Mario Vargas Llosa, nuestro peruano más universal, recibe hoy, en Estocolmo, el Premio Nobel de Literatura 2010. Como parte de los actos preparatorios de dicho acto, hace tres días nuestro laureado escritor pronunció su discurso “Elogio de la lectura y la ficción”, elaborado para la ocasión.
En ese discurso, que sin duda será memorable, Vargas Llosa realiza un recuento de su existencia, contándole al mundo sobre el origen de su amor por la lectura y la literatura; sobre los grandes maestros de las letras universales de los que aprendió (Flaubert, Faulkner, Dickens, Tolstoi, Camus, Orwell, entre otros); sobre la importancia que la literatura, la ficción, ha tenido y tiene para la existencia de la civilización y para tender puentes entre gente de todo el orbe, más allá de las diferencias de idiomas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan; o sobre su primer amor: el teatro.
Cómo no podía ser de otra manera, en este discurso tampoco podían faltar sus alusiones a sus principales líneas de pensamiento, aquellas que lo han convertido en un referente no sólo en el campo de la literatura, sino en el mundo de la política, por más que “algunos que juzgan a los demás desde su propia pequeñez”, como diría Vargas Llosa, le indilguen que él es un político fracasado.
Así, nuestro premio Nobel se refiere a su decidida apuesta contra toda forma de fanatismo y autoritarismo, sean estas de derecha o de izquierda. Una apuesta que hizo, incluso, que en su momento adopte una firme posición contra el régimen autoritario de Alberto Fujimori, en una actitud que pretendió ser asumida por sus enemigos como un acto de traición dictado por el resentimiento. Sobre el particular dice:
“En mi juventud, como muchos escritores de mi generación, fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo. Mi decepción del estatismo y el colectivismo y mi tránsito hacia el demócrata y liberal que soy –que trato de ser– fue largo, difícil, y se llevo a cabo despacio y a raíz de episodios como la conversión de la Revolución Cubana, que me había entusiasmado al principio, al modelo autoritario y vertical de la Unisón Soviética, el testimonio de los disidentes que conseguía escurrirse entre las alambradas del Gulag, la invasión de Checoslovaquia por los países del Pacto de Varsovia, y gracias a pensadores como Raymond Aron, Jean-François Revel, Isaiah Berlin y Karl Popper, a quienes debo mi revalorización de la cultura democrática y de la sociedades abiertas. Esos maestros fueron un ejemplo de lucidez y gallardía cuando la intelligentsia de Occidente parecía, por frivolidad u oportunismo, haber sucumbido al hechizo del socialismo soviético, o, peor todavía, al aquelarre sanguinario de la revolución cultural china.”
Así también, en otro momento, hablando además del profundo amor que siente por el Perú, dice:
“Al Perú yo lo llevo en las entrañas porque en él nací, crecí, me formé, y viví aquellas experiencias de mi niñez y juventud que modelaron mi personalidad, fraguaron mi vocación, y porque allí amé, odié, gocé, sufrí y soñé. Lo que en él ocurre me afecta más, me conmueve y exaspera más que lo que sucede en otras partes. No lo he buscado ni me lo he impuesto, simplemente es así. Algunos compatriotas me acusaron de traidor y estuve a punto de perder la ciudadanía cuando, durante la última dictadura, pedí a los gobiernos democráticos del mundo que penalizaran al régimen con sanciones diplomáticas y económicas, como lo he hecho siempre con todas las dictaduras, del cualquier índole, la de Pinochet, la de Fidel Castro, la de los talibanes de Afganistán, la de los imanes de Irán, la del apartheid de África del Sur, la de los sátrapas uniformados de Birmania (hoy Myanmar). Y lo volvería a hacer mañana si –el destino no lo quiera y los peruanos no lo permitan– el Perú fuera víctima una vez más de un golpe de Estado que aniquilara nuestra frágil democracia. Aquella no fue la acción precipitada y pasional de un resentido, como escribieron algunos polígrafos acostumbrados a juzgar a los demás desde su propia pequeñez. Fue un acto coherente con mi convicción de que una dictadura representa el mal absoluto para un país, una fuente de brutalidad y corrupción y de heridas profundas que tardan mucho en cerrar, envenena su futuro y crean hábitos y prácticas malsanas que se prolongan a lo largo de generaciones demorando la reconstrucción democrática. Por eso, las dictaduras deben ser combatidas sin contemplaciones, por todos los medios a nuestro alcance, incluidas las sanciones económicas…”
Otra de las partes del discurso, que me parece todo peruano debería leer, es aquella en que se refiere al Perú de todas las sangres y hace un homenaje a otro gran escritor peruano:
“Un compatriota mío, José María Arguedas, llamó al Perú el país de ‘todas las sangres’. No creo que haya fórmula que lo defina mejor. Eso somos y eso llevamos dentro todos los peruanos, nos guste o no: una suma de traiciones, razas, creencias y culturas procedentes de los cuatro puntos cardinales. A mí me enorgullece sentirme heredero de las culturas prehispánicas que fabricaron los tejidos y mantos de plumas de Nasca y Paracas y los ceramios mochicas o incas que se exhiben en los mejores museos del mundo, de los constructores de Machu Picchu, el Gran Chimú, Chan Chan, Kuélap, Sipán, las huacas de La Bruja y del Sol y de la Luna, y de los españoles que, con sus alforjas, espadas y caballos, trajeron al Perú a Grecia, Roma, la tradición judeo–cristiana, el Renacimiento, Cervantes, Quevedo y Góngora, y la lengua recia de Castilla que los Andes dulcificaron. Y que con España llegara también el África con su reciedumbre, su música y su efervescente imaginación a enriquecer la heterogeneidad peruana. Si escarbamos un poco descubrimos que el Perú, como el aleph de Borges, es un pequeño formato del mundo entero. ¡Qué extraordinario privilegio el de un país que no tiene una identidad porque las tiene todas!
“La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica.
“Porque, al independizarse de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con toda codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.”
En otro momento se refiere también al amor que siente por Patricia, su esposa, pero sobre eso ya se ha dicho bastante.
A mí me pareció el discurso de los ganadores del Nobel más olvidable, prefiero el de Coetzee, el de Paz, y esto no tiene que ver con el merecido premio que tiene.
Aquí el texto del discurso para el brindis: http://www.scribd.com/doc/4…
Excelente! fiel a su estilo nuestro MVLL.
Estimada Mónica, seguramente tienes razón cuando sugieres que han existido mejores discursos de ganadores del premio Nobel. Con tantos ganadores del Nobel de Literatura, es natural que hayan muchos que sean mejores. Lamentablemente, en medio de mi ignorancia, no he tenido la ocasión de leer otros discurso de ese tipo.
Sin embargo, me permito discrepar contigo en que el de Vargas Llosa sea un discurso olvidable. Quizá si lo vemos en términos abstractos, ello podría ser verdad, pero si lo vemos, por ejemplo, desde la perspectiva más concreta de ser peruano, creo que sí es un discurso memorable. Personalmente, la parte en que se refiere al Perú de todas las sangres, haciendo de paso un homenaje a ese otro gran peruano José María Arguedas, me ha conmovido. Y estoy seguro que también a muchos de nuestros compatriotas. Y si eso ha logrado su discurso, personalmente me parece irrelevante que, comparativamente, hayan existidos muchos mejores discursos.