Cántico de las criaturas: Espiritualidad ecológica hoy

5:00 p.m. | 10 oct 25 (NCR/FM).- A 800 años de su composición, el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís vuelve al centro de la reflexión eclesial como una expresión que une espiritualidad, ecología y humanidad reconciliada. Escrito en medio del padecimiento de una enfermedad, el cántico se convirtió en una declaración de paz universal y de fraternidad con toda la creación. Compartimos tres reflexiones que invitan a explorar su vigencia, la fuerza revolucionaria de su mensaje y el momento de la vida en que Francisco de Asís se inspiró para componerlo.

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Este año marca el 800 aniversario de la composición del Cántico de las criaturas por san Francisco de Asís. Esta oración poética y teológicamente rica —que los historiadores de la lengua consideran uno de los primeros poemas escritos en italiano vernáculo (técnicamente, en un dialecto umbro)— es también precursora de obras como La Divina Comedia de Dante Alighieri y, sin duda, el texto más célebre de los escritos franciscanos.

Las fuentes antiguas nos dicen que el propio Francisco, quizá con la ayuda del músico fray Pacífico, concibió el texto para ser cantado. No sorprende, por tanto, que siglos después esta obra maestra medieval siga inspirando composiciones musicales, como Canticle of the Sun (1980) de Marty Haugen, Il Cantico delle Creature (2000) de Angelo Branduardi y, por supuesto, el clásico de comienzos del siglo XX All Creatures of Our God and King de William Henry Draper.

Por muy popular que sea el Cántico, llama la atención lo poco que se ha reflexionado sobre la radical visión teológica de la creación que expresa san Francisco. Parte de ello se debe a lo que, con humor, podría llamarse el “complejo del bebedero para pájaros”: la tendencia a romantizar y domesticar el Cántico presentando a Francisco como un simple “amante de los animales” que predicaba a los pájaros, apartaba delicadamente las lombrices del camino y hacía las paces con un lobo amenazante en el pueblo de Gubbio.

Sin embargo, el Cántico nunca fue pensado como un anuncio caricaturesco para zoológicos o campañas de adopción de mascotas. Escrito en tres partes a lo largo de más de un año, el Cántico transmite intuiciones poderosas que vale la pena meditar en este año conmemorativo. Ante todo, es importante recordar que san Francisco se encontraba gravemente enfermo cuando escribió este hermoso texto. Las fuentes contemporáneas y las hagiografías medievales coinciden en que padecía una severa infección ocular que le causaba un dolor insoportable y lo dejó casi ciego en los últimos años de su vida. Es en este contexto que proclama:

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas, especialmente el hermano sol,
el cual es el día, y por el cual nos alumbras.
Y él es bello y radiante con gran esplendor:
de ti, Altísimo, lleva significación.

El hecho de que la exposición a la luz del sol casi con toda certeza le resultara dolorosa plantea una pregunta digna de contemplación: ¿qué le permitió reconocer y celebrar con tanta alegría la bondad intrínseca de la creación, su interdependencia con ella y su relación esencial con el Creador en medio del sufrimiento?

El teólogo franciscano británico Eric Doyle escribió: “Toda palabra y toda música hermosa brotan del misterio de la persona, surgen de lo más profundo del ser. Por eso no resulta tan sorprendente que Francisco, aun ciego, haya podido escribir un canto sobre la belleza y la unidad de la creación”. No se trataba necesariamente de contemplar la belleza visual del mundo creado, sino de reconocer la bondad intrínseca de la comunidad de Dios, de la que él —y nosotros— ya formábamos parte. Reflexionando más a fondo, Doyle añade:

“Él ya estaba en unidad consigo mismo y con el mundo, y el mundo estaba unido en él. Gracias a la unidad que experimentaba, Francisco se descubrió dotado de un sexto sentido: la visión del corazón, o lo que él mismo describió en una ocasión como ‘los ojos del espíritu’. […] El sol, la luna y las estrellas, el viento y la tierra, el fuego y el agua estaban en él. Y, a la luz de ese sol interior, veía la hermosura de todas las cosas”.

Este sentido de unidad e interdependencia llevó a san Francisco a llamar “hermano”, “hermana” y “madre” a cada elemento del mundo creado, dotado o no de sensibilidad. Comprendía, de un modo intuitivo y místico, la verdad del parentesco entre las criaturas. No se veía a sí mismo como un administrador o propietario de la creación no humana, sino como un miembro de la familia que cuidaba de sus hermanos, así como ellos cuidaban de él.

A pesar de las interpretaciones erróneas que reducen el Cántico a una especie de “nota de agradecimiento” poética al Creador por un don concedido a la humanidad para usarlo a su antojo, Francisco fue muy deliberado en la manera de referirse a los distintos aspectos de la creación y en el respeto que mostraba por su agencia individual.

