Terminó la Asamblea del Sínodo, continúa la sinodalidad

8:00 p.m. | 18 nov 24 (AM/CW).- La Santa Sede anunció la versión en español del documento final del Sínodo sobre la Sinodalidad, que fue aprobado como magisterio por el Papa tal como lo aprobó la Asamblea. En ese marco, compartimos dos análisis, una entrevista al cardenal Blase Cupich y una columna del historiador de la Iglesia y vaticanista Massimo Faggioli, que ponen en perspectiva la importancia de la Asamblea en el proceso sinodal, cuál es el significado que ha querido darle el Papa, y las limitaciones que aún tiene este tiempo de recuperación de la sinodalidad en la Iglesia.

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Cardenal Cupich: Documento final no es un aterrizaje, es un lanzamiento

El documento final del sínodo no es un punto de aterrizaje. Es una plataforma de lanzamiento. Apenas estamos empezando. Y realmente no hay certezas de cómo se irá desarrollando. Por eso es histórico”. Eso es lo que dijo el cardenal Blase Cupich, arzobispo de Chicago, al vaticanista Gerard O’Connell en una entrevista. “Los documentos del Concilio Vaticano II cobran vida” con el sínodo y su documento final, dijo Cupich, y añadió: “Hablé con varios jóvenes universitarios que visitaron Roma durante el Sínodo, y les dije que van a mirar atrás y ver esto como uno de los momentos más históricos de sus vidas, porque ha reorientado el enfoque de hacia dónde va la Iglesia. Creo que es un momento histórico en la vida de la Iglesia que será celebrado en la historia”. Aquí el diálogo completo:

-Gerard O’Connell: ¿Cuál es su principal conclusión del Sínodo?

Cardenal Cupich: Hemos dado otro paso adelante en la construcción de una cultura de la sinodalidad en la vida de la Iglesia y en el llamado a todos, no sólo a ser corresponsables de la Iglesia, sino a que todos digamos que todo el mundo cuenta, que todo el mundo importa. Hay personas que, quizá durante demasiado tiempo, han tenido la impresión de que no son importantes, de que no se les tiene en cuenta. Y el Papa, en sus palabras de clausura hizo hincapié en implicar a “tutti, tutti” (“todos, todos”). Creo que ése es el camino que debemos seguir, asegurarnos de que ahora tomamos medidas no sólo para establecer una amplia base de rendición de cuentas en la vida de la Iglesia, sino también para llegar a aquellas personas que sienten que no han sido tomadas en cuenta.

-¿Es ese el principal mensaje que se lleva?

Empieza allí. Pero también es importante tomar nota del hecho de que, como el Santo Padre ha hecho suyo este documento al decir que no va a escribir una exhortación apostólica, esto es algo que ahora le pertenece. Acepta el documento final, así como fue aprobado por la Asamblea, como suyo, y hay tareas específicas en la vida de la Iglesia que deben seguirse a partir de esto. En primer lugar, en relación con los 10 grupos de estudio, dejó muy claro que no deben interpretarse en modo alguno como tácticas dilatorias. Más bien tienen que asumir el trabajo que se les ha asignado porque él quiere avanzar en estas áreas.

Otro asunto se refiere al papel de la mujer en la vida de la Iglesia, sobre todo en la toma de decisiones. El documento final también aborda el rol de la mujer en la formación en la vida eclesial, con una mención especial e importante a los seminarios. Además, las conferencias episcopales deben ahora dedicar recursos a construir una cultura de la solidaridad dentro de sus iglesias y sus países, y ayudar a las diócesis a hacerlo. También se nos pide que mejoremos las formas de participación de los fieles en la vida de la Iglesia, no sólo a través de comités económicos, sino también de consejos pastorales diocesanos y parroquiales. Así que hay muchas cosas que, al aceptar el Papa este documento como suyo, dejan claro que hay que tomar algunas medidas concretas al respecto.

