Conversación en el Espíritu: Una revolución para la Iglesia

10:00 a.m. | 15 may 24 (AM).- En el encuentro presinodal del 2023 se preparó a los participantes para la llamada “Conversación en el Espíritu”, puesta en práctica durante los trabajos de la Asamblea de octubre. Desde entonces se ha resaltado su aporte clave, no solo en instancias globales, sino también en iglesias locales u organizaciones regionales. A partir de esa preparación y experiencia, el cardenal Blase Cupich explica tres maneras en que este método -con origen en la Iglesia primitiva- puede impactar de manera decisiva: enfrenta el miedo de renunciar al poder, ofrece la amistad según Jesús y acepta que cada persona habla con autoridad.

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Antes de la Asamblea del Sínodo sobre la Sinodalidad, de octubre pasado en Roma, los delegados fueron invitados a un retiro presinodal dirigido por Timothy Radcliffe, O.P. Parte del propósito del retiro era prepararnos para participar en “una conversación en el Espíritu”, para usar la definición del papa Francisco del proceso sinodal. Considero que este replanteamiento de la sinodalidad es, ni más ni menos, revolucionario. Las reflexiones del padre Radcliffe me convencieron de que el reenfoque del Papa sobre el alcance y el significado de los sínodos también tendrá poder de permanencia porque esta renovación abre un nuevo “modelo para la Iglesia”, para usar un término acuñado por el difunto cardenal Avery Dulles, SJ, hace 50 años.

Antes del actual Sínodo, hubo 15 Sínodos Generales en la historia de la Iglesia, que han tratado diversos temas, como la evangelización, la formación sacerdotal, la Eucaristía y el sacramento de la penitencia. Estos se han organizado de acuerdo con lo que leemos en el canon 342 del Código de Derecho Canónico de 1983: “El sínodo de los Obispos es una asamblea de Obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los Obispos, y ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo”.

Los obispos y, en algunos de los sínodos más recientes, los sacerdotes y laicos presentes se reunían en pequeños grupos de debate, cuyos resultados se comunicaban al pleno. Los participantes también disponían de tres o cuatro minutos para hablar en las sesiones generales, pero rara vez las intervenciones fluían temáticamente de una a otra. Había poca discusión o debate abiertos. De hecho, un obispo experimentado que asistió a unos cuantos sínodos anteriores me dijo que se aconsejaba a los obispos que se abstuvieran de plantear cuestiones delicadas.


Una nueva forma de proceder

Todo eso cambió con el papa Francisco, especialmente con el Sínodo sobre la Sinodalidad. Un cambio importante consistió en ampliar el número de miembros con derecho a voto más allá de los obispos. Laicos, religiosas, sacerdotes y diáconos son ahora nombrados directamente por el Papa para participar en los sínodos. Todos tienen la misma voz y el mismo voto. Pero el cambio más significativo fue la redefinición del sínodo como una “conversación en el Espíritu”. Como se describe en los textos preparatorios del sínodo, se pidió a los delegados que participaran en el sínodo no concentrándose en lo que ellos u otros dirían, sino pidiendo a los participantes que dieran prioridad a la “capacidad de escuchar, así como a la calidad de las palabras pronunciadas”.

Conversar en el Espíritu “significa prestar atención a los movimientos del Espíritu en uno mismo y en la otra persona durante la conversación, lo que requiere estar atento a algo más que a las palabras expresadas. Esta cualidad de la atención es un acto de respeto, acogida y hospitalidad hacia los demás tal y como son”, prosigue el documento. “Es un acercamiento que toma en serio lo que sucede en el corazón de quienes conversan. Hay dos actitudes necesarias que son fundamentales para este proceso: escuchar activamente y hablar desde el corazón”.

Como consecuencia práctica de dar prioridad a la escucha del Espíritu como protagonista de nuestras conversaciones, en lugar de reunirnos en un aula, que más se parece a una sala de conferencias, donde todos estaríamos mirando en la misma dirección, cada uno de nosotros ocuparía su lugar en una mesa redonda con otros seis u ocho delegados. Se nos pedía que participáramos en una serie de conversaciones con interludios de silencio que nos permitieran escuchar realmente lo que decían los demás. En resumen, en lugar de pronunciar discursos, debíamos hablar y escucharnos unos a otros.

