Esperando una ‘Buena noticia’ para la vida de pareja y de familia

Sínodo Familia

9.00 p m| 10 jul 14 (VIDA NUEVA/BV).- Concidiendo con la reciente publicación del Instrumentum laboris, la doctora en teología Isabel Corpas –que no solo ha trabajado con parejas que se preparan para el matrimonio, sino que también ha investigado, enseñado y escrito durante décadas acerca del tema– comparte aquí algunas de las reflexiones que le han venido suscitando las 38 preguntas enviadas meses atrás a todas las conferencias episcopales como preparación para la cita sinodal. Son muchos los desafíos que la Iglesia tiene por delante en este campo, pero ella espera que esos días se produzca en Roma una “buena noticia” para la vida creyente de pareja y de familia.

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La convocatoria de una reunión de obispos para tratar asuntos relacionados con la familia despierta expectativas. ¿Por fin habrá una “buena noticia” para las parejas? porque es la experiencia de pareja la que siempre está en juego. ¿Tendrán los dirigentes de la Iglesia católica algo nuevo que decir o irán a repetir las normas de siempre e insistirán en los mismos temas que, a veces, parecen obsesivos?

“Los desafíos pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelización” es el título del documento preparatorio que el Papa Francisco envió a los obispos del mundo, en noviembre del año pasado, a través del secretario general del sínodo, monseñor Lorenzo Baldisseri.

La reunión de obispos que tendrá lugar en Roma del 5 al 19 de octubre del presente año –la III Asamblea General extraordinaria del 2014–, en la que, según el itinerario de trabajo trazado por el Papa, se pretende “delinear el status questionis y recoger testimonios y propuestas de los obispos para anunciar y vivir de manera creíble el evangelio de la familia” (Documento preparatorio, I). Y habrá un segundo encuentro de obispos, que será la Asamblea General ordinaria del 2015, en el que se buscarán las correspondientes líneas operativas.


Situación actual de las parejas y las familias

Un acercamiento a la realidad actual de las parejas y las familias constituye el punto de partida para la presente reflexión. Lo cual no resulta fácil, tratándose de una realidad plural y en permanente cambio, difícil de recoger en unos cuantos renglones. Particularmente, porque la manera de ser pareja y de ser familia evoluciona como evoluciona y cambia todo lo humano, se adapta a los cambios sociales, se estructura según los modelos de cada grupo social y de cada generación.

Por eso no existe un modelo único y universal de ser pareja y de ser familia: cada una es original y diferente de las otras en la manera como se construyen y asumen sus funciones. Y porque las dificultades que viven las parejas y las familias son complejas. Dolorosas.

Para este acercamiento, acudo al listado de “problemáticas inéditas hasta hace unos pocos años” que presenta el Documento preparatorio del sínodo 2014:

– Difusión de parejas de hecho y uniones de personas del mismo sexo.
– Matrimonios mixtos e interreligiosos.
– La familia monoparental.
– Poligamia difundida en no pocas partes del mundo.
– Matrimonios concordados y problemática de la dote, muchas veces considerada como precio de la esposa.
– El sistema de castas.
– La cultura de la falta de compromiso.
– Formas de feminismo hostil a la Iglesia.
– Fenómenos migratorios y reformulación de la idea de familia.
– Pluralismo relativista en la concepción del matrimonio.
– Influencia de los medios de comunicación en la celebración del matrimonio y la vida familiar.
– Tendencias subyacentes a propuestas legislativas que desprecian la estabilidad y fidelidad del pacto matrimonial.
– Maternidad subrogada.
– Nuevas interpretaciones de derechos humanos.
– Debilitación o abandono de fe en la sacramentalidad del matrimonio y en el poder terapéutico de la penitencia sacramental.

Y cada uno de los ítems del listado se interpreta como un desafío de la situación actual a la evangelización. Ahora bien, en este listado de “problemáticas inéditas” se confunden situaciones nuevas con otras que no lo son y otras tantas que corresponden a entornos culturales distintos del mundo occidental y europeo, desde donde se ha pretendido legislar para parejas y familias de cualquier contexto.