Mucho se ha dicho —y con razón— sobre su modo de dirigirse a las criaturas y a los elementos naturales con lenguaje familiar; sin embargo, se ha prestado menos atención a cómo reconoce la agencia individual y colectiva del resto de la creación. El Cántico es una celebración del coro de alabanza expresado por todo el cosmos. Cada aspecto de la creación alaba a Dios siendo y haciendo aquello para lo que fue creado. El sol alaba a Dios dándonos la luz y el día. El viento lo alaba al proveer “todo tiempo” (climas). Y la tierra alaba a Dios al sostenernos, gobernarnos y producir distintos frutos con flores de colores y hierbas”.

Todas estas partes se relacionan como miembros de una misma familia en el parentesco cósmico. Si la creación es un coro compuesto por múltiples voces que alaban a Dios, los seres humanos somos, con demasiada frecuencia, los que cantamos desafinados.

Algún tiempo después de lo que pudo haber considerado la conclusión de la primera parte del Cántico, Francisco se enteró de una disputa política surgida en Asís entre el alcalde (podestà) y el obispo local. La Compilación de Asís relata que, al oír hablar del conflicto y de la lucha por el poder, Francisco “se conmovió profundamente por ellos, sobre todo porque no había nadie —ni religioso ni laico— que interviniera por la paz y la concordia entre ambos”. La compasión impulsó a Francisco a componer unos versos adicionales que dicen:

Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor
y sufren enfermedad y tribulación.
Bienaventurados aquellos que las soportan en paz,
porque por ti, Altísimo, coronados serán.

Así como Francisco expresaba que el sol alaba a Dios al dar luz y ofrecer el día según la intención divina, del mismo modo la humanidad alaba a Dios siendo lo que Él nos creó para ser: constructores de paz, reconciliadores, amantes. Cuando somos egoístas, divisivos, polarizadores, rencorosos y semejantes, no solo dejamos de alabar a Dios, sino que, según Francisco, dejamos también de ser plenamente humanos. Al seguir celebrando el aniversario de este extraordinario texto medieval, que sepamos abrirnos a las formas en que el legado de san Francisco de Asís puede seguir desafiándonos e inspirándonos.

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Se cree que el Cántico fue dictado por Francisco entre 1224 y 1226, y ha inspirado numerosas traducciones, composiciones musicales, representaciones artísticas y producciones cinematográficas, la más conocida Hermano Sol, hermana Luna. El cántico de Francisco fue revolucionario al considerar a toda la creación como igual a la humanidad.

Hoy en día se lee como un llamamiento a abrazar nuestro frágil universo, la Tierra y todos sus habitantes. Un 800 aniversario no puede pasar desapercibido. Quiero explorar lo que el cántico me dice en este momento. Francisco era ascético en su práctica personal, pero eso no se trasladó a su cántico. Cada parte del cántico comienza con una alabanza. Para Francisco, Dios es relacional y debe ser alabado, no temido. Dios nos ha dado grandes dones y debemos estar agradecidos.

Altísimo, omnipotente, buen Señor,
tuyas son las alabanzas, la gloria, el honor y toda bendición.

A ti solo, Altísimo, corresponden,
y ningún hombre es digno de pronunciar tu nombre.

Francisco comienza proclamando la preeminencia de Dios. Deja muy claro que Dios es el número uno y debe ser reconocido como tal. La humanidad y toda la creación ocupan un distante segundo lugar. Obsérvese que en la estrofa inicial no se dice que los seres humanos sean indignos, sino que se hace referencia a ello para reforzar la superioridad de Dios.

Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas,
especialmente el señor hermano sol,
el cual es el día, y por él cual nos alumbras;

Y es bello y radiante con gran esplendor;
de ti, Altísimo, lleva significación.

La primera criatura en ser reconocida es el sol. Me atrevería a decir que a todo el mundo le gusta un bonito día soleado. Hay pruebas científicas de que demasiados días nublados pueden afectar a la salud mental. En el mundo antiguo, el sol era esencial; el fuego, las velas o las lámparas de aceite eran lujos. El día comenzaba cuando había suficiente luz para ver y terminaba cuando estaba demasiado oscuro para ver. El sol era la vida misma.

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas,
en el cielo las has formado claras, preciosas y bellas.

Sospecho que Francisco y sus seguidores sentían curiosidad por la luna y las estrellas. Conocían bien las historias de las Escrituras sobre los visitantes del este que siguieron la estrella para encontrar al recién nacido Jesús. A mí, contemplarlas me ayuda a sentirme conectada con la Tierra, conectada con el universo. Me recuerdan que soy una parte muy pequeña de una realidad mucho más grande, y me hacen plantearme preguntas sobre lo que hay más allá de ellas en nuestro universo en constante expansión.

