El “retrato” de Jesús en el Evangelio de Marcos

4:00 p.m. | 11 abr 25 (LCC).- En el marco de la Semana Santa, compartimos el extracto de un extenso ensayo de La Civiltà Cattolica que explora cómo el Evangelio de Marcos presenta la figura de Jesús. Destaca la percepción de un Jesús histórico, en una narración en la que se subraya su humanidad, su relación con los discípulos y su confrontación con las autoridades religiosas. Marcos muestra a Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, cuyo sacrificio en la cruz transforma la historia humana, invitándonos a comprender el verdadero significado de su mensaje.

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Los Evangelios no deben considerarse una “biografía” de Jesús en el sentido moderno. La investigación histórico-crítica, desarrollada durante tres siglos, ha proporcionado ciertos acuerdos sobre la figura histórica de Jesús. Entre los hallazgos más comunes, se sabe que Jesús era originario de Nazaret, fue bautizado por Juan el Bautista alrededor de los 30 años y dedicó su vida a predicar el reino de Dios. Reunió a un grupo de discípulos, realizó curaciones y exorcismos, y se enfrentó a las autoridades religiosas judías. Su desacuerdo con ellas y su autoridad sobre la Ley lo llevaron a una muerte violenta en la cruz bajo Poncio Pilato. Después de su muerte, sus seguidores afirmaron haberlo visto vivo y proclamaron que era el Mesías, el Hijo de Dios y Salvador de la humanidad, dando origen al cristianismo.

Sin embargo, estos hechos históricos no revelan la esencia de Jesús ni la profundidad de su mensaje. A pesar de los avances metodológicos en la investigación histórica, la verdadera comprensión de Jesús escapa a los métodos históricos convencionales. La figura de Jesús no puede ser plenamente entendida solo a través de la historiografía crítica, ya que su verdadero significado solo puede ser aprehendido desde la la fe.


¿Qué son los Evangelios y cuál es su valor histórico?

¿Qué hacer, pues, para conocer a Jesús de Nazaret en su realidad histórica? El único camino que tenemos es remitirnos a los cuatro Evangelios. Inmediatamente se objetará que se trata de obras histórico-catequéticas, que por tanto dan una visión principalmente dogmática de Jesús, que puede ser aceptada por un creyente, pero no por un historiador y, más en general, por quienes carecen de fe. Para responder a esta objeción radical, hay que examinar qué son los Evangelios y cuál es su valor histórico.

El “evangelio” –este término se encuentra al comienzo del Evangelio según Marcos (Mc 1,1)– designa originalmente la proclamación “oral” del mensaje de salvación, predicado por Jesús. Así, Marcos informa del “Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”, es decir, de la predicación del reino de Dios, por Jesús (Evangelio de Jesús: genitivo subjetivo). Más tarde, “evangelio” indicaba un género literario particular, es decir, la puesta por escrito de tradiciones orales y escritas relativas a Jesús de Nazaret, que se hizo necesaria para la catequesis y la actividad misionera de la Iglesia primitiva.

Así, entre los años 65/70 y 80/85, nacieron los Evangelios según Marcos, según Mateo y según Lucas y, hacia el 90, el Evangelio según Juan. Desde los primeros tiempos de la Iglesia, estos cuatro Evangelios forman el “Evangelio cuadriforme”, es decir, un Evangelio en cuatro formas, en el sentido de que siempre es el mismo Jesús del que se habla en los cuatro Evangelios, pero cada vez desde una perspectiva particular.

Se puede afirmar entonces que los Evangelios son la historia “más verdadera” de Jesús, porque sólo ellos permiten penetrar profundamente en el “misterio” que la figura de Jesús representa en la historia humana. Sin embargo, no hay que fundirlos en un solo Evangelio ni sumarlos, como si, juntándolos, tuviéramos una imagen más completa de Jesús. En realidad, aunque hablen del mismo Jesús, cada uno de ellos, como hemos dicho, ofrece su propia imagen de él, que se ha ido enriqueciendo a lo largo del tiempo con la aportación de otras tradiciones sobre Jesús, pero también con las reflexiones de cada evangelista sobre la persona del Salvador. Así, hay una gran diferencia entre el primer Evangelio, que es el Evangelio según Marcos, y el último, que es el Evangelio según Juan. Pero tanto el uno como el otro son necesarios para saber quién fue históricamente Jesús de Nazaret y quién es hoy para los hombres de nuestro tiempo.