-¿Le sorprendió que al final de la Asamblea el Papa dijera “aprobamos el documento” así como está? Se unió al Sínodo para decir esta es vuestra aprobación y mi aprobación.

Si el documento no estuviera maduro, no lo habría hecho. Confiaba en que estaba lo suficientemente maduro como para poder decir “nosotros”. Normalmente, en el pasado, estos documentos se entregaban al Papa, que primero reflexionaba y luego publicaba una exhortación apostólica. Pero él ha seguido el proceso muy de cerca y ha visto cómo se ha elaborado este documento.

Puedo decirle que el borrador (del documento) que recibimos era muy diferente de la versión final, y quedó claro que las sugerencias (enmiendas) de la Asamblea influyeron mucho en la reelaboración del documento y en su mejora. Dudo que hubiera aprobado ese documento preliminar, dado que carecía de algunas concreciones y de verdadera fuerza. Creo que los cambios introducidas por las madres y padres sinodales le dieron libertad para decir “lo aprobamos”. Hubo más de 1.000 enmiendas que realmente dieron a este documento lo que podríamos decir, dientes, con propuestas concretas.

Por ejemplo, el borrador carecía de especificidad al hablar de personas o grupos excluidos. Pero el documento final hace referencia específica a los divorciados y vueltos a casar y a los excluidos por motivos de identidad y sexualidad, algo que no figuraba en el original. Hubo un gran debate, y el documento final del año pasado no mencionaba a las personas con identidades sexuales diferentes o que se identifican con atracciones hacia el mismo sexo. Pero ahora este documento las incluye.

-Así que se ha visto una evolución en el pensamiento, una mayor aceptación.

El capítulo sobre relaciones del Instrumentum laboris fue muy útil porque nos instaba a dejar a un lado nuestros pensamientos, nuestras ideologías, nuestras posturas sobre distintas cosas, y a prestar atención a la construcción de relaciones. Uno de los mejores ejemplos de ello fue cuando surgió una dificultad en torno a la reunión programada para hablar del quinto grupo de estudio (formas ministeriales, diaconado femenino). Se esperaba que el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe estuviera presente en la reunión. A la gente le molestó que (el cardenal Víctor Manuel Fernández) no asistiera, aunque ya había anunciado que no podría estar allí.

Sin embargo, cuando la reunión se reprogramó y él estuvo presente, se entrevistó con 100 personas durante más de 90 minutos. En ese breve espacio de tiempo, la actitud de las personas cambió con respecto a él. Sus percepciones anteriores parecieron evaporarse porque él se relacionó con ellos de un modo que les abrió los ojos y les mostró que las impresiones que tenían de él no eran exactas. Pudo hablarles sobre el estado actual de varios temas en debate (uno de ellos sobre la ordenación de mujeres al diaconado) y sobre cómo deben madurar con el tiempo. Y lo hizo con tal autenticidad que ayudó a la gente a confiar en él y a entender y aceptar hacia dónde se dirige el Santo Padre en este tipo de cuestiones.

De nuevo, la clave fue que se estableció una relación. También en nuestros debates, a medida que nos íbamos conociendo y estableciendo vínculos, crecía la confianza, lo que nos permitía plantear temas sin que nadie temiera que se estuviera imponiendo una agenda. La gente empezó a escucharse de verdad, tratando de entender de dónde venía cada uno. Por ejemplo, cuando algunos de los delegados sinodales africanos plantearon la cuestión de la poligamia, que los occidentales considerarían ofensiva, las personas empezaron a ver la cuestión a través de los ojos del otro, porque se interesaron por las relaciones antes de interesarse por la problemática.

-El documento final se refiere también al papel del obispo y del obispo frente a su diócesis, sus sacerdotes, las consagradas y consagrados, los laicos, los demás obispos del país y el Papa. ¿Podría resumir lo que, en su opinión, se desprende de este documento?

