La mujer más rica no tiene por qué ser la más querida

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La mujer más rica no tiene por qué ser la más querida

La australiana Gina Rinehart es una de las mayores fortunas del mundo, y tiene fama de insolidaria
Es alabada en su sector, la minería, y despreciada por sus hijos y muchos medios de comunicación
Mientras publica un libro para mejorar su imagen, advierte que su país podría convertirse en España
Ramón Muñoz 15 DIC 2012 – 01:01 CET61

Gina Rinehart ha sido demandada por tres de sus cuatro hijos para reclamarle su herencia en vida. / TONY MCDONOUGH (EFE)

Gina Rinehart, posiblemente la mujer más rica del planeta, ha escrito un libro. La multimillonaria australiana apareció en los medios de comunicación de todo el mundo este verano cuando la revista Business Review Weekly reveló que su fortuna de 29.000 millones de dólares la aupaba en lo más alto del ranking de riqueza femenina (dato oportunamente discutido por Forbes, el vademécum de los ricachones, que sigue otorgando a Christie Walton, la heredera de los almacenes Wal Mart, esa codiciada corona). Ahora, la empresaria, dueña de un emporio minero que heredó de su padre, Langley Hancock, ha dado el paso literario.

Su libro Northern Australia and then some: changes we need to make our country rich (El norte de Australia y algo más: los cambios que necesitamos para hacer rico a nuestro país) no es una autobiografía al uso, aunque muchos de sus pasajes parecen escritos para refutar expresamente algunas de las biografías no autorizadas que se han publicado sobre ella, y que le presentan como una mujer pérfida, inmisericorde con los suyos y con los débiles.

Definido por su editor como un “compendio de discursos, artículos e imágenes que ofrece al lector una visión completa de los pensamientos de Rinehart”, el libro encuentra especial interés en las escasas alusiones a la vida personal de esta viuda de 58 años, repudiada por tres de sus cuatro hijos, que la han demandado para disfrutar en lo mejor de su vida de la herencia del abuelo.

En las imágenes que incluye la obra, contenidas también en la web de la presentación oficial, podemos ver a una jovencita pizpireta e incluso agraciada, lejos de la imagen hostil actual, maltratada por la edad y la obesidad. Casi siempre a la vera de su padre, rodeada de empresarios y políticos desde su infancia, no puede decirse, sin embargo, como insisten sus críticos, que se trate de una niña de papá y una heredera más. Desde que se hizo con el mando de Hancock Prospecting ha multiplicado por 300 su valor y supo ver, a diferencia de su ambiciosa prole, el futuro de un negocio gracias al boom de las materias primas y de la inagotable demanda de China.

“Si envidian a los que tienen más dinero, no se queden sentados quejándose”, ha declarado. “Hagan algo para ganar más, pasen menos tiempo bebiendo, fumando y parloteando y trabajen más”

Rinehart, recelosa de la prensa, a la que vetó en su mayoría en el estreno del libro, organizó una presentación en vivo en ocho ciudades, a las que viajó saltando de una a otra en su avión privado. La empresaria minera no precisa del favor de los medios de comunicación. Si es preciso, los compra, y punto. Recientemente tomó participaciones en el grupo Fairfax Media y en el Canal 10. Antes que de periodistas, prefiere rodearse de sus amigos fraternales de la comunidad minera que aplaudieron a rabiar todas sus propuestas.

Devota de la memoria de su padre, fallecido hace 20 años y que hacía gala de ideas tan peregrinas como el empleo de bombas nucleares para las prospecciones o la independencia del Estado occidental australiano, Rinehart se ha convertido en el referente de muchos australianos, atemorizados por el peligro de una recesión, y cuya economía cada vez es más dependiente de la demanda china.

Es una multimillonaria que no teme alimentar su propia leyenda negra con declaraciones de un vibrante conservadurismo (“Si envidian a los que tienen más dinero, no se queden sentados quejándose. Hagan algo para ganar más, pasen menos tiempo bebiendo, fumando y parloteando y trabajen más”) o lanzando iniciativas contra el Gobierno “socialista” australiano, como la petición de rebaja del salario mínimo o la contratación de trabajadores asiáticos en las minas cuando hay miles de mineros nacionales en paro.

En sus paradas promocionales se mostró más comedida, tal vez en homenaje a la memoria de su amado progenitor, que la llevó a hacer coincidir la presentación del libro con el 60º aniversario del hallazgo de Pilbara, los enormes yacimientos de mineral de hierro que Hancok descubrió por casualidad mientras casi se mata en su avioneta en medio de una tormenta, y son el origen de su enorme fortuna.

Con todo, Rinehart mandó un aviso a sus compatriotas: “No quiero ver a Australia continuar por un camino con demasiadas cabezas enterradas en la arena (como el avestruz), los inversores cada vez más críticos y desalentados por las malas políticas, y muy pocos comprendiendo de verdad los problemas mientras Australia se mueve para convertirse en otra Grecia, España o Portugal”.

No deben de estar muy contentos con esta afirmación los miembros del Gobierno de Rajoy, o los defensores de la marca España ni, en general, todos aquellos que viven de vender una imagen de un optimismo desaforado de un país con la cuarta parte de su población en paro y una deuda astronómica de 900.000 millones de euros. La alusión a España como paradigma del desastre económico al que llevan las malas políticas se está convirtiendo en un clásico. La utilizó Nicolas Sarkozy en la última campaña presidencial, y lo mismo hizo luego el candidato republicano, Mitt Romney, en su lucha por llegar a la Casa Blanca.

Rinehart tiene claro que la solución para su Australia es recortar los gastos y fomentar la inversión, protegiendo a las pequeñas empresas. Cree que la minería puede desempeñar un papel decisivo en la creación de esa riqueza siempre que el Gobierno no se empeñe en verla como un enemigo y frenar su desarrollo con leyes absurdas como el impuesto minero y la nueva tasa de emisiones que entró en vigor este verano. A diferencia de nuestros ricos nacionales, la australiana no se maquilla con una imagen filantrópica. Tal vez sea mucho mejor así. Los ricos son ricos por algo, dice la sentencia popular.

FUENTE: EL PAIS ESPAÑA
15-12-12

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