El “retrato” de Jesús en el evangelio de Marcos

Lo que hemos dicho hasta ahora puede servir de introducción a nuestro propósito de presentar los cuatro “retratos” que los cuatro Evangelios dibujan de la persona de Jesús. Partamos de la presentación que hace el Evangelio más antiguo –el de Marcos–, destinado a una o varias comunidades formadas esencialmente por paganos-cristianos, y escrito antes del año 70 (año de la destrucción del Templo de Jerusalén por las legiones romanas al mando de Tito) probablemente en Roma. Para componer su Evangelio, Marcos se sirvió de “agrupaciones de datos tradicionales ya puestos por escrito en interés de las comunidades cristianas” y de “tradiciones que se transmitían, en su mayor parte oralmente en la comunidad.

El evangelista se encargó de recogerlas en su “biografía”, reelaborándolas cuando fue necesario. Todo ello confluye en un Evangelio que no es en absoluto un ensamblaje heteróclito de tradiciones, sino que, en una lectura atenta, aparece como la obra de un autor consciente de sus deberes y preocupado por dirigir un mensaje homogéneo y salvífico a los futuros lectores”. En el Evangelio de Marcos, el Jesús histórico está tan presente que S. Légasse no duda en afirmar que “no es un tratado de teología, sino un relato, una vida de Jesús”.


Jesús, heraldo del reino de Dios y maestro de la comunidad

Marcos comienza su Evangelio presentando a Jesús como el heraldo del reino de Dios: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). En estas palabras se resume la predicación de Jesús. Este anuncio es su tarea principal, y en él está presente el poder salvador de Dios. Jesús quiere llegar a todo el pueblo de Israel y, para ello, constituye el grupo de los Doce, que representan simbólicamente a las doce tribus de Israel y a quienes envía a cumplir su misión, dándoles autoridad para expulsar demonios.

Para Marcos, Jesús es el iniciador de una misión de salvación, que debe llegar primero a Israel y después al mundo, ya que el Evangelio debe ser “proclamado a todas las naciones” (Mc 13,10). Jesús, que anuncia el “señorío” o “reino” de Dios, prolonga su acción más allá de su aparición histórica: está vinculado al Cristo que, después de la Pascua, sigue anunciando el reino de Dios por medio de la Iglesia.

La imagen de Jesús anunciando el reino de Dios se asocia a la de “maestro” (rabbí). Enseña en la sinagoga, en el Templo y al aire libre, en el lago de Tiberíades o en las aldeas. Jesús se compadece de la multitud, pues eran “como ovejas sin pastor” (Mc 6,34). Su enseñanza, diferente de la de los escribas, tiene autoridad: “enseña como quien tiene autoridad” (Mc 1,22, 1,27).

Al relatar la enseñanza de Jesús, Marcos tiene presentes los problemas que surgen en su propia comunidad cristiana: es decir, la enseñanza del Jesús histórico se hace actual y se prolonga en la vida de la comunidad. Así, el capítulo diez toca temas actuales para la vida de la comunidad: la permisibilidad del divorcio (vv. 2-12), la posición de los niños en la comunidad, a los que hay que acoger y no rechazar (13-16), el problema de la riqueza y la pobreza (17-31), la pretensión de los hijos de Zebedeo de ocupar los primeros puestos en el reino de Dios, que plantea el problema de mandar y servir (35-45).

Lo más importante para Marcos es que Jesús habla con una autoridad absoluta, respaldada por Dios. Aunque Jesús enseña en parábolas, Marcos solo registra tres: la dispersión de la semilla (4,3-9), la semilla que crece por sí misma (4,26-29) y el grano de mostaza (4,30-32), que parecen adecuadas a las necesidades de su comunidad. En cambio, subraya con fuerza que la enseñanza de Jesús requiere atención para ser comprendida, ya que es un “misterio” que Dios revela a quienes tienen fe en Él (Mc 4,9, 4,11-12). Aunque no todos comprenden, cuando se recibe con fe, produce frutos abundantes (Mc 4,8).


