Así llegó a ser venerable Gaudí, el arquitecto de Dios
2:00 p.m. | 30 jun 25 (LN/ED).- Antoni Gaudí, apodado “el arquitecto de Dios” y considerado el “padre” de la Basílica de la Sagrada Familia, ha sido declarado venerable, primer paso hacia su canonización. El decreto, firmado por el papa Francisco poco antes de fallecer, reconoce sus virtudes heroicas y resalta la dimensión espiritual de un laico cuya fe inspiró toda su obra. Su vida austera, alma eucarística y entrega radical al templo expiatorio lo revelan como una persona que vivió con coherencia evangélica. Ahora se requiere un milagro para su beatificación.
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Máximo representante del modernismo catalán, Antoni Gaudí nació el 25 de junio de 1852 en la ciudad de Reus, aunque algunos sostienen que vino al mundo en la vecina localidad de Riudoms, donde su familia poseía una casa de campo. Hijo de caldereros, desde pequeño estuvo familiarizado con la transformación del metal, una habilidad que más tarde evocaría para explicar su particular sentido del espacio: “Yo tengo esa calidad de sentir, de ver el espacio porque soy hijo de calderero. El calderero es un hombre que de una superficie hace un volumen; ve el espacio antes de empezar a trabajar”.
La infancia de Gaudí estuvo marcada por una frágil salud, que lo obligó a pasar largas temporadas en reposo en la casa de campo de su familia. En esos años de aislamiento desarrolló una profunda sensibilidad hacia la naturaleza, a la que siempre llamaría su gran maestra y transmisora de conocimientos. La observación de las formas orgánicas y de la luz mediterránea alimentaron una imaginación que luego daría lugar a una arquitectura sin precedentes.
Estudió inicialmente con los Escolapios de Reus, donde destacó en dibujo, y más tarde se trasladó a Barcelona, donde terminó el bachillerato en el Convento del Carmen. Ingresó a la Escuela de Arquitectura en 1874, y en paralelo trabajó como ayudante de reconocidos arquitectos como Josep Fontserè, Francisco de Paula del Villar y, especialmente, Joan Martorell, su principal mentor. Su curiosidad intelectual lo llevó más allá de las aulas: asistía a clases de filosofía, historia y estética, frecuentaba tertulias literarias, conciertos y representaciones teatrales, y recorría incansablemente los paisajes y monumentos de Cataluña.
A pesar de no ser un buen alumno según los estándares académicos, sus profesores percibieron en él un talento singular. El día de su graduación en 1878, el director de la escuela, Elies Rogent, pronunció una frase que se haría célebre: “Hemos dado el título a un loco o a un genio. El tiempo lo dirá”.
Gaudí comenzó a ganar reconocimiento como arquitecto tras recibir su primer encargo importante: la Casa Vicens, un edificio modernista que construyó entre 1883 y 1888. Años antes, en la Exposición Universal de París de 1878, había llamado la atención del industrial catalán Eusebi Güell con una vitrina diseñada para la guantería Comella. Impresionado por su estilo, Güell contactó con Gaudí al regresar a Barcelona, dando inicio a una larga amistad y a un fecundo mecenazgo. Entre 1883 y 1914, el arquitecto realizó para él numerosos proyectos, como las puertas de la finca Güell, el palacio Güell, las bodegas Güell, el chalet del Catllaràs, y sus dos obras más emblemáticas de madurez: el Park Güell y la iglesia de la Colonia Güell.
En 1883, a los 31 años, Antoni Gaudí aceptó hacerse cargo de las obras del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, iniciadas un año antes por Francisco de Paula del Villar. Con el tiempo, transformó por completo el diseño neogótico original en una creación profundamente personal, inspirada en las formas de la naturaleza y cargada de un simbolismo religioso que reflejaba su intensa espiritualidad, influida por la tradición benedictina y franciscana. Como recordaría más tarde, concebía este proyecto como una misión encomendada por Dios. No fue sino hasta 1915 que la Sagrada Familia se convirtió en el centro exclusivo de su vida y obra, una “catedral de los pobres” que asumiría con entrega total.
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Durante más de cuatro décadas, Gaudí consagró cuerpo y alma al templo, enfrentando no pocas dificultades con valentía y confianza en Dios: desde limitaciones económicas, envidias y celos, hasta la pérdida de seres queridos. En pocos años murieron su sobrina Rosa (1912), su colaborador más cercano Francisco Berenguer (1914), su amigo el obispo Torras i Bages (1916) y su mecenas Eusebi Güell (1918). Ante estos golpes, expresó a sus colaboradores: “Mis grandes amigos están muertos; no tengo familia, ni clientes, ni fortuna, ni nada. Así puedo entregarme totalmente al templo”. Aunque durante muchos años mantuvo en paralelo una prolífica labor profesional —con obras como la Casa Batlló, la Casa Vicens o la Pedrera, hoy íconos turísticos de Barcelona—, su vida fue adoptando un estilo cada vez más austero, hasta el punto de renunciar a todo lujo personal y llegar incluso a pedir limosna para continuar las obras de la Sagrada Familia.
