Unas fotos de décadas pasadas -un par que en realidad ya perdían el color de la contemporaneidad- , acompañadas de un extraño llamado, despertaron en mi la curiosidad y el interés por conocer a fondo su historia: Quinta Presa, palacio construido en el siglo XVIII, era el momento de apreciar tu retrato de casona lujosa, de cerca.
Quinta Presa, en fotos antiguas.
Calor imperturbable. 10:00 am. Tomamos un taxi en el Jr. Trujillo. Nuestro rumbo a la Quinta Presa es observado por una conjunto de casonas y quintas, todas en desfile. Su presencia evoca recuerdos que quizás viví o que no he vivido. -Siempre queda algo-, digo, consolándome, mientras me dedico a observar los interiores de los solares. Sin embargo, pasamos por calles que solo conocen de valentía callejera, de maña criolla. Nada familiar. Su pasado de oro se ha ido olvidando, o más bien, lo hemos olvidado. Poco a poco, llegamos a la Av. Francisco Pizarro -más casonas, decadentes, como las anteriores-, es hora de bajar. Pintorescas tiendas de ropa policial nos reciben. -Curioso-, atino a opinar sobre ellas. Caminamos. El Callejón de Presa que conduce a la Quinta está a la vista, a la vuelta de la esquina. Doblamos. Balcones sobre nosotros. Ahora reconozco en el horizonte de la calle el retrato de casona añeja que contemplé en tantas fotos antiguachas. Estamos a unos pasos. -No debemos todavía descuidarnos, tengan en cuenta que estamos en Malambo, un barrio de los bravos-, irrumpe Manolito con su típico ‘ajuste’, cuando visitamos sitios que parecen peligrosos. -No hay de qué temer, por ahora al menos-, replico para continuar el trayecto.
Calle del Rímac, Centro Histórico de Lima. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Cruzamos la última calle en la que desemboca el Callejón de Presa. Ahora sí estamos frente a la Casona Presa (Jr. Chira 344), despertada cada mañana por el desenfreno de los autos y del populacho rimense. Al costado de la Quinta unos muchachos empiezan a perseguir un balón. -¿Habrá que tocar no?-, dice irónica una acompañante nuestra. Tocamos. Ninguna respuesta. Solo un gato se asoma y camina campante, como jocoso. -Parece que se han de haber ido-, ¡caracóles!. No podríamos quedarnos todo el tiempo del mundo. Afuera acecharán. -Los que están a cargo tienen que regresar, esperemos un poco-, doy un esperanzador mensaje. En la canchita celebran, parece que alguien hizo un gol. De pronto, un señor llega e inmediatamente le explicamos que queremos conocer la tan famosa Quinta de la Perricholi -como dice la tradición- y le pedimos suplicantes que nos permitiera entrar al recinto con él.
La Quinta Presa, Rímac, está cerrada al público. Foto: Marco Gamarra Galindo. Leer más