Debo admitir que, a pesar de la claridad de las explicaciones previas al Sínodo, no comprendí del todo lo que se me pedía como participante hasta que asistí al retiro impartido por el padre Radcliffe. Su retiro de tres días preparó el terreno porque proporcionó la experiencia de una verdadera conversación en el Espíritu.

Lo consiguió poniéndonos primero en contacto con lo que había en nuestros corazones cuando nos reunimos en sínodo. Llegamos a Roma, reconoció, con los mismos temores sobre el sínodo que existen en la Iglesia en general. También nos dio permiso para aportar nuestras experiencias eclesiales a nuestras conversaciones, consciente de que en la sala estarían representadas diferentes eclesiologías. Y, por último, desmenuzó hábilmente la visión del Concilio Vaticano II sobre la renovación de la Iglesia, para que estemos sólidamente anclados en lo teológico. Como resultado, sus seis meditaciones ayudaron a dar forma a nuestro pensamiento sobre cómo relacionarnos y responder los unos a los otros como participantes en el Sínodo, dándonos así la capacidad de mantener el tipo de conversaciones que podrían conducir a la conversión.

He seleccionado tres de las reflexiones del padre Radcliffe que me han parecido especialmente útiles. En primer lugar, como camino para enfrentar nuestros miedos, dudas y divisiones, nos invitó a caminar juntos con coraje y esperanza eucarística. En segundo lugar, nos instó a ofrecernos mutuamente la amistad de Jesús, y en tercer lugar, nos pidió que reconociéramos y aceptáramos que cada persona habla con autoridad y debe ser respetada.


Esperanza eucarística en tiempos de división

El padre Radcliffe comenzó nuestro retiro señalando que se sentía muy alentado por la respuesta al llamado del papa Francisco a una Iglesia sinodal. “Estamos reunidos aquí porque no estamos unidos en mente y corazón”, señaló, dadas las muchas divisiones existentes y potenciales en la Iglesia. Sin embargo, “la gran mayoría de las personas que han participado en el proceso sinodal se han sorprendido por la alegría que genera”. Y prosiguió: “Para muchos, es la primera vez que la Iglesia les invita a hablar de su fe y su esperanza”.

Qué manera tan maravillosa de decirlo. El padre Radcliffe reconoció con franqueza la realidad de la situación: que estábamos reunidos en un momento de promesa, pero también de turbación, porque sabíamos que aún no estamos unidos. Pero nos aseguró, y de hecho a toda la Iglesia, que quienes abrazan el camino sinodal se han visto sorprendidos, sorprendidos por la alegría. Nos advirtió que fuéramos sinceros y admitiéramos que habíamos llegado a Roma con esperanzas contrapuestas, divididos y temerosos de lo que le espera a una Iglesia sinodal. Algunos esperaban reformas muy significativas. Muchos dudaban de cambios significativos. Otros temían que cambiaran demasiadas cosas y que esos cambios pudieran conducir al cisma.

El padre Timothy ofreció la escena evangélica de la transfiguración como metáfora para ayudarnos a afrontar nuestros miedos, dudas y divisiones en el retiro. Señaló que no somos diferentes de los discípulos en el “primer sínodo”, como él lo llamó, aquel en el que se dirigieron a Jerusalén, donde Jesús sufriría y moriría. La predicción del Señor sobre su desaparición les dejó temerosos y divididos por esperanzas contrapuestas. Pedro tenía sus esperanzas puestas en Jesús, al que acababa de proclamar como el “Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). La madre de Santiago y Juan esperaba que sus hijos sustituyeran a Pedro y se sentaran a la derecha y a la izquierda de Jesús.

Fue en ese momento, caminando juntos de camino a Jerusalén, cuando Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan de retiro al monte Tabor para ofrecerles una visión mucho más amplia de su camino. Deberíamos imaginar que está haciendo lo mismo por nosotros en este retiro, dijo el padre Timothy. En aquella ocasión, Jesús reveló la visión amplia de su misión, incluido el final de la historia, pues se transfiguró en gloria como el Hijo amado de Dios ante sus ojos y oyeron al Padre decir: “Escúchenlo” (Mt 17,5). Este encuentro no resolvió todos sus temores y divisiones. Pero les infundió valor para ponerse en camino hacia Jerusalén. En el monte Tabor vislumbraron la nueva esperanza que Jesús daría al mundo la noche antes de morir.