Los documentos del Concilio Vaticano II están cobrando vida. Muchas de las cosas que se dicen en este documento final del Sínodo están ya enraizadas en lo que dijo el Concilio Vaticano II sobre el papel de un obispo. Me di cuenta de que el Santo Padre habló de sí mismo como obispo de Roma; así es como se ve a sí mismo principalmente en términos de su servicio a la Iglesia y de cómo se relaciona con el resto de la jerarquía en todo el mundo. Es un obispo diocesano. Se ha dicho antes que la sinodalidad es dar vida al concilio, y creo que el sínodo lo hizo en lo que respecta a la comprensión del papel de los obispos.

-La corresponsabilidad ha quedado muy patente en el documento final, que también habla de transparencia. ¿Cómo sintetizaría lo que dice?

La noción de “rendición de cuentas” es clave, ya que también incluye las evaluaciones. En los 26 años que llevo como obispo, he intentado ser transparente y rendir cuentas, y creo que muchos obispos también lo han hecho, simplemente porque creo que eso es a lo que la Iglesia nos llamó a todos en el Concilio Vaticano II. Este documento final lo hace más explícito y le da fuerza, porque hay nuevas perspectivas esbozadas en el texto. Pero, de nuevo, diría que el documento ratifica mejor el modo en que siempre he intentado actuar como obispo a lo largo de estos años. Sin embargo, seamos honestos al destacar que creo que ayudará al resto de la Iglesia. Sería difícil justificar cómo un obispo no sentiría la necesidad de rendir cuentas y ser transparente con su pueblo, dado lo que tenemos en el Concilio Vaticano II sobre el papel del obispo. Si este documento ayuda a impulsar eso, creo que es una mejora.

-Este documento afirma que no hay ningún cargo que una mujer no pueda ocupar ahora en la Iglesia, excepto las Órdenes Sagradas.

Creo que Praedicate Evangelium abrió muchas puertas en ese sentido. Ahí es donde debemos remitirnos para abordar toda esta cuestión de las órdenes. Vamos a tener que desvincular poder y ordenación, (desvincular) el poder sobre la toma de decisiones y el gobierno de la ordenación. Al colapsar esos dos en el pasado nos pusimos en dificultades con respecto a la cuestión de la ordenación, porque el movimiento que solicita las Órdenes Sagradas no suele estar vinculado al ministerio sacramental del sacerdote, sino a un marco de toma de decisiones, gobierno y poder. Desvinculando ambas cosas -como ya ha comenzado a hacer el Santo Padre aquí con la Curia Romana- podríamos aclarar mejor la cuestión.

Por ejemplo, está claro en muchas partes del mundo, en Estados Unidos, que (en el futuro) no tendremos un número suficiente de sacerdotes para ser pastores de parroquias. El número de sacerdotes se reducirá en el futuro. ¿Qué significa entonces poner al frente de una parroquia a una persona no ordenada que es algo más que un simple administrador, que es realmente un líder pastoral y respetado como tal? No tenemos ninguna designación (para esto) en este momento, y creo que vamos a tener que examinar esto muy cuidadosamente en un futuro próximo, simplemente porque vamos a enfrentarnos a este obstáculo de no tener suficientes sacerdotes que sean capaces de ser pastores de parroquias.

-En el documento final, hay un reconocimiento y una fuerte aceptación de la diversidad que existe en los diferentes países y en las diferentes culturas. Se dice que las cosas pueden hacerse de manera diferente y a diferentes velocidades. Ya no se habla de una Iglesia universal con un modelo universal que se pueda imprimir en todas las parroquias y diócesis del mundo.

Ya tenemos diversas formas de ser Iglesia. Vemos, por ejemplo, el uso diverso del diaconado permanente. El Concilio Vaticano II no sólo lo permitió, sino que lo fomentó. Y, sin embargo, hoy hay algunos lugares que han decidido que no es necesario. En Chicago tenemos 500 diáconos permanentes, uno de los números más altos de Estados Unidos.

