Sí solidaridad, no fanatismo: Fe en cuarentena

2:00 p.m. | 24 abr 20 (RD/AL).- En Lima, las autoridades eclesiales han dispuesto prohibir las celebraciones con presencia de fieles por la pandemia. El Papa había sugerido lo mismo días antes, y más bien se incentivó la participación virtual desde el hogar con la familia. El mensaje apuntó a priorizar la salud y el bien común antes que la práctica rígida de la tradición a ojos cerrados ante la realidad.

Sin embargo, se hizo público el caso de la parroquia Señor de la Divina Misericordia (Lima), que continuó sus misas con fieles, avaladas por el sacerdote. Es importante entonces, observar el serio problema del integrismo católico, o la práctica de una fe aferrada al fanatismo antes que a un Dios que vive entre nosotros. Reunimos la reflexión del teólogo Rolando Iberico con las comunicaciones del Arzobispado en días del coronavirus.

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Del integrismo a la creatividad de la fe: una conversión necesaria (R.I.)

El lamentable espectáculo protagonizado por el sacerdote diocesano Carlos Rossel y un grupo de laicos en el Santuario de la Divina Misericordia en Lima da cuenta de un serio problema en la manera de vivir la fe en estos tiempos de pandemia. Peor ha sido la respuesta del padre Rossell en la red social del mismo Santuario, quien reconoce sin inmutarse que celebraban la misa diariamente desde el inicio de la cuarentena en flagrante violación de las leyes peruanas y de la disposición arzobispal.

Además, el mismo padre reconoce que ha visitado enfermos, labor loable y necesaria por supuesto, pero que acrecienta seriamente el riesgo de contagio para los laicos. Es grave que justifique sus acciones y las reduzca a un ataque a la Iglesia, al presbiterado y a la eucaristía, pues se trata de una falacia.

Su desobediencia contra la autoridad no lo convierte en un mártir ni en un paladín de la fe, sino en un irresponsable con la salud de los fieles y en un trasgresor de las normas estatales y de sus superiores. Más impresionantes son los terribles comentarios que acompañan el video, pues han dado pie a una serie de cuestionamientos a la legítima autoridad del arzobispo de Lima y a una exaltación de la falta.

ENLACE. Intervienen a fieles que participaban en misa en iglesia de Surco pese a prohibición

Las redes se vuelven en una plataforma para expresar odios, enemistades y modelos eclesiales que alimentan un culto a los presbíteros y una falsa persecución contra la fe. Esta situación nos enfrenta a dos serios problemas: un insistente integrismo católico en nuestra Iglesia y la falta de adecuada formación entre los fieles.

Los comentarios en el Facebook reflejan un peligroso integrismo en la Iglesia. Camuflados por una supuesta fidelidad a la verdadera doctrina, los integristas tienen una obsesión por mostrarse perseguidos, por identificar a los “enemigos” del catolicismo y por una virulenta agresividad. Es lamentable esta actitud pues en el fondo nos habla de la reducción de la fe, tanto como experiencia y como contenido, a una práctica idolátrica.

El peligro de la idolatría está presente desde los orígenes de la revelación de Dios a la humanidad. Todos los creyentes conocemos de memoria el relato del becerro de oro que desafía al propio Dios y que lo reemplaza por una pieza moldeada al gusto de los infieles israelitas y que ellos controlan a su gusto y a su medida (cfr. Éx 32). El becerro de oro es el nuevo dios modelado a imagen y semejanza de los israelitas, y que reemplaza groseramente al Dios verdadero, al Dios que nos confronta con nuestra soberbia, nuestro egoísmo, nuestra altanería y nuestra injusticia. Piensan, erradamente, que el becerro de oro es el mismo Dios de la alianza.

De la misma manera, el integrismo convierte a Dios y a la fe en una idolatría agresiva, trasnochada, paralizadora y abstraída de la vida concreta. Crean su dios, su versión de la iglesia y su propio modelo de fe de acuerdo con sus furias, agresividades, miedos y mezquindades. Reemplazan a Dios y a la Iglesia por su propia versión de dios y de la iglesia.

La superioridad espiritual y moral de la justificación del padre Rossell, así como de muchos de los comentarios en Facebook, son ajenas a la experiencia de fe en el Señor encarnado, muerto y Resucitado. Hablan de una superioridad des-encarnada de la realidad dolorosa, incierta y difícil que hoy nos toca vivir. Nos hablan de un dios ajeno al Señor muerto y resucitado, solidario y justo.

