Sinesio López Jiménez
Pese a que nuestra cultura política es profundamente estatista, como lo muestran todas las encuestas que tocan el tema, la reforma del estado, considerada en sí misma y en forma aislada, es un asunto frío, casi gélido. Ella no despierta, en efecto, las pasiones de los gobernantes ni las de los gobernados. Eso explica que, para colocarlo en la agenda pública, hay que asociarlo a un tema caliente que ya está de antemano allí movilizando conciencias, suscitando debates, desplegando iniciativas, etc, como lo demuestra el excelente libro de Juan Carlos Cortázar Velarde que lleva por título “La reforma de la Administración Pública Peruana (1990-1997), conflicto y estrategias divergentes en la elaboración de políticas”.
Cortázar sostiene que las propuestas de reforma de la administración pública en el Perú pasaron por dos ciclos entre 1990 y 1997. El primero, que fue relativamente exitoso, tenía que ver con la reducción del tamaño del Estado y con la creación de entidades autónomas como la SUNAT y el FONCODES, temas que se debieron asociar con la estabilización (para acabar con el déficit fiscal y con la inflación) y con la privatización de las empresas públicas (con la finalidad de destronar al Estado y entronar al mercado en la asignación de recursos para el desarrollo) para que fueran discutidas como un paquete único. En la práctica, estos primeros temas de la reforma de la administración pública formaron parte de lo que los técnicos de los organismos internacionales llaman reformas de primera generación y que los académicos, desde una perspectiva clásica y no empirista del Estado, llaman cambio en la forma de Estado puesto que se transita del Estado Populista al Estado Neoliberal. Este es el eje central de la carreta del estado que da sentido y organiza las reformas parciales del estado. Cortázar demuestra también que la reforma de la administración pública no es sólo un asunto técnico sino también político, esto es, que si dicha reforma no es asumida por una coalición social y política que la sustente está condenada al fracaso. El éxito de de lo que Cortázar llama reformas de enclave del primer ciclo de políticas se debió a la amplitud y solidez de la coalición que las respaldó. Las políticas de reforma no caen solas del cielo sino que son diseñadas, propuestas, gerencialas y gestionadas por un equipo especial que Cortázar llama empresarios de políticas porque tienen algunas características especiales: liderazgo, audacia, experiencia de gerencia. En el caso peruano, no se puede hablar propiamente de empresarios de políticas sino de empresarias de políticas puesto que sendos equipos que impulsaron los dos ciclos de reformas estuvieron integrados por mujeres guapas, simpáticas, audaces e inteligentes. Hobbes y los federalistas (Madison, Hamilton y Jay), a mi juicio los más brillantes diseñadores de estados en el mundo occidental, estarían orgullosos de contar entre sus filas a estas ilustres e ilustradas seguidoras, aunque que no compartan con ellas la ciega fe liberal que inspira sus discutibles ideas sobre el cuado administrativo del Estado Neoliberal.
El fracaso del segundo ciclo de reformas, cuya propuesta giró en torno a una reforma global para resolver el desorden administrativo y ya no sobre el tamaño del Estado, tiene que ver con las dificultades del equipo, que ya no estaba constituido por empresarios de políticas sino por “funcionarios-consultores”, para colocar su propuesta en la agenda pública y promover la formación de una coalición política que le diera su respaldo y la hiciera viable.
Sin cuestionar la indudable calidad académica del libro de Juan Carlos Cortázar, quiero relativizar la tesis del éxito del primer ciclo de reformas. Mientras no se coloquen en el centro de las reformas estatales los intereses del ciudadano, los éxitos serán siempre relativos. En los casos analizados por Cortázar, el éxito tiene que ver con el funcionamiento del modelo económico neoliberal y no con los intereses de los ciudadanos. ¿Exitos para quien?, ¿la SUNAT exitosa?, ¿exitosa en qué y para quien?. ¿ Es exitosa para el ciudadano común y corriente?. Es una cruel ironía hablar de éxito ante estas dos imágenes inevitables cuando se habla de política impositiva: la SUNAT metiendo la mano al bolsillo de los ciudadanos y Montesinos entregando cerros de billetes a los corruptos en la salita del SIN. Ante esas imágenes irritantes, es legítimo preguntarse a lo Bodino ¿cuál es la diferencia entre un asaltante y la SUNAT?. Materialmente ninguna. La diferencia radica en los fines supuestamente diferentes. ¿Exitoso el Foncodes?. ¿A quien le ha ganado?. ¿A la pobreza?. ¿En qué porcentaje ha reducido la inmensa cantidad de pobres?. Pese a que Fujimori gastó 800 millones de dólares al año desde 1993 en adelante, allí están las cifras victoriosas de la pobreza –más del 50% de pobres y 20% de extrema pobreza- para desmentir sus supuestos éxitos.
Sigue leyendo