Juicio a cardenal: reforma de Francisco difícil de revertir

10:00 p.m. | 6 ago 21 (NCR/LN).- En medio de enorme expectativa mediática, inició el proceso judicial en el Vaticano que por primera vez en su historia puso en el banquillo a un cardenal, el italiano Angelo Becciu, durante años estrecho colaborador del Papa. Junto a Becciu, otras nueve personas son considerados responsables de corrupción, estafa, reciclaje y malversación de millones de dólares del Óbolo de San Pedro. Reunimos una reflexión sobre el significado que puede tener este momento en la reforma de Francisco (transparencia), junto con detalles del inicio del juicio y un recuento de la investigación.

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Tras ocho años de pontificado, la determinación del papa Francisco de reformar la Curia muestra signos importantes de avance. A los cardenales no se les llama “príncipes de la Iglesia” por nada, y Becciu había adquirido más poder que la mayoría: durante su labor como sostituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, funcionaba algo así como un jefe de personal de la Casa Blanca. Sobre el papel, ambas funciones no parecen tan importantes -como realmente lo son., pero en la práctica, ambas sirven de puntos críticos para prácticamente toda la toma de decisiones.

En pontificados anteriores, el solo hecho que Becciu sea cardenal habría sido suficiente para protegerlo de la acusación. Si, antes de Francisco, Becciu hubiera sido sorprendido haciendo algo ilegal o incluso terriblemente incorrecto, seguramente habría sido reasignado a un trabajo diferente, uno sin mayor carga laboral y que pueda pasar desapercibido, como ocurrió con el cardenal Bernard Law nombrado arcipreste de la basílica Santa María La Mayor después de que dimitiera como arzobispo de Boston en 2002.

Ahora Becciu está siendo juzgado. Todos los demás cardenales han recibido el mensaje: Ser cardenal no te protegerá de las consecuencias de tus actos. Y el juicio no es la única prueba de los esfuerzos de Francisco por arrastrar, al menos al siglo XX, a una Curia Romana que se resiste. Días atrás, la Administración del Patrimonio de la Santa Sede (APSA) publicó no sólo un informe fiscal del Vaticano sino, por primera vez, una lista de los bienes inmuebles que posee el Vaticano, más de 4.000 propiedades en Italia y otras 1.200 en el extranjero. La luz es el enemigo de la corrupción.

Además de este nuevo nivel de transparencia sobre sus finanzas, también nos enteramos de cómo la Iglesia sorteó la pandemia en su papel de arrendador. Los alquileres se redujeron y se aplazaron para ayudar a los inquilinos a sobrevivir a las consecuencias económicas de los cierres. El presidente de la APSA, monseñor Nunzio Galantino, dijo que las reducciones dieron lugar a que las cuentas de la Santa Sede estuvieran en números rojos el año pasado, pero también a “un resultado positivo en el sentido de que ha sacado a relucir la voluntad de ser, seguir siendo y comportarse ‘como una Iglesia’, incluso en un momento de grave crisis para todos”.

Además de estos dos recientes y particulares signos de cambio en la forma de conducirse del Vaticano, todos estamos a la espera de la publicación del Praedicate Evangelium, la constitución apostólica que remodelará la estructura del Vaticano. Será el resultado de una consulta sin precedentes y, es de esperar, concretará algunos de los cambios de actitud que el Santo Padre ha buscado en sus esfuerzos por aplicar más plenamente la visión del Concilio Vaticano II: Menos clericalismo y secretismo, más sinodalidad y transparencia. Podríamos llamar a estos diferentes esfuerzos la “reforma dentro de la reforma” de Francisco. El objetivo que busca el Papa no es simplemente un Vaticano menos plagado de intrigas, luchas internas y escándalos, sino un Vaticano que modele para la Iglesia universal el impulso evangelizador que surge de una lectura del Evangelio.

Francisco no es un primitivista, por supuesto. Busca exactamente el mismo tipo de reforma genuina de la que habló el papa Benedicto XVI en su a menudo mal citado discurso de 2005 a la Curia, una reforma que conlleva elementos de continuidad y discontinuidad con el pasado inmediato, recuperando las ideas e inspiraciones de la Iglesia primitiva al tiempo que se enfrenta a los problemas de nuestro tiempo. Los seres humanos somos criaturas de costumbres. Cuando se combina ese deseo humano de constancia con una fe enraizada en una tradición apostólica, se obtiene una organización que es necesariamente, y a menudo útil, resistente al cambio.

Francisco entiende que para cambiar una subcultura arraigada como la de la Curia Vaticana, hay que cambiar los procedimientos y las políticas, a veces el personal, pero sobre todo, hay que cambiar la dirección: hacer que la organización avance hacia nuevos objetivos para los que sus viejos hábitos y métodos no funcionarán, de modo que el personal debe hacer suyos los nuevos procedimientos. En los últimos días, hemos visto pruebas de los cambios tectónicos que Francisco ha puesto en marcha. Una vez en marcha, será mucho más difícil dar marcha atrás.

