¿Por qué leer al P. Spadaro sobre el “ecumenismo del odio”?

8:00 p m| 2 ago 17 (CW/BV).- La revista jesuita La Civiltà Cattolica, con sede en Roma, es una de las fuentes más importantes para entender la relación entre los jesuitas, el papado y la Iglesia católica, por un lado, y el mundo secular y moderno, por el otro. Desde su fundación en 1850, sus artículos han señalado posiciones particulares o transformaciones en temas importantes, como la libertad religiosa, el comunismo, y el racismo y el antisemitismo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El ejemplo más reciente es un artículo de su director, el P. Antonio Spadaro, SJ, y Marcelo Figueroa, teólogo presbiteriano argentino que desde junio de 2016 ha sido editor de la edición argentina del periódico vaticano L’Osservatore Romano.

En una crítica fuerte y directa, argumentan que los esfuerzos por construir vínculos entre católicos conservadores y protestantes evangélicos estadounidenses han sido motivados más por intereses políticos que religiosos, y han tenido un impacto en la cultura política de los católicos conservadores en los Estados Unidos. Recogemos el análisis de Massimo Faggioli publicado en Commonweal, acompañada por el texto completo de La Civiltà Cattolica, así como otros comentarios con diferentes perspectivas desde la polémica generada por el artículo.

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Aunque el artículo de La Civiltà Cattolica haya sido coescrito por su director, que también ha estado entre los aliados más cercanos del Papa Francisco desde el comienzo de su papado, no representa la posición oficial de la publicación, los jesuitas o el Vaticano. Hay una tendencia -a veces- a ver en todas las cosas del Vaticano una unidad ideológica e intelectual que no existe y que nunca ha existido.

La Civiltà Cattolica es revisada por el Vaticano antes de su publicación, pero las relaciones entre la santa sede y la revista siempre han sido complicadas (por ejemplo, durante el pontificado de Juan Pablo II) -no menos complicadas que las relaciones entre el papado y los jesuitas. Y no es solo cuestión de relaciones de poder entre el papa, la revista y los jesuitas. También es una cuestión de relaciones entre los propios jesuitas -dentro de La Civiltà Cattolica y dentro de la Compañía de Jesús, en Italia y en el mundo.

El artículo es de lectura obligada, y es probable que sea recordado por varias razones. La primera tiene que ver con el papel de La Civiltà Cattolica en el pontificado de Francisco. Lo que hace la revista es mucho más importante para entender a este papa que lo que hace la curia, especialmente la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos del prefecto cardenal Robert Sarah y la Congregación para la Doctrina de la Fe -al menos hasta la partida del cardenal Müller y la llegada del arzobispo Ladaria. No son sólo los artículos que la revista gestiona, sino también todos los libros provenientes de los jesuitas de Villa Malta y los numerosos eventos que patrocinan y reciben. A principios de este año, la revista lanzó ediciones en francés, inglés, español y coreano.

Pero tal compromiso activo no es nuevo; de hecho, se remonta a casi sesenta años atrás, a la dirección del P. Roberto Tucci, como Spadaro, un jesuita italiano familiarizado con el mundo de habla inglesa. Durante el pontificado de Juan XXIII, Tucci posicionó a La Civiltà para respaldar su mensaje teológico, así como al Concilio Vaticano II, que enfrentó una oposición significativa tanto dentro de la Iglesia Católica como de la Compañía de Jesús.

El cambio de La Civiltà Cattolica bajo Tucci fue sólo el preludio del cambio en la orientación teológica general de la Compañía de Jesús que llegó al final del Vaticano II, gracias a su nuevo superior general, el P. Pedro Arrupe. En el contexto de la llamada globalización del catolicismo, La Civiltà no es el megáfono del Vaticano. Pero ha habido una coincidencia de pensamiento con Francisco, y la revista está reflejando las opiniones de un pontífice que eligió desde el principio no tener su propia curia romana ideológicamente alineada en la forma en que Juan Pablo II o Benedicto XVI lo hicieron.