Novedoso es el interés de parejas del mismo sexo por celebrar su unión, pero no es nuevo que haya uniones de parejas del mismo sexo. Novedoso es el pluralismo actual, pero no como algo peyorativo y calificado de relativista: sencillamente, el mundo occidental ya no es el único mundo, y convivimos con diversas culturas y modos de pensar.

Novedoso –aunque con más de cien años– es el feminismo, al que tampoco considero negativo ni hostil a la Iglesia: se trata de una forma alternativa de entender el ser y el quehacer de la humanidad a partir del reclamo de las mujeres por haber sido minusvaloradas e invisibilizadas a lo largo de la historia. En cambio, el listado no menciona el machismo, tal vez por no ser “problemática inédita”, sino de muy vieja data.

Novedoso, ciertamente, es el matrimonio subrogado. De pronto, es nuevo que los países legislen de espaldas a orientaciones de la Iglesia católica –lo que en épocas pasadas no ocurría en el mundo occidental– y que se establezca el divorcio: pero no hay que olvidar que los estados legislan para todos sus ciudadanos y no solamente para quienes profesan un determinado credo religioso.

En cambio, no son nuevas las parejas de hecho: las prácticas históricas muestran que las parejas cristianas se casaban conforme a las costumbres familiares y sociales y que, apenas en el siglo XVI, el Concilio de Trento estableció la forma canónica matrimonial; sin embargo, el matrimonio se consideró sacramento desde los primeros pasos de la Iglesia. Tampoco es nueva la poligamia, el matrimonio concordado y el sistema de castas en culturas donde está formalmente establecido.

Ni son nuevos los matrimonios mixtos e interreligiosos, puesto que la Iglesia legisló su celebración. Fenómenos migratorios siempre los ha habido y la reformulación de la idea de familia ha sido una constante histórica, como lo demuestran los estudios sobre su evolución. De las familias monoparentales y de la falta de compromiso, más aún de la irresponsabilidad, hace rato que se habla. Y el debilitamiento o abandono de la fe en la sacramentalidad del matrimonio como “problemática inédita” tampoco es algo nuevo; y creo que lo que existe es ignorancia, la más crasa ignorancia.

Cuando escribí un artículo sobre el sínodo de 1980, hace más de 30 años, los problemas que el sínodo debía afrontar –que correspondían al contexto de entonces, pero que son también del momento actual– eran:

– La secularización.
– Los movimientos de liberación.
– El subjetivismo ético.
– Los derechos de familia pisoteados.
– Las desviaciones de la sexualidad y del amor.
– El concepto de libertad aplicado a la vida conyugal.
– Las actitudes machistas.
– Los movimientos feministas.

Y me parece que a estos dos listados hace falta agregar problemas que son de hoy y de siempre: dificultades de relación entre sus miembros, violencia y maltrato intrafamiliar, madresolterismo. Y las condiciones infrahumanas en las que tantas familias se ven obligadas a vivir.

También los cambios de tipo económico, social, cultural y demográfico repercuten en la forma en que los hombres y las mujeres de nuestros días viven la experiencia de pareja, y cómo construyen sus familias: el paso del mundo agrario al mundo industrial; el paso del mundo moderno al mundo posmoderno, caracterizado por el afán por vivir el momento sin mirar hacia el futuro; el paso de la familia extensa patriarcal, profundamente estable, a la familia nuclear que se construye a partir del encuentro interpersonal de los cónyuges y a la que las condiciones obligan a ser reducida.

El paso de una sociedad preindustrial –en la que la familia numerosa era necesaria– a la sociedad industrial y urbana, que exigió reducir el número de hijos, además de que existe una nueva conciencia sobre las consecuencias del aumento incontrolado de la población y, por primera vez en la historia, las parejas tienen la posibilidad de decidir responsablemente el número de hijos que pueden llamar a la vida, en lugar de dejarlo al azar biológico; el paso de un mundo uniforme, como era un mundo en el que se adoraba a un mismo Dios y sus habitantes pertenecían a una misma raza, a un mundo pluricultural en el que convivimos en medio de la diversidad religiosa y/o estamos expuestos al influjo de otras culturas a través de los medios de comunicación, tanto de los audiovisuales como de los de transporte.