El Dios de nuestra fe es un Dios encarnado en nuestra humanidad, cuyo poder es el “amor hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1). No es un Dios de poder ni de violencia. No es un mago que resuelve todo arbitrariamente. No es un Dios creado a nuestra imagen y semejanza como el becerro de oro. Hay que recordar hoy y siempre que somos nosotros los creados a la imago Dei.

Frente al integrismo, la creatividad para vivir la fe es importante como respuesta a la novedad de Dios. Por ello, el cómo vivimos nuestra fe es crucial para que nuestra salvación se inicie ya en este mundo, y el cómo está en mirar la actitud de Jesús, en “tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús” como dice Pablo (cfr. Fil 2, 5).

En las actuales circunstancias de la pandemia, no podemos vivir la fe como si la coyuntura nos fuera ajena o como si Dios nos estuviera poniendo a prueba o, peor aún, como si se tratase de un castigo divino. Ninguna de esas opciones refleja al Dios en el que creemos. Él comparte con nosotros nuestro camino, nos acompaña y asume nuestros dolores para abrirnos a la esperanza de una nueva vida.

Hoy nuestra fe nos exige amar “hasta el extremo” (cfr. Jn 13, 1). Y ese amor hoy significa estar distanciados, especialmente de aquellos más vulnerables a la enfermedad provocada por el virus. Proteger sus vidas es hoy un signo concreto de nuestra fe y hacernos colaboradores responsables con el bien común significa que debemos poner los medios necesarios para evitar la expansión del virus.

A los que no tenemos responsabilidades en las fuerzas armadas y policiales, en los supermercados y mercados, y sobre todo en los hospitales, nos toca quedarnos en casa. La solidaridad es hoy, como dice el arzobispo de Lima monseñor Carlos Castillo, estar distanciados. Lo contrario atenta contra la sana razón y, por tanto, contra la fe misma. Como afirmaba San Juan Pablo II, la fe y la razón se complementan, no se niegan ni se confrontan.

 

Junto al peligroso integrismo está la falta de formación de muchos laicos. Hoy muchos estamos apartados de la celebración de la eucaristía. Muchos creyentes hemos celebrado la Semana Santa a través de las redes y, probablemente, continuaremos celebrando la eucaristía de manera virtual. Esta experiencia nos debe llevar a revalorar la importancia de la vida sacramental para nosotros. Seguro a nivel más eclesiológico, esta experiencia conducirá a repensar otras posibilidades para celebrar los sacramentos. Pero lo crucial es cómo nos preparamos en este largo tiempo de ayuno eucarístico.

Hoy muchos retoman las prácticas de fe en familia como el rosario, pero una práctica clave es la lectura de la Palabra de Dios. La lectio divina da la posibilidad de confrontar nuestra vida y el cómo experimentamos la pandemia (nuestros miedos, incertidumbres, tristezas, esperanzas, alegrías). La lectio divina es dejarnos acompañar y esclarecernos por la fresca Palabra de Dios. En este camino podemos andar y perseverar mientras esta densa noche de muerte y enfermedad pase.

Hay mucho que reflexionar en este tiempo como un largo ayuno que nos prepare para el reencuentro con quienes hoy estamos distanciados. Como dice Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis, retomando el Concilio Vaticano II, la eucaristía es fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Es decir, la celebración eucarística es para todos nosotros el lugar de nuestro encuentro con Dios y de nuestra salida a anunciarlo. Me pregunto, ¿qué llevamos en nuestra vida y qué queremos llevar a ese momento central de nuestra fe cristiana luego de la pandemia?

Frente a la actitud engreída, agresiva y soberbia del integrismo, y a la falta de formación, estos tiempos “recios” son una invitación a reencontrarnos con la fe de nuevas maneras. La pandemia nos reta a no perder la esperanza, pues como dijo el papa Francisco en su reciente homilía de la Vigilia Pascual, Cristo ha conquistado el derecho a la esperanza, que no es optimismo, sino don venido del Resucitado. Estamos llamados a salir del peligro del integrismo y lanzarnos a recrear la fe. Recrear la vida de nuevas maneras que adelante el futuro bueno y esperanzador que surgirá de este oscuro abismo.