-Usted ha participado en el proceso de consulta del sínodo, y en sus dos Asambleas en el Vaticano en 2023 y 2024. ¿Qué es lo que más le ha sorprendido de todo esto?

Prefiero hablar de lo que he aprendido. Para mí, ha sido aceptar dar un paso atrás a la hora de abordar las verdaderas cuestiones críticas en la vida de la Iglesia hoy, y no hacer de su resolución en mi cronograma la medida del éxito. Aprendí del papa Francisco que es más importante que demos prioridad a la unidad y la armonía que a nuestro propio calendario. Me di cuenta de que comenzó su discurso al final del Sínodo diciendo que él es el garante no sólo de las enseñanzas y la verdad del Evangelio, sino de la armonía, de la unidad en la Iglesia, y que siente que ese es su importante papel. Así que el ritmo de cualquier tipo de cambio tiene que tener en cuenta que la unidad debe ser siempre una parte importante en la ecuación a medida que avanzamos.

-He oído decir a mucha gente que no hay vuelta atrás en la Iglesia después de todo este proceso sinodal. ¿Es ésa su opinión?

No imagino que la vuelta atrás sea una opción. El Concilio Vaticano II nos puso en una nueva dirección. Sí, hubo zig-zags, pero siempre recuerdo a la gente que estaba desencantada de que tal vez íbamos demasiado rápido o no lo bastante rápido en diferentes cosas tras el concilio, que el Espíritu Santo está al mando, y esta renovación no se va a frustrar. Y yo también lo siento así respecto a este Sínodo.

LEER. Documento final del Sínodo sobre la Sinodalidad, segunda sesión – 2024 (PDF)

VIDEO. Que dejó el Sínodo de la Sinodalidad a la Iglesia y el mundo

Massimo Faggioli: El fin del Sínodo… y el inicio de la sinodalidad

Cuando Francisco fue elegido Papa en 2013, “sinodalidad” era un término técnico utilizado sobre todo por eclesiólogos e historiadores de la Iglesia. Pero una Iglesia sinodal era la esperanza de muchos que no tenían la palabra para ello. La conclusión de la segunda asamblea en octubre no satisfizo necesariamente todas esas esperanzas. Pero el proceso y el documento final sugieren que el catolicismo se está moviendo en la dirección de una Iglesia más comunional, participativa y misionera, aunque lentamente.

Las asambleas de octubre de 2023 y octubre de 2024 tuvieron la difícil tarea de frenar las experiencias sinodales locales desbocadas (Alemania, por ejemplo) y, al mismo tiempo, espolear el impulso sinodal en las iglesias donde hacía falta. El modelo que el Papa tenía en mente era latinoamericano, impregnado de prácticas jesuitas. El proceso ha sido complejo: conversaciones a nivel local, nacional y continental, y luego a nivel central. Se diferenció de sínodos anteriores y del Vaticano II, donde la restitutio a las iglesias locales de lo elaborado en el centro tuvo lugar formalmente sólo al final de la asamblea del Sínodo en Roma.

Pero hubo una sensible mejora de la primera asamblea a la segunda. La primera tomó la forma de una “conversación en el Espíritu”, con poca o ninguna integración de conocimientos teológicos. Pero el período entre sesiones y la segunda sesión de octubre de 2024 corrigieron esta situación de manera importante, demostrando que la teología sigue siendo importante.