Jesús sanador y exorcista

Junto a las enseñanzas que proclama, Marcos subraya con fuerza la actividad de Jesús como sanador y exorcista. De hecho, aunque vino a anunciar el reino de Dios y a enseñar, Jesús está en continuo contacto con enfermos de todo tipo: La suegra de Pedro (Mc 1,29-31), un leproso (1,40-45), un paralítico (2,1-12), un hombre con una mano paralizada (3,1-6), el endemoniado de Gerasa (5,1-20), la mujer hemorroísa y la hija muerta de Jairo (5,21-43), la hija de la sirofenicia (7,24-30), un sordomudo (7,31-37), el ciego de Betsaida (8,22-26), el niño epiléptico (9,14-27), el ciego Bartimeo, cerca de Jericó, camino de Jerusalén (10,46-52).

Así, desde el principio hasta el final de su ministerio –desde la casa de Pedro en Cafarnaúm hasta Jerusalén–, las curaciones de enfermos acompañan la actividad docente de Jesús. Estas curaciones, junto con los exorcismos, a los que a menudo van unidas, forman parte del “retrato” que Marcos dibuja de Jesús: es el exorcista y sanador que cura a los enfermos mediante un poder curativo que emana de él, como en el caso de la mujer que sangra y que es curada por el “poder” que emana de Jesús y que él mismo sintió (Mc 5,30).

Con sus curaciones, Jesús restablece la bendición de la creación de Dios y abre el camino al tiempo mesiánico del que habla Isaías (35,5-10). De hecho, para Marcos, las curaciones y los exorcismos son el signo del tiempo de la salvación, en el que Dios, por medio de Jesús, quiere curar las debilidades y dolencias humanas. El Jesús que anuncia el reino de Dios es también el que lo realiza, curando las heridas de la humanidad.

Pero lo más importante para Marcos es que las curaciones, los exorcismos y las “obras de poder (dynameis)” que Jesús realiza, como el rescate de la tempestad, la multiplicación de los panes, revelan el futuro esplendor de la resurrección, de la que la transfiguración en el monte es la anticipación y que, por tanto, sólo puede comprenderse después de la resurrección: por eso los discípulos, testigos de la transfiguración, no deben hablar de ella hasta después de que Jesús haya resucitado (Mc 9,2-9). Sólo entonces, en efecto, se revelará el “misterio” de Jesús: durante su vida terrena, su persona y su obra estarán cubiertas por un velo que sólo la fe podrá levantar, pero sólo un poco.

VIDEO. Historia de esperanza: Jesús resucita a la hija de Jairo (Mc. 5,21-43)

 

El “fracaso” de Jesús

Sin embargo, este velo no será levantado ni por la muchedumbre que sigue a Jesús y le escucha “con agrado” (Mc 5,24; 12,37), pero que pronto le abandona, decepcionada; ni por sus familiares, que piensan que está “mal de la cabeza” y van “a buscarle” (Mc 3,21); ni por los discípulos, que no le entienden y a quienes Jesús reprocha tener “el corazón endurecido” y no ver, a pesar de tener ojos (Mc 8,17-18). Incluso cuando Jesús camina sobre el mar, le creen un “fantasma” (Mc 6,49); y Pedro es reprendido, pues para Jesús es un “Satanás”, que quiere desviarle del camino de sufrimiento (Mc 8,32-33). Aunque el Padre les ha comunicado el “misterio del reino”, Jesús debe reprocharles ser “hombres de poca fe” y no fiarse de él (Mc 4,35-41).

A esta incapacidad de comprender y baja fe se suman el miedo de seguir a Jesús hacia Jerusalén (Mc 10,32), el sueño en Getsemaní, incapaces de comprender el drama que está por suceder (Mc 14,37-40), la traición de Judas y el abandono de “todos” los discípulos (14,50), aunque Pedro le sigue “a distancia” hasta el palacio de Caifás, donde se comporta deplorablemente. Ninguno está presente en la crucifixión del Maestro, y su silencio al amanecer de Pascua contrasta con la valentía de las mujeres, que ocupan su lugar bajo la cruz y luego anuncian la resurrección (Mc 16,7).