El inicio de un juicio histórico

Salvo el cardenal Becciu y su exsecretario privado, monseñor Mauro Carlino, la mayoría de los imputados estuvo ausente en la primera audiencia. Pero todos los acusados, a través de sus abogados, dejaron en claro que se defenderán con uñas y dientes. De hecho, presentaron decenas de cuestiones preliminares y directamente pidieron la nulidad del juicio por supuestos errores e irregularidades procesales cometidos por los fiscales del Vaticano. Al cabo de una audiencia maratónica -a la que asistió el diario La Nación-, que duró poco más de siete horas, el presidente del Tribunal de tres jueces, todos laicos, Giuseppe Pignatone, dio lugar a algunas cuestiones procesales, se reservó otras y decidió posponer el juicio hasta el 5 de octubre.

Becciu llegó a la sala del tribunal recientemente inaugurada en un anexo de los Museos Vaticanos, acompañado por tres letrados. Entonces se hizo silencio en la sala. El purpurado -que no perdió el título de cardenal- se sentó en la última fila y se mostró bastante tranquilo y confiado en que este proceso, pueda demostrar su inocencia, que siempre clamó. “Lo vamos a lograr”, declaró a los medios, en uno de los dos intervalos del proceso, en el que contó que nunca antes había estado en una audiencia judicial.

A su turno uno de los abogados de Becciu, Fabio Viglione, planteó la nulidad de la citación de su defendido por omisión de interrogatorio. “Su eminencia jamás fue llamado a defenderse personalmente. Antes de ser enjuiciado, el inculpado debe poder ser escuchado. Y no se hizo”, denunció. Además, reclamó la nulidad de los cinco interrogatorios a los que se sometió monseñor Alberto Perlasca, durante años jefes de la oficina de administración de la Secretaría de Estado. Becciu es acusado de haber intentado sobornar a Perlasca, para que se retractara. En su réplica, el fiscal del Vaticano, Diddi, después de haber subrayado que “si cometimos errores, estamos listos a enmendar”, aseguró que durante las investigaciones “siempre hemos aplicado las normas”. Y recordó que el Papa en un “motu proprio” de abril de este año abrogó la norma que decía que un indagado tiene que ser interrogado.

Después de siete horas de audiencia, el cardenal destacó su obediencia al Papa: “Siempre fui obediente al Papa, que me encomendó muchas misiones en mi vida, quiso que fuera procesado y vine al proceso”, dijo. Y anunció que “con gran dolor” le había dado mandato a sus abogados para denunciar a monseñor Alberto Perlasca, que no fue imputado y que es el gran arrepentido de este juicio, “por las falsedades que dijo sobre mí”.

Hasta este maxi-juicio querido por Francisco para hacer limpieza, caiga quien caiga, un cardenal -el rango más alto y máximo colaborador del Pontífice- solo podía ser juzgado solo por el Santo Padre o por un tribunal formado por otros tres cardenales. Una disposición que, por voluntad de Francisco, quedó sin efecto. Tanto es así que el cardenal Becciu será juzgado, como los demás imputados en este proceso más que complejo, que nadie sabe cómo terminará y que puso sobre el tapete un turbio sistema de funcionamiento de las finanzas del Vaticano, por el famoso magistrado italiano anti-mafia, Giuseppe Pignatone, presidente del tribunal del Vaticano.

Luego de escuchar a los abogados defensores de los acusados, todos ataviados con rigurosa toga y que coincidieron en alegar que nunca tuvieron en sus manos las 28000 páginas del sumario -luego condensado en 500- y otras actas y elementos, por lo que no habían podido ejercer el legítimo “derecho de defensa” de sus clientes, Pignatone les aseguró que iba a darle tiempo hasta octubre para ver esa mole inmensa de documentos.

ENLACE. Más detalles sobre el desarrollo del juicio

La investigación

El maxi-juicio, inédito, fue fruto de una larguísima y compleja investigación que comenzó hace dos años al salir a la luz, gracias al Instituto para las Obras de Religión (IOR), la existencia de una inversión descabellada realizada en 2014 por la Secretaría de Estado, que compró un lujoso edificio -ex propiedad de Harrods-, en la Sloane Avenue, en Londres, con dinero del Óbolo de San Pedro. El Vaticano, que fue estafado por oscuros brokers, perdió unos 300 millones de euros. Por este desfalco, que posee aristas de lo más complejas, además de Becciu –a quien Francisco obligó a renunciar a sus cargos y derechos cardenalicios, pero no al título, en septiembre del año pasado- y monseñor Carlino, el 3 de julio pasado los fiscales del Vaticano decidieron enjuiciar a otras ocho personas más.

ENLACE. Más información sobre la investigación previa

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Fuentes

National Catholic Reporter / La Nación / Religión Digital / Videos: Rome Reports y EuroNews / Foto: AFP

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