Eco y Martini: Diálogo con humanismo contagioso

10:00 p.m. | 8 nov 22 (RD).- El cardenal Carlo María Martini, teólogo e investigador en Ciencias Bíblicas, fue una figura importante del cristianismo que surge del Concilio Vaticano II. Umberto Eco, escritor y semiólogo, fue uno de los pensadores más relevantes del siglo XX, reconocido ateo pero con interés en temas de religión. Entre 1995 y 1996, ambos intelectuales dieron vida a un diálogo epistolar -poco común a ese nivel entre un religioso y un no creyente- con intercambios valiosos sobre los puntos de coincidencia y disidencia en torno a la fe, la ética y la Esperanza. Los escritos se publicaron en el libro “¿En qué creen los que no creen?” del que reproducimos una reseña elaborada por el teólogo Juan José Tamayo.

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El 31 de agosto de 2012 fallecía el cardenal italiano Carlo María Martini a los 85 años. Reconocido por una profunda formación teológica y una rigurosa investigación en Ciencias Bíblicas. También fue profesor de Crítica Textual del Nuevo Testamento en el Instituto Bíblico de Roma y uno de los editores del Novum Testamentum Graece. Fue rector del Instituto y de la Universidad Gregoriana de Roma, arzobispo de Milán de 1980 a 2002 y cardenal desde 1983. En octubre de 2000 recibió el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales y Comunicación junto con el escritor y semiólogo Umberto Eco.

Era el reconocimiento de dos intelectuales italianos con una relevante presencia crítico-publica en los ámbitos cultural y religioso durante el último cuarto del siglo XX. No era la primera vez que ambos intelectuales tenían la oportunidad de encontrarse. Unos años antes llevaron a cabo una original correspondencia epistolar en la revista Litoral a través de ocho cartas cruzadas -cuatro, de cada uno-, que despertaron un interés inusitado entre los lectores y las lectoras, y tuvieron un amplio eco en los medios de comunicación. El debate fue publicado posteriormente en un libro titulado ¿En qué creen los que no creen? Un diálogo sobre la ética en el fin del milenio (Temas de hoy, 1997).

El diálogo epistolar entre ambos constituye todo un ejemplo de respeto y reconocimiento mutuo entre dos personas que se ubicaban en tradiciones culturales y religiosas distintas, así como de elegancia dialéctica y finura literaria entre intelectuales que se desenvolvían con soltura en el mundo de la comunicación. Los dos interlocutores se muestran plenamente libres en la exposición de sus puntos de vista y no se atienen a los estereotipos proyectados previamente sobre ellos. Se trata, como reconoce Eco, de “un intercambio de reflexiones entre hombres libres”.

El arzobispo Martini no juega el papel de apologeta que defienda las verdades de la fe apelando a las definiciones dogmáticas y descalifique de manera fundamentalista las razones de la persona no-creyente. El laico Eco no anatematiza la religión; reconoce, más bien, la existencia de diferentes formas de religiosidad y un sentido de lo sagrado, del límite, de la interrogación, de la esperanza y de la comunión con algo que nos supera, incluso sin creer en un Dios personal. Ninguno de los dos hace pomposas confesiones de fe o de increencia. El diálogo se mueve en el terreno del razonamiento, de la argumentación, siguiendo el emblema de la Ilustración formulado por Kant: Sapere aude! (“¡Atrévete a pensar!”).

En la exposición de los temas ambos interlocutores buscan espacios de convergencia, que son más de los que se acostumbra a ver, pero sin ocultar las divergencias, que en algunas cuestiones son profundas. Todo ello en actitud de búsqueda, sin caer ni en el simple irenismo ni en la agria confrontación. Lo afirma expresamente Martini en su primera carta: “Me parece importante poner de relieve con franqueza nuestras preocupaciones comunes y buscar la manera de aclarar nuestras diferencias, sacando a la luz lo que verdaderamente es diferente entre nosotros”.

El epistolario respira, además, un humanismo contagioso que lleva derechamente a comprometerse en la defensa de las grandes causas de la humanidad. Estas actitudes se ponen de manifiesto en todos los temas tratados. Aquí se revisan dos de ellos: la esperanza ante el nuevo milenio y la ética.


