Los rohinyá, el pueblo más perseguido del mundo
4:00 p m| 10 set 19 (MSF/EP).- Hace dos años, cerca de un millón de rohinyá entraron en Bangladés, para escapar de la violenta operación de desalojo en el estado de Rakáin a manos del ejército de Birmania (o Myanmar). Desde entonces, se ha avanzado poco en el reconocimiento de su estatus legal en la zona y en el tratamiento de las causas de su exclusión en Birmania, según advierte Médicos Sin Fronteras (MSF). Hoy, se ven obligados a vivir al margen de la sociedad en todos los países en los que se han refugiado.
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En Bangladés, más de 912.000 rohinyá siguen viviendo en los mismos pequeños refugios temporales de plástico y bambú que establecieron a su llegada, y debido a las restricciones de viajes y oportunidades de trabajo siguen dependiendo completamente de la ayuda humanitaria. Muchas de las enfermedades que MSF trata en sus clínicas de Cox’s Bazar son el resultado de las malas condiciones de vida a las que se enfrentan los rohinyá en los campos, empezando por el escaso acceso al agua potable y la insuficiencia de letrinas.
Los médicos, enfermeros y psicólogos de MSF siguen tratando a decenas de miles de pacientes cada mes y han realizado más de 1,3 millones de reconocimientos médicos entre agosto de 2017 y junio de 2019. Dado que los niños y niñas no pueden asistir a la escuela, las generaciones futuras tienen pocas posibilidades de mejorar su situación.
“En los últimos dos años, se han realizado muy pocos esfuerzos concretos para abordar las causas de la discriminación de los rohinyá y permitir que regresen a sus hogares en condiciones de seguridad”, dijo Benoit de Gryse, jefe de operaciones de MSF en Birmania y Malasia. “Los rohinyá sólo pueden tener una oportunidad de un futuro mejor si la comunidad internacional refuerza sus empeños diplomáticos con Birmania y apoya un mayor reconocimiento jurídico de este grupo, que en la actualidad prácticamente no tiene poder”.
Un estudio retrospectivo de mortalidad realizado por MSF en diciembre de 2017 reveló que al menos 6.700 rohinyá fueron asesinados en Birmania en el primer mes después del estallido de la violencia, incluidos 730 niños menores de 5 años.
Bibi Jan perdió a dos hermanos durante la violencia, fue apuñalada ella misma, como lo demuestran las cicatrices en su brazo. Después de que su aldea fuera arrasada hasta los cimientos, huyó a Bangladés, donde ahora vive con sus hijos en el campamento de Kutupalong. “Me gustaría enviar a mis hijos a la escuela pero no tengo suficiente dinero y no podemos salir del campamento, es difícil pensar en el futuro de mis hijos. Con un trabajo no necesitaríamos distribución de alimentos, pero podríamos vivir de nuestras propias fuerzas”, dice a los operadores de MSF.
Anwar, un refugiado rohinyá de 24 años que vive en el campo de Kutupalong, era profesor en Birmania. “Estamos sufriendo aquí. Estamos deprimidos, la situación en nuestro país es muy deprimente. ¿Dónde vamos a vivir? Estamos molestos por las condiciones de vida en el campamento. No tenemos suficiente comida. Sólo queremos irnos a casa, no quiero quedarme ni un segundo más. Nuestra esperanza es pasar nuestras vidas en Birmania.
En Birmania: “Mantengamos nuestra frustración dentro”
La situación de los rohinyá que permanecieron en el limbo en Birmania, donde en 1982 una ley de ciudadanía los convirtió en apátridas, sigue siendo desoladora. En los últimos años han sido privados de más derechos: de la inclusión cívica al derecho a la educación, del matrimonio a la planificación familiar, de la libertad de movimiento al acceso a la atención médica. En 2012, la violencia entre los rohinyá y las comunidades del estado de Rakáin provocó la destrucción de muchas aldeas.
Desde entonces, unos 128.000 musulmanes rohinyá y kaman del centro de Rakáin han estado viviendo en campamentos de desplazados con muchas precariedades y hacinamiento. Se les niega la libertad de circulación, la libertad de trabajo y el acceso a los servicios básicos y, por lo tanto, dependen exclusivamente de la ayuda humanitaria.