Además, los cambios sociales abrieron la puerta para que las mujeres salieran de la reclusión en la que por siglos habían permanecido y tuvieran el valor de tomar la palabra para referirse al significado que la cultura atribuye a cada uno de los sexos como constructos y condicionamientos culturales, no como determinismo biológico.

Las 38 preguntas del cuestionario del Documento preparatorio del sínodo 2014, enviadas a las Iglesias de todo el mundo, también se refieren a la situación de las parejas y de las familias. Giran en torno a problemas tales como:

– La difusión y el conocimiento de las enseñanzas de la Biblia y del magisterio eclesial sobre la familia; y si dichas enseñanzas son conocidas, aceptadas, rechazadas y/o criticadas en ambientes extraeclesiales.
– Sobre la formación para la vida familiar según las enseñanzas de la Iglesia.
– Sobre el matrimonio de acuerdo con la ley natural y los desafíos pastorales que surgen cuando bautizados, no practicantes o que se declaran no creyentes, piden la celebración del matrimonio.
– Sobre pastoral familiar, particularmente en relación con la preparación al matrimonio y la conciencia de la familia como “Iglesia doméstica”.
– Sobre algunas situaciones matrimoniales difíciles, como son la convivencia ad experimentum, las uniones libres de hecho, es decir, sin reconocimiento religioso ni civil, los separados y divorciados vueltos a casar y la práctica sacramental, y si ayudaría a solucionar esta problemática la agilización de los procesos de nulidad del vínculo matrimonial.
– Sobre las uniones del mismo sexo.
– Sobre la educación de los hijos en las situaciones matrimoniales irregulares y cómo se desarrolla la praxis sacramental en estos casos.
– Sobre la apertura de los cónyuges a la vida, si tienen conocimiento de la doctrina de la Humanae Vitae sobre paternidad responsable, si tienen conciencia del valor moral de los métodos de control de la natalidad y cómo favorecer el aumento de los nacimientos.
– Sobre la relación entre familia y persona.
– Finalmente, se pregunta si hay otros desafíos y propuestas en relación con los temas recogidos en el cuestionario que merezcan ser tratados.

En líneas generales, los ecos a este cuestionario han mostrado que las católicas y católicos del mundo no están de acuerdo con normas establecidas por la Iglesia de Roma. Los informes de las conferencias episcopales de Alemania y Suiza mostraron distancia entre la enseñanza de la Iglesia en temas de pareja y la opinión de los creyentes al respecto. Y los obispos japoneses respondieron que la enseñanza de la Iglesia no se conoce en su país y que los católicos son indiferentes a las normas establecidas desde Roma.

No conozco otras respuestas oficiales. Pero habría que agregar los resultados de la encuesta encargada por la cadena de televisión Univisión en la que participaron 12.038 católicos practicantes de doce países de los cinco continentes: a nivel mundial, los católicos no están de acuerdo con normas de su Iglesia.


Sacramentalidad de la experiencia de pareja y de familia

Las experiencias humanas y su interpretación están condicionadas por sus circunstancias históricas. También por circunstancias personales. Pero es el condicionamiento histórico y cultural el que guía la presente lectura teológica de la sacramentalidad de la experiencia de pareja y de familia que se fundamenta en la Escritura y en los documentos del magisterio eclesial.

Por esta razón, la pareja y la familia que describe el Antiguo Testamento responden a las circunstancias socioculturales del pueblo de Israel, y la legislación familiar es una codificación de derecho consuetudinario para regular el comportamiento de los individuos, según la época, en la perspectiva del bien del clan, de la tribu o del pueblo. Si bien sociológicamente no existía mayor diferencia en la forma en la que los israelitas vivían esta experiencia y cómo la vivían los pueblos vecinos, la fe yahvista sí tenía una visión distinta: pareja y familia, como el mundo todo, eran obra de Dios.

Pero también su sentido estaba inscrito en el marco de la Alianza en cuanto lugar privilegiado de las bendiciones de Dios que se transmitían a través de los hijos. Desde esta perspectiva, entonces, el significado de la experiencia de pareja se interpreta desde su capacidad de transignificación, como imagen y semejanza de Dios, que es lo que afirman los relatos de la Creación, y símbolo del amor y la salvación de Dios que es lo que expresan los escritos de los profetas.

