El régimen de periodistas del Duce
Periodista + poder = dictador. No necesariamente esta ecuación tendría que dar siempre tan tremendo resultado. Pero en el caso de Benito Mussolini (1883-1945) esa suma es, en efecto, de una precisión matemática.
El de Mussolini fue un régimen de periodistas que no sólo influiría fuertemente sobre futuros gobiernos derechistas en la manera de manipular a la prensa, sino también en administraciones de signo supuestamente progresista. Una influencia que, lamentablemente, aún no ha cesado y cuyos aires nos resultan desafortunadamente familiares. Es curioso: el fascismo goza de muy mala prensa, pero hasta algunos que se creen sus detractores no se cansan de practicarlo y no de manera tan solapada.
Hijo de padre izquierdista y madre católica, Benito -por Benito Juárez, el revolucionario mexicano- sufrirá sucesivas y sísmicas mutaciones políticas a lo largo del tiempo.
“Del anarquismo al socialismo, el nacionalismo extremo y, finalmente, el fascismo”, sintetiza el historiador Peter Neville en Mussolini , una biografía que presta atención a las circunstancias que pesaron en su formación. A pesar de haber trabajado como albañil y varias veces como maestro, el periodismo captó el centro de su atención muy recurrentemente como colaborador de periódicos socialistas, tarea que alternaba con sus incursiones como agitador y orador de causas siempre inflamadas. “La experiencia como periodista -señala Neville- sería invaluable en su carrera política.”
La inclinación hacia las letras efímeras -qué otra cosa es después de todo el periodismo- le venía por la sangre: si bien su padre fue herrero, en cierta época escribió un par de notas, en tanto que su hermano Arnaldo ( ghostwriter de ” il Duce “, en Mi autobiografía ) y su sobrino Vito se dedicaron de lleno al periodismo.
El mismo Benito tenía pasta para aporrear las máquinas de escribir y llegó a ser director del periódico Lucha de clases , de Forli, en 1909. En 1912, al borde de los 30 años, ya era editor de Avanti! y, dos años más tarde, fundaba Il Popolo d´Italia . “Mussolini -apunta Neville- produjo gran cantidad de escritos, y aunque están plagados de egotismo y dogmatismo, permiten comprender ciertos aspectos de su personalidad.”
La figura del dictador italiano viene a cuento porque en las últimas semanas se estrenó en la Argentina Vincere , el apreciado film de Marco Bellocchio que supo reflejar con dramatismo las tortuosas aristas de su compleja relación amorosa con Ida Dalser, a la que se propuso borrar del mapa en cuanto comenzó a incomodarlo. Y lo mismo con el hijo que ambos tuvieron, que llevaba su propio nombre. Mussolini prefirió, en cambio, inclinarse por otra mujer, Rachele Guidi, su esposa oficial, con quien tuvo tres hijos: Edda, Vittorio y Bruno.
Peleó en la Primera Guerra Mundial y tuvo un temprano cargo político (secretario de la Cámara de Trabajo de Trentino, en 1909). Fueron años de agitación y turbulencias que desembocaron en una voltereta ideológica que lo llevó de un extremo del arco político al otro, en 1921, cuando creó el Partido Fascista y resultó electo para ocupar una banca en el parlamento. Fue 1922 el año de su consagración, al ser designado primer ministro, y sus “camisas negras” marcharon sobre Roma.
Pronto contempló con agrado el crepitar de hogueras alimentadas con libros y con periódicos opositores.
El nuevo pontífice de la extrema ideología italiana sentenciaba por entonces en La Doctrina Fascista (Vallechi Editore Firenze, Florencia, 1935) que “todo permanece en el Estado y nada fuera de él”. ¿Y qué pensaba del periodismo? “La prensa es un elemento del régimen, una fuerza al servicio del Estado”, decretó.
Así, los que no supieron encolumnarse rápidamente fueron hostigados y presionados de distintas maneras, hasta que con la excusa de un atentado frustrado contra Mussolini, el Gran Consejo Fascista resolvió la suspensión, por tiempo indeterminado, de todas las publicaciones que no fueran totalmente favorables al régimen.
El silencio caracteriza a las dictaduras, pero en una dictadura encabezada por un ex periodista, rodeado de ex periodistas amigos, lo que imperó fue el parloteo, tan caro, por otra parte, a la idiosincrasia peninsular. Su menú era sencillo y no apto para estómagos delicados: malversación de la verdad, relectura constante de la historia y el presente en función de las necesidades del régimen en cada momento, aderezados por continuas consignas machacadas una y otra vez hasta el hartazgo para mantener en alto la “épica” discursiva del régimen.
“La prensa diaria -diagnostica Edward R. Tannenbaum en La experiencia fascista – fue el medio de comunicación más natural de los fascistas. En ninguna otra dictadura hubo tantos periodistas que hablaran tanto sobre tantas cosas. El Duce marcaba el tono del régimen con su continuo interés periodístico y este tono influía también en el Ministerio de Cultura Popular.”
Italiano hasta la médula, el fascismo lució siempre una exuberancia y desorden de los que careció el nazismo, su monolítico e implacable aliado.
“Goebbels y Rosenberg -agrega Tannenbaum- habían preparado listas negras de cientos de libros, obras teatrales, cuadros, películas y de sus creadores. En Italia, las listas negras y otras formas de control cultural no fueron tan amplias como en Alemania y nunca se cumplieron tan estrictamente. El régimen fascista permitió un limitado criticismo en cuestiones concretas, con una actitud política conocida posteriormente como «tolerancia represiva»”.
Mientras en Alemania un tercio de la prensa total fue absorbida por la maquinaria estatal; en Italia sólo lo fue en un diez por ciento. De todos modos, cualquier atisbo de crítica desapareció de la totalidad de la prensa después de 1926.
“La prensa más libre del mundo -se regodeaba Mussolini- es la prensa italiana. En otros países, los periódicos están a las órdenes de grupos plutócratas, de partidos, de individuos; en otras partes están reducidos a los bajos menesteres de la compra y venta de noticias excitantes, cuya lectura reiterada acaba por determinar en el público una especie de saturación estupefacta con síntomas de atonía e imbecibilidad; en otras partes, los diarios están reunidos en manos de poquísimos individuos, que consideran los periódicos como una verdadera industria, como la del hierro o la del acero. El periodismo italiano es libre porque sirve solamente a una causa y a un régimen; es libre porque dentro de las leyes puede ejercer y ejercita funciones de control, de crítica, de propulsión.”
En los tiempos en que el gran Consejo Fascista terminó destituyendo a Mussolini, en 1943, aquí en la Argentina los militares del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), que habían desalojado del poder a los conservadores del “fraude patriótico” dieron precisas instrucciones para que la caída del Duce fuera suministrada con cautela por los diarios y los informativos de la radio.
La creación, el 21 de octubre de 1943, de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa seguirá el modelo italiano al centralizar y coordinar la información oficial y organizará, por primera vez de manera sistemática y persistente, la propaganda estatal. Tres años más tarde, capitalizará ese esquema Juan Domingo Perón, quien, en 1939, enviado a Europa en misión de estudio, había asistido a cursos en Italia donde quedó muy impresionado con la experiencia fascista.
El 27 de marzo de 1945, un mes antes del fusilamiento de Mussolini por los partisanos y del suicidio de Hitler, en su búnker, cuando los soviéticos ya estaban a las puertas de Berlín, la dictadura militar argentina le declaraba la guerra al Eje, en reacción tardía. La semilla fascista, de todos modos, terminaría germinando nuevamente.
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