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24/12/10: Una mirada personal a la realidad de La Parada

No sé cómo llegué a La Parada. Solo sé que lo hice y que estoy aquí para contarlo. Quizás fue lo que, sin darme cuenta, busqué desde mucho tiempo: conocer la otra cara de Lima, la marginal o decadente, tal vez la populosa.

En La Parada, mercado mayorista de aires provincianos cuyo nombre se debe a que esta zona de La Victoria era el paradero final de los camiones provenientes del interior. Foto: Marco Gamarra Galindo.

Es temprano, quizás la una de la tarde. En algunos sectores de Lima, sin embargo, oscurece. La avenida Aviación empieza a cambiar de tonalidad mientras más nos adentramos al distrito de La Victoria. El puente del tren eléctrico acompaña nuestra comparsa en silencio. Su actitud parece combinar perfectamente con el color gris del lugar. De pronto, uno a uno crecen los vendedores que ofrecen una variedad increíble de productos, la mayoría ubicados en tiendas que retan a cada instante la autoridad de la pista. Un tráfico que va en aumento, casas de apariencia triste y el ruido de los autos que se hacen sentir a kilómetros nos indican que estamos a pocas cuadras de La Parada, el mercado popular más conocido del país.

Multitud en La Parada, La Victoria. Foto: Marco Gamarra Galindo

Cruzo miradas con algunos, inmediatas pero suficientemente detalladas. Parecen estar en casa, como si hubiese sido aquel puesto o tiendita el hogar de toda su vida. Detrás de cada uno de ellos, existe una historia distinta pero teñida de los mismos sentimientos. Junto a ellos, los cargadores, desprovistos de toda prenda que cubra sus desnudos torsos, trabajan sin parar a pesar de estar rodeados de ambientes que solo conocen de suciedad y contaminación, y claro, de comercio. Los compradores, por su parte, se toman el tiempo que creen adecuado para conversar, tranquilamente, con los vendedores y negociar, como en cualquier mercado. Son, pues, ‘caseritos’. Podría decirse que se conocen, que existe una relación más cercana que vendedor y comprador. Cuando se trata de trasladarse a otra tienda, para continuar apreciando otros productos, caminan rápido. Desean llegar cuanto antes. La calle está dura. Deambula la virulencia delincuencial. Por suerte, no porque habitan esas avenidas, desconocen la realidad.

En las primeras cuadras de la avenida Aviación, donde se ubica La Parada, abunda la inseguridad y la suciedad. Foto: Marco Gamarra Galindo.

La actividad cotidiana de cada uno de estos personajes es observaba desde el cielo por los ‘apus’ de cuya apariencia resaltan las cientos, o miles, de casas que se han erigido sobre ellos. Entre los cerros más conocidos están El Pino y San Cosme, quienes brindan cobijo a sus innumerables habitantes. Los comerciantes, compradores, cargadores y abandonados inician su labor diaria a primeras horas del día, para continuar hasta el día siguiente. Es una continua actividad comercial en un medio inmundo, y que curiosamente, abastece de alimentos a casi el 70% de Lima en medio de toneladas de basura (Caretas 2006). “Son más de 6,000 camiones los que se congregan alrededor del mercado como moscas todos los días”, se escucha decir en los medios, en las afueras de La Parada. El gris sigue impregnado en el ambiente, en las calles y hasta en los rostros de uno que otro alcohólico o borracho que camina a duras penas por las cuadras del mercado mayorista número uno del Perú.

Edificios fúnebres de La Parada. Foto: Marco Gamarra Galindo.

Este es el PERU con esa maravillosa gente, gracias por tanto trabajo por salir adelante, y por no dejarse vencer por un gobierno que los olvida.

Realidad peruana, familias quee merecen más apoyo e interés del gobierno, ellos tambien son peruanos y contribuyen diariamente con el crecimiento económico que uno ve desde a fuera, pero ellos no lo ven, el gobierno debería mucho más en esa gente buena y noble.

Son admirables estas personas, cómo para llevar dinero a casa se tienen que romper el lomo . Viva por ellos. Leer más »

01/12/10: Tacora y la historia del mercado de La Victoria

Sigue allí, imbatible, desafiando al tiempo y a las autoridades. Muchas veces trató de ser eliminado y el actual municipio (a cargo de Castañeda) estuvo a punto de lograrlo.

