Jesús. Paradigma más necesario que nunca

6:00 p m| 24 mar 17 (TEOLOGÍA HOY/BV).- Reunimos dos artículos que nos invitan a reflexionar sobre la interacción de todo lo que significó la personalidad y acciones de Jesús de Nazaret con el entorno que le rodeó, como una guía de lo que podemos hacer para acercarnos más a ser imagen de Dios. “Su opción de vida es patrimonio de todos y su estilo es paradigma de humanidad porque nos da a conocer el modo más humano de ser… una vida que sigue el ejemplo de Jesús pasa por entender que nuestra libertad se juega en el rostro de cada uno de los demás, con sus dolencias y carencias“. Textos publicados en Teología Hoy.

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Jesús ante el peso de la realidad

A veces olvidamos cómo pudo Jesús soportar situaciones cargadas de violencia y desesperanza que parecían no tener futuro. Él sintió el peso de una realidad socioeconómicamente fracturada y padeció las consecuencias de la violencia religiosa y política (Mc 14,1). Sin embargo, nunca dejó de creer que había que hacer de “esta tierra, como era el cielo” (Mt 6,10) para gozar de la calidad de vida que existía en el “Reino de Dios” (Lc 11,2). Resultará asombroso, pero esta esperanza simbólica provenía de una profunda relación con Dios y de un auténtico servicio a los pobres, a las víctimas y a tantas personas cansadas de luchar en esta vida.

Mientras representantes políticos y religiosos, familias, terratenientes y muchas personas de poder sólo ponían cargas pesadas de llevar, este individuo de Nazaret viene a invitar a asumirnos como hombres y mujeres de espíritu, es decir, como sujetos que apuesten por construir espacios para que otros puedan estar presentes en sus pensamientos, oraciones, acciones; viene a invitarnos para que el desgaste, el agobio y la extenuación que consumen nuestra voluntad y entendimiento, no sean obstáculos para descubrir que quien está delante de nosotros es un hermano, un auténtico tesoro, un bien del Padre eterno.

Sólo de esta forma, nos dice, surgirá ese impulso vital que levante nuestros recipientes de barro (2 Cor 4,7), la desesperanza y permita avisorar un futuro donde comencemos a humanizarnos en el encuentro con el otro a partir del servicio fraterno, recíproco, para que cada persona pueda poner sus bienes más preciados en favor de la causa del otro. Entonces lo que era una carga ya no pesará, porque no la llevaremos solos sino en el servicio y apoyo recíprocos, de modo que pensemos, oremos y busquemos soluciones juntos, como hermanos y dejemos de tratarnos como enemigos o desconocidos.

Hacer las cosas como Jesús las hizo no es algo exclusivo de los cristianos. Su opción de vida es patrimonio de todos y su estilo es paradigma de humanidad porque nos da a conocer el modo más humano de ser, algo que no se alcanza mediante el vacío absoluto del propio ser, por la superación de pensamientos negativos ni distanciándonos de supuestos pecadores. Tampoco se llega a ello a través de la ilusa creencia de trascender lo inmediato y no mirar lo que sucede en nuestro entorno.

Una vida que sigue el ejemplo de Jesús pasa por asumir el presente histórico como una realidad escatológica, es decir, capaz de construir relaciones trascendentes que nos afirmen y autodeterminen como sujetos verdaderamente humanos; pasa por la recreación de nuestras palabras y relaciones incluyendo en ellas lo que vivo, pienso y padezco, de modo tal que entienda que mi libertad se juega en el rostro de ese cada-otro ante mí, con sus dolencias y carencias, con sus riquezas y potencialidades, con su salud o enfermedad, porque es, ante todo, mi hermano.

Jesús Nazareno

Hace 70 años, desde una cárcel de Hitler, en momentos de desesperación tras el holocausto y años en guerra, uno de los grandes profetas de nuestro futuro, escribió que hay una razón para seguir amando a esta tierra sin desesperar: y es que ha producido a Jesús de Nazaret. Parecerá una afirmación exagerada, pero sorprende por venir de alguien tan sobrio y contenido como D. Bonhoeffer. ¿Quién era pues ese tal Jesús?