La segunda razón tiene que ver con lo que representa el artículo de Spadaro-Figueroa: otra fase en la relación -todavía en desarrollo (y a veces difícil)- entre Francisco, el catolicismo estadounidense y los Estados Unidos en general. La primera fase abarcó los primeros dos años del pontificado de Bergoglio (de marzo de 2013 a septiembre de 2015), que se destacaron por la precaución de parte de Francisco, incluso frente a las crecientes críticas -que se hicieron públicas- de ciertos prelados estadounidenses en el verano del 2013. Durante esos dos años Francisco tuvo que prepararse para la Asamblea del Sínodo sobre la familia y para su viaje a Estados Unidos -destinado específicamente a establecer relaciones “normales” con la Iglesia católica más poderosa del Atlántico Norte.

La segunda fase comenzó con la segunda Asamblea del Sínodo sobre la familia, en octubre de 2015, cuando algunos obispos y cardenales de los Estados Unidos emergieron como voces principales de la oposición a Francisco. La aceptación del sínodo y la difícil acogida (o no acogida) de Amoris laetitia -especialmente por parte del cardenal Burke, del arzobispo Chaput y una mayoría del episcopado de los Estados Unidos- hizo claro lo complicada que sería esa relación.

La tercera fase abarca la campaña y la elección de Donald Trump en 2016. Durante este tiempo hubo un intercambio sin precedentes entre un papa y un candidato presidencial de Estados Unidos, cuya victoria final fue ayudada por una mayoría de católicos blancos y el apoyo de algunos líderes de la iglesia de EE.UU. -a pesar de las declaraciones islamófobas de Trump y la defensa de la deportación de inmigrantes indocumentados, entre otras cosas. El artículo de Spadaro-Figueroa marca la última fase de esta breve pero intensa historia y puede leerse como parte de la valoración romana y vaticana de las relaciones entre el catolicismo americano y Trump.

Dicho todo eso, no es la primera vez que se aborda en términos críticos algunas cuestiones políticas cercanas al núcleo de los conservadores estadounidenses. Por ejemplo, el artículo sobre el control de armas por el jesuita Pierre de Charentenay en marzo de 2016, que dejó en claro la negativa de la revista en condonar un elemento clave de la plataforma conservadora “pro-vida” en EE.UU. También se han publicado artículos sobre: las elecciones del 2016, la “prohibición musulmana”, la audiencia de Trump en el Vaticano y la política de relaciones exteriores de Trump.

La tercera razón por la que este artículo es importante es que ofrece una visión poco común del cristianismo de los Estados Unidos, no sólo desde la perspectiva del Vaticano, sino también desde fuera de los Estados Unidos. Vale la pena preguntarse si La Civiltà Cattolica está dando cabida a cómo los cristianos y católicos no americanos en todo el mundo están percibiendo la situación de los Estados Unidos.

El cristianismo y el catolicismo pueden ser globales en la medida en que la tecnología ha permitido la conectividad mundial. Pero todavía hay una desconexión en los frentes intelectual, espiritual y lingüístico. La llamada democratización de la teología (más laicos que estudian y enseñan teología y el debilitado monopolio del clero sobre la teología católica) parece haber ampliado, no reducido, la brecha transatlántica. Esto es parte del “ecumenismo del odio” que habla Spadaro y Figueroa: se han abierto nuevos canales a diferentes iglesias y tradiciones, pero también han dado lugar a nuevas barreras entre los diferentes miembros de una misma iglesia y entre el cristianismo y el islam.

La diferencia radical entre el “ecumenismo de sangre” de Francisco y el “ecumenismo del odio” (que yo podría haber denominado “ecumenismo de las trincheras”, término de Charles Colson, a quien Spadaro y Figueroa mencionan) es parte del “problema del Papa Francisco con los Estados Unidos”: una tensión entre el catolicismo estadounidense y la cultura católica global desde la que habla Francisco y a la que se refiere también. La presidencia de Trump sólo está exacerbando una condición preexistente.

Spadaro y Figueroa captan esta tensión de manera más explícita cuando señalan la diferencia entre la cultura política “dominionista” del ecumenismo político conservador de los “integralistas evangélicos y católicos”, y la aceptación por parte del Papa Francisco de la distinción entre poder político y autoridad religiosa. Al leer algunas de las reacciones al artículo, me sorprendió la falta de comprensión de la diferencia entre la concepción de Francisco de la laicidad como una distinción entre poder religioso y autoridad política y la visión de esta como la estricta separación constitucional entre la Iglesia y el Estado.

