06/11/10: De cómo conocí la Quinta Presa

Unas fotos de décadas pasadas -un par que en realidad ya perdían el color de la contemporaneidad- , acompañadas de un extraño llamado, despertaron en mi la curiosidad y el interés por conocer a fondo su historia: Quinta Presa, palacio construido en el siglo XVIII, era el momento de apreciar tu retrato de casona lujosa, de cerca.

Quinta Presa, en fotos antiguas.

Calor imperturbable. 10:00 am. Tomamos un taxi en el Jr. Trujillo. Nuestro rumbo a la Quinta Presa es observado por una conjunto de casonas y quintas, todas en desfile. Su presencia evoca recuerdos que quizás viví o que no he vivido. -Siempre queda algo-, digo, consolándome, mientras me dedico a observar los interiores de los solares. Sin embargo, pasamos por calles que solo conocen de valentía callejera, de maña criolla. Nada familiar. Su pasado de oro se ha ido olvidando, o más bien, lo hemos olvidado. Poco a poco, llegamos a la Av. Francisco Pizarro -más casonas, decadentes, como las anteriores-, es hora de bajar. Pintorescas tiendas de ropa policial nos reciben. -Curioso-, atino a opinar sobre ellas. Caminamos. El Callejón de Presa que conduce a la Quinta está a la vista, a la vuelta de la esquina. Doblamos. Balcones sobre nosotros. Ahora reconozco en el horizonte de la calle el retrato de casona añeja que contemplé en tantas fotos antiguachas. Estamos a unos pasos. -No debemos todavía descuidarnos, tengan en cuenta que estamos en Malambo, un barrio de los bravos-, irrumpe Manolito con su típico ‘ajuste’, cuando visitamos sitios que parecen peligrosos. -No hay de qué temer, por ahora al menos-, replico para continuar el trayecto.

Calle del Rímac, Centro Histórico de Lima. Foto: Marco Gamarra Galindo.

Cruzamos la última calle en la que desemboca el Callejón de Presa. Ahora sí estamos frente a la Casona Presa (Jr. Chira 344), despertada cada mañana por el desenfreno de los autos y del populacho rimense. Al costado de la Quinta unos muchachos empiezan a perseguir un balón. -¿Habrá que tocar no?-, dice irónica una acompañante nuestra. Tocamos. Ninguna respuesta. Solo un gato se asoma y camina campante, como jocoso. -Parece que se han de haber ido-, ¡caracóles!. No podríamos quedarnos todo el tiempo del mundo. Afuera acecharán. -Los que están a cargo tienen que regresar, esperemos un poco-, doy un esperanzador mensaje. En la canchita celebran, parece que alguien hizo un gol. De pronto, un señor llega e inmediatamente le explicamos que queremos conocer la tan famosa Quinta de la Perricholi -como dice la tradición- y le pedimos suplicantes que nos permitiera entrar al recinto con él.

La Quinta Presa, Rímac, está cerrada al público. Foto: Marco Gamarra Galindo.Quizás no volvamos a soltar un ¡caracoles! más en el día, ahora, más bien, hay motivos para contagiarse de la euforia de la muchachada de a lado: el encargado accede con un sí a medias pero un sí al fin. Entramos, pues, triunfantes a la Quinta. Estamos, en solo unos segundos, en contacto con este vestigio que habla por sí solo y nos da la bienvenida. El gato se esfumó y consigo su caracter cachoso. El señor nos conduce al patio, después de atravesar un amplio zaguán y unos arbustos enredados. Ahora vemos la huerta, rodeada de unas palmeras solitarias. Plantas, flores y restos antiguos del palacio están posicionados alrededor de un mirador. Aprovecho todo este entorno para refugiarme en lo que queda de mi añorada Lima, cuya presencia evoca recuerdos que quizás viví o que no he vivido. -Siempre queda algo-, repito, consolándome. Siento cierta familiaridad que no es suficiente: falta mucho por preservar y por reconstruir en la Quinta. Por un momento, su estilo rococó, cautivador, me mantiene recordando el vaiven de la vida limeña de hace unas décadas como si yo fuese mi abuelo instalado allí de nuevo como en la Guardia Republicana.

El gato de la Quinta Presa, Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.

Camino por el mirador. Subo hasta él. Una vista panorámica me permite observar con mayor detalle a la Quinta. Sus colores azul y crema despiertan en mí una inesperada sensación. Ahora lo sabía. Ya había recordado. No era la primera vez que la visitaba. Había presenciado, atónito, como frente a mí, aparecían los recuerdos intrañables de mis paseos por la Casona cuando, acompañado de la familia Arias, iba a las Pampas de Amancaes, de los pintorescos rumores de la Perricholi y del virrey que giraban en torno a la Quinta, de su esplendor aristocrático en los albores de la independencia y de la época de la Guardia Republicana, adornado el recinto para entonces con unos cañones que tanto cuidábamos. Habia perdido el número de cuántas veces la había visitado. -Siempre queda algo-, dije, volviendo a consolarme, esta vez sonriente, mientras me dedicaba a observar los últimos interiores de la Quinta. Ahora sí, todo es familiar. Tantos recuerdos. En los exteriores la muchachada había terminado de perseguir el balón.

Interiores de la Quinta Presa, Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.

Puntuación: 5 / Votos: 4

Comentarios

  1. GRACIELA escribió:

    MI RIMAC QUERIDO, CUANDO ERA NIÑA VIVIA ALLI Y AL COSTADO DE LA QUINTA ESTA EL MERCADO DE LIMONCILLO ,UNA VEZ ME PERCATE DE LA QUINTA YA QUE NUNCA ANTES LA HABIA NOTADO , LE PREGUNTE A MI MAMÁ QUE ERA, ELLA ME RESPONDIO QUE ERA LA CASA DE LA PERRICHOLI.

  2. manuel irribarri escribió:

    MIRA GRACIELA YO TAMBIEN VIVI CASI TODA MI VIDA EN LA CALLE CHIRA A UNOS PASOS DE LA QUINTA
    YO SI LLEGUE A ENTRAR Y ERA HERMOSA SIEMPRE ME IMAGINABA COMO SERIA LA QUINTA EN LA EPOCA DE LA PERRICHOLI
    Y CLARO EL MERCADO LIMONCILLO
    TODA MI INFANCIA ESTA AHI.

  3. José Luis de Cuenca Orbegoso escribió:

    Fantástico blog. !Ojalá el barrio vuelva a recuperar su esplendor! Desde España, un saludo con afecto.

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