Otra diferencia con respecto a sínodos anteriores fue la forma en que se transmitió la información al público. En el pasado, los discursos que los participantes pronunciaban durante los actos ofrecían una visión de lo que se estaba desarrollando. En esta ocasión, los medios de comunicación tuvieron un acceso limitado a los debates, con el fin de permitir que los participantes hablaran con más libertad y animarles a centrarse en la dimensión espiritual, al tiempo que se limitaba la posibilidad de que se cubriera como un acontecimiento mediático (esto sólo se consiguió en parte). Pero hubo conferencias de prensa diarias con oradores elegidos por los dirigentes del Sínodo. La retransmisión disponible para el público tenía una sensación parecida a la vivida en una Jornada Mundial de la Juventud: entre los 350 asistentes y sus seguidores “compartiendo” su entusiasmo, y el resto de la Iglesia que no estaba en Roma.

La dinámica social del “periconcilio” en el Vaticano II y sus predecesores -el trabajo teológico en reuniones informales y conferencias nocturnas- se convirtió en el Sínodo de las redes sociales: selfies y fotos de reuniones de colegas y amigos, cenas y helados. La sinodalidad como comunión y participación ahora debe tener en cuenta la digitalización de las identidades religiosas y eclesiales, una realidad que simplemente no existía en los sínodos de los predecesores de Francisco.

El trabajo de la Iglesia sobre la sinodalidad desde 2021, a nivel local y en Roma, ha sido importante. Si el Sínodo sobre la Sinodalidad no estableció una clara preferencia por una teoría o teología de la sinodalidad, sí lo hizo por un estilo: uno basado en el Vaticano II. Francisco y la oficina central del Sínodo plantearon el camino sinodal como un proceso, no como un acontecimiento. Pero hay un aspecto “evenementiel” en el Documento Final, que en su conjunto fue aprobado casi unánimemente por obispos, clérigos y laicos. El Documento Final expone por primera vez de manera oficial la visión de una Iglesia sinodal, como fuente de enseñanza de la Iglesia y no sólo como estudio teológico. La sinodalidad está enraizada magisterialmente en el Vaticano II, pero también acepta que la teología y la eclesiología del Concilio necesitan ser aumentadas de manera importante.

En general, el Sínodo sobre la Sinodalidad es un paso adelante. El discurso institucional sobre la sinodalidad ha adquirido ahora una estabilidad que podría hacerlo útil también para otras iglesias que se ocupan de las cuestiones que el catolicismo afronta en el tercer milenio. Su recepción por parte de las iglesias católicas de todo el mundo puede diferir según los países, o incluso dentro de un mismo país. Algunas de sus propuestas ya habían sido aprobadas en el Concilio Vaticano II, pero no han sido adoptadas de manera uniforme en la Iglesia mundial (por ejemplo, los consejos a nivel parroquial y diocesano).

Otras ya se han puesto en práctica (por ejemplo, sobre transparencia y rendición de cuentas) en partes del catolicismo mundial, pero es difícil imaginar cuánto tardarán en aplicarse allí donde las estructuras jurídicas y financieras y las culturas son diferentes de las de los países de la Iglesia angloamericana. Algunas de las propuestas abren posibilidades inesperadas que, sin embargo, se inscriben plenamente en una conversión sinodal de la Iglesia, como la relativa a la liturgia y la sinodalidad. Otras, como la relativa al procedimiento de nombramiento de los obispos, se enfrentarán a una gran variedad de obstáculos canónicos y políticos (nombrar obispos para China, Rusia o Vietnam es muy diferente de hacerlo para Estados Unidos o Alemania).

Por otro lado, el Sínodo y el Documento Final muestran que el Pueblo de Dios “representado” en las dos asambleas no aceptó tranquilamente el intento del papa Francisco de eliminar ciertos temas de la agenda de discusión y discernimiento, especialmente sobre el diaconado de las mujeres. Esto tuvo consecuencias interesantes en términos de procedimiento. La regla sobre el secreto de las intervenciones en el Sínodo se rompió con la decisión de publicar los comentarios del cardenal Víctor Manuel Fernández, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el 21 de octubre; después, se publicó en línea la grabación de audio de su reunión del 24 de octubre con los miembros del Sínodo.