Su religiosidad se acentuó con los años, marcando no solo su arquitectura, sino también su forma de vivir. Practicaba el ayuno, asistía a misa diariamente y se entregó a una vida de penitencia y pobreza voluntaria. En 1906 se mudó al Park Güell, desde donde cada mañana descendía a pie para asistir a misa en la parroquia de Sant Joan de Gràcia antes de comenzar su jornada en la Sagrada Familia. Por las tardes se dirigía al Oratorio de San Felipe Neri para rezar en silencio. Nunca se casó, y tras un desengaño amoroso en su juventud, abrazó una vida de total consagración.
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El 7 de junio de 1926, mientras se dirigía a la basílica, fue atropellado por un tranvía en la Gran Vía de les Corts Catalanes de Barcelona. Su apariencia austera y descuidada hizo que nadie lo reconociera de inmediato; al no portar documentación, fue trasladado a un hospital de beneficencia cristiana, tal como él mismo había deseado. Murió tres días después, el 10 de junio, a los 73 años. Su funeral congregó a unas 30.000 personas y fue enterrado en la cripta de la Sagrada Familia, donde aún reposan sus restos.
Tras varios vaivenes, el proceso de beatificación del “arquitecto de Dios” comenzó a impulsarse hace unos 30 años por la Asociación para la Probeatificación de Antonio Gaudí, fundada en 1992. Más tarde, el cardenal y arzobispo de Barcelona, Juan José Omella —quien era uno de los asesores cercanos al papa Francisco— constituyó la Asociación Canónica que tomó el relevo de la entidad civil. Esta nueva asociación, según recordó la agencia EFE, aceleró el proceso enviando en 2023 la positio, es decir, la argumentación fundamental sobre la causa de beatificación de Gaudí, al Dicasterio para las Causas de los Santos.
Cuando el papa Benedicto XVI (2005-2013) consagró la Sagrada Familia en su viaje a España de 2010, lo definió como un “arquitecto genial y cristiano consecuente” que “superó la escisión actual entre la conciencia humana y la conciencia cristiana, entre la existencia en este mundo temporal y la apertura a una vida eterna, entre la belleza de las cosas y Dios como la Belleza”. Actualmente, la Sagrada Familia recibe más de 13.000 visitantes al día. Concebida por Gaudí como una auténtica “Biblia en piedra”, la basílica refleja su profunda fe cristiana y su visión de la arquitectura como un acto de devoción.
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La pasión católica de Gaudí
Desde joven, Antoni Gaudí manifestó una profunda inquietud espiritual que maduraría con los años hasta impregnar su vida y su obra. Ya en su etapa de formación como arquitecto, mostró sensibilidad religiosa. Un ejercicio del curso 1874-75 consistió en el diseño de una monumental puerta de cementerio, inspirada directamente en el Apocalipsis: “Vi una puerta abierta en el cielo” (Ap 4,1). Años más tarde, ese mismo libro bíblico sería clave para que aceptara el proyecto de la Sagrada Familia, convencido de que los templos cristianos beben de la visión de Juan.
Un ayuno crítico
Un momento especialmente intenso en su vida espiritual fue durante la Cuaresma posterior a la aceptación del proyecto de la Sagrada Familia. Quiso prepararse de tal forma para la magna obra, que acometió un estrictísimo ayuno penitencial. Agotadas las fuerzas, quedó postrado en su domicilio hasta tal punto que sus amigos creyeron perderle. Varios conocidos acudieron a su casa para convencerle que abandonara el ayuno, pero todo fue en vano.
Sólo la intervención de Torras y Bages —su mentor espiritual— tras una larga conversación en la que abundaron consejos y ejemplos, logró sacarle de su trance. Desde aquel episodio ascético, empezó a vivir plenamente el ideal evangélico. Abandonó la buena vida, el vestir a la moda, el coche, desde entonces iba a pie a todas partes, los restaurantes de lujo, y el afán de riquezas y prestigio.