La reciente afluencia de conversos de varias iglesias protestantes norteamericanas al catolicismo americano es una posible explicación parcial, en mi opinión, por la falta de familiaridad que muchos observadores del catolicismo estadounidense parecen tener con la historia de la cultura política de la Iglesia Católica -especialmente las diferencias entre etapas en el desarrollo de la doctrina católica sobre la democracia. (Para nombrar sólo tres: el cristianismo católico medieval; las continuidades y discontinuidades entre el Syllabus de Pío IX y Rerum Novarum de León XIII; y los años de la Segunda Guerra Mundial a través del Vaticano II y el período post-Vaticano II).

Pero dejando a un lado la confusión intelectualmente “inepta” de la noción católica que distingue entre el poder político y la autoridad religiosa, y la “separación de la Iglesia y el Estado” constitucionalmente establecida, es innegable que incluso el concepto más suave de la laicidad es hoy inaceptable para muchos líderes católicos norteamericanos (tanto clericales como intelectuales).

En este sentido, el artículo señala algo que realmente le ha sucedido al catolicismo norteamericano: una creciente nostalgia por el agustinismo político como una subordinación jurídica e institucional del orden temporal (política) a lo sobrenatural (la Iglesia). Este neomedievalismo político (consciente e inconsciente) es uno de los efectos secundarios de la deslegitimación moral y teológica de la política actual. Yves Congar, leyendo Gaudium et Spes en diciembre de 1965, pensó que esto ya no formaba parte de la creciente tradición católica.

Steve Bannon y Donald Trump dejarán de ser en algún momento una preocupación del catolicismo americano. Pero esta cuestión particular norteamericana de la relación entre la Iglesia y el poder secular siempre estará allí. La Civiltà Cattolica y grandes sectores del catolicismo estadounidense han estado por mucho tiempo en lados opuestos en el debate sobre la compatibilidad de la iglesia con la democracia liberal. En los viejos tiempos, eran los norteamericanos los que pensaban que eran compatibles y la revista jesuita pensaba que no eran; ahora es al revés.


Fundamentalismo evangélico e integrismo católico. Un ecumenismo sorprendente

Presentamos el enfático artículo sobre política y religión recién publicado por Antonio Spadaro en el último número de la revista La Civiltà Cattolica italiana y que ha creado tanto defensores como retractores entre la comunidad religiosa, así como un gran interés por la prensa internacional.

In God We Trust: tal es la frase impresa en los billetes bancarios de Estados Unidos de América, una frase que es también el lema nacional actual. La frase apareció por vez primera en una moneda del año 1864, pero no se hizo oficial hasta haber pasado por una resolución conjunta del Congreso en 1956. Significa “En Dios confiamos”, y es un lema importante para una nación que en las raíces de su fundación tiene también motivaciones de carácter religioso. Para muchos se trata de una simple declaración de fe, mientras que para otros es la síntesis de una fusión problemática entre religión y Estado, entre fe y política, entre valores religiosos y economía.

Religión, maniqueísmo político y culto al apocalipsis

Especialmente en algunos Gobiernos de Estados Unidos de las últimas décadas se notó el creciente papel de la religión en los procesos electorales y en las decisiones de gobierno: un papel también de orden moral en la identificación de lo que está bien y lo que está mal.

Por momentos esta compenetración entre política, moral y religión asumió un lenguaje maniqueo que divide la realidad entre el bien absoluto y el mal absoluto. En efecto, después de que Bush hablara en su tiempo de un “eje del mal” que hay que enfrentar y, después de los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, hiciera referencia a la responsabilidad de “liberar el mundo del mal”, hoy el presidente Trump dirige su lucha contra una entidad colectiva genéricamente amplia, la de los “malos” (bad) o, también, “muy malos” (very bad). A veces los tonos utilizados por los que lo apoyan en algunas campañas asumen connotaciones que podríamos definir como “épicas”.

Estas actitudes se basan en principios fundamentalistas protestantes evangélicos de comienzos del siglo pasado que se han ido radicalizando poco a poco. En efecto, se pasó de un rechazo a todo aquello que es “mundano”, como se consideraba la política, a perseguir una influencia fuerte y determinada de esa moral religiosa en los procesos democráticos y sus resultados.

Click aquí para leer el artículo completo.


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Fuentes:

“Why Should We Read Spadaro on Catholic Integralism?” de Massimo Faggioli publicado en Commonweal Magazine / La Civiltà Cattolica

Puntuación: 5 / Votos: 2

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