El concilio que unificó la fe: Nicea, en torno a Cristo
7:00 p.m. | 26 may 25 (LCC/VN).- Nicea (325), el primer concilio ecuménico, no solo definió la divinidad de Cristo, sino que ofreció a los cristianos un lenguaje común de fe. Pero Nicea no es solo historia. A 1700 años, su herencia ilumina un presente marcado por fracturas, y un reciente documento de la Santa Sede recuerda que su Credo aún guía a la Iglesia. En tiempos de crisis, su legado doctrinal y espiritual interpela a encontrar nuevos caminos de comunión. Francisco quiso conmemorar este aniversario antes de morir, y León XIV ya expresó su deseo de viajar a Turquía.
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“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra…” Este inicio del Credo, que los fieles rezan en misa, resume la fe católica y fue el principal fruto doctrinal del Concilio de Nicea, del que se cumplen 1.700 años el 20 de mayo. Este primer concilio ecuménico fue convocado por el emperador Constantino en 325, tras el Edicto de Milán y la oficialización del cristianismo como religión del Imperio. Participaron entre 250 y 300 obispos, de Oriente y Occidente.
El Concilio es fundamental por definir dogmas sobre la naturaleza de Cristo y la Trinidad, especialmente frente a la herejía del arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo. Arrio afirmaba que el Hijo no era eterno ni de la misma esencia que el Padre, sino creado. Según teólogos como Atanasio, esta doctrina negaba la salvación, ya que solo Dios puede salvar. Aunque Arrio ya había sido condenado antes, su influencia persistía en la corte imperial. Nicea respondió con firmeza, anatemizando el arrianismo y formulando el Credo trinitario, confirmado luego en Constantinopla (381).
El concilio también resolvió otros temas: fijó la fecha común para la Pascua según la práctica occidental, resolvió el cisma de Melecio de Licópolis (aunque sus seguidores luego se unieron a los arrianos) y abordó cuestiones como el bautismo de herejes, en los llamados “Veinte Cánones”. En conjunto, Nicea marcó un paso decisivo para la unidad doctrinal y la consolidación del cristianismo en el Imperio.
En esta publicación reproducimos una reseña de un reciente documento de la Comisión Teológica Internacional, que recoge enseñanzas del emblemático Concilio de Nicea para aplicarlas a las crisis actuales de la Iglesia y de la humanidad, subrayando la unidad como clave para avanzar. También ofrecemos información sobre el intento del papa Francisco por conmemorar este aniversario antes de su fallecimiento y los planes del actual pontífice, León XIV, quien ya ha anunciado la posibilidad de viajar a Nicea este año. Finalmente, incluimos un extracto de un extenso artículo publicado en La Civiltà Cattolica, que analiza el contexto y las decisiones fundamentales del Concilio de Nicea.
VIDEO. Historia de la Iglesia. El Concilio de Nicea
En tiempo de “incertidumbres”, Nicea llama a “ensanchar el corazón y la mente”
El 20 de mayo del año 325 se celebró la apertura del Concilio Ecuménico de Nicea, que fue el primero de todos y que se desarrolló en un tiempo en el que la Iglesia era solo una. Entonces, pese a los agitados debates teológicos que siempre ha habido en estos dos milenios desde el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, no parecían atisbarse los cismas que, con el tiempo, la acabaron dividiendo, emergiendo la Iglesia ortodoxa y diversas evangélicas.
De cara a este 1700.º aniversario, la Comisión Teológica Internacional (CTI) ha difundido este 3 de abril un significativo documento que se titula Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador. En él se enfatiza que del Concilio de Nicea “surgió el Credo, que, completado por el Concilio de Constantinopla en 381, se convirtió en el documento de identidad de la fe en Jesucristo profesada por la Iglesia”.
Además, coincide que el aniversario se celebra en este año jubilar, centrado en “Cristo nuestra esperanza”, y se da la circunstancia de que “todos los cristianos, en Oriente y en Occidente”, celebrarán el mismo día la Pascua de Resurrección (este año, por casualidad, la fecha cuadra en los calendarios juliano y gregoriano).