También la organización familiar en el contexto neotestamentario era la establecida de acuerdo con las costumbres sociales de su tiempo. El Nuevo Testamento introduce la experiencia de pareja y de familia en una perspectiva novedosa, al invitar a los creyentes a vivir “en el Señor” (1 Cor 7, 39) las experiencias y las instituciones humanas, proponiendo las obligaciones no como imposiciones externas, sino como exigencias del Evangelio y de la “vida nueva”. Así, “casarse en el Señor” quiere decir vivir en la fe la vida de pareja y de familia, que es lo que proponían las “tablillas domésticas” (cf. Col 3, 18-21; Ef 5, 21–6, 9; 1 Pe 3, 17), colecciones de preceptos que formaban parte de la filosofía popular que precisaban el modo en que se debían vivir las relaciones familiares: relación de pareja, relación de padres e hijos, relación de amos y esclavos, constitutiva de la vida familiar.

El Nuevo Testamento las interpreta desde la novedad del cristianismo, proponiendo vivir estas relaciones “en el Señor”. La “tablilla doméstica” de la carta a los efesios explicita el sentido salvífico de la experiencia de pareja a partir del simbolismo conyugal, al estilo de la comparación que hicieran los profetas: entre la unión de la pareja y la unión de Cristo y de su Iglesia existe la misma relación que hay entre significante y realidad significada, y esta capacidad de transignificación de la experiencia de pareja, vivida en Cristo, es el “sacramento grande es este” (Ef 5, 32) que la carta proclama: sacramentalidad de la cual proviene la posibilidad para que las parejas de bautizados puedan amar con un amor que participa del amor de Dios y así poder amar como Cristo ama.

Con un salto de veinte siglos, me refiero a la enseñanza del Concilio Vaticano II que dio particular importancia a la familia, definiéndola como “íntima comunidad de vida y amor” (Gaudium et spes 48), al mismo tiempo que, en perspectiva eclesiológica, recordó la antigua expresión “Iglesia doméstica” (Lumen gentium 11) con la que el Nuevo Testamento (Rom 16, 5) y San Juan Crisóstomo (In Epist. ad Eph) se habían referido la familia cristiana.

En el magisterio de Juan Pablo II son muchos los planteamientos a propósito de la familia, particularmente en la exhortación apostólica postsinodal Familiaris consortio, que fundamenta en el proyecto de Dios su identidad y misión: “En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no solo su ‘identidad’, lo que ‘es’, sino también su ‘misión’, lo que puede y debe hacer” (Familiaris consortio 17), subrayando la importancia del amor: “La familia fundada y vivificada por el amor es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. Su primer cometido es vivir fielmente la realidad de la comunión en el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas. El principio interior, la fuerza permanente y la meta última de tal cometido es el amor (…) animado e impulsado por un dinamismo interior incesante que conduce a la familia a una comunión cada vez más profunda e intensa, fundamento y alma de la comunidad conyugal y familiar” (ibídem 18).

También se refirió al papel de la familia como “célula primera y vital de la sociedad” (ibídem 42), cuya función “no puede reducirse a la acción procreadora y educativa” (ibídem 44). Agregó que, a través de la familia, es como “toda persona queda introducida en la familia humana y en la familia de Dios que es la Iglesia” (ibídem 15).

Y no solo identificó la familia como “comunidad de vida y amor” y “célula primera y vital de la sociedad”, sino que dio a estos títulos una dimensión sacramental, interpretando la familia, en el marco de la eclesiología de comunión, como Iglesia doméstica: “La familia cristiana está llamada además a hacer la experiencia de una nueva y original comunión, que (…) por esto puede y debe decirse Iglesia doméstica” (ibídem 21).

Imposible no mencionar el aporte del episcopado latinoamericano en el Documento de Puebla, que identificó la familia como centro de comunión y participación, y destacó su sacramentalidad como Iglesia doméstica e imagen de la familia trinitaria.