Tacora, ubicada en las cuadras iniciales de la avenida Aviación (Urbanización Manzanilla, La Victoria), es un populoso y peligroso mercado que cuenta con más de cincuenta años de antiguedad, donde se comercia con objetos “ajenos”. Andar por estos lares es una prueba a la valentía y salir intacto, una oda al arrojo. “Cuando uno camina por sus calles se siente perseguido, que desde la puerta del callejón que acabas de pasar ya te están chequeando. Parecen francotiradores hambrientos. Uno así camina paranoico y hasta se olvida del fétido olor que emana de aquellos peculiares personajes, “los Cachineros” de La Victoria” (Carlos Narciso 2007).

Tacora, zona de venta de artículos de dudosa procedencia, está ubicada en las primeras cuadras de la avenida Aviación, La Victoria. Durante la alcaldía de Alberto Andrade existieron siete bandas de “cogoteros” extendidas por la mencionada avenida. Foto: Energía Limpia.

La historia del mercado de la Urbanización Manzanilla, Tacora, es la historia del asentamiento de sectores populares en la capital, de procedencia provinciana, quienes, ante la necesidad de insertarte en el mercado nacional, recurren a la informalidad que ofrece la venta de productos “negros”, sin procedencia conocida. Se trata, pues, de la presencia de la cultura “chicha” (llamada así por el género musical de ritmo tropical y andino). A pesar de que no se pueda justificar estos actos, el Estado, como ente mayor, ha fracazado en la integración de estos sectores de pequeña empresa -pujante y con admiración por triunfar- en el proyecto de unidad economía nacional.

Por Tacora no es difícil escuchar narraciones como la siguiente: “(…) el burdo mercadillo de Manzanilla, más conocido como Tacora se ha disipado para dar paso, como cada tarde, inexorablemente, a los individuos más respetados de este barrio de pesadilla: los hampones. Los resignados “cachineros” (ladinos mercaderes recicladores) empujan sus triciclos o carretillas con la rapidez de quien transporta su mayor tesoro. Y los asiduos compradores huyen espantados de estas peligrosas hordas que llegan con el ocaso” (César Jesús 2007).

“Un cojudo me robó mi celular que él nunca hubiera podido comprar se corrió el hijo de p… al siguiente día lo encontré y le saqué su miércoles cojudos maricones…. aprendan a pelear …. vallan (vayan) a trabajar que a parte de inútiles lacras sociales dan una aimagen (imagen) asquerosa al país” (tildes han sido añadidas). Anónimo.

“Yo la verdad no culpo a los pirañitas, ya que lo hacen sin querer. Será por el hecho que no tenga para comer. Lo que falta es educación. Si hay más educación y trabajo no pasaría eso” (tildes han sido añadidas). Anónimo.

¿Por qué Tacora?
A esta zona se la conoce como Tacora porque antes funcionaba un emporio de autopartes robadas (“Tacora Motors”, como se la apodaba en los setentas), y ya desde ese momento era un lugar peligroso para circular. Tacora se originó cuando uno que otro comerciante se estableció allí para vender cosas usadas.

Poco a poco fue creciendo, hasta que en la década del sesenta se convirtió en un verdadero “mercado persa”, donde se ofrecía de todo: baratijas, repuestos viejos, zapatos y vestidos usados, juguetes, artículos deportivos, todo de dudosa procedencia. La atracción de ese congestionado mercado eran los precios sumamente bajos y la seguridad de que allí, en ese vasto escenario, se encontraría lo que las tiendas de Lima no ofrecían.

En la actualidad, todavía se trabaja con todo tipo de material, se pone en venta cualquier artefacto, se comercializa hasta con el alma. “Hombres y mujeres, la mayoría gente humilde, empobrecida al máximo, venden de todo: zapatos viejos, revistas pasadas, bicicletas en desuso, vestidos estropeados, fierros y maderas desechadas, repuestos, piezas de vehículos, puertas de casas derrumbadas, ventanas, lámparas, cubiertos, muñecas antiguas y maltratadas, objetos pornográficos amarillentos y pasados de moda, trajes de novia, etc.” (La República 2002). Tacora, lugar por excelente donde todo se consigue y adquiere, pero no de procedencia del todo honesta.

