La última vez que estuve allí, había recorrido sus calles con mucho sigilo, con cuidado, casi en silencio. Tal vez no en la mejor situación. Quizás sin el debido tiempo. Aquella vez, si bien pude obtener información valiosa -traducida en fotografías y testimonios-, no dispuse de mucho tiempo para el detalle, la mirada paciente o la contemplación fija (y poner aprueba los conocimientos arquitectónicos pertinentes). Aquel día, por azares del destino -o porque ya era un poco tarde-, la calle estaba tomada. Haber continuado el recorrido por los jirones siguientes hubiera significado asumir un riesgo innecesario. El tiempo me depararía una nueva oportunidad para conocer el Rímac que no desaprovecharía.
El Rímac, tradicional barrio limeño, nos enseñó los secretos que ocultan sus calles. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Es una mañana fría, limeña. Unas cuantas personas observan la corriente del río Rímac, que continua, incesante, su tramo por debajo del Puente Trujillo. Los bodegueros de la Alameda Chabuca Granda alistan lo que hoy será otro día de comercio. Son pocas las personas que se ven reunidas a puertas del también llamado ‘Puente de Piedra’, punto de partida de nuestro recorrido al Rímac, un paseo que podría considerar de expedicionario: era, pues, la primera vez que David Pino, David Segura, Wilfredo Ardito, Antonio Poloylaborda –grandes amigos, interesados en la historia y la puesta en valor de Lima- y yo ‘asaltábamos’ las calles del Rímac con nuestras cámaras y nuestro peculiar caminar –similar al de un grupo de turistas japoneses en Lima, sin embargo, había que disimularlo y parecer lo más estoico posible-, con el único fin de conocer y difundir el valor histórico y patrimonial del distrito del Rímac, la imponente y vistosa arquitectura de las casonas y el quehacer cotidiano de los rimenses.
Una de las casonas que más nos trajo la atención. Sin embargo, existe poca información sobre la misma. Foto: Marco Gamarra Galindo.
La avenida Loreto fue testigo de nuestro ingreso al Rímac, la primera calle que recorrimos a nuestras anchas, luego de haber esquivado buses de todas las líneas imaginables y las miradas de sus somnolientos pasajeros. Para ese entonces las primeras construcciones coloniales y republicanas empezaban a sobresalir en el paisaje urbano: quintas y casonas de quincha y abobe, pintorescas –con refinado estilo arquitectónico- pero también cochambrosas y decadentes, surgían en ambos extremos del pavimento. Aprovechábamos los breves instantes que teníamos para poder fotografiar el momento, la serie de balcones de cajón que observábamos mientras caminábamos, las tradicionales calles del Rímac. Caminábamos ahora por la avenida Chiclayo.
Jirón Chiclayo a la vista. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Fue en esta última calle donde apreciamos una de las casonas más documentadas y antiguas de la capital. Como bien diría Antonio Poloylaborda: Si bien Lima no ha sufrido ni tifones ni huracanes devastadores a lo largo de su historia, sí ha sufrido el implacable dolor de la indiferencia y el olvido. David Segura dijo sobre la misma edificación: “y pensar que esta vivienda es una de la más antiguas de Lima. Su construcción está fechada en el siglo XVI. Aunque quizás en apariencia no sea la misma de ese entonces, algo de esa fecha debe perdurar hasta el día de hoy. El balcón es republicano, pero crea una composición simpática con la fachada asimétrica y la ventana repisa del primer piso“.
Antigua casona del Jirón Chiclayo y tema de nuestros comentarios. Foto: Antonio Poloylaborda.
Al doblar hacia la Avenida Marañón, no pudimos dejar de sorprendernos por el increíble número de zaguanes de aires coloniales –muchos de ellos ahora convertidos en pujantes comercios-, que merecen la mejora de sus condiciones y servicios por el bien de los inquilinos y del propio inmueble. El Rímac, a la vuelta de la esquina, nos deleitaba en cada calle, jirón o esquina (con el apoyo de alguna simpática señora que nos invitaba a caminar en los interiores de su residencia centenaria). Observábamos, asombrados y con detenimiento, los grabados artísticos en el techo, los arcos o los detalles de algún ventanal.
Una mimosa vecina del Rímac nos da la bienvenida a su quinta. Foto: Marco Gamarra Galindo.
