Recordando a Mons. Romero: Piezas para un retrato

11:00 a.m. | 5 abr 24 (RVN).- A través de su experiencia de vida, el médico y escritor Ángel García Forcada reflexiona sobre diferentes momentos, aspectos y testimonios sobre San Romero de América. García Forcada, de formación jesuita, vivió una temporada durante la década de los 80s en El Salvador, lo que le bastó para percibir “su presencia e influencia en la sociedad en la que se encarnó”. Para dar más profundidad a su serie de reflexiones, recurre a dos conocidos libros que reúnen testimonios de personas cercanas al santo salvadoreño. Presentamos un extracto de las reflexiones de García Forcada.

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Descubrí a Óscar Romero en profundidad en 1986. En agosto de aquel año, siendo un joven médico y estudiante jesuita, visité El Salvador, donde monseñor vivió y murió. Aquellos días percibí su presencia e influencia en la sociedad en la que se encarnó, recorrí lugares significativos como la Catedral de San Salvador o el hospital de cancerosos donde pernoctaba, hablé con personas con quienes convivió, recé delante de su mausoleo (más tarde ubicado en otro lugar) y observé a los salvadoreños que acudían a encomendarse a él.

En la Universidad Centroamericana, donde conocí a algunos de los jesuitas que luego fueron asesinados, compré un libro que me ha acompañado toda mi vida, La voz de los sin voz, la palabra viva de monseñor Romero. Luego he leído otros libros, pero ese ejemplar me marcó y ayudó en adelante. Está subrayado varias veces, lleno de anotaciones, y con él he rezado y sufrido en no pocas ocasiones. Porque la palabra recogida a lo largo de sus páginas –conversaciones, homilías, discursos, citas– me ha ayudado a sobrellevar mis propias dificultades vitales, y ha iluminado circunstancias y momentos de mi historia personal.

Para empezar una intención de dar a conocer a monseñor Romero, usaré la definición que dio de él un teólogo contemporáneo: Fue “un hombre que creyó en Dios y en su Cristo”. Por encima de otros rasgos, monseñor fue un creyente, una persona que superó miedos y limitaciones caracteriales para proseguir el camino de Jesús, y encontrarle en la Galilea donde vivía: El Salvador pobre y atormentado de sus días, regado de sangre y desgarrado por la violencia.

Sin embargo, hay muchas otras facetas a destacar en un perfil tan rico como el suyo. El hombre bueno, siempre compasivo, que se conmovía hasta las lágrimas viendo el sufrimiento de sus compatriotas. El sacerdote que supo evolucionar, que se preguntó en cada momento histórico que le tocó vivir –muchos de terrible dificultad– cuál era el camino a recorrer para ser fiel al mensaje de Jesús. Podemos afirmar con rotundidad que fue un camino no violento, de resistencia civil pacífica, de denuncia y anuncio, de propuesta de soluciones que condujesen a lo que llamó “el bien común del pueblo”. Por eso fue un disparate y una mentira que se invocase a monseñor en la defensa de alternativas violentas.

Fue también un pastor que defendió a sus ovejas de los lobos (los de entonces, que ahora también los hay) y compartió su suerte. Y no me cabe duda de que fue un profeta, que habló en nombre de Dios, lo cual –como le había ocurrido a Jesús, al cual seguía– le costó la vida. Jesús fue crucificado por las tropas romanas; monseñor Romero fue abatido por el único disparo de un francotirador paramilitar, mientras celebraba una misa en recuerdo de una feligresa fallecida. Este hecho trágico vino a confirmar su identidad profética.

Un hombre de religiosidad tradicional, respetuoso y amante de las expresiones populares de la misma, que disfrutaba con las cosas sencillas de la vida, con pequeños placeres como una buena comida típica en compañía de una familia querida, con los payasos del circo. Siempre dispuesto a perdonar a quien se había equivocado y reconocía su error (hay numerosos testimonios personales de ello), pero intransigente en lo que concernía a la defensa de la dignidad e integridad de la Iglesia, de la fe cristiana, que él veía encarnada en la defensa de la vida del pueblo que le rodeaba. Sus homilías, recogidas en textos y audios, ricas en teología hecha vida, algunas de desgarradora belleza, muestran la riqueza de su pensamiento y de su fe, e incluso de sus sentimientos.

