Editorial de la Web de Noticias Spacio Libre del 18 de setiembre de 2013
Todos los seres humanos de por sí somos sujetos de derecho. Por ello, el Estado tiene la obligación de asegurarnos la garantía de nuestros derechos fundamentales: la vida, la salud, la educación y la posibilidad de heredar, compartir un seguro de salud, de vida o simplemente garantizar la posibilidad de vivir.
Y eso, sólo desde el ámbito puramente civil y legal. Amparado en leyes y normas fundamentales como la Constitución, en sus partes social y económica. Hasta ahí todo bien, pero ¿qué pasa cuando un sector de la población, históricamente marginado, rechazado y vilipendiado pretende hacer respetar sus derechos en igualdad de condiciones? pues inmediatamente viene el bolondrón, la censura y la persecución.
Ejemplos hay de sobra en la historia. En nuestro presente, estamos viviendo más de una polémica por la lucha de los derechos de la comunidad LGTB. El capítulo más reciente ha sido la propuesta del congresista Carlos Bruce de promover la unión civil (no matrimonial) para garantizar a las parejas gais que puedan ejercer sus derechos tras años de convivencia, esta vez, reconocida.
La unión civil es un contrato por el cual dos personas aceptan compartir sus pertenencias, posesiones presentes y futuras y cohabitar bajo el mismo techo, y todos y todas tenemos el derecho de unirnos civilmente con quien gustemos, ejerciendo libremente nuestra sexualidad y opción de género.
Las voces más discordantes con esta propuesta han venido, que duda cabe, de los sectores más conservadores del país, que han convertido este debate en un asunto confesional, donde católicos pueden quemarse en el infierno por el sólo hecho de apoyar esta idea, o los militares podrían ser prácticamente “mariconeados” si se les ocurre defender esta propuesta. Y lo más curioso, por poner una expresión, ha sido la reacción también extrema hay que decirlo, de los sectores que consideran esta propuesta de ley como una minucia y proceden a combatir casi con el afán de quien combate a un traidor, a quienes se atreven a siquiera decir que hay cosas discutibles en este tema: como el matrimonio igualitario.
Un análisis completo de este debate, lo hace nuestro columnista Carlo Magno Salcedo, quien recopila los arranques de ambos sectores y señala la manera en que el aspecto confesional puede terminar ganando terreno en este debate.
El debate, cómo lo hemos discutido al interior de SPL debería quedarse en un marco netamente terrenal, donde la iglesia tendría que amarrar un poco sus prejuicios y no condenar a la hoguera a quienes defiendan esta intención de promover la unión civil y donde los sectores activistas también moderen un poco sus broncas, motivadas por la represión de años. Ese afán debería ser mejor utilizado para, parafraseando a Cipriani, poner el zapato en la puerta y empezar a hablar de una discusión seria y alturada sobre la equidad de derechos y el trato igualitario a todos los ciudadanos sin distinción.
Un debate, donde ya no se llame “comunidad” a los LGTB sino simple y llanamente CIUDADANOS y CIUDADANAS con derechos y con deberes que deben ser respetados y cumplidos por todos y todas.
En la puerta se deben quedar los dogmas (religiosos y políticos), unir fuerzas, combatir si quieren al “enemigo” común y hacer que este tema ocupe un espacio importante en el debate, pero no generando el apanado virtual a quienes no puedan estar de acuerdo, ni exigiendo a algunos dirigentes ser más papistas que el Papa o más “mholistas” que el MHOL.
El debate debe ser serio, al margen de los arranques y pataletas. Con voz firme, eso sí, como se ha logrado obtener victorias sociales durante tantos años, pero sin el arrebato del “fuera de aquí porque no piensas como yo”. Sólo así, se podrá ganar un derecho peleado no sólo aquí sino en tantos otros países. Quienes conocen la historia de Harvey Milk, saben que la unión hizo la fuerza, aunque el sacrificio después fuera alto.