Esa fe vivida en nuestras casas junto a los nuestros y solidaria con los vulnerables es la que llevaremos a la mesa del Señor, a la Eucaristía, fuente y culmen de la vida y la misión de la Iglesia. Frente al peligro del integrismo sectario que hemos visto, en ruptura con la comunión con la Iglesia, debemos responder con la firmeza de una fe vivida, responsable y cuidadosa de nuestros prójimos, sin búsqueda de protagonismos y falsos martirios mediáticos, pues ellos “ya han recibido su recompensa” (cfr. Mt 6, 2).

Después de esta triste crisis, nos tocará como Iglesia pensar seriamente estas actitudes sectarias y amenazadoras de la comunión eclesial. Hay mucho trabajo en el camino de la formación de los laicos que los haga capaces de reflexionar teológicamente sobre la fe y la vida, que puedan leer la Palabra de Dios, que sepan llevar a la Eucaristía la propia existencia y que sean capaces de hablar contra las injusticias, incluso en la propia Iglesia.

Frente al integrismo que crea su propio dios y modelo eclesial, a los creyentes nos toca recordarles que al Dios vivo no le podemos domesticar, ni moldear ni reemplazar, como los israelitas lo hicieron con el becerro de oro.

Comunicado del Arzobispado: Sobre la celebración de una Misa con feligreses en una parroquia de Lima

1. Se ha tomado conocimiento mediante un medio de comunicación local, sobre el comportamiento de un párroco y un grupo católico reunidos para celebrar la Misa en una parroquia de Lima. Esta actividad contraviene las disposiciones del Arzobispado de respetar estrictamente las normas del estado de emergencia.

2. Se recuerda a la opinión pública que, siguiendo las indicaciones dadas por las autoridades civiles, toda Iglesia permanece cerrada y no está autorizada ninguna celebración litúrgica con público.

3. Comprendemos el profundo sentir religioso que tiene nuestro pueblo, especialmente en las actuales circunstancias, sin embargo, debemos entender que ser católico o de cualquier otra religión no otorga ningún privilegio entre la ciudadanía. Por ello, exhortamos a todos los católicos a colaborar firmemente en la lucha contra la expansión de la pandemia acatando las normas establecidas por el Estado para el bien de todos. De igual manera, se reitera el llamado a todos los sacerdotes a continuar atendiendo a los fieles a través de los medios de comunicación a distancia.

4. Dado que el Estado establece sanciones para las infracciones cometidas durante el estado de emergencia, el Arzobispado recuerda que todo miembro de la Iglesia se hace responsable personalmente de las consecuencias de sus actos.

5. Por último, la Iglesia de Lima, lamentando estos hechos, los sopesará desde el punto de vista canónico y decidirá las medidas correspondientes.

ENLACE. Comunicado oficial del Arzobispado

¿Por qué los Obispos en el Perú no permiten misas con público? (Mons. Reinaldo Nann)

Hay una creciente presión de ciertos sectores de la Iglesia hacia los Obispos para que permitan nuevamente la participación directa de los fieles en la misa. Se sienten perseguidos por las autoridades civiles y apelan a la libertad religiosa. La libertad religiosa es un bien importante, que garantizan la mayoría de los Estados. Pero cada libertad tiene un límite, especialmente cuando pone en peligro un bien mayor como es la vida de otras personas.

¿Porque actualmente están prohibidas las misas con público? Porque son aglomeraciones de personas que traen en si el grave riesgo de contagiarse o contagiar a otros con un terrible y letal virus.

No están prohibidas solamente las misas católicas sino todo tipo de aglomeraciones de gente. Hay países que tienen un sistema de salud mucho mejor que el peruano y pueden aguantar más casos que necesitan una cama con ventilación mecánica. El Perú ya no. Ha llegado al limite de su capacidad. Permitir ahora aglomeraciones de gente sería aumentar el riesgo, ya no habrá una cama en UCI para muchos pacientes.

Es verdad que la comunión es también una medicina espiritual, que nuestros fieles extrañan y necesitan justo ahora. Pero esta “medicina” tiene aquí y ahora efectos secundarios posiblemente letales… (leer aquí artículo completo).

Otros comunicados e iniciativas del Arzobispado de Lima

 

 

Mensajes en video del Arzobispo de Lima, Mons. Carlos Castillo

 

 

Antecedentes en Buena Voz
Información relacionada
Fuentes:

Religión Digital / ANCEP / Web del Arzobispado de Lima / Foto: Diócesis de Antipolo

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