Existió en la colonia, allá en el siglo XVII, un personaje que pudo poner en problemas a toda la Lima cuadrada. Juan Caballero de Tejada, regidor del cabildo limeño, era el mayor abastecedor de carne, leche y queso en la ciudad. Su finca y casa de campo –la hacienda Caballero- era una de las más importantes del valle del río Chillón por su producción agrícola y vacuna. Este hacendado, convertido en un potentado económico, adquirió tierras e inmuebles con las cuales fundó el Mayorazgo de Caballero. Estudiar la historia de la Casa Hacienda Caballero es conocer cómo estaban fundados los sistemas de producción, las élites sociales y la utilización de la tierra.
La Hacienda Caballero, patrimonio cultural de Lima Norte. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Rodeada de vastas áreas de cultivo, en el kilómetro 31 de la carretera a Canta, se encuentra erigida la Hacienda Caballero, en el actual distrito de Carabayllo (Lima). Su presencia evoca la imponencia y esplendor de aquellas haciendas que mantenían poblaciones numerosas, fincas que manejaban una fuerza productora de considerable proporción y latifundios que establecían la moda en sistemas de producción por la avanzada técnica que empleaban.
En la Hacienda Caballero se criaban toros de lidia. Caballero de Tejada los enviaba al ruedo de la Plaza de Acho del Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Han pasado más de tres siglos desde que Juan Caballero fue el propietario de esta gran hacienda. Unos años menos desde que el General José de San Martín, el libertador argentino, iniciara su recorrido de ingreso hacia la ‘Ciudad de los Reyes’ desde Lima Norte para romper cadenas y alcanzar la tan ansiada libertad. Las tropas patriotas, lideradas por San Martín, tomaron la Hacienda Caballero por considerarla un lugar estratégico de acceso a Lima y por ser una zona clave en la producción de alimentos, esto luego de una serie de enfrentamientos contra las tropas realistas por la posesión del valle.
Sala principal de la hacienda Caballero. El descuido es notorio. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Años después, con la invasión chilena en territorio nacional, la Hacienda Caballero sufre asaltos y destrozos de considerable magnitud. Luego de la ocupación chilena, se encarga de la hacienda la familia Calmet (en 1918), quien además era dueña de la hacienda Huarangal, que se encuentra frente a Caballero, cruzando el río Chillón.
En el camino a Canta, donde se ubica la hacienda Caballero, no es tan díficil cruzarce con un tractor. Foto: Marco Gamarra Galindo.
En el siglo XX muchas haciendas se convertirán en sociedades agroindustriales, que a su vez estaban relacionadas a actividades ligadas a la minería, la banca y la construcción, lo cual convirtió a sus propietarios en un importante grupo de poder económico del país y, a vez, en protagonistas de la vida política y militar del Perú. En 1965 existían veinte haciendas en el valle del Chillón, las cuales eran administradas por nueve propietarios, entre ellos destaca Ernesto Nicolini. La Hacienda Caballero perteneció, luego, a la Sociedad Agrícola Los Cedros. Para ese entonces el producto más sembrado era el algodón que era llevado después a la desmotadora de la hacienda Chocas y de ahí llevado al Callao para ser exportado.