De los primeros testigos de su paso por la tierra quedan dos rápidas pinceladas: “no buscó su propio interés”; “pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos”. De quienes recogieron recuerdos de su vida y los sistematizaron en forma de biografías-invitaciones a la fe, podemos destacar algunos rasgos:

Procedía de un pueblo pequeño casi desconocido. No tuvo estudios especiales, trabajó durante años en cosas de albañilería. Un buen día comenzó a recorrer su tierra anunciando que es posible otro mundo si nos decidimos a mirar a Dios con una palabra que, a la vez, denota el máximo de familiaridad y cercanía, pero también la imposibilidad de disponer de Él: pues, llámesele padre o madre, lo es de todos, no sólo mío. Otro de sus biógrafos presenta como programa de su vida unas palabras del profeta Isaías: “el Espíritu de Dios está sobre mí… para anunciar una buena noticia a los pobres y liberación a los oprimidos”.

En consonancia con este programa, solía comer públicamente con “gentes de malvivir”, desafiando una costumbre de su época de públicos banquetes ostentosos de las clases altas. Se le conoce amistad y cercanía con algunas prostitutas, a las que liberó de su esclavitud, pero de las que decía que estaban más cerca de Dios que sus oyentes. Defendió a las mujeres, rechazando el derecho al repudio que se atribuían los hombres de su época, y abriendo a la mujer el estudio de la “Ley de Dios”, que su sociedad reservaba a solos los machos.

Fue también un terapeuta innegable, pero provocativo: parece que prefería curar en días “de precepto”, como si quisiera mostrar que los enfermos tienen derecho a no esperar más, porque su salud es más importante que la guarda de preceptos cúlticos. Una de las expresiones que más se dicen de él es que “se le conmovieron las entrañas”.

Junto a esa práctica de misericordia tenía a veces un lenguaje duro y provocativo: enseñaba a no llamar a nadie padre ni señor: porque los hombres (aunque tengamos funciones diversas) somos todos hijos de un mismo Padre y tenemos un único Señor que es Dios. Armó una escandalera en el “vaticano” de su época, alegando que el culto a Dios no debe ser ocasión de comercio. Su visión de los hombres cabe en un palabra que sólo se ha conservado en sus labios: hipócritas (aunque esa acusación la dirigió sobre todo a los poderes religiosos). Pese a ello, exhortaba a ser misericordiosos como el Dios que Él anunciaba.

Su regalo era siempre la paz; y tenía una extraña concepción de la felicidad, que prometía a quienes opten por los condenados de la tierra desde una actitud de misericordia que genera hambre de justicia. Porque veía al mundo dividido entre pobres, hambrientos, llorosos y perseguidos, por un lado y, por el otro, ricachones hartos, que ríen y persiguen, los cuales son “malditos”.

Por eso eran provocativas sus palabras cuando entraba en el campo económico: los propietarios del “proyecto de Dios” que él anunciaba son sencilla y únicamente los pobres (vivió en una sociedad agobiada por las deudas, que llevaban a muchos a perder su terruño y dedicarse a la esclavitud, la prostitución o el bandolerismo). Enseñaba que es imposible que un multimillonario se salve, a menos que se produzca un milagro que sólo Dios puede hacer: que se desprenda de su fortuna (salvo aquello que necesite para una vida sobria y digna), poniéndola al servicio de las víctimas. Porque, según él, “es imposible servir al hombre y al dinero”.

La otra palabra que más se le aplica en los evangelios significa, a la vez, libertad y autoridad: “las gentes se maravillaban de la libertad-autoridad con que hablaba” y que no tenía nada que ver con lo que estaban acostumbrados a oír.

Sorprendentes vida y palabras. Pero más sorprendente es la reacción que desató: los responsables de aquella sociedad se hartaron de acusarlo de populista y terrorista. La conflictividad explotó cuando él puso de relieve que hablaba y actuaba así porque así es como actúa Dios. Entonces se le tachó de blasfemo, y los poderes religiosos y políticos dieron un respiro porque ya tenían algo claro por lo que condenarlo. Aun así, buscaron para él la muerte más ignominiosa y la condena más “ejemplar”.

¿Es posible que haya existido un hombre así? preguntaba R. Attenborough en su película sobre Gandhi. Prescindiendo ahora del santo hindú (que se confesaba muy influido por Jesús), esa misma pregunta sigue vigente para nosotros hoy. Los cristianos confiesan que un hombre así fue posible porque era transparencia y calco del mismo Dios, revelado en la humanidad de aquel hombre. Dios “hecho hombre”, pero no simplemente hombre, sino Dios hecho esclavo.

Esa fe no se les exige hoy a todos. Pero lo que sí pueden (y deberían) todos hoy, es paladear la humanidad de aquel Nazareno. Y sacar consecuencias.

Fuente:

Teología Hoy

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