Nuevo concilio de Nicea: El golpe maestro del Papa Francisco

Papa Francisco Concilio Nicea

11.00 p m| 10 jul 14 (MENSAJE/BV).- En reunión con la cabeza de la Iglesia ortodoxa del Oriente, el Pontífice fijó fecha para un histórico tercer encuentro entre las iglesias cristianas: una movida inteligente para influir en la conducción de sus sucesores en el Vaticano. Tras ese encuentro bilateral, Bartolomé concedió una entrevista en la que dijo que él y el Papa están planeando una reunión de las iglesias cristianas el año 2025 en Nicea. ¿Su propósito?: “Celebrar juntos, después de diecisiete siglos, el primer sínodo verdaderamente ecuménico”.

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Después de toda la especulación formulada en torno a la capacidad del Papa Francisco para ayudar a la paz en el Medio Oriente, finalmente la noticia más importante de su visita a esa zona se produjo en su cita con el patriarca Bartolomé, máximo líder de la Iglesia ortodoxa oriental.

“Hemos acordado dejar como herencia a nosotros mismos y a nuestros sucesores el reunirse en Nicea en 2025, para celebrar todos juntos, después de 17 siglos, el primer Sínodo realmente ecuménico de donde salió el Credo”, dijo Bartolomé I a la agencia Asia News, al regresar de Jerusalén donde se reunió con el Papa argentino en el Santo Sepulcro.

El encuentro entre Bartolomé I y Francisco, durante el viaje que realizó a Tierra Santa en mayo, recreó el abrazo que se dieron hace 50 años Pablo VI y el patriarca Atenágoras en 1964, después de un siglo de distanciamiento entre el oriente y el occidente cristiano.

El patriarca ecuménico dijo también que Jerusalén “es el lugar, la tierra del diálogo entre Dios y el hombre, el lugar donde se encarnó el Logos de Dios” y recordó que sus “predecesores, Athenágoras y Pablo VI han elegido este lugar para romper el silencio durante siglos entre las dos Iglesias hermanas”. “He caminado con mi hermano Francisco en esa Tierra Santa no con miedos o temores de Cleofás y Lucas en el camino hacia Emaús, sino inspirado por la viva esperanza como nos enseña Nuestro Señor”, añadió.

Como todos los medios de comunicación del planeta nos han recordado, el Concilio original de los cristianos se celebró en Nicea el año 325 d.C. El lugar corresponde a la actual ciudad de Iznik, Turquía. Ese año se contó con la presencia de cientos de obispos y se formuló el Credo de Nicea, es decir, la expresión de la fe que se sigue utilizando hoy y que a menudo es considerada como la definición del cristianismo.

Tanto la fecha como el lugar tienen importancia simbólica. A pesar de la ligera diferencia en la terminología (la reunión de 2025 será un sínodo, no un concilio) se trata de un esfuerzo consciente para evocar la idea de una Iglesia unificada. Sus promotores quieren que pensemos en el Concilio de Nicea. Nos llaman a remontarnos a una época más simple que la actual, cuando solo había una Iglesia unida, universal y apostólica. Todo lo anterior está muy bien… salvo que la Iglesia no estuvo nunca del todo unificada y que esa reunión no fue del todo fácil.


No fue una celebración de unidad

Cuando fue convocado ese primer Concilio, no existía aún una doctrina formal sobre la Trinidad. Los cristianos podrían haber ampliamente aceptado que Jesús era Dios, pero no estaban de acuerdo sobre cómo lo era ni en qué sentido. La cuestión clave estaba en la relación del Hijo con el Padre y en si Jesús, el Hijo, era de la misma naturaleza divina que Dios, el Padre.

Los que concurrieron no estaban de acuerdo entre sí. Mucho se ha señalado que existía un Partido Arriano, dirigido por Arrio, quien pensaba que el Hijo era una criatura subordinada al Padre. Y que también había un Partido de Nicea, que pensaba que el Hijo era de la misma sustancia exacta de Dios y que existía incluso antes de la creación del tiempo. De hecho, el cristianismo se divide en referencia a eso.

Como Lewis Ayres muestra en su libro “Nicea y su legado”, en esa reunión hubo numerosos puntos de desacuerdo y discrepancia. Gran parte de aquella controversia teológica podría parecer como de menor importancia, pero había mucho en juego. Nicolás, obispo de Myra, condenó a Arrio sin escuchar siquiera sus argumentos.

El Concilio concluyó con el emperador Constantino insistiendo en que los obispos llegaran a un acuerdo sobre el texto del Credo. Él quería la paz y la armonía, y en este sentido no era más que otro gobernante romano interesado en la unidad imperial. El resultado final fue que Arrio perdió por un voto y fue denunciado como un hereje. En el Concilio, así, el Hijo fue declarado de la misma sustancia exacta (homoousios) que el Padre. Se trató de un resultado claro, dio origen a un Credo poético y la mayoría de los asistentes quedaron felices. Eso pareció ser todo, pero no lo fue. Hubo otro Concilio sesenta años más tarde para afinar la redacción del Credo, y Arrio y sus seguidores continuaron creyendo y predicando exactamente lo que pensaban antes.

En resumen, el Concilio de Nicea no fue tanto una celebración de unidad, sino una imposición de la uniformidad teológica. En cierto modo, esto es tranquilizador: cuando no estamos de acuerdo acerca de la doctrina de la Iglesia, podemos consolarnos con la certeza de que si no recurrimos a la violencia física podemos salir adelante en nuestras diferencias.

Cualquiera sea la inexactitud de la mitología que se está promoviendo en la promoción de una reunión “Nicea III”, está claro que el anuncio es un golpe de genio político por parte de los líderes de dos de las denominaciones más grandes de la cristiandad. Bartolomé dijo que él y el Papa Francisco querían dejar el Sínodo como un “legado a nosotros mismos y a nuestros sucesores”.


Un paso valiente

Este es un paso valiente. A pesar del poder y la pompa, los papas luchan por dejar un impacto duradero en sus iglesias ya que, al menos en la teoría, sus sucesores pueden mezclar las cosas. Al anunciar esta reunión con la publicidad que ahora se ha observado, en algún grado están restringiendo la capacidad de acción de sus sucesores. Es decir, este episodio nos otorga mayor evidencia de que el Papa Francisco se interesa más en el control de la dirección del liderazgo de la Iglesia que en la “microgestión” de la vida de los laicos.

Numerosas versiones acerca de esta anunciada reunión sugieren que el Pontífice está trabajando para algo que va más allá de la reforma de la Iglesia católica: está cambiando la cara del cristianismo. Pero se hace vigente una interrogante: si este próximo Sínodo es, como Bartolomé sugiere, un concilio verdaderamente ecuménico, ¿será atractivo para los protestantes?


Fuente:

Revista Mensaje

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