Publicado en la web de noticias Spacio Libre (19 de marzo de 2012)
Hemos estado comentando (aquí y aquí) el artículo “Construcción de Partidos y paradoja del fujimorismo” (LR, febrero 19 de 2012) de Steve Levitsky. En dicho texto, el politólogo estadounidense sostiene que los partidos fuertes no son resultado de ninguna reforma institucional, sino surgen del conflicto y se construyen luchando por o contra algo. Para ello, un partido necesita de una ideología, identidad colectiva o mística, basada en una historia de lucha, que una a los políticos y cuadros más allá de sus ambiciones individuales. Asimismo, necesita cierto arraigo en la sociedad: una militancia y una base más amplia de gente que, aunque no milite activamente, siempre vote por el partido.
Según el propio Levitsky, más allá de lo que sea deseable, la única fuerza política que reúne las condiciones para la consolidación partidaria en el Perú contemporáneo es el fujimorismo, lo cual resulta paradójico ya que no hay nadie más “antipartido” que Alberto Fujimori.
Esas condiciones estarían dadas porque el fujimorismo pasó por dos conflictos importantes. Primero, la lucha contra Sendero Luminoso, que marcó fuertemente a muchos fujimoristas, generando una defensa incondicional de la guerra contrasubversiva de los 90, una línea dura contra la subversión, y una profunda desconfianza hacia los organismos de DDHH. Esto constituiría el cemento ideológico que une a todos los fujimoristas.
De otro lado, y quizá lo más importante, las denuncias, investigaciones y procesos judiciales (sobre todo, el juicio a Fujimori) que surgieron con la transición democrática, fueron asumidas por los fujimoristas como una persecución política. Entonces, la defensa de Fujimori se convirtió en una lucha política, que a la larga fortaleció al movimiento, dotándola de una militancia, de una ideología y de una mística; logrando que una fuerza que había sido derrotada, desprestigiada y fragmentada, resucite con una identidad colectiva más fuerte. Claro –precisa Levitsky– el fujimorismo no es un partido de masas, y su militancia y mística no se comparan con las del aprismo en su época dorada; pero, a diferencia de Perú Posible, Solidaridad Nacional o el Partido Nacionalista, tiene las materias primas –militancia, identidad, ideología– para la consolidación partidaria.
A mi juicio, la lectura de Levitsky sobre la situación del fujimorismo es básicamente correcta; aunque con algunas precisiones. Lo que hubo contra el fujimorismo no fue una persecución política, sino una legítima judicialización, juzgamiento y condena por delitos y crímenes cometidos por diversos agentes del gobierno de Fujimori debidamente individualizados; lo que a veces resulta inusual en procesos de transición a la democracia, en que los autócratas que ceden el poder suelen pactar o asegurarse diversas formas de impunidad para ellos y sus huestes.
El fujimorismo fue hábil en victimizarse y presentar a Alberto Fujimori como perseguido político
Sin embargo, al margen que las condenas impuestas por el Poder Judicial hayan sido justas y legítimas, los fujimoristas fueron hábiles en victimizarse y lograr presentar los procesos judiciales como evidencia de una persecución política que en verdad nunca existió. Asimismo, sin quererlo ni desearlo, la férrea posición crítica contra el fujimorismo de diversos sectores sociales (organismos de DDHH, organizaciones de la sociedad civil, movimientos, opinión pública, “partidos” y ciudadanos en general, que en su momento constituyeron la Oposición Democrática al fujimorato), contribuyó a una polarización fujimorismo – antifujimorismo, que subsiste hasta ahora. Esto generó el contexto de conflicto e historia de lucha política necesario para que el fujimorismo se fortalezca, y genere una identidad colectiva, una militancia y una base social.
Ahora bien, a propósito del mismo artículo, en un post anterior nos preguntábamos si la consolidación partidaria únicamente puede ocurrir en contextos de conflicto, polarización, violencia o represión extrema, como sostiene Levitsky. Admitiendo plenamente que los partidos se consolidan en la lucha política, nos preguntábamos, sin embargo, si esa lucha política tiene necesariamente que llegar a ser violenta, es decir, darse en contextos en que las instituciones de la democracia política no funcionan plenamente. ¿No es posible acaso el surgimiento de partidos fuertes en contextos, ciertamente de lucha política, pero en que las reglas de la competencia democrática por el poder político no estén en cuestión por el ejercicio de la violencia? De no ser así, la única esperanza que tendríamos para que en Perú surjan partidos fuertes sería esperar (o incluso forzar) que se genere un clima de convulsión social en el que se supone pueden florecer estas organizaciones.
Creo que el mismo caso del fujimorismo nos ofrece la respuesta. Este movimiento se fortaleció y generó una fuerte identidad política en un contexto plenamente democrático; en que no hubo, ni por asomo, un tipo de persecución como el que en su momento sufrió, por ejemplo, el Partido Aprista. La lucha política en que se involucró el fujimorismo no fue resultado de la violencia, la revolución, la guerra civil o la extrema represión; sino de una hábil victimización, de la definición de un enemigo político contra el cual luchar (lo cual fue facilitado por la aparición de un movimiento antifujimorista que lo confrontó) y de una causa por la que luchar (la liberación de su líder condenado por delitos de lesa humanidad, aunque presentado como un perseguido político).
El movimiento antifujimorista fue el enemigo político contra el cual el fujimorismo pudo luchar