Un alma eucarística
Gaudí fue un alma intensamente eucarística. Acudía a misa todos los días y, en distintos períodos de su vida, llegaba a asistir a dos celebraciones diarias: por la mañana en la parroquia de Sant Joan de Gràcia y por la tarde en San Felipe Neri. Durante sus años en el Park Güell, recorría a pie el trayecto desde su casa hasta la iglesia, y luego hasta la Sagrada Familia, donde trabajaba incansablemente. Los domingos solía rezar el oficio en la catedral acompañado de su amigo Juan Bergós, con quien compartía largas caminatas y conversaciones en temas religiosos, litúrgicos, morales o políticos. Gracias a esos momentos, Bergós pudo recoger buena parte del pensamiento de Gaudí que luego perpetuó en una biografía del arquitecto.
Cuenta Juan Matamala que acompañó a Gaudí buena parte de su vida, que ambos rezaban diariamente el rosario. Durante años convivieron en el Parque Güell y por la noche, a última hora, se sumían en la devoción mariana. Tras el rezo del rosario, Gaudí oraba por los familiares difuntos y se despedía con el tradicional Santa nit (“Santa noche”). También se conoce su participación en los actos públicos como la festividad del Corpus.
Un templo expiatorio
Gaudí nunca concibió la Sagrada Familia como una obra de autor. Se refería a ella como un templo expiatorio, es decir, como una ofrenda de reparación a Dios, construida con la limosna de los fieles. “Para hacer las cosas bien es necesario: primero, el amor; segundo, la técnica”, solía decir. La arquitectura, para él, era expresión de fe. En cada detalle buscaba glorificar a Dios, y su creatividad encontraba inspiración en la naturaleza, que consideraba obra del Creador.
De todos es conocida la muerte de Gaudí, al menos en sus aspectos más anecdóticos, esto es, atropellado por un tranvía, confundido con un mendigo, agonizante en el hospital de la Santa Cruz. Sin embargo éste no fue su verdadero final. Una vez conocido su paradero, pronto acudieron los verdaderos amigos, entre ellos el capellán del templo, el P. Parés. Fue avisado también su director espiritual, el P. Agustí Mas. En el hospital le adecuaron una pequeña habitación presidida por un cuadro de San José. Allí, junto al Santo Patrón, viviría el principio de la eternidad. Pudo recibir el Viático; tras la Comunión, en un estado de semiinconsciencia, repetía sin cesar “Jesús, Déu meu” (“Jesús, Dios mío”).
A pesar de las múltiples visitas de personajes y autoridades civiles, no quería hablar con ellos. Sólo tenía la mirada alzada, como contemplando la Gloria, y repetía “Jesús, Déu meu”. Por fin su alma entró en la Gloria, infinitamente más sublime que como él la había imaginado en la fachada de la Sagrada Familia. Y es que cualquier obra humana sólo tiene sentido como reflejo de la divina y si es para la eternidad. Por eso, refiriéndose a la Sagrada Familia, Gaudí dijo una vez a sus íntimos que “este templo no lo acabaré yo, lo acabará San José”.
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El impacto espiritual de la obra de Gaudí
El arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, celebró con entusiasmo el avance en la causa de canonización de Antoni Gaudí, cuya obra más emblemática, la Basílica de la Sagrada Familia, se alza en el corazón de la ciudad. “Es una gran alegría, porque Gaudí es muy querido, tanto por su calidad humana como por su genio arquitectónico, especialmente por la maravillosa Sagrada Familia. Pero también lo es para sus numerosos admiradores en todo el mundo, sean creyentes o no”, afirmó.
Gaudí: arte con alma cristiana
Omella resalta como su profundo compromiso con la fe cristiana influyó decisivamente en su obra: “Gaudí recibió desde niño una formación cristiana que se fue fortaleciendo a lo largo de su vida, primero con sus padres, luego en el colegio de los Escolapios y después en la parroquia”. Para el cardenal, la fe de Gaudí no solo era una parte de su vida personal, sino que también se reflejaba en su trabajo profesional: “luego, cuando ya es arquitecto, en su profesión él trata de plasmar esa fe que él tiene y esto me parece impresionante”. Gaudí, no solo diseñó edificios, sino que integró su profunda espiritualidad en cada uno de ellos, especialmente en la Sagrada Familia, que sigue siendo una de las expresiones más significativas de su devoción. “Cada uno de nosotros, en nuestro trabajo puede vivir la fe que lleva en su corazón y plasmarla para ayudar a los demás. Y esto es lo que él nos ha dejado a nosotros” dice Omella.
