Rocío Trigoso viajó al pueblo de Quinua, en Ayacucho, junto a los 17 alumnos del curso de Fotografía documental, que regresa de un largo receso de casi año y medio. Luego de cuatro días a más de 3200 metros de altura, el equipo volvió a Lima cargado de buenas tomas y experiencias enriquecedoras.
La profesora Trigoso, que por primera vez tiene a su cargo este electivo, dio detalles de esta aventura, que buscará retratar el pasado, presente y futuro de este pequeño poblado a las afueras de Huamanga.
¿Tomó en cuenta este viaje cuando aceptó dictar el curso?
Formalmente, el curso no contempla un viaje, pero parece que se ha establecido como una costumbre. Se generó mucha expectativa entre los alumnos, incluso preguntaban por el viaje antes de la inscripción. Es la primera vez que yo lo dicto, antes estaba a cargo de Susana Pastor. Como se abrió después de tiempo, tuvo bastante demanda.
¿Cuál es la diferencia entre el curso de Fotografía y el de Fotografía documental?
Fotografía documental exige un conocimiento previo del registro fotográfico. Reforzamos un poco el conocimiento de las técnicas, pero nos resulta más importante plantear el tipo de registro que se hace, la intención, definir la mirada del fotógrafo sobre los distintos procesos o personajes que registramos a lo largo del curso.
¿Por qué eligieron el pueblo de Quinua?
Por tres razones, presupuesto, tiempo y facilidad de transporte. El alojamiento y la alimentación fue cubierta por la Universidad, pero los alumnos debieron costear sus pasajes. Primero barajamos varias opciones. Había muchos lugares cercanos que resultaban poco costosos pero llegar a ellos significaba más tiempo. Quinua planteaba cosas interesantes: El pasaje era económico, podíamos viajar de noche y aprovechar el día siguiente. Además, está cerca de Ayacucho, pero es un pueblo pequeño, con muchos artesanos y alfareros. Cumplía con todos los requisitos.
¿Qué aspectos visuales les llamaron más la atención de la zona?
Fue muy interesante registrar la manera en que celebran a los difuntos. Esa fue una actividad interesante de registro visual. También está la alfarería. Tuvimos contacto con Mamerto Sánchez, un maestro de maestros y con Vidal Contreras, que es el presidente de la Asociación de discapacitados. Ellos fueron nuestro eje para el registro visual. También está la Pampa de la Quinua, que tiene gran valor histórico y donde hay mucha actividad económica y turística. Además, tuvimos la oportunidad de presenciar el ritual conocido como “Safatecho”, que consiste en el techado de una casa rural. Ahí, los hombres y las mujeres tienen un rol bien definido. Las mujeres cocinan y preparan la celebración y los hombres construyen.
Ya de vuelta en Lima ¿Qué experiencias rescatas de este viaje?
Fueron cuatro días muy intensos. Esta experiencia ha sido muy significativa en varios niveles. Primero, en lo que respecta al registro fotográfico, fue muy interesante poder explorar ese entorno. Otro nivel es el de la convivencia con los pobladores. La fotografía documental implica un acercamiento a la población, sino, seríamos solo turistas. Generar esos vínculos con la población fue una experiencia muy rica, porque logramos se acercarnos a una cultura que, si bien nos alcanza como país, tiene sus propias particularidades. También fue una experiencia provechosa para el grupo, por el intercambio que se dio entre profesora y alumnos.
Ya con las imágenes del pueblo ¿Qué toca ahora?
Antes de viajar dividimos a los alumnos en tres grupos. Investigamos visual y académicamente el pueblo de Quinua. Así tuvimos un primer acercamiento a ese lugar a sus actividades sociales. Cada grupo se especializó en un aspecto. Ahora, lo que buscamos es unir el trabajo de los tres grupos. Queremos enfocarnos en mirar a Quinua a través del tiempo y el espacio, queremos mostrar como el pasado se reinventa y constituye la posibilidad de futuro.
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