a. El principio de especificidad de bienes según el cual la naturaleza del bien exige cierto principio de distribución. Ejemplo: los bienes médicos deben darse a los que están enfermos, la educación a los talentosos.
b. Un principio de especificidad por país: La distribución del bien depende del significado de éste en la sociedad de que se trate.
Estos significados se reconcilian por el hecho de que los bienes están constituidos por su significado social. Las diversas esferas de la justicia operan mediante el intercambio bloqueado. No todas las cosas se pueden intercambiar por dinero: votos, servicio militar, honores, grados universitarios. Walzer dice que tampoco la salud debiera proporcionarse de acuerdo al dinero que se posea sino de acuerdo a la necesidad. La injusticia surge cuando los bienes se convierten incorrectamente en otros bienes, mediante una transgresión de esferas. La distribución desigual de bienes dentro de una esfera no tiene porque ser objetable. Se pueden aceptar que unos sean más ricos o poderosos que otros. Lo que no es aceptable es que los ricos usen su fortuna para comprar votos o voluntades de los políticos y los poderosos para hacer nepotismo y para recibir coimas.

Lo que tampoco es aceptable es que los políticos (García, por ejemplo) apelen a la solidaridad para eludir la aplicación de la justicia. Eso me parece una injusticia y una obscenidad. He aquí algunas políticas injustas y obscenas: Pedir óbolo a las corporaciones mineras en lugar de grabar con impuestos sus ganancias extraordinarias, pedir solidaridad a los trabajadores con sus gratificaciones y liberar de impuestos a los negocios del capital en la Bolsa de Valores, organizar una teletón en lugar de cobrar impuestos a los que más tienen para financiar las políticas sociales.

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EL DESEMPEÑO DEMOCRATICO

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Sinesio López Jiménez
Inflación, promesas incumplidas, corrupción, falta de empleo, pobreza son los factores principales que las encuestadoras utilizan para evaluar a los autoridades. Ellos son, sin duda, factores importantes que determinan tanto el nivel de vida de la gente como la conciencia que ella tiene del desempeño de sus gobernantes. Pero hay otros aspectos en los que éstos pasan o tratan de pasar piola. Es el caso del desempeño democrático que también es un factor decisivo para determinar la calidad de vida y la cultura política de los ciudadanos. Hay diversas maneras de evaluar el desempeño democrático. El más conocido es el nivel de satisfacción ciudadana con la democracia. Es el que usan las encuestas. Otro menos usado es el grado de credibilidad y de legitimidad que la gente otorga a las instituciones democráticas (el sistema electoral, los partidos políticos y las formas de gobierno). Existen otras formas de medir el desempeño de la democracia a las que se presta poca atención. El nivel de eficacia, el nivel de gobernabilidad, la capacidad de representación, la capacidad de gestión macroeconómica y el control de de la violencia constituyen también excelentes indicadores del desempeño democrático.

¿De qué depende el desempeño democrático?. La democracia es un proceso de construcción de un régimen político guiado por los valores de la libertad, la igualdad y la participación en el que los ciudadanos eligen a sus gobernantes que toman decisiones, despliegan políticas públicas y rinden cuentas siguiendo reglas y procedimientos aceptados por todos. En esa construcción intervienen tres conjuntos de factores: los actores (los ciudadanos, la sociedad civil, los partidos), las instituciones (el sistema electoral, los sistemas de partidos y las formas de gobierno –presidencialismo, parlamentarismo y semi-presidencialismo-) y las condiciones (el grado de desarrollo económico, el estado soberano consolidado, el nivel de desigualdad, el multiculturalismo, la cultura política, etc). El desempeño democrático depende de la articulación de estos tres conjuntos de factores. En la actualidad, la mayoría de los especialistas en la cuestión democrática, sin embargo, se concentra en los factores institucionales. Son los institucionalistas en el análisis de la democracia. Ellos creen que un eficiente diseño institucional es suficiente para garantizar un buen desempeño democrático. La versión más extrema de este enfoque es la ingeniería constitucional e institucional de Sartori. Quedan de lado los actores y las condiciones. Otros autores, en cambio, van más allá de las instituciones y examinan también los actores y las condiciones para explicar el desempeño de la democracia. Los teóricos clásicos de la democracia, unos más que otros, compartían un enfoque integral de la democracia.