Motivos más que suficientes para percibir una luz de esperanza y fraternidad “en un momento histórico como el que vivimos, marcado por la tragedia de la guerra y por innumerables angustias e incertidumbres”. Así, frente a todo ello, emerge “lo esencial para los cristianos, lo más bello, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”; esto es, “la fe en Jesucristo proclamada en Nicea”.
Para la CTI, “se trata no solo de recordar el tenor y la significación del Concilio, sin duda de capital importancia en la historia de la Iglesia, sino también de sacar a la luz los extraordinarios recursos que el Credo, profesado desde entonces, conserva y relanza en la perspectiva de la nueva etapa de evangelización que la Iglesia está llamada a vivir”.
LEER. Documento Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador (completo, web)
VIDEO. Casi 1700 años desde el primer concilio ecuménico de la Iglesia
Cambio de época
A su vez, el objetivo es “poner de relieve la apreciable pertinencia de estos recursos para una gestación responsable y compartida del cambio de época que afecta a la cultura y a la sociedad en todo el mundo”. Y es que “la fe profesada en Nicea nos abre los ojos a la novedad disruptiva y permanente que se produjo con la venida entre nosotros del Hijo de Dios”.
Del mismo modo que “nos impulsa a ensanchar el corazón y la mente para acoger y negociar con el don de esta mirada decisiva sobre el sentido y el destino de la historia”. Todo “a la luz de ese Dios” que, “por medio de su Hijo unigénito”, “nos hace también partícipes de ella por su encarnación, sobre todos, derramando generosamente y sin exclusión el soplo de la liberación del egoísmo, de la relación en apertura recíproca y de la comunión del Espíritu Santo, más allá de toda barrera”.
Buscando poner en el centro de todo “la fe que testimonia y transmite el Concilio de Nicea”, esta se recoge en su plenitud al encarnar “la verdad de un Dios que, siendo amor, es Trinidad y que en el Hijo se hace uno de nosotros por amor”.
LEER. Comunicado de prensa de la presentación del documento de la CTI
Fraternidad entre personas y pueblos
Desde ahí, desde “el principio auténtico de la fraternidad entre las personas y los pueblos”, las Iglesias cristianas apelan a “la transformación de la historia a la luz de la oración que Jesús dirigió al Padre en la inminencia del don supremo de su vida por nosotros: ‘Padre, que todos sean uno, como tú y yo somos uno’ (cf. Jn 17,22)”.
En definitiva, “el Credo de Nicea constituye, en el corazón de la fe de la Iglesia, una fuente de agua viva de la que beber también hoy para entrar en la mirada de Jesús y, en Él, en la mirada que Dios, el ‘Abbá’, tiene sobre todos sus hijos y sobre toda la creación”. Empezando “por los más pequeños, los más pobres y desechados”.
Puesto que, “en Nicea, por primera vez, la unidad y la misión de la Iglesia se expresaron de modo emblemático a nivel universal (de ahí su calificación de Concilio ecuménico) en la forma sinodal de ese caminar juntos que le es propio”, se concluye que este es “un punto de referencia e inspiración autorizada en el proceso sinodal en el que hoy está inmersa la Iglesia católica”.
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El papa Francisco y Nicea
El 28 de noviembre de 2024, en su discurso a los participantes en la sesión plenaria de la Comisión Teológica Internacional, el papa Francisco había definido el Primer Concilio Ecuménico de Nicea “un hito en el camino de la Iglesia y también de toda la humanidad, porque la fe en Jesús, el Hijo de Dios hecho carne por nosotros y para nuestra salvación, fue formulada y profesada como una luz que ilumina el sentido de la realidad y el destino de toda la historia”.
Afirmando que el Hijo es de la misma sustancia que el Padre, de hecho, el Concilio “ilumina algo esencial: en Jesús -afirmó el difunto Pontífice- podemos conocer el rostro de Dios y, al mismo tiempo, también el rostro del hombre, descubriéndonos hijos en el Hijo y hermanos entre nosotros. Una fraternidad, aquella enraizada en Cristo, que se convierte para nosotros en una tarea ética fundamental”.