El párrafo 60 del Documento Final recibió el mayor número de votos en contra (noventa y siete, todavía menos de un tercio del total), pero también pone por escrito algo muy importante: “No hay ninguna razón o impedimento que deba impedir a las mujeres desempeñar funciones de liderazgo en la Iglesia: lo que viene del Espíritu Santo no se puede detener”. Además, la cuestión del acceso de las mujeres al ministerio diaconal sigue abierta. Este discernimiento debe continuar”. Sorprende la apertura del cardenal Walter Kasper al respecto, expresada en una entrevista concedida a Communio el 31 de octubre. Dada la posición crítica de Kasper frente al Sínodo alemán en los últimos años, su reciente declaración dice que la cuestión del diaconado para las mujeres no es sólo una idée fixe de unos pocos teólogos o activistas, sino que es central para el futuro del ministerio en la Iglesia católica.

La forma en que Francisco y Fernández eligieron gestionar el asunto demostró que, cuando algo delicado está sobre la mesa, el instinto del Vaticano sigue siendo entregarlo en exclusiva (y de forma opaca) al antiguo Santo Oficio. Es un reflejo que data de la Contrarreforma, y que la reforma de 2022 de la Curia Romana aparentemente no ha cambiado. También ha demostrado que, a diferencia de Pablo VI en el Vaticano II, el papa Francisco es capaz de eliminar ciertos temas de la agenda. Roma locuta, causa soluta ya no funciona, o al menos no de la misma manera.

En la segunda asamblea se plantearon preguntas sobre cómo se trataría la cuestión de los católicos LGBTQ. Aunque el Documento Final no lo aborda explícitamente, esta vez hubo mucha menos tensión que en el Sínodo sobre la Familia y el Matrimonio de 2014-2015, por no hablar de la era pre-Francisco, cuando el mero hecho de hablar de ello era tabú. La crisis de los abusos sexuales sólo tiene un papel marginal en el documento. Esto refleja las muy diferentes maneras en que las iglesias de África y Asia se enfrentan a ella; la reticencia de los líderes de las iglesias no occidentales confirma lo que los estudiosos y expertos han experimentado e informado en los últimos años.

En cuanto a las cuestiones divisivas, el Sínodo deja la puerta abierta, porque en última instancia es Francisco o su sucesor quien debe decidir. Francisco no escribirá una exhortación postsinodal. Esta decisión, la primera en la historia de los sínodos postconciliares desde que Pablo VI publicara Evangelii nuntiandi en 1975, puede interpretarse de diferentes maneras. Ciertamente, se aleja de lo que hizo en 2020, con la exhortación Querida Amazonia, que siguió al Sínodo para la Región Amazónica e ignoró muchas de sus recomendaciones. Francisco también desestimó ese sínodo como algo más “parlamentario” que “sinodal”. Esta vez, aceptó el Documento Final porque contiene propuestas menos radicales que el documento final del Sínodo amazónico de 2019.

El pontificado de Francisco parece mostrar que el primado papal y la sinodalidad avanzan por caminos paralelos -cercanos, pero aún separados-. Francisco ha dado a la sinodalidad un impulso sin precedentes, abriendo el catolicismo a una teología que desarrolla temas clave del Vaticano II. Al mismo tiempo, la primacía papal en este pontificado se apoya en una estructura teológica e institucional única, inasequible para la sinodalidad. La cuestión clave es cómo dotar a la sinodalidad de una dimensión estable y visible sin limitarse a crear otras instituciones eclesiásticas que interesen e impliquen sólo a unos pocos. Estamos entrando en una fase muy delicada: cómo dar forma y reformar las viejas y nuevas instituciones de la Iglesia de manera que también se mantengan vivas las esperanzas y energías del movimiento espiritual y eclesial hacia la sinodalidad.

LEER. Artículo completo de Massimo Faggioli

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Fuentes

America Magazine / Commonweal Magazine / Video: Radio María (Argentina) / Foto: Vatican Media

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