La perspectiva cambia con Max Weber (1864-1920), destacado sociólogo alemán, quien redujo la democracia a un conjunto de procedimientos y de instituciones a través de los cuales los ciudadanos elegían a sus gobernantes y los dejaban gobernar. El ciudadano deliberante, soberano, participativo se convirtió en un mero elector. La versión más extrema fue la de Joseph Schumpeter (1883-1946) quien sostuvo que los ciudadanos no elegían a los gobernantes, sino que éstos, por controlar diversos tipos de recursos, se hacían elegir. El elector se transformó en un voto. Robert Dahl, catedrático emérito de la Universidad de Yale y el autor que ha dedicado su vida a la reflexión sobre la democracia, se inscribió en la corriente institucionalista en sus primeras obras, pero evolucionó posteriormente hacia un enfoque más o menos integral de la democracia. Guillermo O´Donnell, ex –profesor de Notre Dame, investigador actual de la U. de San Martín de Buenos Aires y uno de los autores más influyentes en los estudios sobre la democracia, ha salido del enfoque institucional de la democracia, ha abierto una perspectiva histórica que promete ser fecunda y ha ensanchado el análisis a los actores –particularmente a los ciudadanos- y a algunas condiciones –sobre todo al Estado- en sus análisis más recientes sobre la democracia, especialmente en el que realizó hace 5 años por encargo del PNUP.

¿A qué viene toda esta densa historia sobre el proceso de construcción de la democracia y las diversas perspectivas desde las cuales se construye?. Es necesario saber con precisión los factores que determinan el desempeño democrático. ¿Son estos factores exclusivamente institucionales? Suponiendo que se tiene un diseño institucional coherente, ¿puede fallar la democracia?. Mi hipótesis es que puede fallar porque ella puede presentar déficits por el lado de los actores o por el lado de las condiciones. Las fallas de los actores y de las condiciones se atribuyen a las instituciones democráticas. En el caso de la democracia en el Perú todo falla: los actores, las instituciones y las condiciones. Que los congresistas no se hagan falsas ilusiones y crean que con la eliminación del voto preferencial la democracia será mejor. Es probable que pase todo lo contrario. Por eso, sería provechoso para el país y para los ciudadanos que, al menos, elaboren una propuesta coherente del conjunto institucional de la democracia. Seguiremos con el tema.

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PASADO Y FUTURO

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Sinesio López Jiménez

Es muy probable que esta sea la última pequeña meseta que lo detenga en la imparable caída vertical. Lo que viene de aquí en adelante es, al parecer, el abismo. En el horizonte no aparecen cumbres (ALC- UE ni APEC) que le permitan esgrimir fuegos de artificio. Aunque el poder puede devenir una caja de sorpresas, todo indica que se le agotaron a García los recursos a los que apelaba su fecunda imaginación para dorar la píldora de la crisis. Ya no hay tiempo político ni márgenes sociales para la distracción verbal. La crisis apura, la impaciencia ciudadana comienza a emerger y el campo de acción del gobierno y de García se estrecha. Adiós a la crisis de crecimiento (¿?), al país blindado, a las fortalezas protectoras y a todas la edulcoraciones verbales que García desplegaba para vendernos la imagen del Perú como una exclusiva isla feliz en un mundo capitalista que se tambalea. Adiós sobre todo (lo que es una lástima para el país) a las vertiginosas tasas de crecimiento que le permitían pavonearse de sus éxitos. Ahora tiene que vérselas con la dura y cruda realidad: el descenso del volumen y del precio de las exportaciones, la disminución de las inversiones, la desaceleración del crecimiento, la percepción de menos ingresos fiscales, la falta de empleo, los crecientes despidos de los trabajadores, la caída del ingreso familiar y de las remesas del exterior. Y tiene que vérselas especialmente con las iras contenidas de la gente de a pie. En estas coyunturas de crisis y de fracaso, las supuestas virtudes extraordinarias de los caudillos carismáticos se transforman en defectos extraordinarios. Las corroboraciones que exige el caudillo para darse un poco más de vida política se transforman en broncas imprecaciones. Esta es una historia conocida por los peruanos, especialmente por García.