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento,
y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo,
por el cual a tus criaturas das sustento.

El viento puede traer un agradable frescor, pero también una destrucción devastadora. El viento del lago refresca el calor en verano, pero en invierno significa nevadas importantes, como bien saben los que viven en la cuenca de los Grandes Lagos. También hay tornados y huracanes, y el viento puede avivar los incendios hasta convertirlos en infiernos, por lo que no siempre es bienvenido. El viento también impulsa turbinas para producir energía limpia. Su doble naturaleza refleja el don y el riesgo de la creación.

Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,
que es muy útil y humilde y preciosa y casta.

El agua sustenta la vida, pero el acceso a ella es desigual. Uno de los proyectos globales de mi comunidad se llama Hermana Agua. Recaudamos fondos para excavar pozos y ayudar a proporcionar agua limpia a lugares del mundo donde escasea. En EE.UU. es fácil dar el agua por supuesta, aunque la contaminación y las infraestructuras obsoletas nos recuerdan que no debemos hacerlo. El exceso de agua es tan devastador como la escasez, otro recordatorio de la fragilidad de la vida.

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego,
por el cual alumbras la noche,
y es bello y alegre y robusto y fuerte.

El fuego aporta luz, calor, permite cocinar y proporciona energía, pero también puede ser destructivo. No vivo en una zona con alto riesgo de incendios, pero los dos últimos veranos he sufrido los efectos del humo de los diversos incendios forestales que han asolado Canadá. Había una estación de bomberos en activo a una manzana de mi casa. Cada vez que oía las sirenas, contenía la respiración, ya que no podía imaginarme perderlo todo en las llamas.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la Madre Tierra,
que nos sustenta y gobierna,
y produce distintos frutos con flores de colores y hierbas.

La Tierra es nuestro hogar, y aunque sigo maravillándome con los nuevos descubrimientos, también lloro la destrucción causada por la humanidad. La creación misma, a través del viento, el agua y el fuego, nos recuerda su poder. El uso humano de los recursos y los contaminantes aumenta el peligro que corre nuestro hogar común, como señaló el papa Francisco en la encíclica Laudato si’. Las últimas estrofas cambian el tono del cántico de Francisco.

Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu
amor, y sufren enfermedad y tribulación.

Bienaventurados aquellos que las soporten en paz
porque por Ti, Altísimo, coronados serán.

Francisco reconoce que en la vida no es todo un mar de rosas. Habiendo sido prisionero de guerra y repudiado por su familia, conocía bien el dolor de la vida. Como seres humanos, cometemos errores, intencionadamente o no. Hay dificultades y luchas que todos soportamos. Perdonar y aprender a vivir con las dificultades y las luchas no es tarea fácil, de ahí su bendición a aquellos que viven, o intentan vivir, esos ideales.

Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal,
de la cual ningún hombre vivo puede escapar.

¡Ay de aquellos que mueren en pecado mortal!
Bienaventurados los que encontrará en tu santísima voluntad,
pues la muerte segunda no les hará mal.

Se dice que Francisco escribió esta última estrofa cuando estaba cerca de la muerte. La muerte es una realidad, pero rara vez se acepta. A veces, después de una vida bien vivida o una larga enfermedad, a menudo se considera una bendición. La muerte que llega inesperadamente o demasiado pronto según nuestros criterios mortales es mucho más difícil de aceptar.

Load y bendecid a mi Señor y dadle gracias
y servidle con gran humildad.

Francisco termina como comienza, con alabanzas. Llama a todos a una vida de gratitud y servicio humilde. Su mensaje parece tan relevante hoy como lo era hace 800 años. Mientras sigo rezando con el cántico de Francisco, no puedo evitar preguntarme qué incluiría si lo escribiera en 2025.

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¿Cómo vivió Francisco el Cántico de las criaturas?

Siendo honestos: ¿cómo actuamos cuando estamos enfermos o sentimos dolor? ¿Cómo nos sentiríamos si lo perdemos todo? Es común quejarse y lamentarse. Igualmente común es sentir ansiedad y miedo. Algunas personas se vuelven exigentes con quienes las rodean, mientras que otras se encierran en sí mismas, rechazando cualquier ayuda con una actitud de “estoy bien”. Entonces, ¿qué harías si, después de años de dolor crónico y una vista que se apaga, te encontraras sin fuerzas, en una habitación húmeda, rodeado de ratones que corretean a tu alrededor? Francisco de Asís respondió de una manera muy particular: cantó y escribió “Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas”.

