Aporte católico ante las amenazas a las democracias

8:00 a.m. | 28 abr 23 (VTN).- “Democracia como mecanismo para el bien común” es el título de un seminario internacional que contó con la participación central de dos voces de liderazgo en la Iglesia. El arz. Richard Gallagher, Secretario Vaticano para las Relaciones con los Estados, observó la responsabilidad de la Iglesia en la crisis de los totalitarismos y señaló tres patologías de las democracias modernas. Y, una perspectiva latinoamericana que analizó la crisis política en la región, la relevancia del movimiento social y la contribución de la fe cristiana (enfoque no moralista) estuvo a cargo del secretario de la Pontificia Comisión para América Latina.

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La Pontificia Universidad Gregoriana de Roma acogió el seminario internacional “Democracia como mecanismo para el bien común: ¿Qué mundo queremos construir?”, que se ha organizado con la finalidad de reflexionar sobre el presente y el futuro, y proponer una mirada que no se agote en el hoy. En la inauguración del evento, Monseñor Paul Richard Gallagher abordó la cuestión de la conservación de la democracia en su lectio magistralis “La democracia según la sabiduría de los Papas en el escenario internacional actual”.

“Lamentablemente, hoy parece que lo que impulsa la soberanía popular, la garantía de libertad e igualdad para todos los ciudadanos, es la negative politics, la deslegitimación de las propuestas de los demás, sean cuales sean, para maximizar los objetivos individuales y el consenso, pero poco se notan los esfuerzos por buscar la unidad. El individualismo y el utilitarismo parecen ser las únicas respuestas a la necesidad de felicidad que consolidan estructuras de falsa democracia”.

Monseñor Gallagher subraya que la democracia es, más bien, el servicio a la unidad sinfónica de un pueblo, fruto del compromiso de crear unidad. Repasa la complejidad de la cuestión citando al cardenal Ratzinger, que hablaba del derecho como expresión del interés común, y se inspira en los pensadores alemanes Harmut Rosa y Eric Weil.

Comenta que el proceso democrático es necesariamente múltiple: garantizar que los argumentos de todos se canalizan hacia la representatividad es algo que lleva tiempo. Sin embargo, señala que en la política moderna -incluso más que en el pasado- “no es el poder del mejor argumento el que decide las políticas futuras, sino el poder de los rencores, de los sentimientos instintivos, de las metáforas y de las imágenes sugestivas”. En ese contexto, la política no logra ir más allá de las necesidades económicas.


La sabiduría de los Papas

Monseñor Gallagher echa una mirada retrospectiva hasta León XII y pasa a través de Pío XII, que denunció cómo “la crisis de los totalitarismos fue causada por haber separado la doctrina y la práctica de la convivencia social de la referencia a Dios y por haber pisoteado el carácter sagrado de la persona humana, centro de imputación del orden social”. Con el actual pontífice –declara Gallagher– la doctrina social de la Iglesia ha asimilado plenamente la democracia. Y las encíclicas sociales posteriores se moverán en este surco. También recuerda la contribución en este sentido de Juan XXIII y de Juan Pablo II llegando al papa Francisco que, cuando era cardenal, en el 2011, escribió sobre la degeneración de la política, el vaciamiento de la democracia y la crisis de las élites.

En las posiciones del futuro Papa argentino se percibe de inmediato una “vibrante exigencia ética, un llamado a la responsabilidad de todos, especialmente de quienes conducen los gobiernos, para que nos comprometamos a superar un estado de cosas que ya no es aceptable ni sostenible”. En definitiva, el papa Francisco propone que la democracia se construya de manera sustancial, participativa y social.

En este sentido, monseñor Gallagher recuerda los famosos discursos del actual Pontífice en Grecia (2021), donde subrayó cómo el remedio para una revitalización de la democracia no reside en la búsqueda obsesiva de popularidad, en la sed de visibilidad y la proclamación de promesas imposibles o en la adhesión a colonizaciones ideológicas abstractas, sino que reside en la buena política como responsabilidad suprema del ciudadano y el “arte del bien común”.


La democracia: sistema de libre discusión en evolución

“La democracia no excluye en absoluto las oposiciones políticas, económicas, sociales, religiosas e ideológicas. Al contrario, se nutre de ellas”, precisa monseñor Gallagher, deteniéndose en el hecho de que no puede haber democracia en una nación que no esté unida por valores comunes y que no reconozca como deseables determinados objetivos. Hablando de la arquitectura de la democracia, monseñor Gallagher indica tres elementos que deben interactuar, de lo contrario el sistema se derrumba: base teórica, estructura social y marco legal. En particular, en la lectio señala que: “El Estado es el marco jurídico de toda esta sociedad, pero no la absorbe: sólo la dirige, la coordina, la integra y, donde sea necesario, la sustituye”.


Tres patologías de las democracias modernas

Además, ilustra estas enfermedades reales: la decadencia o corrosión producida por la ruptura del vínculo vital que debe unir consenso y verdad; las degeneraciones oligárquicas y, digamos, lobista de la democracia; las derivas asistencialistas y burocráticas del Estado social.