Testimonios para un retrato

Hay otro libro extraordinario sobre este hombre, también publicado unos años más tarde por la UCA y escrito por la teóloga nicaragüense María López Vigil: Piezas para un retrato. No es una biografía ni un archivo documental, sino una recopilación de testimonios recogidos por la autora a lo largo de cientos de horas, entrevistando a decenas de personas que le conocieron y trataron durante todo su periplo vital. Con todo ello compone un retrato que nos permite adentrarnos en quién fue Óscar Romero. El libro se publicó en 1993, a los 13 años de la muerte martirial de monseñor, y yo lo leí en 1997. También para mí se convirtió en un libro vivido, que me acompañó en mis propias tribulaciones y me ayudó a superar malos tragos y dificultades. Con ello, la vida y muerte de monseñor –no pueden explicarse ni comprenderse la una sin la otra– siguen iluminando, inspirando y motivando varias décadas después de su martirio, tal como hicieron en El Salvador en sus días.


Primeras entrevistas

Las primeras entrevistas reflejan la vida de un niño en una familia de ocho hermanos, sencilla (justo les llegaba para comer). Él un niño rezador desde pequeño, que con el tiempo llega a sacerdote; un trabajador infatigable, pero también una persona insegura y ansiosa. Un hombre siempre cercano y compasivo, amigo de todos, que recibía atenciones y limosnas de gente rica, con las que ayudaba a los pobres. Que vive una vida sencilla de cura rural y de ciudad pequeña, lejos de los centros de poder social y eclesial, apreciado por la gente con quien convive.

Más adelante se traslada a la capital, San Salvador, en una época de radicalización creciente en el clero y la sociedad. Se encuentra desplazado, solo, de los últimos en mantener la sotana; se refugia en asuntos administrativos y el seguimiento fiel de las normas, en la ortodoxia. En 1970 le consagran obispo auxiliar, un hombre “seguro” para la jerarquía, a cuya consagración acude el nuncio, la más alta autoridad eclesial de toda Centroamérica, junto al presidente de la República, pero también 40 autobuses de su zona natal. Rutilio Grande, sacerdote jesuita, su amigo, ofició de maestro de ceremonias. El asesinato de Rutilio, años después, golpeará muy duro la conciencia de Romero, y no cabe duda de que aceleró su evolución a posturas sociales y eclesiales diferentes a las que sostuvo durante décadas.


Tiempos dolorosos

En los primeros años de obispo auxiliar conoce numerosos enfrentamientos con los curas llamados “rojos”, de los que se encuentra distante en forma y fondo. Entrecruza escritos duros con ellos, hay desencuentros, que van a más conforme el país, a lo largo de la primera mitad de la década de los 70, se adentra en el camino tenebroso de la represión y la violencia. Debieron ser tiempos muy dolorosos para él, a veces solitario, ignorado por muchos, encerrado en su timidez y sus ideas, alejado de las amargas realidades que vivían gran parte de sus compatriotas. Es muy probable que, en esos años, atravesase una depresión.

En el año 1974 le nombran obispo de Santiago de María, una diócesis de medio millón de almas y solo 20 sacerdotes. Allí estaba el famoso centro de formación Los Naranjos, donde se hablaba de “la realidad nacional”: qué ocurría en el país y por qué. De aquellos encuentros salieron numerosos dirigentes campesinos, agentes de la palabra, cristianos comprometidos con el Evangelio de Jesús. Parece claro que monseñor desconfió de un ambiente que no entendía. Para él, la enseñanza y celebración de la fe eran otra cosa, más bien alejadas de los problemas concretos de la sociedad, por más que siempre se había ocupado y preocupado de las gentes a las que atendía, de cómo vivían, de su pan y su techo. Conceptos como violencia estructural o derecho a la propiedad de la tierra, le asustaban, le parecían marxismo disfrazado, alejado de las enseñanzas de la Iglesia.