Marcos presenta el actuar de Jesús respecto a sus discípulos como un “fracaso total”. Sin embargo, las lágrimas de Pedro (Mc 14,72), la promesa de Jesús de preceder a sus discípulos en Galilea (Mc 14,28), y la fuerza del Espíritu para iniciar el camino de la Iglesia (Mc 13,11), abren al cristiano a la esperanza: el fracaso de los discípulos es una advertencia sobre las dificultades de seguir a Jesús, que solo se superan con fe, siguiendo el camino de la cruz hacia la resurrección.


Jesús camino a la muerte

El “retrato” que Marcos presenta de Jesús es el de anunciador del reino de Dios, “maestro” y terapeuta, pero también el del “incomprendido” por sus discípulos. Esta incomprensión se agrava por el conflicto con los dirigentes religiosos –saduceos, escribas y fariseos–, quienes le acusan de violar la Ley, especialmente el sábado, y de actuar con el poder de Satanás. Desde el inicio de su ministerio, Jesús enfrenta la oposición de los fariseos, que se confabulan con los herodianos para acabar con él después de la curación del paralítico (Mc 3,6).

En el Evangelio de Marcos, Jesús está “continuamente en camino”, pero ese camino lo lleva hacia la muerte. Es consciente de su destino y predice tres veces que será asesinado en Jerusalén. Este “retrato” de Jesús se sitúa en un contexto dramático, como en la parábola de los viñadores asesinos, donde los jefes del pueblo empujan a Jesús, el “hijo amado” de Dios, hacia la muerte (Mc 12,1-12). Sin embargo, Jesús no va pasivamente hacia la muerte. Se enfrenta a sus adversarios, denuncia su incapacidad para comprender la Ley de Dios, revela sus complots para eliminarle sin que el pueblo se oponga (Mc 14,1), y simboliza su esterilidad religiosa con la higuera estéril (Mc 11,12-14). Así, todo el Evangelio de Marcos se dirige hacia la pasión, que culmina con la muerte de Jesús en la cruz.

El enfrentamiento final entre Jesús y sus enemigos ocurre ante el Sanedrín. Al ser interrogado por el sumo sacerdote sobre si es el Mesías, Jesús responde: “Lo soy, y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14,62). Jesús afirma su mesianidad, pero la eleva al vincularla con la figura del “Hijo del hombre” de Daniel (Dn 7,13), quien vendrá con poder y esplendor. Esta confesión se confirma en las palabras del centurión romano, que al ver la muerte de Jesús exclama: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mc 15,39), y en el anuncio del ángel a las mujeres junto al sepulcro: “Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16,6).


Jesús, Hijo de Dios e Hijo del hombre

En el centro del “retrato” de Jesús que Marcos presenta, está la afirmación de que él es el Hijo de Dios, rechazado por los hombres y crucificado, pero exaltado por Dios con la resurrección de los muertos. El título de “Hijo de Dios” aparece cinco (o seis) veces en el Evangelio de Marcos en momentos decisivos como el bautismo, la transfiguración, el juicio ante el sanedrín y la muerte. Si la inscripción del Evangelio de Marcos —Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios— es auténtica, su autor comienza y cierra el Evangelio con la afirmación de que Jesús, en su vida y en su muerte, por muy ignominiosa que sea, es el Hijo de Dios, y para él esta expresión es la categoría interpretativa de la vida terrena de Jesús más significativa y verdadera. Indudablemente, el título de Hijo de Dios no es el único que Marcos atribuye a Jesús; sin embargo, es el que resume y da sentido y valor a todos los demás.

En Marcos, Jesús recibe muchos títulos: es el Maestro, el Señor, el hijo de David, el Mesías (“el Cristo”), título que lo caracteriza de manera particular, tanto que se convierte, sin artículo, en una especie de cognomen: Jesucristo. En efecto, cuando él pregunta a sus discípulos quién creen ellos que es, Pedro, en nombre de todos, responde: “Tú eres el Mesías” (Mc 8,29), “el Cristo”, que traduce al griego el hebreo Mashiâ y que significa el Ungido, consagrado con la unción, reservada en el Antiguo Testamento a los reyes y a los sumos sacerdotes. Pero Jesús acepta este título con reserva: aparece ocho veces en el Evangelio de Marcos, pero nunca en boca de Jesús.