“No hay verdaderas oportunidades de trabajo aquí, casi no hay peces que pescar. Ni siquiera podemos comprar las cosas que queremos porque aquí no hay comercio”, señala Suleiman, un rohinyá de Nget Chaung, una zona donde viven unas 9.000 personas. “La gente aquí está triste, frustrada por no poder ir a ningún lado o hacer nada. Mantenemos la frustración dentro de nosotros porque no podemos hablar de nuestra situación, no hay espacio para hacerlo. Ni siquiera podemos mudarnos a la ciudad más cercana, estamos en una jaula”.
Entre 550.000 y 600.000 rohinyá han permanecido viviendo en el estado de Rakáin. Sus ya difíciles condiciones de vida empeoraron aún más con la escalada del conflicto entre el ejército de Birmania y el de Arakan, un grupo étnico armado de los Rakáin.
Malasia: los años pasan, la marginalidad aumenta
Incluso en Malasia, donde han estado huyendo durante más de 30 años, los rohinyá están en el limbo. La falta de estatus legal les lleva, junto con otros refugiados y solicitantes de asilo, a vivir en una precariedad cada vez mayor. Al no poder trabajar legalmente, terminan en el mercado negro, explotados, a veces forzados a la esclavitud por haber contraído deudas y expuestos a accidentes de trabajo. Incluso cuando caminan por las calles o buscan atención médica, pueden ser llevados a centros de detención o acabar siendo extorsionados.
Iman Hussein, de 22 años, huyó del estado de Rakáin en 2015, y después de un período en Tailandia llegó a Penang, Malasia. Como muchos refugiados, se ganaba la vida trabajando en el sector de la construcción en rápido desarrollo de Penang. No ha recibido su salario desde hace 10 semanas, pero no tiene más remedio que seguir trabajando, porque si decide dejar de trabajar se vería en una situación aún más difícil.
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Rohinyá: el mayor genocidio del siglo XXI
La comunidad de San Egidio trabaja en cuatro de los 34 campamentos en los que este pueblo expatriado vive en Bangladés. Alberto Quattrucci, secretario general de Encuentros Internacionales “Pueblos y Religiones” de la Comunidad ofreció a la revista Vida Nueva las claves de uno de los peores conflictos de nuestro tiempo.
Hace dos años, todos nos conmovimos con las imágenes de la televisión que nos mostraban a un pueblo entero huyendo de Birmania y, de noche por las montañas, llegando hasta Bangladés. El desesperado éxodo despertó un alud de reacciones y apoyos, pero, ¿qué es hoy de los rohinyá? ¿Cómo viven en la tierra que los acoge? Y la peor de todas: ¿el mundo recuerda a los rohinyá?
En manos de los militares
A la hora de responder, Quattrucci defiende que hay que ir al principio de la historia: “Es una tragedia antigua, que viene de muchas décadas atrás. Tras el fin del colonialismo inglés en 1948, el país, entonces Birmania, acabó cayendo el manos de los militares, que lo siguen tutelando incluso hoy. Y es que, aunque el partido de Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz, mantenga el Gobierno y ella asuma tres ministerios destacados, la realidad es que todo pasa por el ejército, imperando en el país un fuerte nacionalismo que entronca con la religión mayoritaria, el budismo”.
A su juicio, “cuando una religión y el nacionalismo se unen, de ahí solo puede salir el odio”. Y eso es lo que ha pasado en Birmania: “Allí tiene mucha influencia el movimiento budista Ma-ba-tha, que es fundamentalista; nada que ver con la imagen que tenemos del budismo en Europa como una religión de interioridad, meditación y paz. Pero el gran culpable de todo es el monje budista Aishin Wiratha, que lleva años difundiendo una cultura del odio contra los rohinyá, la minoría islámica del país, que llevaba siglos viviendo en Rakáin. Como ocurriera en Ruanda con los hutus y los tutsis, sus discursos señalando a los musulmanes como enemigos y su idea de que, al reproducirse más que el resto, van a ‘invadir’ a la sociedad y a hacer peligrar su identidad, calan en mucha gente. De ahí que, directamente, pidiera en muchas ocasiones matarlos a todos”.