Más tarde, en el Cenáculo, cuando parecía que no había futuro ni esperanza y que todo lo que les esperaba era decepción, sufrimiento y muerte, Jesús “hizo el gesto más esperanzador de la historia del mundo”, nos dijo el padre Timothy. Sentados juntos a la mesa, donde tantas veces habían compartido la vida, Jesús les ofreció pan y vino y les dijo: “Esto es mi cuerpo, entregado por ustedes; ésta es mi sangre, derramada por ustedes”. Precisamente en ese momento, cuando todo estaba perdido, demostró una esperanza más allá de nuestra imaginación, entregándose totalmente.

Así también ahora, sugirió nuestro predicador dominico, el Señor nos invitó a este “Tabor sobre el Tíber”, por así decir, antes de ponernos a caminar juntos, conscientes de que implicará una especie de morir para que tengamos vida nueva. El mismo Jesús nos ofrece de un nuevo modo la esperanza que se encuentra en la Eucaristía, mientras “nos conduce hacia la muerte y la resurrección de la Iglesia”. Es una esperanza que “hace que el conflicto entre nuestras esperanzas parezca menor, casi absurdo”. Es una esperanza que nos inspira a no desanimarnos ante lo que se nos pide, aunque parezca estar por encima de nuestras posibilidades o sea demasiado costoso.

El padre Timothy nos animó a estar dispuestos, como el joven del Evangelio que ofreció su cesta de panes y peces, a “dar generosamente lo que tengamos en este Sínodo, [pues] eso será más que suficiente. El Señor de la mies proveerá”. Esa misma generosidad eucarística debería obligarnos a no descartar el valor de lo que otros ofrecen solo porque no estemos de acuerdo o nos parezca poco. Cuando tengamos la tentación de rechazar o marginar a otros porque se salen de la norma, debemos tener presente que la teología católica siempre se ha definido en términos de ambos/y: Escritura y tradición, fe y obras. Y así, como católicos, cuando nos escuchamos unos a otros, en lugar de decir: “No”, deberíamos estar abiertos a decir: “Sí, y…”.

El padre Timothy ofreció otra imagen para animarnos a respetar las voces marginadas durante nuestras conversaciones sinodales. “Renovar la Iglesia, pues, es como hacer pan”, nos dijo. “Uno junta los bordes de la masa en el centro y extiende el centro en los márgenes, llenándolo todo de oxígeno. Uno hace el pan derribando la distinción entre los bordes y el centro, haciendo que el pan de Dios, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia en ninguna, nos encuentre”, explicó el padre Timothy. Así también, es escuchándonos unos a otros, doblando los márgenes hacia el centro y el centro hacia los márgenes, como nos abrimos a la inspiración del Espíritu Santo para lograr una Iglesia renovada.

Esta es la esperanza que recibimos en la Eucaristía y que debería inspirarnos a ser generosos en nuestras conversaciones en el Espíritu. Es una esperanza que nos llama más allá de toda división y alivia nuestros miedos y, lo que es más importante, alivia nuestro control sobre nuestras esperanzas contrapuestas, confiando en que lo que nos espera está más allá de nuestra imaginación, pero el Señor está con nosotros.

Contando un incidente de sus días como joven superior provincial dominico, el padre Radcliffe nos dijo que él y un dominico mayor, el padre Peter, visitaron a un pequeño grupo de religiosas y les dijeron que el futuro de su monasterio era incierto. “Una de ellas objetó: ‘Pero, Padre, nuestro querido Señor no dejaría morir nuestro monasterio, ¿verdad?’. El padre Peter respondió: ‘Hermana, dejó morir a su hijo’. Así, podemos dejar morir las cosas, no con desesperación, sino con esperanza, y para dar espacio a lo nuevo”.