La familia es imagen de Dios, que, en su misterio más íntimo, no es una soledad, sino una familia. Es una alianza de personas a la que se llega por vocación amorosa del Padre, que invita a los esposos a una “íntima comunidad de vida y amor” (Gaudium et spes 48), cuyo modelo es el amor de Cristo a su Iglesia. La ley del amor conyugal es comunión y participación, no dominación. Es exclusiva, irrevocable y fecunda entrega a la persona amada sin perder la propia identidad. Un amor así entendido, en su realidad sacramental, es más que un contrato; tiene las características de la alianza (Documento de Puebla 582).

También considero oportuno citar al Papa Francisco, que en su encíclica Lumen fidei escribió que el matrimonio es “unión estable de un hombre y una mujer: nace de su amor, signo y presencia del amor de Dios, del reconocimiento y la aceptación de la bondad de la diferenciación sexual, que permite a los cónyuges unirse en una sola carne (cf. Gn 2, 24) y ser capaces de engendrar una vida nueva, manifestación de la bondad del Creador, de su sabiduría y de su designio de amor. Fundados en este amor, hombre y mujer pueden prometerse amor mutuo con un gesto que compromete toda la vida y que recuerda tantos rasgos de la fe. Prometer un amor para siempre es posible cuando se descubre un plan que sobrepasa los propios proyectos, que nos sostiene y nos permite entregar totalmente nuestro futuro a la persona amada. La fe, además, ayuda a captar en toda su profundidad y riqueza la generación de los hijos, porque hace reconocer en ella el amor creador que nos da y nos confía el misterio de una nueva persona” (Lumen fidei 50).

Finalmente, quiero referirme a definiciones de familia que forman parte de la enseñanza reciente de la Iglesia: “íntima comunidad de vida y amor” (Gaudium et spes 48), “célula primera y vital de la sociedad” (Familiaris consortio 42), “santuario de la vida” (Centesimus annus 39), “imagen de la familia trinitaria” (Documento de Puebla 582) e “Iglesia doméstica” (Lumen gentium 11).

Las dos últimas integran las otras definiciones, por cuanto la familia que es comunidad de personas en el amor, célula de la sociedad y santuario de vida, es capaz de transignificar la comunión trinitaria y, por consiguiente, ser Iglesia en pequeño, Iglesia doméstica.

La experiencia humana de familia, a partir del compromiso bautismal de sus miembros, renovados por la acción de Cristo, transforma las relaciones familiares, para vivir la comunión con Dios y realizar la comunión en la familia. Y de la identidad de la familia como comunión se deduce su misión, porque la comunión se hace misión y la misión es la comunión (Cf. Christifideles laici 31-32), al decir del Papa Juan Pablo II.


Algunos desafíos para el Sínodo 2014

Con todo respeto, creo que las líneas que trace el próximo sínodo no pueden ignorar las transformaciones que se producen respecto a la forma como las parejas y las familias del siglo XXI construyen su relación, probablemente con expectativas diferentes de las que pudieron tener sus padres y sus abuelos, pero en la búsqueda de nuevas formas posibles y deseables de ser pareja y de ser familia, redescubriendo su propio significado y preguntándose por su razón de ser. Lo cual no es subjetivismo ético. Y tendrían, asimismo, que tener en cuenta los entornos culturales, diversos y plurales, como es diverso y plural el mundo actual.

El propósito del nuevo sínodo sobre la Familia es hacer creíble el Evangelio de la familia, hacerlo asequible al común de los fieles en las actuales circunstancias. Hay que anotar que, en las consideraciones doctrinales del Documento preparatorio, se encuentra dicho Evangelio que la Iglesia tiene el encargo de anunciar, y por eso se espera que sea el sínodo que hace creíble y asequible el Evangelio –la “buena noticia”– para la familia. Y ojalá también para las parejas. Familias de creyentes. Parejas de creyentes. Para bautizados y bautizadas que quieran vivir la fe en pareja. O vivir como pareja y como familia en la fe. Que es lo que haría creíble y asequible la “buena noticia” de que el amor sí existe.

Texto de Isabel Corpas de Posada – Doctora en Teología y profesora en la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana y de la Universidad de San Buenaventura de Bogotá.


Fuente:

Extracto de pliego publicado en la revista Vida Nueva

Puntuación: 5.00 / Votos: 1

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