Juan Pablo II bendiciendo al pederasta Marcial Maciel.
Lo siento. Así se incomoden o molesten algunos, no puedo estar de acuerdo con la canonización de Juan Pablo II. Y esto por una sencilla pero poderosa razón: Karol Wojtyla, el carismático papa polaco, el de la sonrisa perfecta, el papa charapa, el papa amigo de todos, el papa peregrino, el que besaba el suelo de cada lugar al que visitaba y encandilaba a los fieles con sus gestos ultra mediáticos, fue un sistemático encubridor de pederastas y pedófilos dentro de la Iglesia Católica.
No solo se hizo de la vista gorda ante los innumerables casos de pederastia que ocurrían en el seno de la Iglesia, sino que de forma activa cubrió de un eficaz manto protector a uno de los mayores monstruos pederastas del siglo XX: Marcial Maciel, el fundador de la poderosa (y millonaria) secta Legionarios de Cristo, a quien incluso nombró “guía de la juventud” a pesar de las múltiples denuncias en su contra que ya eran conocidas. Las evidencias de lo señalado son abrumadoras y la Iglesia de Roma no las puede negar.
Frente a los cuestionamientos por la canonización de Wojtyla, el portavoz del Vaticano Federico Lombardi señaló que “decir que una persona es santa no quiere decir que ha hecho todo bien en su vida. Juan Pablo II fue santo, no perfecto… ¿Si hubo aspectos negativos en Juan Pablo II? ¡Claro, en 26 años hubo de todo!”
Tiene toda la razón Lombardi al precisar que ser santo no significa ser perfecto. Un santo puede haber cometido muchos errores, incurrido en grandes equivocaciones o haber sido pecador. Pero hay errores y errores. Ser un encubridor de pedófilos y pederastas no es ni una simple ni una gran equivocación. Es ser cómplice de uno de los crímenes más abominables que se puedan cometer y ser casi tan culpable como los propios pederastas.
Según el capítulo 18 del evangelio según San Mateo, Jesús le dijo a sus discípulos:
“18,6: El que escandalice a uno de estos niños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al fondo del mar. (…) 18,8: Si tu mano o tu pie es para ti ocasión de pecado, córtatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con dos manos o dos pies ser arrojado al fuego eterno. 18,9: Si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida tuerto que con dos ojos ser arrojado al infierno de fuego. 18,10: Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños. Pues les digo que sus ángeles en el cielo contemplan continuamente el rostro de mi Padre del cielo.”
¡Qué puede escandalizar más a un niño o niña, qué puede significar un mayor desprecio a su dignidad, que ser agredido sexualmente por un pastor de la Iglesia, por alguien en quien este pequeño o pequeña confiaba!
Ser encubridor de la pederastia, de un pecado cuyas consecuencias son tan graves como las señaladas por Jesús, es un tipo de error que descalifica absolutamente al papa polaco para ser un santo de la Iglesia de Cristo.
Para ser santo, más allá del hecho anecdótico de haber realizado “milagros comprobados”, se requiere tener una vida de santidad, haber vivido las virtudes cristianas de un modo heroico. Siendo así, la canonización implica convertir a la persona a la que se santifica en un modelo a seguir para la Iglesia universal. Esa es su real importancia, ser un modelo de vida para todos los católicos.
Y, me perdonarán, pero un encubridor de pederastas no puede ser un modelo de vida. Salvo que, como diría mi buen amigo Guillermo Nugent, dejemos que Juan Pablo II sea canonizado; para que así pueda convertirse en el “santo patrono de los pederastas”.
Y tú trabajas en una universidad de la que han salido también personas corruptas. Eres un encubridor cómplice.
Sofía: Bravo por la argumentación !! Profunda, a fondo, con peso ! Pleclara inteligencia la tuya.