Francisco, refiriéndose entonces precisamente al documento que estaba preparando la Comisión, observó que “podrá ser precioso, en el curso del año jubilar, para alimentar y profundizar la fe de los creyentes y, a partir de la figura de Jesús, ofrecer también pistas y reflexiones útiles para un nuevo paradigma cultural y social, inspirado precisamente en la humanidad de Cristo”.
Bartolomé se reúne con León XIV: “Desea ir a Nicea”
El aniversario del Concilio ha coincidido con los primeros días del pontificado de León XIV, quien, tras la Misa de inauguración de su pontificado, se encontró con el patriarca Bartolomé I. Este, en declaraciones a la cadena TV2000, dijo que el nuevo Papa le había manifestado su deseo de ir a Turquía para visitar Nicea, hoy Iznik. Señaló el líder ortodoxo que espera que la visita se lleve a cabo este mismo año y avanzó una fecha posible: el 30 de noviembre.
“He visto con gran satisfacción que podemos continuar en el mismo camino de nuestras iglesias para todo el cristianismo, por la paz en el mundo”, comentó el Patriarca Ecuménico a los micrófonos de Tv2000 fuera de Santa María la Mayor, donde fue a visitar la tumba del papa Francisco. Su sucesor León XIV, dijo Bartolomé, “me aseguró que le gustaría ir a Turquía para el aniversario de Nicea”. Un deseo expresado muchas veces por Francisco que, a pesar de la grave enfermedad de los últimos tiempos, nunca perdió la esperanza de poder realizar ese importante viaje.
Con el papa León XIV “no hemos fijado una fecha concreta, pero sin duda este año”, dijo el primado ortodoxo, señalando noviembre, cuando se celebra la fiesta de San Andrés, como un posible período. “Este es nuestro deseo, también nuestro augurio”, dijo, “y será un honor para nosotros acoger a Su Santidad el papa León, quizá en su primer viaje fuera del Vaticano”. A Nicea, pero también una visita oficial a la Iglesia de Constantinopla, al Patriarcado Ecuménico.
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Concilio de Nicea: Contexto, convocación y decisiones
En junio del año 325 tuvo lugar en Nicea el primer Concilio ecuménico de la Iglesia, un evento fundacional tanto para la historia del cristianismo como para su relación con el poder imperial. Convocado por el emperador Constantino I, este Concilio reunió a obispos de todo el mundo conocido con el objetivo de resolver las divisiones doctrinales que amenazaban la unidad de la Iglesia y, por ende, del Imperio. A 1700 años de aquel encuentro, su legado teológico y político sigue siendo objeto de análisis y reflexión.
El conflicto que lo desencadenó: Arrio y la divinidad de Cristo
La chispa inmediata que motivó la convocatoria del Concilio fue una controversia teológica originada en Alejandría, hacia el año 320. Allí, el presbítero Arrio defendía una visión radical sobre la naturaleza del Hijo de Dios. Sostenía que el Hijo no era eterno ni consustancial al Padre, sino la primera criatura de Dios, creada antes del tiempo. Aunque excelsa, esta criatura no era divina en sentido pleno y podía incluso, en teoría, haber pecado.
Esta postura fue considerada inaceptable por el obispo Alejandro de Alejandría, quien convocó un sínodo local que excomulgó a Arrio y a varios de sus seguidores, incluidos dos obispos. Sin embargo, la disputa no se detuvo en Egipto. Arrio escribió a otros obispos del Imperio buscando respaldo, entre ellos Eusebio de Nicomedia, defensor de su causa. Al mismo tiempo, Alejandro informaba a sus colegas episcopales de la condena, lo que rápidamente transformó un conflicto local en una crisis que abarcaba a toda la Iglesia.
El papel de Constantino: entre teología y política
Ante la expansión del conflicto, el emperador Constantino, recientemente victorioso sobre su rival Licinio y convertido en el único soberano del Imperio, intentó mediar. Envió a su consejero Osio de Córdoba con una carta instando a la reconciliación entre Alejandro y Arrio. Pero el intento fracasó. La discordia crecía y amenazaba con minar la paz religiosa que Constantino consideraba esencial para la estabilidad del Estado.
