Una vez más celebramos las Fiestas Patrias, conmemoración que gira en torno a la declaración oficial de la Independencia del Perú, el 28 de julio de 1821. Como es evidente, ésta no es una efeméride patria más, sino la más importante, porque evoca el hecho fundamental de nuestro nacimiento como comunidad política nacional, que en el caso peruano implicó la fundación de la República.
Es, por tanto, ocasión no solo de festejar sino, sobre todo, de reflexionar sobre nuestro ser como República. Y si de reflexionar sobre el ser nacional se trata, no podemos dejar de tener como referente fundamental a uno de nuestros más destacados Amautas del siglo XX, el intelectual e historiador tacneño Jorge Basadre.
El Amauta Basadre nos recuerda, en su imprescindible ensayo La Promesa de la Vida Peruana (1945), que la Independencia no se trataba simplemente de cortar la sujeción política a España, sino que fue hecha con una inmensa promesa (que se simbolizó en la idea de la República), de vida próspera, sana, fuerte y feliz; y que es precisamente para cumplir esa promesa que se fundó la República.
Como explica Basadre, el sentido de la Independencia y de la soberanía no surgió bruscamente. Durante la época de la Colonia (1532-1821) se formó una sociedad nueva por un proceso de rápida “transculturación”, en que ocurrió la penetración de los elementos occidentales, la absorción de los elementos de origen americano hecha por Occidente, el mestizaje, el criollismo y la definición de una conciencia autonomista. Es así que cuando los americanos se lanzaron a la osada aventura de la Independencia no lo hicieron solo en nombre de reivindicaciones humanas menudas (obtención de puestos públicos, ruptura del monopolio económico, etc.), sino que hubo en ellos algo así como una angustia metafísica que se resolvió en la esperanza de que viviendo libres cumplirían su destino colectivo.
Esa esperanza –continúa Basadre–, esa promesa, se concretó dentro de un ideal de superación individual y colectiva que debía ser obtenido por el desarrollo integral de cada país, la explotación de sus riquezas, la defensa y acrecentamiento de su población, la creación de un mínimun de bienestar para cada ciudadano y de oportunidades adecuadas para ellos. En cada país, vino a ser en resumen, una visión de poderío y de éxito, para cuyo cumplimiento podrían buscarse los medios o vehículos más variados, de acuerdo con el ambiente de cada generación.
En el caso concreto del Perú –continúa el maestro tacneño–, al fundarse la Independencia surgió también un anhelo de concierto y comunidad: “Firme y feliz por la Unión”, dijo, por eso, el lema impreso en la moneda peruana. Y surgió igualmente en la Emancipación un anuncio de riqueza y de bienestar proveniente no sólo de las minas simbolizadas por la cornucopia grabada en el escudo nacional sino también por todas las riquezas que el Perú alberga en los demás reinos de la naturaleza, que el mismo escudo simboliza en la vicuña y en el árbol de la quina. Un fermento adicional tuvo todavía la promesa republicana: el fermento igualitario, o sea el profundo contenido de reivindicación humana que alienta en el ideal emancipador y que tiene su máxima expresión en el “Somos libres” del himno.
Sin embargo, como el mismo Basadre anota, “lo tremendo es que aquí esa promesa no ha sido cumplida del todo en ciento veinte años.” Ni en ciento noventa años, habría que agregar. Y también habría que añadir una pregunta: ¿Por qué la promesa que significó la fundación de la República aún no se ha cumplido del todo? El propio Amauta ensaya una respuesta en su magnífico ensayo:
“(…) la promesa de la vida peruana sentida con tanta sinceridad, con tanta fe y con tanta abnegación por próceres y tribunos, ha sido a menudo estafada o pisoteada por la obra coincidente de tres grandes enemigos de ella: los Podridos, los Congelados y los Incendiados. Los Podridos han prostituido y prostituyen palabras, conceptos, hechos e instituciones al servicio exclusivo de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y sus apasionamientos. Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nadie más existe. Los Incendiados se han quemado sin iluminar, se agitan sin construir. Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los Congelados lo ven como un páramo; y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata.
Toda la clave del futuro está allí: que el Perú se escape del peligro de no ser sino una charca, de volverse un páramo o de convertirse en una fogata. Que el Perú no se pierda por la obra o la inacción de los peruanos.”
En el mismo ensayo, Jorge Basadre aborda una cuestión que, consideramos, es la razón principal que explica el hecho que la promesa de la construcción de una verdadera República (es decir de una comunidad política de ciudadanos libres e iguales, que brinde a todos sus miembros un mínimo de bienestar que les permita realizar sus respectivos proyectos de vida), no se haya cumplido: el problema de las élites en el Perú histórico.
Por ahora solo adelantaremos que –a diferencia, por ejemplo, de Chile–, en el Perú republicano nunca llegó a conformarse una auténtica élite. Tuvimos –en palabras de Basadre– intentos de élite, esbozos de verdaderas élites, élites a medias, élites latentes y también élites falsas y antiélites. A lo sumo tuvimos pseudo-élites pero lo que se pueda considerar una verdadera clase dirigente, jamás. A este respecto nos explayaremos en un siguiente artículo.
Ampliación (29JUL2014): Estimados ciudadanos, pueden descargar el ensayo completo de Basadre en el siguiente enlace:
Jorge Basadre_La Promesa de la Vida Peruana
Ampliación (30JUL2014): Ya está disponible la continuación de este artículo: “Las pseudo élites en el Perú republicano”.