San Francisco se abrió a todo lo que lo rodeaba y encontró consuelo en la belleza de la naturaleza. Prestó especial atención a cada elemento del mundo y, a través de ellos, se dirigió a Dios en alabanza. ¿Fue aquello una forma de evasión espiritual, una manera de pasar por alto el sufrimiento y refugiarse en lo agradable? ¿O se trató de algo más profundo?

El Cántico de las criaturas, compuesto por Francisco de Asís, vive hoy “su momento”, o mejor aún, “su año”, al conmemorarse el 800 aniversario de su composición. Escrito por etapas entre 1225 y 1226, en el último año de la vida del santo, el Cántico comienza dirigiéndose al mundo natural como motivo para alabar a Dios, antes de pasar a los constructores de paz y finalmente a la muerte, recordándonos en todo momento que estamos llamados a bendecir al Señor.

Y lo hace de un modo profundamente íntimo, llamando a cada elemento “hermano” o “hermana”. La hermana luna y las estrellas, los hermanos viento y aire, la hermana agua, el hermano fuego y, finalmente, la hermana muerte, todos son nombrados. El deseo de un final feliz es fuerte, pero la realidad de la vida vivida suele ser mucho más compleja. Así también lo es esa relación fraterna que Francisco canta.


La experiencia de la pérdida en Francisco

El Cántico de las criaturas no fue compuesto en la juventud de Francisco. El cántico había estado gestándose en su alma durante muchos años —posiblemente después de escuchar la efusiva alabanza a la creación contenida en Daniel 3,56–57; 62–68; 75–81—, pero es fruto de un Francisco espiritualmente maduro. No lo compuso, o al menos no fue puesto por escrito, hasta que logró desprenderse por completo de todo lo que le impedía alcanzar una verdadera intimidad con Dios.

Esa cercanía con lo divino fue fruto de años de desapego, no solo de bienes materiales, sino también de vínculos más profundos: sus expectativas y suposiciones sobre cómo debían ser las cosas, su privilegio de posición social incluso dentro de su propia orden, y el control sobre su propio cuerpo. La conversión de fe de Francisco se fue profundizando con el paso de los años y con las pérdidas —voluntarias e involuntarias— que experimentó. En 1220, al renunciar al liderazgo de su orden, lo hizo consciente de que ya no tenía la capacidad para guiar a la creciente fraternidad de hermanos. Había cultivado suficiente autoconocimiento y lucidez interior como para “retirarse” del mando, permitiendo así que el movimiento continuara su desarrollo bajo una nueva dirección.

Quien se ha jubilado o ha debido dejar un proyecto o un modo de vida que le es querido sabe bien que ese desprendimiento no es fácil. Los episodios de ira y frustración de Francisco con sus hermanos revelan que también él tuvo dificultades para “dejar ir”. A menudo pasamos por alto que Francisco podía mostrarse iracundo y caprichoso con sus hermanos cuando no aprobaba su conducta o cuando la orden tomaba rumbos distintos a los que él había previsto o deseado.

Resulta más cómodo imaginar al joven y despreocupado “hijo de las flores” que retrata Franco Zeffirelli en su película Hermano sol, hermana luna que al Francisco más complejo de sus últimos años. Pero esas tensiones y conflictos que soportó —tanto con sus compañeros como consigo mismo— forman también parte de su biografía. Después de sus estallidos de enojo, Francisco solía detenerse, recomponerse y dejarlo todo en manos de Dios, comprendiendo que la relación fraterna era más importante que sus propias expectativas. Eso también es parte de la fraternidad.

Francisco se sintió triste e incluso desilusionado al salir de Roma, tras la aprobación de la Regla de 1223, un proceso que había transformado su inicial selección sencilla de pasajes evangélicos en un documento jurídico canónico. Encontró consuelo entre la gente de Greccio, camino de regreso a Asís. Allí, con la ayuda de los lugareños, recreó la escena del Nacimiento para experimentar de nuevo la presencia de Dios en medio del pueblo.

Después llegaron los años finales de declive físico y dolorosos tratamientos, en los que volvió a volcarse hacia los vínculos humanos. Llamó a sus hermanos y a su amiga de siempre —y también cuidadora—, doña Jacoba, para que estuvieran con él al morir. Para muchos, esos periodos de pérdida suelen ser tiempos de resistencia o de tristeza profunda; pero para Francisco, el último año de su vida fue una apertura a una consolación más honda y a una fe más plena, al hacerse más consciente de la belleza del mundo que lo rodeaba y, en ella, de su fe en Cristo.

Esta es la verdad sencilla —aunque no fácil— del camino franciscano: desprenderse de los apegos abre espacio para una conciencia más profunda y una experiencia viva de la belleza que nos rodea. Este desapego no es una aceptación superficial de los acontecimientos de la vida, sino una conciencia lúcida y una acogida total de todo cuanto está interconectado.

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