Ante una realidad nueva

Sin embargo, Romero se encontró de golpe con una realidad nueva, que desconocía: la represión. Comienza a recoger cadáveres, a encontrar en su camino viudas y huérfanos. A contemplar de frente la miseria en que vive la gran mayoría del pueblo y comunidades que visita. Y se deja transformar por la realidad que descubre, que observa con otros ojos. Escucha las quejas y reivindicaciones de los campesinos, se da cuenta de las injusticias a que les someten aquellos que han sido sus amigos, algunos terratenientes ricos. En cierto modo, los pobres le enseñan a leer el Evangelio, a encontrar claves de lectura que no había intuido antes.

Aquel hombre, hasta entonces encerrado en sus ritos y ortodoxia, se convierte y entiende a sus hermanos sacerdotes que trabajan por mejorar la vida del campesinado. A pesar de todo, la jerarquía y los poderes políticos todavía le creen uno de los suyos y, en febrero de 1977, es nombrado arzobispo de San Salvador. Una de las comunidades más vibrantes de la zona es la de Aguilares, cuyo párroco es Rutilio Grande. Al principio, todos los sacerdotes y comunidades organizadas contemplan su nombramiento con recelo, e incluso boicotean su toma de posesión; de hecho, muy pocos acuden a la ceremonia, celebrada en el Seminario de San José de la Montaña, aunque sí asisten diplomáticos, gente del Gobierno y de las clases altas.


Rutilio Grande, un padre espiritual

El 12 de marzo de 1977 es asesinado el padre Rutilio Grande junto con dos campesinos que le acompañan en su coche. Un hombre de extremo prestigio en la arquidiócesis, antiguo formador del seminario, padre espiritual de generaciones de curas, un evangelizador amado por sus feligreses. Delante del cadáver de Rutilio Grande, velado por todos aquellos que le querían, monseñor Romero realiza su contemplación ante Cristo crucificado. ¿Qué ocurriría en su alma? cuando comienza a predicar, los feligreses sienten que están escuchando otra vez a Rutilio Grande, esta vez en la voz de monseñor.

Aquel hombre dubitativo, a veces timorato, se vuelve activo y decidido: no acudirá a más actos oficiales mientras no se esclarezca el asesinato de Rutilio. Cumplió su palabra y jamás volvió a ningún acto oficial. Ante la muerte de su amigo y los feligreses que le acompañaban, monseñor se reúne con laicos, religiosas y curas y se decide celebrar, el domingo 20, una misa única multitudinaria, a pesar del estado de sitio.


Venció a sus miedos

Romero tiene al principio dudas y escrúpulos, pero acaba venciéndolos, y quiere notificar en persona la decisión tomada al nuncio. Como este no se encuentra en la nunciatura, les recibe su secretario, que rechaza la misa única con argumentos canónicos y jurídicos. Pero monseñor no se amedrenta, se muestra firme y asume la responsabilidad de celebrar una única misa en toda la Arquidiócesis de San Salvador. Más tarde, tras leer una carta del nuncio llena de presiones, vence sus últimas dudas en la oración, delante de Jesús crucificado. Esa fue una constante en la vida de monseñor: la oración, la búsqueda de la voluntad de Dios mirando a su interior.

Creo que Óscar Romero, quien desde niño quiso imitar a Jesús, comienza a partir de ese momento a recorrer su propio camino del calvario, rodeado y apoyado por muchos, pero denostado e incomprendido por otros tantos; en el fondo, en soledad. Su camino, como el de Jesús, terminará en la cruz. Como Él, será un hombre en permanente conflicto con los poderes políticos y religiosos de su tiempo. Su celo en defensa de la vida del pueblo pobre le costará la suya.