Más inquietante y corrosiva es la primera, según monseñor Gallagher. A saber, la relación entre consenso y verdad. El restablecimiento de esta relación en su justa interpretación requiere la convicción de que la regla del consenso está subordinada a un criterio de verdad básico, por tanto, al apego a verdades e ideales profundos y compartidos. De ahí que es necesaria la asimilación práctica de esta convicción por parte de las conciencias y de la comunidad. Por último, es muy importante la asidua alimentación práctica de un entramado de virtudes civiles generalizadas.

En conclusión, subraya monseñor Gallagher que, si fracasara el buen gobierno, con la ausencia de cualquier regla de vida social, sólo reinarían la violencia, la destrucción de edificios y de campos, los incendios y la muerte. Refiriéndose a la Alegoría del Buen Gobierno, concluye señalando las virtudes en las que inspirarse constantemente: paz, fortaleza, prudencia, magnanimidad y templanza flanqueadas por las virtudes teologales. Todo esto lo resumió muy bien el papa Francisco en su discurso al Cuerpo diplomático (de enero de este año): “Construir la paz en la verdad significa, ante todo, respetar a la persona humana”.

“América Latina, esta es tu hora, un nuevo inicio es posible”

Rodrigo Guerra, secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), inició su exposición exponiendo elementos que, según considera, ayudan a comprender una parte del “complejo escenario latinoamericano, prestando especial atención a los desafíos y problemas de las democracias contemporáneas”. El primer punto fue la democracia en América Latina, que tiene su propia historia. “Sin embargo, precisó Guerra, no está al margen de la dinámica global de deterioro democrático que existe en todo el mundo”.

El académico planteó los rasgos distintivos de la crisis actual: la excesiva concentración de poder en el ejecutivo, el cuestionamiento de las instituciones responsables de los procesos electorales, la reducción de las libertades de prensa y la persecución de periodistas, el adelgazamiento de la sociedad civil organizada, la desilusión de las nuevas generaciones con los partidos políticos tradicionales, la expansión de la corrupción y la emergencia de populismos de derecha e izquierda que han intoxicado la vida social y política a través de una excesiva polarización.


Es clave admitir la imperfección de nuestras realidades humanas

El segundo concepto propuesto fue el de repensar la democracia desde sus raíces. Guerra exploró un aspecto sutil y descuidado de la vida democrática, que considera “de suma importancia hoy en día: su necesaria imperfección” y recordó que hasta cierto punto Ratzinger comienza a advertirlo cuando afirma: “Para la futura consistencia de la democracia pluralista y el desarrollo de una medida humanamente posible, es necesario tener el valor de admitir la imperfección y el estado de peligro constante en que se encuentran las realidades humanas. Sólo los programas políticos que reúnen este coraje son morales. Por el contrario, el moralismo aparente que sólo se contenta con lo perfecto es inmoral”.

El secretario de la CAL destacó la importancia de comprender que, “si la democracia es una forma de gestionar la vida en común de un pueblo compuesto por personas reales, siempre será un factor de imprevisibilidad, ambigüedad y cierto grado de desorden”. “A diferencia de las máquinas, agregó, que con cierta regulación perfecta pueden funcionar durante mucho tiempo -como en el caso de los relojes-, las sociedades implican una pluralidad de sujetos libres y limitados que generan múltiples interacciones irregulares en diversos planos y niveles”.


Una contribución cristiana en la sociedad contemporánea

En el último punto de su alocución, Guerra habló sobre el ser cristiano, “que no es vivir dentro de un ideal de coherencia constante, fruto de nuestra propia voluntad, sino dentro de una misericordia constante, que se apiada de nuestra miseria”. El catedrático invitó a observar “de cerca los esfuerzos del papa Francisco por promover un enfoque no moralista de la fe cristiana, redescubriendo su dimensión comunitaria, misionera y generadora de fraternidad”. Explica que el magisterio del actual pontificado “articula acertadamente el itinerario que parte del encuentro con la Persona viva de Jesucristo a través de la Iglesia con la dimensión social del Evangelio“.


“Continente de la esperanza” no es una expresión fatua o ilusoria

El docente concluyó que “América Latina tiene todavía una importante dosis de ‘cultura de fondo’, un ‘sustrato’ que permite valorar la vida comunitaria, la lucha por la justicia y la celebración de la fe”. Guerra aclaró que “todas las carencias mencionadas van acompañadas, incluso en los países con menos libertades de América Latina, de una gran capacidad de resiliencia social”.

“Las protestas sociales tienden a encontrar cauces institucionales, los ciudadanos comienzan a redescubrirse como responsables y activos, a menudo con un gran número de jóvenes que hacen valer sus derechos y reivindicaciones tanto en las calles como en las redes sociales. Las mujeres están asumiendo un nuevo papel en casi todos los asuntos. Y los votantes responsables de llevar al poder a un determinado liderazgo suelen ser también los primeros en quejarse de sus deficiencias. En tiempos de emergencias naturales extraordinarias (terremotos, huracanes, etc.), surge la solidaridad y la sociedad adquiere verdadera conciencia de ser un solo pueblo”.

Información adicional
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Fuentes

Vatican News (2) / Video: EWTN / Foto: Pontificia Universidad Gregoriana de Roma

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