La amistad de Jesús

Cuando volví de Roma después del sínodo, me preguntaron muchas veces: “¿Qué pasó en el sínodo?”. Respondí simplemente: “Hice muchos nuevos amigos y ningún enemigo”. De hecho, el padre Radcliffe nos instó a empezar a hacer amigos de manera intencional durante las semanas del sínodo, pero a hacerlo de la manera en que Dios hace amigos. A diferencia de las amistades humanas de la antigüedad, que solían ser posibles sólo entre “los buenos” y entre iguales, Dios ofrece amistad de maneras a veces chocantes, a Jacob el embaucador, a David el asesino y adúltero y a Salomón el idólatra.

Del mismo modo, Jesús hizo amistad comiendo con pecadores y visitando sus casas. Jesús revela que Dios no tiene límites cuando se trata de hacer amigos: Al enviar a su Hijo para que asumiera nuestra existencia carnal y terrenal, Dios traspasó la división entre la criatura y el creador, entre el tiempo y la eternidad, para hacerse amigo nuestro.

Según el padre Timothy, el Sínodo es el momento de recalibrar nuestra forma de hacer amigos. Nos instó a reflexionar sobre si hemos puesto límites a las personas con las que entablamos amistad y si ello ha perjudicado nuestra capacidad de escucharnos unos a otros. Este es el tipo de escucha al que se refiere el documento preparatorio que he citado antes, prestar atención a los movimientos del Espíritu en uno mismo y en la otra persona durante la conversación, respetando y acogiendo a los demás tal y como son. Es reconocer que el Espíritu de Dios actúa en todos, incluso en los que no están de acuerdo con nosotros.

El padre Timothy observó que Dios hace amigos del mismo modo que crea, dejando que las cosas sean. “Que haya”, dice Dios en el acto de la creación. Así pues, tampoco debemos tener miedo de las personas que son diferentes de nosotros o que difieren con nosotros en ciertas cuestiones. Este tipo de amistades nos liberan para compartir nuestras dudas y buscar juntos la verdad, independientemente de nuestros puntos de partida. De hecho, el acto mismo de buscar la verdad es mejor hacerlo juntos, porque de una manera fundamental todos nos necesitamos unos a otros para poder avanzar.

Nos recordó que la búsqueda de la verdad no puede reducirse a la mera recopilación de información con la que luego decidimos estar de acuerdo o cuestionar. No solo se trata de resolver las cosas, de proponer nuevas ideas o estrategias, que suele ser el enfoque por defecto que se adopta en la actualidad cuando nos enfrentamos a desafíos. Se trata más bien de descubrir la verdad que el Espíritu revela, y esto requiere atención. La conversación en el Espíritu produce verdaderos frutos en un proceso de descubrimiento de lo que ya está dado por Dios. Por eso el papa Francisco ha insistido repetidamente en que el sínodo no es un parlamento, donde se argumenta y se buscan compromisos en un intercambio dialéctico.

La búsqueda de la verdad en el proceso sinodal se produce en el tipo de conversación que pregunta qué hay en el corazón del otro, qué le preocupa e inquieta. Así es como Dios conversa con nosotros, como vemos en la primera conversación que Dios mantiene en el libro del Génesis. Después del pecado, Dios no inicia una conversación con Adán acusándolo. Dios no le pide que pague por la fruta que robó. Más bien, Dios simplemente le pregunta: “¿Dónde estás?”. (Gn 3:9). Es una pregunta que muestra preocupación. Así también, en el camino de Emaús, Jesús pregunta: “¿De qué hablan por el camino?” (Lc 24,17). Pide a los discípulos que compartan su cólera y su miedo. Y está dispuesto a ir donde ellos van, sin controlar la conversación ni la dirección del viaje, sino aceptando su hospitalidad.

Así es como deben producirse nuestras conversaciones en el Espíritu: escuchando lo que hay en el corazón de la otra persona, sin intentar controlar la conversación y sin tener miedo de adónde va a ir la conversación. Hay que dejar de lado los plazos. No hay un cronograma para llegar a término. El tiempo está en manos de Dios, una realidad que en la actualidad nos resulta especialmente difícil de aceptar. Lo que se necesita es el tipo de conversación que lleva a la conversión. Es una conversación entre amigos que escuchan con la imaginación y que intentan comprender por qué el otro mantiene una postura diferente a la suya. Es una amistad que asume riesgos, como hizo Jesús cuando, la noche antes de morir y cuando sus discípulos estaban a punto de traicionarle, negarle y abandonarle, les dijo: “Yo los llamaré amigos” (Jn 15, 15).


