Sinesio López Jiménez
Un fantasma recorre el cerebro de García: el comunismo. Cuando las ve negras, dice que todos son rojos. Ese fantasma peregrino ya visitó también las cabecitas del Primer Ministro, de los ministros apristas y conservadores de su gabinete y de la achicharrada presidenta del Congreso. El gobierno “no va aceptar que gente con ideologías extrañas y enemigas del avance y del progreso de todos los peruanos pretendan impedir el normal desarrollo de todas las actividades”, ha dicho Jorge del Castillo con un lenguaje de resonancias sanchecerristas de los años 30 del siglo pasado y de los constituyentes ultraconservadores de 1933 que declararon (en el famoso artículo 53 de la Constitución de entonces) partidos extranjeros al APRA y al Partido Comunista, por cuya razón no tenían derecho a participar en la política peruana. Ideas reaccionarias como ésta dieron origen al Estado de guerra permanente que fue el Estado Oligárquico y al paradigma de la revolución con el que se movilizaron los partidos (APRA, AP, DC, MSP) y los movimientos (incluidos los militares de los 60) antioligárquicos del siglo pasado. Comunistas extranjeros no es un simple insulto sino algo peor: es una forma de definir a los sectores sociales movilizados contra la política del gobierno como enemigos a los que hay combatir a muerte. Enemigo, decía Carl Schmitt (el más brillante teórico del pensamiento reaccionario del siglo XX) es el otro, el extranjero, contra el que hay que librar una lucha intensa utilizando el arma cuyo objetivo es aniquilarlo. Extranjeros no son sólo otros estados sino también los grupos sociales internos que, a juicio de los poderosos de turno, se comportan como estados extranjeros. Contra los primeros se despliega una guerra externa y contra los segundos, una guerra civil o una revolución. La diferencia entre García y Schmitt (disculpen la comparación) es que el primero piensa la política como guerra, mientras el segundo la piensa, para entenderla mejor, desde la guerra, lo que es muy diferente. Schmitt sostenía asimismo que la mejor manera de entender el estado de derecho es pensarlo desde el estado de excepción, así como para entender a Dios hay que pensarlo desde el milagro.
¿Cómo explicar la conversión del APRA de perseguido en perseguidor, de reprimido en represor, de víctima en victimario, de revolucionario o reformista (si se quiere) en reaccionario? Hay varias hipótesis posibles, pero quiero referirme brevemente a dos: la primera tiene que ver con el descenso en un escalón más en la lenta conservadurización del APRA y la segunda, con la conformación de un gobierno de derecha como el actual. Existe una serie de evidencias para demostrar la primera hipótesis: En los 30 del siglo pasado el APRA postuló los cambios económicos, sociales y políticos mediante la revolución; en los 40, combinó los cambios con la democracia; en los 60, apostó a la institucionalidad democrática sacrificando los cambios y en el siglo XXI apuesta a la defensa reaccionaria (a como dé lugar) del orden establecido (economía y estado neoliberales incluidos) contra todo cambio o demanda de cambios. Algunos amigos míos, a quienes aprecio mucho, personal e intelectualmente, pueden ver ahora mejor de donde viene la amenaza fascista. En segundo lugar, el APRA y García tenían la posibilidad, como gobierno, no de echar al mar a la coalición social y política que organiza y controla la economía y el estado neoliberales (nadie pide eso), sino de tensar y equilibrar en algo las políticas públicas, sobre todo las políticas económicas, en favor de los de abajo, pero, lejos de eso, optó por sumarse al coro de los ricos y poderosos y conformar una alianza con la derecha empresarial y política, decente y corrupta para enfrentar en bloque las demandas populares. Estos dos factores que explican la conducta actual de García y del Apra operan con toda su fuerza en la presente coyuntura en la que se mezclan la protesta social vociferante (de la que ya dimos cuenta en dos artículos anteriores) y la desaprobación ciudadana, silenciosa pero devastadora.
Aún no se cumple un año de gobierno, pero García ya está con la lengua afuera: es un presidente agotado y desaprobado por la mayoría de los peruanos (59%) en todas las regiones con porcentajes sorprendentes (norte con el 71%, sur con el 80%, centro con el 74%, oriente con el 84% y Lima y Callao con el 48%, según la encuesta de la PUCP, pero en una más reciente de Conecta, la desaprobación en Lima Metropolitana se empina hasta el 61%). Quizá el dato más sorprendente de esta encuesta es la licuación del sólido norte, el bastión histórico del APRA. La mayoría de la gente de todas las regiones ha perdido la confianza en el gobierno, incluida la conservadora Lima que hasta ahora lo venía sosteniendo con su apoyo. En la caída libre acompañan a García casi todos los ministros, la presidenta del Congreso, las instituciones estatales, todos los partidos y sus dirigentes. No sólo García ha comenzado a levitar sino también todo el mundo político y estatal, configurando una situación peligrosa, antipartido y antiestado, que puede abrir las puertas a una situación anarquizantes, a golpes de masas y a la aparición de cualquier aventurero, incluido al más cobarde y más corrupto de la historia peruana: Fujimori. Todas estas situaciones peligrosas tienen que ser evitadas con la reflexión y la participación de todos y todas sin excepción. Para felicidad de los peruanos, acabamos de librarnos de uno de estos peligros: el extraditable ha escogido una curul en la Dieta japonesa. Adiós Fujimori y fujimoristas.
Sigue leyendo