Gaudí plasmó su fe en cada obra
Esa profunda espiritualidad del célebre arquitecto se puede ver claramente en la Sagrada Familia, donde podemos distinguir dos ámbitos, dice Omella: “Uno el de fuera, donde él muestra todo el Evangelio y toda la Biblia para que quien que no pueda o no quiera entrar, pueda leer, a través de esa plasmación en la piedra, los hechos de las Escrituras y del Evangelio (nacimiento, pasión, muerte, la creación del mundo). Y dentro nos sitúa en la grandeza de la trascendencia, en el silencio y en la grandeza de la admiración hacia arriba, con esas columnas, en el silencio, la luz, la contemplación de la transcendencia de Dios”. Con lo cual “el ser humano que entra allí, primero ha estado tocado por lo de fuera, viendo el mensaje de Jesús, y luego dentro se encuentra con ese silencio, con esa paz, que produce el encuentro con el trascendente, que es Dios”.
Un lugar donde incluso el no creyente se emociona
Por último, Omella habla del impacto profundo y espiritual que puede tener la arquitectura de Gaudí, más allá de lo religioso. Hay algo en sus obras —especialmente en la Sagrada Familia— que logra tocar algo íntimo en las personas, incluso en quienes no se consideran creyentes: “Cuánta gente que no es creyente y que admira la arquitectura nos ha dicho que al entrar en la Sagrada Familia les han entrado ganas de echarse al suelo, guardar silencio y contemplar la grandeza. Y luego me han dicho: ‘hemos salido con gran paz interior’. Omella cree que es precisamente este el “misterio” que nos ha plasmado y nos ha transmitido en su obra el arquitecto Antonio Gaudí.
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El largo camino hacia los altares
El proceso canónico se remonta a 1992, cuando el sacerdote e ingeniero Ignasi Segarra impulsó públicamente la idea de beatificar al “arquitecto de Dios” desde la iglesia de Riudoms. A partir de entonces, se constituyó una asociación civil que más tarde fue reemplazada por la Asociación Canónica Pro Beatificación, presidida por el arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella.
Durante más de tres décadas, se llevó a cabo un riguroso trabajo de investigación que culminó con la entrega en 2023 de la positio, un extenso documento de 1700 páginas elaborado por tres expertos nombrados por Omella: el biblista Armand Puig, el teólogo Josep Maria Blanquet y el moralista Gaspar Mora. Esta obra reúne testimonios históricos, estudios biográficos, documentación litúrgica y más de treinta entrevistas a personas vinculadas directamente o por herencia con Gaudí.
El documento fue aprobado por unanimidad por las comisiones de historiadores, teólogos y obispos del Dicasterio para las Causas de los Santos, y presentado al papa Francisco por el cardenal Marcello Semeraro. El decreto reconoce en Gaudí un fiel laico que vivió de forma ejemplar las virtudes teologales y cardinales, con especial énfasis en su vida de pobreza, castidad, humildad y caridad. El rector de la Sagrada Familia y vicepostulador de la causa, Josep Maria Turull, subraya el valor universal de este paso, señalando que “mientras construía el templo, Gaudí se iba haciendo santo”. El arquitecto no buscaba el lucimiento personal, sino levantar un “templo expiatorio” como acto de amor a Dios, reflejando su espiritualidad en cada elemento arquitectónico.
A lo largo de los años han llegado a la arquidiócesis de Barcelona varios testimonios de favores atribuidos a su intercesión. Al menos seis casos, recogidos en la positio, podrían ser estudiados como potenciales milagros, aunque aún no se ha abierto un proceso formal. Ahora, con la santidad de Gaudí reconocida en su forma de vida, la causa entra en una nueva etapa, en la que medicina y teología deberán converger. Como señalan quienes trabajaron en el proceso, “el momento del milagro llegará cuando Dios quiera; Gaudí no tiene prisa”.
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Fuentes
- La Nación. (2025, abril 14). El arquitecto de Dios: el papa Francisco aprueba el primer paso para la beatificación de Antonio Gaudí.
- National Geographic Historia. (s. f.). Antoni Gaudí: El gran arquitecto de Barcelona.
- Vatican News. (2025, abril). Antoni Gaudí, el “arquitecto de Dios”, se convierte en venerable.
- Vatican News. (2025, abril). El arzobispo de Barcelona destaca el impacto espiritual de Gaudí.
- El Debate. (2025, abril 16). La pasión católica de Gaudí: dos misas al día y un ayuno en Cuaresma que casi le mata.
- El Debate. (2025, mayo 24). Cómo se gestó el proyecto de llevar a Gaudí a los altares: la intrahistoria del proceso canónico que le declara venerable.
- Videos: Rome Reports – P. José de Jesús Aguilar Valdés – NTN24 – Església de Barcelona
- Foto: Pawel Gaul (iStock)