Carabayllo posee vastas áreas dedicadas a la agricultura. El proceso de expansión urbana no ha llegado a las zonas de Punchauca, Caballero, Torreblanca, Yangas, Chocas, Trapiche, entre otros. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Uno de los ex-trabajadores de la hacienda, el Sr. Valverde, nos relata que en la época de los Nicolini, el trato era humano y había de dónde subsistir. Desde su modesta bodega, en el antiguo pueblo de los peones –al frente de Caballero- trae a la mente el recuerdo de su juventud, vinculada a la agricultura, al trabajo arduo y a las leyendas urbanas que se han tejido alrededor de la finca. “Cuando vinieron los españoles a esta parte del valle quisieron apoderarse de los terrenos de los que trabajaban la tierra; luego de preguntarse cómo hacerlo, solicitaron al cura del lugar que celebrara una misa para juntar a todos los ‘parceleros’ (estos trabajadores a quienes los españoles querían quitar sus tierras ya habían tenido contacto con los hispanos mucho antes, esto porque asistían a la misa y estaban familiarizados con una capilla). Los españoles que codiciaban esta zona pidieron al cura que los convocara para así poder capturarlos a todos y apoderarse de sus tierras. Para ello le acercaron al cura un documento que acreditaba que este iba a hacer una misa e invitar a todos los ‘parceleros’. El cura se rehusó y, en cambio de ello, dio su palabra de caballero. De ahí viene el nombre. Cuando vinieron los españoles a la misa, encontraron únicamente al cura, mas no a los trabajadores de las tierras: les había alertado del peligro y los había hecho huir. Los españoles mandaron a decapitarlo y por eso cuentan que por acá sale un curita sin cabeza”, narra espléndidamente.
El Sr. Valverde es una fuente viva. Desde su humilde bodega, atiende a los pobladores de Caballero, el pueblo que está al frente de la hacienda. Foto: Marco Gamarra Galindo.
El sistema económico basado en las haciendas terminó durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado, quien promulgó la Reforma Agraria; así la propiedad de las tierras agrícolas, pasó a manos de los campesinos que trabajaban el campo. La hacienda Caballero, unida con la hacienda Chocas formó la Cooperativa María Parado de Bellido N° 64, con 560.33 hectáreas cultivables cuyos beneficiarios eran 106 socios. En poco tiempo las cooperativas se convirtieron en poblados rurales, tal es así que en 1984 la población de Caballero y Chocas sumaban 3,570 habitantes, quienes participaban en las actividades agrícolas de siembra y cosecha de productos agrícolas.
Richard Pereyra, arquitecto, y Enrique Mori, bibliotecario, observando el material con el que han sido hechas las paredes. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Para el historiador Edgar Quispe, a pesar de las ventajas comparativas que poseen las tierras agrícolas del valle del Chillón (cercanía al mercado limeño, fertilidad de las tierras, carreteras, y, sobre todo, abundante agua de riego tanto de río como de puquiales), los campesinos decidieron individualizarse y perder la cooperativización de la tierra, que tanto esfuerzo y sacrificio les costó obtener.
El pequeño pueblo donde descansaban los trabajadores de la hacienda tiene por nombre Caballero y hoy es habitado por varias familias. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Para ingresar a la casa hacienda se tenía que ascender por una amplia escalera –que sobrevive- y luego se llegaba a una terraza techada, desde donde se apreciaba los campos de cultivo, las rancherías de los esclavos, los galpones y los corrales. Asimismo, al costado de la escalera principal se encontraba un pozo construido para obtener agua. Existe, además, en sus paredes aledañas una capilla familiar, cuyas torres estaban adornadas de campanas. En sus interiores se contaba con un reluciente retablo y otros a los lados. Su techo fue abovedado de medio cañón y hasta 1998 se podía apreciar el alto coro que se encontraba ingresando a la capilla.
Capilla familiar de la Hacienda Caballero todavía en pie. A su costado, un muro de la finca que deja ver en su relieve la figura de un toro de lidia. Si no existen programas para su recuperación, quedarán en el recuerdo de aquellos que alguna vez la visitamos. Foto: Marco Gamarra Galindo.
La arquitectura de este inmueble, añade el catedrático de la PUCP, Juan Luis Orrego, presenta “tres niveles y paredes de adobe de casi medio metro de ancho, además de elementos traídos de Europa como sus baldosas, algunas de las cuales aún permanecen en su lugar original”. Unos detalles que dejan ver sus paredes exteriores son las pinturas murales que muestran el retrato del valle y los toros de lidia, criados en esta hacienda para la práctica de dicha costumbre hispana.
Hoy la hacienda Caballero permanece en el más triste olvido. Su historia es rica en pasajes importantes de nuestra identidad y pasado. Sin embargo, las autoridades parecen desconocer ello. Esperemos que sea pronta su recuperación. Leer más »