Caminando por las añejas calles del Rímac, entre el frío categórico del invierno limeño y el crujir propio de la bicentenaria madera -a primeras horas de una agónica mañana-, casi sin percatarse, un grupo de limeñistas recordaron los días en los que descubrieron señoriales casonas en estado ruinoso, vestigios coloniales olvidados, escudos y portadas escondidas tras el fragor urbano de los callejones de alguna quinta o mansión oculta.
El Jr. Trujillo, Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Decidieron guardar para siempre ese instinto sagaz, intrépido, casi natural, de observar detalladamente cada lugar, cada espacio. A partir de allí, la investigación a priori surgió, ansiosa, para colaborar en el amplio campo de la historia de Lima. Con el tiempo, la timidez cede. La acción aguerrida, casi heroica, de ingresar a los lugares más inaccesibles de las entrañas históricas de Lima, valiendose de cualquier excusa o ingenio, prevalece. –Se impone el interés por descubrir lugares nuevos, poco estudiados- mencionaría más de uno. Y así es.
Era, pues, una de las mañanas que recorríamos el Rímac, el barrio de Abajo el Puente, San Lázaro, que entre gallos y mediasnoches nos había dejado el tradicional Jr. Trujillo limpio, desolado, solo para nosotros. Los rumores de ser un sector bravio eran eso, solo rumores. La caminata ameritaba su apertura a puertas del tan noble distrito, y qué lugar más perfecto que el Puente de Piedra.
Amable señora del Rímac que en su balcón republicano observa nuestro trayecto. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Balcones de cajón, tiendas mercachifles, zigzagueantes pasos de los primeros rimenses que parten a sus labores diarias. Allí están todos. Los veo. Me ven. Los saludo. Me saludan. Esperamos un poco. Iniciamos la caminata. La historia colonial y republicana del Rímac empieza a comentarse, hecho clave que manifiesta el curso exitoso de una caminata. Wilfredo Ardito, Vladimir Velásquez y David Pino se disponen a presentar las anécdotas de una pintoresca capillita a orillas del río hablador. Todos, atentos, escuchan. Transcurren así los primeros minutos de la mañana.
La Capillita del Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Continuamos el recorrido, hecha casi una expedición. Miradas abundan hacia el portón de madera, hacia la señora que yace, complaciente, en un gran balcón corrido. Otros aprovechan para comprar unos dulces en la tienda de la esquina. Allí, esa gran construcción neoclásica cuya puerta ofrece gruesas columnas de piedra se gana la atención general. Se ha hecho casi un acto cotidiano encontrar un hermoso friso, un techo machihembrado, perfiles que el arte y la cultura de épocas preteritas trazaron con mano amorosa, para hacer de la Ciudad de los Reyes, ‘Lima’, una ciudad de prestigios indeclinables. Sin embargo, siempre es el mismo sentimiento de impresión y asombro el que nos embarga cada vez que nos hallamos frente a alguna estatua de marmol de carrara, placa decorativa o arco de claustro.
Lo que nos deparó el recorrido: la Casona de Amat, Federico Villareal y Sérvulo Gutierrez
Un par de señores observan nuestro andar –semejante al de un grupo de turístas japoneses con cámaras-. A sus espaldas, una profunda entrada y una serie de arquerías nos invitan a entrar. Absortos, cruzamos por un zaguán de tres cuerpos que culmina en un gran patio. Allí, a la izquierda, una señorial escalera que se abre en dos cuerpos. Sus peldaños de marmol nos muestran lo prestigiosa que fue esta vivienda. ¿De quién fue? ¿Quién es el que vive aquí? Muchas preguntas, escasas respuestas.
Hermosa casona. ¿Cuántas de ese tipo quedarán aún en Lima? Foto: Marco Gamarra Galindo.
Suntuosas columnas grecoromanas, ventanales de mansión colonial, nos sorprenden, vistosas. Una entrada a una posible huerta nos seduce hasta que, de pronto, una pareja de adultos –de avanzada edad- proceden a bajar de una de las habitaciones del segundo piso. Debemos hablar con ellos. Inesperadamente, el virrey Amat y Federico Villareal, dos grandes personajes de nuestra historia, empezaron a surgir en el ambiente. –Esta fue una de las casas que tuvo el Virrey Amat y Juniet. También fue vivienda, años posteriores, del matemático peruano Federico Villareal- comenta, orgulloso, el esposo. –Ahora está enrejada la casona para que ya no ingresen delincuentes a hacer de las suyas-, interviene la esposa.
Patio principal y arco de la gran casona. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Revelaciones que sin duda hacen más interesante el estudio de Lima (imprescindible conversar con los vecinos, inquilinos o habitantes, quién más que ellos para relatarnos los hechos cotidianos a los que están sujetos. Estos también pueden ser preocupantes). Fotos, aquí, allá, atrás también. La mañana empieza a hacerse tarde. Unas horas después, e investigando sobre la casona, pude saber que también fue vivienda de Sérvulo Gutierrez, destacado pintor y boxeador nacional. “La muerte de su madre provoca el traslado del adolescente a Lima, donde se instala en casa de su hermano Alberto, restaurador, en la casona que actualmente es sede de la Peña Hatuchay, en el Rímac”.
Segundo piso de la Casona donde vivió Amat, Federico Villareal, Sérvulo Gutierrez y quien sabe otros reconocidos personajes. Foto: Marco Gamarra Galindo.
La Peña Hatuchay: noche andina bajo el cielo limeño Leer más