El vídeo que encendió la mecha
Un punto culminante en esta barbarie se dio hace unos años, “cuando se difundieron cientos de miles de copias de una cinta en la que, presuntamente, una mujer budista era violada por muchos musulmanes”.
“Se desconoce de dónde viene la financiación que llevó a cabo es campaña, que tuvo un gran éxito a la hora de criminalizar a toda una comunidad, pero hay muchos rumores sobre diferentes apoyos internacionales que favorecen la desestabilización y apoyan el nacionalismo a través de una venta indiscriminada de armas. Y más en Rakáin, una región que une el territorio de China con el Índico, no siendo difícil pensar que existan intereses económicos al permitirirle una salida directa al océano”.
“Lo cierto –abunda este representante de San Egidio– es que ‘fake news’ como esta han calado en muchos birmanos, empezando por los militares, partidarios, como en Taliandia o Sri Lanka, de un sector del budismo que articule su discurso nacionalista. Así, entre 2012 y 2016 se cometieron todo tipo de atrocidades contra los rohinyá en Rakáin, quemando el ejército aldeas, violando a mujeres, torturando y asesinado a sus líderes… Y eso que, desde los años 80, ya hablamos de una minoría invisible, puesto que a todos los rohinyá se les retiró la nacionalidad y ni si quieran cuentan con carnet de identidad, no teniendo así ningún derecho, tampoco en educación o sanidad”.
El informe de Kofi Annan
La situación llegó a tal punto de deterioro que, “el 25 de agosto de 2016, Aung San Suu Kyi le encargó a la ONU una inspección interior para que recabara todos los datos y, al cabo de un año, le propusiera al Gobierno una serie de medidas a tomar. El responsable de la investigación fue Kofi Annan, quien fuera secretario general de la ONU”.
“Hizo un trabajo meticuloso y, al cabo de un año, el 24 de agosto de 2017, le presentó un informe voluminoso con todas las denuncias sobre los derechos humanos vulnerados y las propuestas de cambio. Aung San Suu Kyi le agradeció el estudio y le aseguró que lo tomaría en serio, pero ese mismo día los militares dejaron claro que no se haría absolutamente nada”.
“Significativamente –asegura Quattrucci–, solo un día después, el 25 de agosto, surgió un supuesto movimiento de liberación rohinyá, compuesto por unas 80 personas, e inició una lucha violenta. Fue el pretexto perfecto para que, el día 26, el ejército birmano entrara con todas sus fuerzas en Rakáin y arrasara con todo. Destrozaron aldeas enteras y cogieron a muchos maestros de las madrasas y los cortaron en pedazos, literalmente”.
La consecuencia es ya conocida: en solo unas semanas, 750.000 rohinyá huyeron a la vecina Bangladés, instalándose al sur del país. Fue un exilio a la carrera, desesperado, atravesando las montañas un pueblo entero. Así, hoy la práctica totalidad de esta comunidad indígena islámica, compuesta por 1.100.000 personas, vive hoy fuera del que ha sido su país durante siglos.
Son como los intocables
Por si fuera poco, este laico italiano da otra clave: “Su raza es más oscura, como los dalit, los ‘intocables’ en la India. Y esto en Asia, más allá del país y la religión, equivale a estar siempre en una escala inferior. Así, a los rohinyá, más allá de su condición de minoría étnica y religiosa, les marca el color de su piel”.
Todos ellos, condicionantes que marcan el rasgo al final fundamental: “Son un pueblo pobre, el más pobre entre los pobres”. Y, por ello, “podemos afirmarlo con claridad: los rohinyá sufren el mayor genocidio del siglo XXI. Aunque sea un genocidio silencioso”.
Pero Quattrucci va más allá, porque, insiste, “en San Egidio vemos la Historia desde las historias personales”. Así, además de las muchas veces que él ha estado en Bangladés estos años, acompañando a un pueblo en su éxodo, vive a flor de piel si sufrimiento a través de un amigo suyo: “Es Mohamed, padre de cinco hijas y durante muchos años maestro de una madrasa en una aldea de Birmania. Cuando el ejército entró en su zona, él lideró la escapada de los 1.600 habitantes de la aldea”.