En la mentalidad común de sus contemporáneos judíos, el Mesías, hijo de David, es glorioso y triunfante; tiene una función política, ya que debe liberar al pueblo de Israel del dominio extranjero y cumplir así una función terrenal de orden político. Pero Jesús no entiende su misión mesiánica en sentido político y terrenal, por lo que impone “severamente” a sus discípulos que no digan a nadie que él es el Mesías (Mc 8,30), para evitar que la gente vea en él al Mesías glorioso y triunfante que él no es ni quiere ser. Es el secreto mesiánico, tan fuertemente subrayado en Marcos.

A los discípulos, que piensan como los demás en el Mesías glorioso, Jesús les anuncia “con toda claridad” que él debía “sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días” (Mc 8,31). Así, Jesús es el Mesías, pero el Mesías que cumple su misión mesiánica a través del sufrimiento de la pasión y la muerte. Este es el motivo por el cual en el Evangelio de Marcos se da tanto énfasis al relato de la pasión: es en ella que Jesús se revela verdaderamente como “Mesías”.

El título, en cambio, que Jesús se atribuye sin reservas en el Evangelio de Marcos, es el de “Hijo del hombre”: esta expresión aparece 14 veces en Marcos y siempre y solamente en boca de Jesús. Marcos ha vinculado este título a la persona de Jesús, refiriéndolo solamente a él: así, para Marcos, Jesús es el “Hijo del hombre” como es el “Hijo de Dios”. Los dos títulos son complementarios. De hecho, Jesús se designa a sí mismo como “Hijo del hombre” sobre todo en tres ocasiones. Primero, cuando quiere afirmar que tiene el poder de perdonar los pecados ya en la tierra (Mc 2,10) y de ser “señor incluso del sábado” (Mc 2,28). Por lo tanto, el título de “Hijo del hombre” es un título de autoridad: indica el poder autoritativo concedido por el Padre al Jesús terrenal, ya que él es el intérprete de la voluntad de Dios sobre el mandamiento del sábado y tiene el poder, propio de Dios, de perdonar los pecados. Este poder autoritativo se traduce, sin embargo, en servicio: por eso se dice que “el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10,45).

En segundo lugar, el título de “Hijo del hombre” está relacionado con la pasión y la muerte de Jesús: en efecto, se encuentra en los anuncios que Jesús hace de su pasión y muerte (Mc 8,31; 9,12.31; 10,33; 14,21.41). Así, si por un lado “Hijo del hombre” indica soberanía y poder, por otro lado es un título de humildad y abatimiento: el “Hijo del hombre” es el “Hijo de Dios” en su vida terrena de sufrimiento y muerte “para el rescate de muchos”; es el “Siervo de Dios” que toma sobre sí los pecados de los hombres y los salva. En el destino doloroso del Hijo del hombre se cumple el plan de salvación, preanunciado en el Siervo de JHWH (Is 52-53).

En tercer lugar, el título de “Hijo del hombre” está relacionado con la venida de Jesús en su gloria: “si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras […], también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles” (Mc 8,38). “Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria” (Mc 13,26). Finalmente, ante el sanedrín que lo está juzgando, después de afirmar que es el Mesías, el Hijo del Bendito, Jesús añade: “y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo” (Mc 14,62). Aquí la referencia es a Daniel (Dn 7,13), donde se habla de la aparición en las nubes del cielo de “uno como un hijo de hombre”, a quien Dios da “poder, gloria y reino”.

En conclusión, para Marcos, Jesús es el Hijo de Dios que en la vida terrena, culminada en la dolorosa pasión y la ignominiosa muerte, asume la humilde y trágica condición de un hijo de hombre, pero que con la resurrección y al sentarse a la derecha del Padre revela su verdadera naturaleza de Redentor de los hombres, a través de su victoria sobre el pecado y la muerte, y de Juez de los hombres al final de la historia humana. Por este motivo, en el “retrato” de Marcos, Jesús aparece al mismo tiempo como el “Hijo de Dios” y el “Hijo del hombre”. Alrededor de estas dos imágenes, recibidas de la tradición, él construye su Evangelio.

VIDEO. Jesús llama a Simón (Pedro) y a su hermano Andrés (Mc. 1:16-20)


VIDEO. Jesús y la mujer samaritana (Mc. 7:24-30)

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Fuentes

La Civiltà Cattolica / Videos: The Chosen Latino / Foto: Captura de la serie The Chosen

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