Basadre subrayó siempre la idea del Perú como un país de las oportunidades perdidas. No voy a enumerar el rosario de oportunidades que los gobernantes y las élites económicas desperdiciaron en la historia para colocar al Perú en el camino del progreso, del desarrollo y de la democracia. Basta recordar estos cuatro o cinco últimos años de acelerado crecimiento económico gracias a la bonanza internacional y a la globalización capitalista. (La reestructuración neoliberal tuvo un pobre desempeño en los 80 (1.4%) y en los 90 (1.1%) tanto en el Norte como en el Sur). García y Toledo desaprovecharon la ocasión para negociar mejor el tamaño de la renta minera (especialmente en un período de ganancias extraordinarias), para distribuirla equitativamente y para gastarla adecuadamente. Desperdiciaron sobre todo la ocasión para imaginar un modelo de desarrollo que, utilizando la enorme renta minera, apoyara y desplegara nuestras fuerzas internas (estado, gobiernos regionales, grandes, medianas y pequeñas empresas nacionales) en previsión de las crisis y de los recursos naturales agotables. A los gobernantes les faltó voluntad política para hacer que el crecimiento económico llegara al bolsillo de la gente. Eso explica la situación contradictoria de relativo éxito económico y de rotundo fracaso político al mismo tiempo: la economía crecía y la desaprobación ciudadana a los gobernantes también. Ahora estamos llorando sobre la leche derramada y García (más que Toledo) tiene que pagar los platos rotos. Es difícil para él recuperar ahora el tiempo político perdido. En el futuro espera recuperarlo apoyándose en la mala memoria de la gente. En algunas ocasiones es posible recuperar el tiempo económico desperdiciado: lo que una huelga deja de producir se puede recuperar con un posterior sobretiempo de trabajo. Pero es imposible que el Perú recupere el tiempo económico perdido de enorme crecimiento de estos últimos cinco años. Eso está en el pasivo de García.
Más allá de nuestras discrepancias y diferencias, a todos nos conviene que el plan anticrisis de García tenga éxito. Pese a los buenos deseos, es posible que ese plan no tenga el éxito esperado y fracase. No discuto el diseño del plan anticrisis. Tampoco los recursos con que parece contar. En todo caso, el plan de García responde por un quinto de la inversión a realizarse. El resto (80%) depende de la inversión privada. Este el fuerte supuesto que puede fallar. Salvo excepciones, por de pronto hay que olvidarse en estos dos próximos años de las masivas inversiones de las grandes corporaciones extranjeras debido a la crisis y a la caída de las ganancias. De nada vale hoy la invocación presidencial a que inviertan sus ganancias extraordinarias. Los empresarios peruanos, por su parte, se van a mostrar renuentes para invertir. En ellos manda más el bolsillo que el corazón. Su conducta empresarial es guiada no tanto por su identidad de peruanos como por el monto de sus ganancias. Esa es su gran motivación y el centro de su racionalidad como empresarios. Además, el talón de Aquiles del plan anticrisis puede radicar en su ejecución: incapacidad de gasto debido a la carencia de recursos humanos calificados por parte de los gobiernos regionales para concretar eficientemente los planes de inversión dentro de los marcos institucionales establecidos (SNIP y otros procedimientos y controles).