“Salieron de noche y cargaban en pleno bosque con los ancianos en grandes cestas. Un día, un grupo de 20 mujeres bajó a un río a lavar la ropa. Las sorprendieron los militares y las violaron a todas. Él pudo verlo desde la distancia, pero no pudo hacer nada, aunque entre las víctimas estaba su propia mujer, porque habrían sido vistos los 1.600 vecinos. Se sacrificó por su pueblo. Y es que estamos ante gente con una gran fe”.
Así nace la profecía
Afortunadamente, todos pudieron llegar a Bangladés. La vida del más de un millón de rohinyá sigue en el alambre en el país vecino (también pobre y con la cuarta parte del territorio que Birmania), pero al menos viven. Están concentrados en la región de Chittagong, distribuidos en 34 campamentos.
Desde noviembre de 2017, San Egidio está presente en cuatro de ellos. Han creado un centro nutricional y una Escuela de la Esperanza y la Paz, con capacidad para 300 niños. “Es poco –concluye Quattrucci–, pues aquí hay 650.000 niños, pero es el inicio. Lo importante es poner en marcha procesos y que no nos paralice lo que parece imposible”.
¿Utopía? Para San Egidio, impulsora de los corredores humanitarios en una Europa anestesiada y de diálogos por la paz en hasta 18 conflictos bélicos, lo imposible es solo el primer paso para la profecía.
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La educación, clave para el futuro de los niños rohinyá refugiados en Bangladés
La educación y formación de los 500.000 niños rohinyá refugiados en Bangladés no cumple con los mínimos que UNICEF exige, por lo que la organización ha hecho este viernes un llamamiento para la recaudación de fondos, que se destinarán a este fin.
Hasta junio de este año, UNICEF ha conseguido, junto con otras organizaciones humanitarias, escolarizar a más de 192.000 menores en 2.167 centros educativos, aunque aún son necesarios unos 640 centros más, según el informe de la agencia sobre esta cuestión. También han indicado que el 97 por ciento de adolescentes mayores de 15 años no reciben ningún tipo de educación.
La directora ejecutiva de UNICEF, Henrietta Fore, ha recordado que “la mera supervivencia de los niños y adolescentes rohinyá en Bangladés no es suficiente”. “Es absolutamente prioritario que estos niños reciban la educación que necesitan y que puede garantizarles un futuro a largo plazo”, ha aclarado.
De manera progresiva, se están implantando métodos formales de aprendizaje en los centros educativos de los asentamientos y los grupos humanitarios exigen a los gobiernos de Birmania y Bangladés que contribuyan proporcionando planes de estudio, manuales y otros recursos para mejorar la calidad educativa. “Las esperanzas de una generación de niños y adolescentes están en juego y no podemos permitirnos fallarles” ha declarado Fore.
UNICEF apoya el funcionamiento de centros juveniles donde los adolescentes aprenden habilidades vocacionales, a parte de la alfabetización y aritmética básica. Existen unas 70 instalaciones de este tipo, pero se necesitan más, según la organización. La educación no solo abre puertas al futuro de estos jóvenes, sino que les protege de las acciones de traficantes que se aprovechan de su situación, prometiéndoles que los sacarán del país. Las mujeres y niñas además sufren una tasa más alta de abusos y acoso, especialmente por la noche.
El representante de UNICEF en Bangladés, Tomoo Hozumi, ha expresado que “el objetivo es captar a los adolescentes, ayudarles a que adquieran las habilidades que necesitan para hacer frente a los riesgos que enfrentan, entre ellos la trata, el abuso y — en el caso de las niñas–, el matrimonio precoz”.
El Gobierno de Bangladés ha liderado una serie de avances en materia de salud y saneamiento de los asentamientos para refugiados rohinyá, en los cuales han colaborado varias organizaciones humanitarias, como la instalación de tuberías para trasladar agua clorada, reduciendo así los riesgos de diarrea y otras enfermedades transmitidas por el agua. También se han instalado centros de salud donde mujeres embarazadas y niños son atendidos durante todo el día.
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Fuentes:
Médicos Sin Fronteras / Vatican News / Vida Nueva / Europa Press