Potenciar mutuamente la autoridad

“No podrá haber una conversación fructífera entre nosotros”, advirtió el padre Timothy, “a menos que reconozcamos que cada uno de nosotros habla con autoridad”. Señaló que la Comisión Teológica Internacional citó a San Juan al abordar el sensus fidei: “Ustedes tienen el Espíritu que viene de Dios y lo saben todo… el Espíritu que recibieron de Él (Cristo) permanece en ustedes, y no tienen necesidad que nadie les enseñe… ese Espíritu les enseña todas las cosas” (1 Jn 2:20, 27).

Muchos de los laicos que participaron en el Sínodo se sorprendieron de que, por primera vez, las autoridades eclesiásticas les escucharan. Pero ninguno de los delegados debería dudar de su autoridad para hablar. Todos nosotros, sea cual sea nuestra posición en la Iglesia, debemos partir del entendimiento común de que “la autoridad es múltiple y se refuerza mutuamente”. Un simple gesto me indicó que la exhortación del padre Radcliffe en este sentido arraigó en los corazones de los delegados sinodales. Cuando nos sentamos a la mesa, el moderador empezó haciéndonos una sencilla pregunta: “¿Cómo quieren que los llamen?”. Todos, independientemente de su posición en la Iglesia, dieron su nombre de pila y omitieron cualquier referencia a un título. Empezamos en pie de igualdad y reconocimos que cada uno habla con autoridad.

Tenemos buenos ejemplos en la Iglesia primitiva de decir la verdad al poder, que deberían servirnos de guía. Pablo relata en su Carta a los Gálatas que se enfrentó a Pedro “abiertamente” (Gal 2:11), y aun así se dieron la mano en comunión, y la Iglesia les honra como mártires fundadores. Siguiendo su ejemplo, debemos “buscar la manera de decir la verdad de modo que la otra persona pueda oírla sin sentirse abatida”.

El miedo suele estar detrás de la vacilación a la hora de decir la verdad cuando resulta incómoda. Los que hablan dudan porque temen el rechazo. Los que escuchan la verdad temen que les exija renunciar al control o al cambio. “Tenemos un profundo instinto de aferrarnos al control, por eso muchos temen el Sínodo”, dijo el padre Radcliffe. Sin embargo, desde los primeros días de la Iglesia, el Espíritu Santo ha desafiado esta tendencia a controlar o mantener el statu quo. El padre Timothy recordó que en Pentecostés, “el Espíritu Santo llegó de manera intensa sobre los discípulos que fueron enviados hasta los confines de la tierra. Pero en lugar de eso, los apóstoles se instalaron en Jerusalén y no quisieron marcharse. Tuvo que llegar la persecución para que se soltaran del nido y se alejaran de Jerusalén”. Es la forma que tiene Dios de ejercer un “amor duro”, bromeó.

Los líderes deben tener especial cuidado con el temor a renunciar al control y más bien estar abiertos al cambio, “porque ser guiados por el Espíritu en toda verdad significa renunciar a lo presente, confiando en que el Espíritu engendrará nuevas instituciones, nuevas formas de vida cristiana, nuevos ministerios”. Esto está en consonancia con el consejo del papa Francisco en Evangeliia gaudium, donde escribió: “no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera” (n. 280).

El miedo a ceder el control está muy arraigado en la psique de los líderes eclesiásticos, y sería fácil citar muchos ejemplos. Uno de mis favoritos se encuentra en una carta escrita por el Cardenal Wolsey al papa Clemente VII en 1525. Como recordarán, el cardenal Wolsey era el limosnero del rey de Inglaterra y se convirtió en la figura de control en prácticamente todos los asuntos de la Iglesia y el Estado bajo Enrique VIII. Su nombramiento como cardenal y legado a Inglaterra por el papa León X le otorgaba precedencia sobre el resto del clero inglés, y como lord canciller gozaba de gran libertad y a menudo se le representaba como el alter rex (“otro rey”).