-No, no somos de la Municipalidad- respondimos ante la interrogante de un vecino, al vernos ingresar a los interiores de una hermosa casona, cuyo portón de entrada estaba abierto –una de los metas consiste, pues, en ingresar a estas grandes casonas y poder conversar con los habitantes de la misma-. ¿Qué pasará con la Municipalidad del Rímac, en especial, por estos lares? Maravillados con esta casona en particular, de la cual lastimosamente no pudimos obtener mayor información, y luego de haber tomado las respectivas fotos para el recuerdo, partimos a la avenida Lambayeque, no sin antes conocer la Quinta Virgen del Carmen –que indica, en una de sus cuatro entradas de ingreso, en peculiares letras, el nombre de la quinta-. Estábamos ante uno de los inmuebles multifamiliares más tradicionales del Rímac –que junto al ‘Sagrado Corazón’, ‘Señor de la Justicia’ y la misma ‘Presa’- constituyen los sitios donde han surgido más de una anécdota curiosa y de donde se han criado más de un conocido deportista, político o cantante. Por ser valor fundamental de la identidad rimense, la quinta recibe el cariño incondicional de sus fieles hogareños y de sus generaciones de moradores; de todos de los habitantes de este barrio.
Quinta Virgen del Carmen, ubicada en el Rímac, es una de las más tradicionales de este sector del Centro de Lima. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Dejamos atrás, en cada paso, en cada mirada al zaguán de una gran casona, en el profundo diálogo sobre temas de arquitectura e historia –en el amable trato de los vecinos-, en la aspiración de un sueño, todo temor natural de explorar barrios desconocidos. Quizás hasta nos hubiéramos animado a dar unos movimientos al son de una música: Néctar no está en el cielo y suena a todo volumen en una radio de los alrededores de la Plaza de Acho.
Caminando por las calles históricas y bohemias del Rímac. Foto: Marco Gamarra Galindo.
De pronto, al parecer la zona más solitaria del Rímac, nos dio la bienvenida. En la Avenida Cajamarca solo se respiraba silencio, la nostalgia de una época añorada y pudiente, que si bien nosotros no la vivimos, la pudimos presentir, latentes por siempre en la pasividad de las últimas calles del Centro Histórico de Lima. Atraída quizás por el entorno surgido, nuestra efusividad se vio reducida al zigzagueante paso de nuestros pies. Avanzando y viendo los interiores de las quintas contemporáneas formamos parte de esa vida en secreto, y asimismo, dura, impenetrable, hasta que una señora nos alertó del riesgo que corríamos. -Tengan cuidado, jóvenes, por aquí hay mucha delincuencia- logró decir, preocupada. Quizás fue una advertencia que también nos presentó el ambiente en que nos hallábamos: pocos vehículos y poco tránsito peatonal, sumado al gran número de casas cuyas puertas de ingreso permanecían clausuradas con concreto enladrillado, quien sabe hasta por cuántos años. Calles desiertas hay soledad.
Son muchas las casonas que hoy se ven en estado ruinoso y decadente. La indiferencia de las autoridades juega a favor de ello. Foto: Marco Gamarra Galindo.
La iglesia San Lorenzo, ubicada en el cruce de Pataz y Libertad, se convertiría en un punto que acabaría con ese estado, dudoso. Con su intenso color rojo, ostentosa de un peculiar espacio esquinero y de unos relucientes interiores que nos deslumbraron, San Lorenzo nos cautivó. Sin duda un sector más que debe formar parte de los principales atractivos turísticos del Rímac, así como muchas de las casonas que, por haber brindado a la capital un tipo identidad e imagen diferente al de otras ciudades del mundo, merecen darse a conocer pues son la ciudad en su esencia misma.
Entre los atractivos de la iglesia San Lorenzo están sus dos torreones. Foto: Marco Gamarra Galindo.
Seguimos por Libertad, y si bien no nos jugábamos la libertad, sí quizás la integridad. Una serie de pintorescas casas en hilera, de un solo piso y una puerta rústica de madera en cada una -el color era la única diferencia entre ellas- era el entorno que prevalecía en la calle hasta la Plaza de Toros de Acho. Inseparable, a su derecha, el mirador Ingunza. Unas rejas nos separaban de esa historia de Lima. El cielo gris, de invierno, brindaba a la ciudad una vista más entristecida, desolada.
Viviendas rimenses de peculiar aspecto en el Jirón Libertad. Foto: Marco Gamarra Galindo. Leer más