Esperanza ante el nuevo milenio

Los dos interlocutores demuestran ser profundos conocedores de la apocalíptica judía y de los movimientos milenaristas en la historia del cristianismo. Apoyados en que la historia tiene un sentido, creen que hay lugar para la Esperanza. Martini subraya la doble faz de todo Apocalipsis: su fuerte carga utópica, por una parte, y su actitud resignada ante el malestar del presente, por otra. Eco se pregunta si hay una noción común de Esperanza entre creyentes y no creyentes, a lo que Martini responde afirmativamente, reconociendo que existe un humus profundo del que creyentes y no creyentes, conscientes y responsables, se alimentan al mismo tiempo, sin ser capaces, tal vez, de darle el mismo nombre.

Eco se pregunta por la función crítica de una reflexión sobre el fin, que nos lleve a interesarnos activamente por el futuro y no nos deje parados ante el televisor esperando a alguien que nos divierta. Para que la reflexión sobre el fin estimule la preocupación crítica por el futuro y el pasado, responde el arzobispo de Milán, es necesario que este fin sea considerado un valor final decisivo con capacidad para iluminar y dar sentido a las tareas del presente.


La fundamentación de la ética

Este tema constituye la cuestión de fondo de todo el diálogo epistolar. El principio arquimédico de la ética son los demás o, mejor, los demás en nosotros. Lo expresa bellamente Eco en un lenguaje muy afín al del filósofo Emmanuel Lévinas, autor de Totalidad e infinito (Sígueme, 1977): “cuando los demás entran en escena, empieza la ética… Son los demás, es su mirada, lo que nos define y nos confirma”. Martini valora positivamente el planteamiento del novelista italiano alegando en su favor el comportamiento altruista de muchas personas que no creen en un Dios personal ni pretenden dar un fundamento trascendente a su vida.

Más aún, cree que hay personas que, sin referencia a religiosa alguna, dan su vida en defensa de sus convicciones morales. Pero, a su vez, considera insuficientes las bases puramente humanistas de la acción moral. Por eso se pregunta por el fundamento último de la ética y responde, citando a Hans Küng, que en su momento fue condenado por el Vaticano, que solamente lo incondicionado puede obligar de manera absoluta, solamente el Absoluto puede obligar de manera absoluta.


La diferencia: pensar o no pensar

La comunicación epistolar Eco-Martini muestra que creyentes y no creyentes están llamados a dialogar sin proselitismos, sin pretender imponer las propias convicciones al interlocutor. Lo dejó muy claro el cardenal Martini con motivo de la recepción del premio Príncipe de Asturias: “No intento convertir a nadie, sino dar luz a las preguntas profundas. Todos los creyentes llevamos dentro a un no creyente. La voz del creyente suena más fuerte, pero no deja de hacer dudar a nuestro yo no creyente. Igual que los no creyentes oyen la voz que les dice: tienes que creer”. Y, citando al prestigioso intelectual italiano Norberto Bobbio, fue más lejos: “La diferencia no es creer o no creer, sino pensar o no pensar”.

Por muy extraño que pueda parecer, Martini coincide en este punto con el Corán cuando Dios recrimina a Mahoma su empeño en forzar a todos los hombres a ser creyentes y le recuerda que con quien Él se indigna no es con los que no creen sino con los que no razonan (Corán 10,100). Eco y Martini creen que pueden hacer juntos un largo trecho del camino de la vida -quizá, todo el camino-, compartiendo la pregunta por el sentido, la virtud de la esperanza (y quizá también el Principio-Esperanza, según Bloch) y la ética de la projimidad.


Lejos del Vaticano, cerca de Jesús de Nazaret

Es posible que el tono dialogante del debate no gustara en el Vaticano, quien hubiera preferido una postura más beligerante por ambas partes. Quizá la actitud tolerante del arzobispo de Milán le cerrara las puertas al pontificado. ¡Y con razón! Porque un Papa que se permitiera pensar libremente, dialogar fraternalmente con personas no-creyentes y soñar con una Iglesia más igualitaria -como hacía el cardenal Martini-, resultaría subversivo y desestabilizador. Y un Papa subversivo puede constituir una contradicción en toda regla. (Quizá esa contradicción se encuentra hoy en el Vaticano con el papa Francisco. ¡Adelante con la contradicción! Que dure mucho tiempo).

Por eso tras su jubilación voluntaria, Martini prefirió ir a la tierra de Jesús de Nazaret a estudiar los textos originales del cristianismo y, desde ahí, contribuir a la paz entre las religiones y en el mundo. Porque, como él mismo afirmaba, “cuando haya paz en Jerusalén, habrá paz en todo el mundo”. ¡Lejos del Vaticano y cerca de Jesús de Nazaret!: es el programa y el legado que, tras su muerte, deja a los cristianos y las cristianas del siglo XXI Carlo María Martini.

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Religión Digital / Fotos: Amazon

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