Para Constantino, la religión no debía dividir a sus súbditos, sino unirlos. Si bien personalmente mostraba escaso interés por las disputas teológicas, veía en el conflicto una amenaza para el orden imperial. De ahí que, a finales del año 324, decidiera convocar un Concilio ecuménico para resolver las disputas. Este gesto no solo evidenciaba su nueva autoridad sobre todo el Imperio, sino también su voluntad de consolidar una Iglesia unificada y alineada con los fines del Estado.
Un imperio cristiano en transición
La convocatoria del Concilio tuvo lugar en un momento simbólicamente fuerte para Constantino. En el año 325 celebraba las vicennalia, los veinte años de su ascenso al trono, un hito que deseaba coronar con la proclamación de la paz religiosa y la victoria espiritual de su gobierno. En cartas anteriores ya había decretado el fin de las persecuciones y la devolución de bienes eclesiásticos. Pero quedaban heridas abiertas: cismas internos, como el de los donatistas en África y los melecianos en Egipto, reflejaban una Iglesia todavía fracturada.
Constantino se trasladó a su residencia imperial en Nicomedia, desde donde envió la convocatoria al Concilio. La fecha propuesta fue el 19 de junio de 325, y las invitaciones comenzaron a circular en los meses previos. El emperador no escatimó en medios: asumió los costos del viaje de los obispos y facilitó su estancia. Para él, este evento no solo debía zanjar las controversias, sino también sellar simbólicamente la unidad del Imperio bajo una sola fe y una misma autoridad.
Nicea: un Concilio verdaderamente universal
La elección de Nicea (actual Iznik, en Turquía) no fue casual: se encontraba cerca de Nicomedia, sede del palacio imperial, y ofrecía las condiciones logísticas necesarias para acoger a cientos de participantes. Según Eusebio de Cesarea, asistieron entre 250 y 318 obispos, acompañados por diáconos y asistentes. Procedían de todas las regiones del Imperio: Siria, Palestina, Egipto, Asia Menor, Grecia, África del Norte, e incluso de zonas remotas como Escitia y Persia. También estuvieron presentes delegados del obispo de Roma.
En la apertura del Concilio, uno de los obispos —según las fuentes, Eusebio de Cesarea o Eustacio de Antioquía— pronunció un discurso de bienvenida. Constantino, vestido de oro y púrpura, se dirigió a los asistentes en latín, llamándolos “sacerdotes de Cristo” y exhortándolos a superar sus divisiones. Su intervención, traducida al griego para la mayoría de los presentes, consolidó su rol como garante de la paz eclesial, aunque no como autoridad doctrinal.
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La agenda de Constantino y las prioridades del Concilio
Aunque los obispos llevaron al Concilio numerosas peticiones y temas particulares, Constantino —según las fuentes— ordenó quemarlas por considerarlas excesivas y fuera de lugar. Su interés estaba en resolver unos pocos asuntos clave, en particular los que afectaban a la cohesión del culto. Para él, la controversia arriana era un problema menor, una “disputa infantil” que debía ser superada en favor de la unidad. Sin embargo, el debate fue intenso. La controversia entre los seguidores de Arrio y quienes defendían la plena divinidad del Hijo dividía al episcopado.
Fue en ese contexto que se redactó un Credo común. Este afirmaba que el Hijo era “engendrado, no creado, consustancial (homoousios) con el Padre”. La inclusión de este término fue decisiva: rechazaba la idea de que el Hijo fuera inferior o distinto en esencia al Padre. Algunos historiadores sugieren que el propio Constantino propuso la palabra, ignorando quizás sus antecedentes filosóficos controvertidos. Aunque algunos obispos mostraron reticencias, finalmente el texto fue aprobado, y se condenó explícitamente a Arrio y su doctrina. Así se dio origen al llamado Credo de Nicea, que, con algunas variaciones, sería proclamado por los concilios posteriores y adoptado por la mayoría de las Iglesias cristianas.