No hay galerías como en Mesa Redonda o en Gamarra, ni locales comerciales, ni talleres, ni tiendas levantadas improvisadamente. Se trata de un gran espacio abierto, de tres cuadras muy amplias, donde los comerciantes exponen sus productos extrañamente conseguidos, productos sin mayor valor (ibíd). El riesgo de que suceda un incendio que arrase con todo es menor, pero sí existe una amenaza latente: “puede desatarse una epidemia por la suciedad y la promiscuidad existentes, pueden y de hecho ocurren hechos delictuosos, un sismo puede producir el terror colectivo y una mortandad” (ibíd).

Alrededores de Tacora. Foto: César Panizo.

La delincuencia es evidente. Toda la muchachada bravía de los Barrios Altos, La Victoria, Rímac, etc. se juntan diariamente alrededor de las tres cuadras de Tacora para hacer de las suyas. Se ha visto en los noticieros en más de una vez cómo cogotean a los transeúntes. Sin embargo, esa actividad ha dejado de ser constante. Con el paso del tiempo, la Municipalidad ha posicionado a sus trabajadores a nuevos centros comerciales y a los amigos de lo ajeno, por otro lado, a lugares donde puedan estudiar y trabajar decentemente. Según la Policía, Tacora ya no es tan peligrosa como hace “una treintena de años”. En el 2005 más de 300 agentes impiden que cientos de comerciantes se instalen en la vía pública. Desalojados vendedores desafían a las autoridades y toman calles aledañas. Dos años después la tristemente célebre Tacora empieza a cambiar de rostro por obras de comuna limeña.

Se han impulsado normas nuevas que incentivan la formalización de estos ciudadanos. La reciente ley General de Recicladores (2009), 29419 “da la oportunidad para que los que trabajan de recicladores de manera informal, se formalicen, se agrupen, aprovechen los beneficios de la economía de escala, negocien mejores precios a los productos reciclados que venden y además constituyan PYMES y entidades registradas como cualquier otro pequeño empresario del mercado” (Energias Limpias 2010). En abril del 2010 los recicladores de Tacora se reunieron para empezar a formalizarse. Buena iniciativa.

De cuando los ricos iban a Tacora
Yo estuve en trabajando en Tacora mucho tiempo, desde el 54. Yo hacía canastillas de triciclo, tiraba bastante esa vaina. Pero como incendiaron a Tacora por el 55 ó 57, cuando entró a la alcaldía B…, en su primer período, hizo toda esa huevada, metió candela a todo. Por eso ahora que busque un voto de un ambulante a ver si le dan, está difícil, ¿sí o no? (…) Volviendo a mi trabajo, en ese tiempo yo ganaba una miseria, me pagaban veinticinco cheques diarios. De ahí tenía que salir el desayuno, el almuerzo y el tranvía.

Tacora décadas atrás, 70’s. En la actualidad sus polos laborales son La Parada y Gamarra.

En esa época, cuando robaban no respetaban a nadie, a esas paisanitas que iban los domingos con sus carteritas, juac, lo robaban, daba cólera hasta agarrar un fierro y darles. A todas las paisanitas les robaban y también a los ricos. Pero los ricos que se iban a comprar piezas antiguas para coleccionar, que en esa época había mucho, o repuestos, escasos, para carros, contrataban a un muchacho que le decían Perro; éste era protector de ricos, para eso le pagaban. El Perro, bien armado, les acompañaba desde la entrada hasta que terminen de comprar. Como el Perro sabía pelear con todas las armas, los choros le tenían miedo y no los atacaban. Era difícil que alguien se atreviera. De eso vivía el Perro. Un día se asó un tal Julián, ¿qué le decían a este?, ah, le decian Bruto, era un cuerpudo y le atacó por la espalda y mató al Perro. Desde esa época los ricos ya no pisan Tacora, ahora ya no van o sino mandan a sus choferes o empleados. Pero antes no era así. Leer más »