Décadas de política económica discreta y conservadora han permitido a la mayoría de miembros de la UE (principalmente Alemania) amasar importantes ahorros. Ahora esos ahorros deben ser usados para salvar a países que ni siquiera son miembros de la UE, aún cuando los propios dueños de los ahorros enfrentan dificultades para atacar sus propios problemas.
Por ejemplo, hay un gran debate sobre si el gobierno alemán, excelente regulador sin caer en el intervencionismo, debe o no rescatar a sus bancos y fabricantes de automóviles. Intervenir en la industria distorsiona la competencia y potencialmente alarga la vida de modelos ineficientes de producción, lo que iría contra los principios del crecimiento económico de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Por extensión, si Alemania no puede rescatar a su propia economía, aparentemente no hay argumentos sólidos para que rescate países que ni siquiera son miembros de la Unión Europea.
El costo del rescate es alto, pero el costo de no rescatar a EE es potencialmente mucho mayor. Políticamente, el colapso económico de EE podría generar dudas sobre la estabilidad de la UE. En segundo lugar, un gran número bancos de Austria, Italia y Suecia podrían colapsar, lo que desataría mayores consecuencias en el viejo continente. En tercer lugar, la UE podría perder injerencia sobre los países de Europa del Este, lo que podría promover la aparición de líderes populistas o nacionalistas.