Existe una canción que dice “Puerto Rico, yo nunca dejaré de amarte”, pues yo digo “Puerto Nuevo, yo nunca dejaré de temerte”.
Casas de madera en Puerto Nuevo, Callao. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Una febril bruma en el aire se deja observar desde la ventana. El camino está rodeado por urbanizaciones, de edificios grises, horribles. Mientras los minutos pasan, un calor que sofoca y que permite ver las nubes blancas, blanquísimas, se impone en los alrededores del Obelisco del Callao y despeja finalmente todo rastro útimo de bruma. Algunos árboles recien sembrados crean en el ambiente rumores de progreso. Los minutos siguen pasando y la idea de que ahora se debe continuar el trayecto a pie por la Av. Mora irrumpe de súbito pero no afecta, no genera ningun rastro de estupor, menos de indignación. Se camina de pronto cerca a la vereda, cerca a casas de madera que recién se dejan ver. Una inscripción en un muro gris que dice “Plomo, plomo para nuestros enemigos”, se deja leer a todas luces, pero tranquilo que tú no les has declarado la guerra. No formas parte de los conflictos que convulsionan a estas zonas rojas. Te llama la atención y, sin embargo, es evidente que sugiere algo profundo.
“Besos para nuestros gatos, y plomo, plomo para nuestros enemigos”, dice la frase completa escrita en Puerto Nuevo, Callao. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Tampoco estás solo. Las calles no están, pues, solitarias. Hay gente que observa sentada al pie de una puerta o parada en una esquina. Parecen estar hechas de otra sustancia. Sus miradas no son ajenas a la tuya. Te observan y ‘pulsean’, y por cosas que solo ellos saben, se dan cuenta que no eres del barrio. Algunos solo se limitan a una mirada ‘solapada’, no quieren más problemas. Estas zonas rojas parecen tener autoridad propia, reglas en común que sus habitantes imponen y que el Estado acepta con una indiferencia que va creciendo. Se levantan si ven algo injusto, se juntan por los ideales que buscan. Son más que parientes. No solo los une la forma de vida. Los une aquel resentimiento de no haber podido vivir en un lugar mejor. Muchos, inclusive, han sido obligados a poblar estos tugurios.
Calle de Puerto Nuevo, Callao. Foto: Marco Gamarra Galindo.
La mirada del malandrín de la esquina te sugiere algo que no logras comprender. El olor del mar ingresa a tus pulmones. No dejas de sentirlo. Prefieres continuar. Las estrechas calles que separan las casas de madera con otras casas de madera cada vez más ruinosas, te invitan a que continues el trayecto entre ese pedazo de cemento que podría llamarse pista, y que a lo largo de ella se visualizan unas mototaxis que han perdido el color de sus otroros años mozos en las carreteras camino quizás a los Barracones y a San Judas Tadeo.
La maña ‘chalaca’ en tu paseo no se halla ausente. Has escuchado que en estas zonas bravas del Callao, así como ciertas zonas del Centro de Lima, existe lo que se llama la ‘chispa’ o la ‘criollada’, ese arte de ser despìerto y lograr, ya sea por viveza o por creatividad, lo que uno desea. El talento, la buena comida y el trato vistoso se encuentra también en Puerto Nuevo y en sus zonas aledañas. Te acuerdas que hasta en los peores lugares se ubican a las mejores personas, de condición humilde pero con todas las ganas de progresar. Otros, sin embargo, se echan al olvido. Leer más