Homilías que dan vida

El retrato de monseñor Romero requiere afirmar que sus homilías fueron la expresión de su naturaleza profética. Cuentan que a veces sentía miedo ante lo que había dicho, quizás la natural cobardía del ser humano cuando se da cuenta de que desafía a las fuerzas incontrolables del mal. Sus palabras animaban a una población acosada y asustada, que no tenía tierra, ni techo, ni pan, ni paz; inspiraban vocaciones sacerdotales, se convirtieron en el programa de radio más escuchado del país y conmovían a quienes las escuchaban. En ellas, transmitía reflexiones que había compartido y recogido en reuniones semanales con un equipo de curas y laicos.


La emisora de monseñor

Diversos medios de comunicación habían sido cerrados por la censura y la represión. Radio YSAX (la equis le decían, la radio del arzobispado) todavía aguantaba, tomando cada vez más relevancia. Un equipo de 17 personas, todas de la UCA, lideradas por Ignacio Ellacuría, elaboraba los comentarios que servían de editorial. Después de las homilías, el noticiero con su comentario era el espacio más escuchado del país. Les fue retirada toda publicidad. A la emisora llegaba gente de todo el país, a denunciar las barbaridades que cometía el Gobierno, y darlas así a conocer. La emisora de monseñor se convirtió en la más alta fuente de información de aquellos años en el país, en el vocero de un pueblo pobre que en ningún otro medio fue atendido o escuchado.


Martirio del pueblo

Monseñor –junto con otros muchos– es el testigo del martirio de un pueblo entero, hasta que él corra la misma suerte, en comunión con la feligresía a la que pastoreaba: el pastor abraza el destino de sus ovejas y es devorado también por los lobos que atacan el rebaño. Se vive, en expresión de Pedro Casaldáliga, obispo contemporáneo de Romero allá en Brasil, “un orden de mal, que convierte al pueblo en grey y al Gobierno en carnicero”. No puede expresarse de una forma más gráfica y terrible la situación de El Salvador en 1979 y 80.

El 8 de mayo, el ejército ametralla a los ocupantes de la catedral, asesinando a jóvenes que se manifestaban en la escalinata de acceso. Mueren 23 personas y 70 resultan heridas. El 20 de junio, paramilitares asesinan a plena luz del día al padre Rafael Palacios cuando se dirigía a la iglesia de Santa Tecla, donde trabajaba. Los colaboradores de monseñor reciben numerosas amenazas anónimas, por carta y llamadas telefónicas; algunos dejan de acudir al arzobispado. En Soyapango, un escuadrón entra en la iglesia en plena misa y acribilla a un joven. En agosto, es el turno del padre Alirio Macías, el sexto sacerdote asesinado.


Su última homilía

Su conocida última homilía dominical, con sus famosos párrafos finales, interrumpidos por los aplausos de los asistentes, es también una pieza excelsa. Combina su habitual catequesis y comentarios de las lecturas del día con informes y noticias de las comunidades; luego continúa con la lista diaria de muertos y dónde se han encontrado los cadáveres, con nombres propios si los conoce. Su voz toma fuerza y el profeta, cuya palabra ha sido poseída por Dios, clama por el fin de la represión y pide, ruega y ordena a los miembros del ejército y la policía que desobedezcan a sus mandos y escuchen a la voz de su conciencia antes que a la orden del pecado. Esa llamada directa a la insubordinación será su condena de muerte. Muchos lo pensaron y se lo transmitieron, pero no quiso escucharles.

Aquí los enlaces para la serie completa:

LEER. Cronología de vida de monseñor Oscar Romero

VIDEO. ¿Por qué Mataron a Mons. Romero? | Causas del Caso de San Óscar Romero


VIDEO. Palabras del papa Francisco acerca de monseñor Romero

Sobre la violencia y represión en El Salvador (1970 – 1990)
Información adicional
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Fuentes

Revista Vida Nueva (2, 3, 4, 5) / Videos: Radio San José / Foto: O. Rivera (DPA)

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