Pascua: una cuestión política y litúrgica
El otro gran asunto tratado fue la unificación de la fecha de la Pascua. Hasta entonces, su celebración variaba según las regiones: algunas Iglesias seguían el calendario judío, otras usaban cálculos propios. Constantino promovió una solución común y desvinculada del calendario hebreo. En su carta dirigida a los obispos tras el Concilio, describió esta decisión como su mayor logro. Para el emperador, unificar la Pascua tenía un valor político: establecía una práctica ritual compartida por todos los cristianos, reforzando la idea de una Iglesia universal. La medida también buscaba alejar al cristianismo de sus raíces judías, afirmando una identidad propia. La carta de Constantino subraya que esa fecha debía celebrarse “con un mismo espíritu y en una misma jornada en todo el mundo cristiano”.
Cismas, disciplina y orden eclesial
El Concilio también abordó otras divisiones que afectaban a la Iglesia, como el cisma donatista en África y el movimiento meleciano en Egipto. Ambas corrientes defendían una visión rigorista y se oponían a la reintegración de cristianos que habían cedido durante las persecuciones. Estas Iglesias paralelas generaban tensiones que no podían ignorarse. El canon octavo del Concilio se dedicó específicamente a estos temas, buscando soluciones que combinaran disciplina con reconciliación. Para Constantino, estos conflictos eran más graves que la disputa arriana, pues afectaban directamente a la estructura eclesial y al control del culto. La consolidación de una Iglesia unificada pasaba también por resolver estos cismas, que cuestionaban la autoridad de los obispos y fragmentaban las comunidades locales.
La recepción y el legado
El Concilio de Nicea marcó un antes y un después en la historia del cristianismo. No fue solo una reunión doctrinal, sino un acto fundacional: por primera vez, el cristianismo articulaba su fe con una voz común, y lo hacía bajo el auspicio del poder imperial. La figura de Constantino fue central. Aunque no participó directamente en las discusiones teológicas, su presencia, apoyo logístico y autoridad simbólica resultaron determinantes. El banquete imperial ofrecido al final del Concilio fue más que una celebración: fue una afirmación del nuevo lugar del cristianismo en el mundo romano. De perseguida y marginal, la Iglesia pasaba a ser reconocida y promovida por el Estado, con obispos convertidos en figuras institucionales y un cuerpo doctrinal que fijaba las bases de la ortodoxia.
Aunque el Concilio condenó el arrianismo, este no desapareció inmediatamente. Durante las décadas siguientes, continuaron los conflictos, las tensiones entre obispos y emperadores, e incluso hubo Concilios que intentaron reinterpretar o matizar las decisiones de Nicea. Sin embargo, el Credo elaborado allí se mantuvo como referencia doctrinal, y la celebración de la Pascua unificada se fue imponiendo progresivamente. Con el tiempo, Nicea fue considerado el modelo de los concilios ecuménicos, y su autoridad se consolidó como pilar de la Iglesia católica. A lo largo de los siglos, su ejemplo sirvió para convocar nuevas asambleas en momentos de crisis, reafirmar la fe común y consolidar la disciplina eclesial.
Conclusión: entre fe, unidad y poder
A 1700 años del Concilio de Nicea, su influencia perdura. Fue el primer intento exitoso de definir la fe cristiana de forma universal y de organizar institucionalmente a la Iglesia. También fue un momento de convergencia entre el cristianismo y el poder imperial, cuyas implicancias marcarían la historia de Occidente. Nicea nos recuerda que la Iglesia no nació homogénea, sino atravesada por tensiones y diversidad. Su unidad fue fruto de un esfuerzo colectivo, influido por circunstancias históricas, políticas y teológicas. Comprender este legado es clave para entender no solo el pasado de la Iglesia, sino también los desafíos actuales de la fe, la autoridad y la convivencia eclesial.
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Fuentes
La Civiltà Cattolica / Revista Vida Nueva / Vatican News (2) / El Debate / Videos: Radio María (Argentina) – Rome Reports – Arq. Zaragoza – Canal Documentales – Academia Play – Historia Incomprendida / Foto: Vatican News