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NEOLIBERALISMO Y CORRUPCION

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Sinesio López Jiménez
Como todo fenómeno complejo, la corrupción política no tiene una sola causa. Los factores que la explican son múltiples. La cultura política predominante de los países, su grado de desarrollo y de modernización, el tipo de régimen político son algunos de los factores que he señalado en los dos artículos anteriores. En este propongo un nuevo factor: el modelo de desarrollo. Cada modelo económico implica una forma de relación entre lo público y lo privado, entre la economía y la política, una coalición específica que articula ambas dimensiones, una forma propia de gerencia, gestión y aplicación de decisiones y políticas. Es probable que algunas de las múltiples formas de corrupción política (soborno, extorsión, arreglos, alteraciones fraudulentas del mercado, malversaciones y fraudes, especulación financiera con fondos públicos, parcialidad, colusión privada, uso de información privilegiada, etc. etc.) se produzcan en todos los modelos de desarrollo de América Latina (oligárquico, populista y neoliberal) y otras sean propias de cada uno de ellos. El actual modelo neoliberal en crisis, por ejemplo, ha traído consigo formas específicas de corrupción que provienen de los programas económicos que promueve (la estabilización para acabar con el déficit fiscal y con la hiperinflación y las reformas estructurales para destronar al estado y entronar al mercado en la asignación de recursos para el desarrollo) y de las políticas aplicadas con ese fin (las medidas de shock, la apertura de la economía protegida al mercado internacional, la desregulaciones de todos los mercados, las privatizaciones y las concesiones).

Una investigación de política comparada sobre la corrupción política en AL traería probablemente grandes sorpresas e interesantes revelaciones. Hasta el momento lo más conocido y escandaloso es la corrupción política producida en el campo de las privatizaciones de las empresas públicas, en el de las concesiones y en el de las adquisiciones del Estado, especialmente en la compra de armamento. En realidad, los programas y políticas neoliberales no tendrían porque producir por sí mismos corrupción política. Ellos constituyen su condición necesaria pero no condición suficiente. Ella se ha producido y se produce por la forma en la que el modelo neoliberal se gerencia, gestiona y aplica. Dicha forma evade, debilita o neutraliza la accountability o rendición de cuentas. Al respecto, hay un recetario aplicado en toda América Latina. En primer lugar, las decisiones a través de las cuales se aplica el modelo se concentran en la cúspide del poder (Presidente de la República, ministro de economía, alta tecno-burocracia, poderes fácticos) con la finalidad de evadir el escrutinio público y la presión social. Se cree fundadamente que si los medios y los ciudadanos se enteran, esas políticas generarían grandes resistencias y no se podrían aplicar. Eso constituye una confesión implícita de que no se gobierna para la mayoría de los ciudadanos. En segundo lugar, la cúspide del poder ejecutivo despliega un hiperactivismo legislativo en desmedro del poder, del prestigio y del control del parlamento. Este termina devaluado ante los ciudadanos y la opinión pública. En tercer lugar, esa cúpula actúa con sorpresa, alevosía y ventaja: ella toma decisiones sin informar a nadie previamente para evitar los cuestionamientos y las resistencias. El medio más socorrido en este caso ha sido y es la dación de los decretos de urgencia. Sobre ellos el parlamento tiene muy poca capacidad de control. En cuarto lugar, el ejecutivo aplica las políticas públicas en forma autoritaria si hubiera alguna resistencia de los ciudadanos.

Como si todo esto fuera poco, el poder ejecutivo despliega una ofensiva contra las diversas formas de accountability (horizontal, vertical y social), incrementando las tasas de corrupción. En el Perú de Fujimori, esa política es muy conocida. En el de García, las cosas no son tan diferentes. El copamiento de las instituciones de control horizontal (poder judicial, TC, CNM, Contraloría), la creación de controles paralelos (ONA), la disolución del control social de la esfera pública y la sociedad civil con leyes o proyectos que pretenden eliminarlas apelando a pretextos ridículos, tienen como objetivo evadir la rendición de cuentas. Si el gobierno realmente quiere combatir la corrupción tiene que reforzar y respetar la autonomía de todos los organismos de control en las diversas instancias. Una medida fundamental es la no prescripción de los delitos de corrupción. De esa manera se acabaría con los sueños (o pesadillas para los ciudadanos) de las reelecciones.

En realidad, el modelo neoliberal en sus diversas etapas y fases se aplica autoritariamente en AL y busca evadir la rendición de cuentas, llevándose de encuentro muchas formalidades y procedimientos democráticos. La mayoría de los neoliberales cree que existe una incompatibilidad entre la reforma económica y la consolidación de la democracia y optan por la primera en desmedro de la segunda. Son liberales en el campo de la economía y autoritarios en el de la política. Son liberistas, de acuerdo a la calificación de Sartori.
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