Sinesio López Jiménez
El deseo de entornillarse en el poder durante cinco años más para “tener más del doble de asfalto de lo que tenemos” es para García una metáfora. Ahora más que nunca se hace sentir la ausencia de Luis Alberto Sánchez para que le explique a su pupilo, con el humor que lo caracterizaba, lo que es una metáfora. Con sentido pedagógico, Sánchez habría desplegado ejemplos precisos para ilustrarlo mejor, algunos de ellos barrocos y gongorinos (“aquilífero pincel de verrugosa agalla” para denominar al lapicero o “tremendo de la tierra bostezo” para nombrar una cueva) y otros vanguardistas como unos versos de Vallejo que él prefería recitar (“Y si hay algo quebrado en esta tarde,/ y que baja y que cruje,/ son dos viejos caminos blancos, curvos./ Por ellos va mi corazón a pie”/, para aludir al amor que el poeta sentía por sus padres ancianos). Y le habría explicado con ironía que su deseo de permanencia en el poder más allá de los plazos constitucionales no es una metáfora sino una hipérbole de un político ambicioso e incontinente que quiere convertirse en dictador. Más allá de las metáforas y las hipérboles, García ensaya diversas rutas para permanecer en el poder en la entrevista reciente que brindó a El Comercio. Una primera es la reelección que reconoce como un camino imposible porque la Constitución lo prohíbe. Ese reconocimiento es, sin embargo, formal si nos atenemos al conjunto de la entrevista. Todo indica que, in pectore, García desea esa ruta, como Uribe de Colombia, y la recorrería si tuviera en sus manos las condiciones que la hagan posible: una mayoría en el Congreso para reformar la Constitución y un alto nivel de aprobación ciudadana a su gestión. Me parece que voluntad no le falta, como sucede en la mayoría de los presidentes “exitosos” de América Latina desde fines del siglo pasado hasta ahora. Lo que falla es el conjunto de condiciones sociales y políticas que la hagan viable. Como esta vía está bloqueada constitucional, social y políticamente, ensaya una segunda ruta: Un reencuentro con la opinión pública, con los ciudadanos y con lo que, según García, exigen las encuestas (“disolver el Congreso que no hace nada, intervenir el Poder Judicial, dar un aumento de sueldos y salarios, romper los contratos mineros y petroleros”). Reconoce que esa ruta es inútil porque sólo produce “una popularidad efímera”. Le faltó añadir que, además de la Constitución, vulnera los intereses de las clases y grupos sociales para los que hoy gobierna.
Una tercera ruta es la disolución del Congreso siguiendo los procedimientos constitucionales. García la anuncia con todas sus letras: “señores miembros del Congreso, el pueblo pide velocidad y ejecución, señores ministros, vayan al Congreso con estas 10 leyes y hagan cuestión de confianza, me las aprueban. ¡Ya!. No quieren, renuncia el gabinete, y al día siguiente vuelve otro gabinete, no queremos, se autodisolvió el Congreso”. Este camino es difícil pero no imposible, pese a que está atravesado por una serie de vallas. La principal es la voluntad de suicidio del parlamento. Todos o la mayoría se suicidarían, sin embargo, si estuvieran más o menos seguros que, en las elecciones convocadas para elegir un nuevo Congreso, obtendrían ventajas significativas. García anuncia una tercera ruta que es más académica que política y que, en todo caso, tendría vigencia en los futuros gobiernos:”Eso debería solucionarse eligiendo el Congreso en la segunda vuelta electoral para que el jefe de Estado tenga mayoría y se haga responsable y si a los cinco años no cumplió, que lo quemen, lo enjuicien o se olviden de él, pero en este zanfarrancho donde todos tienen pito de arbitro…”. Llama la atención esta última frase porque, en la escena oficial, el único actor es García, iluminado por el faro generoso de la mayoría de los medios: han desaparecido los ministros, el parlamento y ha devaluado a otras instituciones. Finalmente, existe la ruta fujimorista para entornillarse en el poder: Resucitar el terrorismo e inyectarle una vigencia y una vitalidad que no tiene, explotar los miedos del pasado para transformarlos en una exigencia nacional de orden a como dé lugar, presentar a la oposición social y política como aliados potenciales del mismo, atribuir los problemas de gobernabilidad al movimiento social de protesta, a todos los que no creen en la democracia que, según García, son muchos y a los periodistas de oposición que, según él, son la oposición efectiva. Esta tesis suscita una pregunta inevitable: ¿ Esta es la razón de fondo por la que Ud., señor García, bloquea desde la cúspide del poder la presencia en la TV privada y estatal de César Hildebrant, el periodista de mayor influencia y credibilidad del país?. A esto hay que añadir el miedo del 2011 que, ante la ausencia de liderazgos alternativos en la derecha, es un factor que contribuye a fortalecer su voluntad de perpetuación en el poder. García sostiene optimistamente que, con la modernización, la descentralización y las obras, el futuro candidato oficialista no tiene pierde. La verdad, sin embargo, es que la modernización de García (un capitalismo excluyente y sin derechos) no le gana a nadie.