Canciones al crimen: la historia de los polémicos narcocorridos mexicanos

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Canciones al crimen: la historia de los polémicos narcocorridos mexicanos

El estado de Sinaloa prohibió la difusión de este subgénero musical que ensalza la figura de los capos del narcotráfico
Domingo 12 de junio de 2011 – 10:51 am
Narcocorridos

“En Guatemala señores / cobraron la recompensa / allá agarraron al Chapo / las leyes guatemaltecas / un traficante famoso / que todo el mundo comenta / de la noche a la mañana / el Chapo se hizo famoso / encabezaba una banda / de gatilleros mafiosos / con un apoyo muy grande / del Güero Palma su socio”. La tonada, titulada “El Chapo Guzmán”, acompañada por la recreación del sonido de ráfagas de Kalashnikov de fondo hecha con los propios instrumentos musicales, es interpretada por Los Tucanes de Tijuana, famosa banda del norte de México que le rinde pleitesía al narcotraficante más buscado del mundo, Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, líder del cártel de Sinaloa y que en 1993 fue capturado en Guatemala.

Si el momento más fatídico en la vida del capo inspiró a la banda, su fuga en el 2001 del penal de Puente Grande, en México, fue celebrada en “El regreso del Chapo”: “La gente de Sinaloa / anota su primer gol / a la nueva presidencia / y al señor Vicente Fox / no se les hizo a los gringos / hacerle la extradición / la fuga estaba planeada / sin riesgo de fracasar / así trabajan los grandes / como el Chapito Guzmán”, dice la letra del narcocorrido, un subgénero de los tradicionales corridos que se interpretan en el norte de México y que convierten a los villanos en buenos.

El problema de los narcocorridos es que estos buenos son los criminales que están desangrando al país con una guerra entre cárteles de la droga que se disputan territorio y que a diario riegan las calles de estos lugares con cadáveres decapitados o desollados y con mensajes escritos contra sus rivales que muchas veces son replicados en las canciones.

Pero la polémica por la apología de la violencia y del delito volvió a instalarse el mes pasado en México, cuando el gobernador de Sinaloa, la cuna del cártel más fuerte del país, firmó un decreto que prohíbe que se interpreten narcocorridos en bares, discotecas, salones de fiesta y conciertos al aire libre.

“Si tú reglamentas, puedes evitar la pérdida de algunas vidas humanas”, argumentó el gobernador Mario López Valdez.

El hecho que convenció a la autoridad de que algo se debía hacer fue lo ocurrido en marzo pasado en una discoteca de Mazatlán, donde al final de la presentación del cantante de corridos Gerardo Ortiz se desató una balacera que dejó seis muertos.

Un mes después, el mismo Ortiz casi pierde la vida tras un concierto en el estado de Colima. En la madrugada, mientras el cantante se dirigía a su hotel, la camioneta que lo llevaba fue interceptada por varios vehículos de los que bajó un grupo de hombres que empezó a disparar sus fusiles AK-47. Murieron el chofer y el representante del artista. La carga violenta de las letras muchas veces juega en contra de los propios cantantes, que se pueden convertir en blanco de los narcos rivales de quien ensalzan en sus composiciones.

Tras la decisión del gobernador sina
loense, Los Tucanes de Tijuana, grupo fundado hace 24 años y que ha vendido 13 millones de discos, defendieron el derecho de los músicos de interpretar narcocorridos, pero admitieron también que se pueden regular sus letras.

“Nosotros no tenemos la culpa de que el país esté como esté, somos entretenimiento, a eso nos dedicamos”, dijo en conferencia de prensa el vocalista Mario Quintero.

EL ORIGEN DEL NARCOCORRIDO
Para el investigador Juan Carlos Ramírez-Pimienta, de la Universidad de San Diego, el primer corrido grabado que plasma entre sus letras el tema de la droga es “Por morfina y cocaína”, grabado en 1934 por Manuel Cuéllar Valdez y se basa en las penurias de los contrabandistas presos.

Ese mismo año también se grabó “El contrabandista”, tema de Juan Gaytán, catalogado como uno de los primeros narcocorridos en el libro “Un viaje al mundo de la música de las drogas, armas y guerrilleros”, del periodista estadounidense Elija Wald.

“Si ponemos como requisito que la primera muestra del género sea un corrido donde se hable del tráfico de drogas, entonces, efectivamente, el primero en cuanto a la fecha de grabación es –hasta ahora– ‘Por morfina y cocaína’… si definimos el narcocorrido como una canción que trata de algún narcotraficante, entonces tenemos que recorrer casi tres años la fecha de la primera grabación. Esta primera muestra del género sería ‘El Pablote’, corrido compuesto por José Rosales e interpretado por él mismo junto con Norverto González… La grabación fue hecha el 8 de setiembre de 1931 en El Paso, Texas”, asegura Ramírez-Pimienta en su ensayo “En torno al primer narcocorrido: arqueología del cancionero de las drogas”.

En su libro “Jefe de jefes: corridos y narcocultura en México”, José Manuel Valenzuela defiende este subgénero y afirma que “ofrecen una rica información sobre el narcomundo y las múltiples articulaciones que desde él se construyen con otros ámbitos de la sociedad. Los narcocorridos participan en la elaboración de crónicas sociales, ofreciendo diversas perspectivas, muchas veces críticas a las versiones oficiales”.

Valenzuela complementa su punto de vista argumentando que los narcocorridos también denuncian las complicidades de las instituciones del Estado que terminan protegiendo a los capos del narcotráfico.

En el 2008 el escritor español Arturo Pérez-Reverte también defendió los narcocorridos: “Un país como México se entiende mejor por Los Tigres del Norte que por los más sesudos intelectuales o los novelistas de más éxito. Este país tiene una realidad tierna y violenta, dura y familiar, trágica y feliz, y el corrido y el narcocorrido norteño es el que mejor la ha definido”, sostuvo.

Y SEGUIRÁN CANTANDO
Casi siete décadas después del primer narcocorrido, los grupos se multiplican. Entre los más conocidos están: Los Tucanes de Tijuana, Los Tigres del Norte, Los Amos de Nuevo león, Los Huracanes del Norte, Los Originales de San Juan, El Tigrillo Palma, K-Paz de la Sierra y decenas más que permanecen en el anonimato porque prefieren trabajar a exclusividad de los capos y, a la vez, no estar en la mira de los enemigos de estos.

VIVEN AL FILO DE LA NAVAJA
Le decían “El Shaka” y cantaba narcocorridos. En junio del año pasado, Sergio Vega fue acribillado con 30 balazos y un tiro de gracia cuando viajaba en su Cadillac rumbo a un concierto en Sinaloa.

Pero no es el único. En noviembre del 2006, el cantante Valentín Elizalde, “El Gallo de Oro”, fue asesinado tras una presentación en Reynosa, Tamaulipas. La policía halló unos 70 casquillos de balas alrededor de su camioneta. Fue compositor del tema “El escape del Chapo”, sobre la fuga del líder del cártel de Sinaloa.

Un año después, en diciembre del 2007, el vocalista de K-Paz de la Sierra, Sergio Gómez, fue secuestrado y asesinado tras haber ofrecido un concierto en Morelia. Un día antes de su secuestro, lo llamaron para decirle que no se presentara en Michoacán.

Otros cantantes que han perdido la vida de manera violenta son: Carlos Ocaranza, conocido como “El Loco Elizalde”, José Luis Aquino, Javier Morales, cuatro miembros de La Banda Fugaz, tres miembros de Los Padrinos de la Sierra, entre otros.

FUENTE: EL COMERCIO PERU

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