Con el desarrollo de la imprenta, Wolsey sintió el deber de advertir al Papa de los peligros de este nuevo invento, señalando que tendría el lamentable resultado de poner las Escrituras y las creencias de la Iglesia directamente al alcance de los laicos. Si esto sucedía, advertía, los laicos se verían alentados a comenzar a “rezar por su cuenta en sus lenguas vulgares”, y si lo hacían, podrían pensar que era posible hacer su propio camino hacia Dios, y entonces el clero sería de poca utilidad.

Pero, como nos recordó el padre Timothy, la autoridad no es un juego de suma cero. Al contrario, “es múltiple y se refuerza mutuamente. No tiene por qué haber competencia, como si los laicos sólo pudieran tener más autoridad si los obispos tienen menos, o los llamados conservadores compitieran por la autoridad con los progresistas”, aconsejó. En lugar de actuar como aquellos discípulos que querían hacer caer fuego sobre sus oponentes, deberíamos modelarnos según la Trinidad, donde “el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no compiten por el poder, al igual que no hay competencia entre nuestros cuatro Evangelios”.


Un poder transformador

La experiencia de la transfiguración en el monte Tabor permitió a los discípulos de Jesús vislumbrar su misión. No resolvió todas sus divisiones, temores y esperanzas contrapuestas, pero les dio el valor para dar los primeros pasos con Jesús en su camino hacia Jerusalén. Las meditaciones de retiro del padre Radcliffe tenían un propósito similar. Al revelar el poder transformador de la esperanza eucarística que puede calmar nuestros miedos, de las amistades que están atentas al movimiento del Espíritu en los demás, y del reconocimiento mutuo de la autoridad de unos y otros para participar en la vida de la Iglesia, nos animó a ocupar nuestro lugar en el aula sinodal y participar en “una dinámica”, por citar el Instrumentum laboris del sínodo, “en la que la palabra hablada y escuchada genera familiaridad, permitiendo a los participantes acercarse unos a otros”.

Pero sus intervenciones fueron más allá. Nos ayudaron a comprender que el santo padre nos llama a imaginar una renovación de toda la Iglesia como una conversación en el Espíritu. Se trata de un nuevo “modelo de Iglesia” que, en mi opinión, promete renovar el modo de tomar decisiones en la Iglesia y de relacionarnos entre nosotros a nivel universal, continental, nacional y local. Imagínense lo que podría significar si las conferencias episcopales nacionales y provinciales, los consejos laicos presbiterales y arquidiocesanos y los consejos parroquiales entendieran que se reúnen para conversar en el Espíritu. Asumirían su misión, inspirados por una esperanza eucarística, comprometidos a crear y sostener amistades escuchando el movimiento del Espíritu en los demás y permaneciendo firmes en el respeto de la autoridad mutuamente enriquecedora.

Mi esperanza es que, al igual que el padre Radcliffe nos preparó para entrar en el aula sinodal, también los católicos se sientan inspirados para ocupar su lugar en la mesa del proceso sinodal y trabajar por el tipo de renovación que prevé el Papa. No es sorprendente que el primer nombre de la Iglesia fuera “El Camino” (por sus seguidores “Los del Camino”), porque fue en el primer sínodo, cuando los discípulos fueron a Jerusalén, cuando llegaron a comprender que el Señor, siempre a su lado a través del Espíritu, era quien les guiaba por el camino y que su misión era discernir su movimiento.

Ese es el legado que nos dejó la Iglesia primitiva, que el papa Francisco ha hecho suyo -y nos invita a abrazar- para que también nosotros podamos ser “sorprendidos por la alegría”.

LEER. El Papa: La conversación en el Espíritu consiste en escuchar

VIDEO. P. Radcliffe OP: Mi experiencia en el Sínodo ¿Espíritu Santo protagonista?

 

VIDEO. En el camino de Emaús: una Conversación Sinodal con Timothy Radcliffe, OP

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Fuentes

America Magazine / Videos: Teología Hoy – Unión Internacional de Superioras Generales / Foto: Brennan Hall (Discerning Deacons)

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