“El nuevo régimen laboral de Venezuela equivale a trabajo forzado”, dice Amnistía Internacional

EFE. 29.07.2016 – 04:18h

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Amnistía International (AI) dijo este jueves que un nuevo decreto publicado por el Gobierno venezolano que establece que cualquier empleado puede ser obligado a trabajar en tareas de agricultura como forma de luchar contra la crisis alimentaria en el país equivale a trabajo forzado.

La directora para las Américas de AI, Erika Guevara-Rosas, aseveró que “intentar abordar la severa falta de alimentos en Venezuela forzando a la gente a trabajar en el campo es como intentar curar una pierna quebrada con una tirita”.

“El nuevo decreto es completamente inútil en cuanto a encontrar formas para que Venezuela pueda salir de la crisis en la que ha estado sumergida por años (…) las autoridades Venezolanas deben enfocarse en pedir y llevar de manera urgente la ayuda humanitaria que millones de personas necesitan en todo el país y desarrollar un proyecto efectivo a largo plazo para abordar esta crisis.”, concluyó.

El decreto, oficialmente publicado esta semana, establece que aquellas personas que trabajen en empresas públicas y privadas pueden ser llamadas a trabajar en organizaciones estatales especializadas en la producción de alimentos.

Además, establece que deberán trabajar temporalmente en estas compañías por un mínimo de 60 días, cuando sus “contratos” pueden ser renovados automáticamente por un período extra de 60 días o se les permitirá regresar a sus trabajos originales.

El problema del desabastecimiento de productos básicos en Venezuela se inició hace poco más de tres años y se ha ido agravando con el paso de los meses.

En: 20minutos

Al Nusra “rompe” con Al Qaeda para reconciliarse con los gobiernos del Golfo

El Frente Al Nusra cambia de estrategia. El líder de la que hasta hoy era la filial de Al Qaeda en Siria ha anunciado este jueves que rompe sus lazos con la matriz. Abu Mohamed Al Yulani ha adelantado también que su organización pasará a llamarse a partir de ahora “Frente de la Conquista del Levante”.

La transformación es más estética que de fondo, ya que la maniobra habría sido consensuada con la cúpula de Al Qaeda y aprobada por el propio Aymán al Zawahiri. Cortando sus vínculos con la organización matriz, los yihadistas de Al Nusra pretenderían beneficiarse de futuras treguas de las que antes han sido excluidos, además de reconciliarse con los gobiernos de los países del Golfo y participar en unas hipotéticas negociaciones de paz junto a otros grupos con los que colabora para combatir a las tropas del regimen y al autodenominado “Estado Islámico”.

Tanto Estados Unidos como Rusia han reaccionado con escepticismo al anuncio y han confirmado que los miltantes de la nueva organización seguirán siendo un objetivo prioritario en los bombardeos que ambos países llevan a cabo en Siria.

Cercados en torno a Idlib, el grupo armado que dirige Al Yulani ha sufrido importantes derrotas en los últimos meses a manos de las fuerzas gubernamentales. Las más recientes, en los alrededores de Alepo, donde las fuerzas leales a Bashar Al Assad han ganado terreno y donde el presidente sirio ha ofrecido una amnistía a los rebledes que depongan las armas.

En: euronews

¿Por qué en Chile protestan contra las AFP?

A propósito de la masiva marcha contra las AFP en Santiago y otras ciudades de Chile. Cabe recordar que Chile es el inventor de este sistema que Perú y otros países de latinoamérica importaron.

En 1981, durante el gobierno militar de Augusto Pinochet, se instauró el sistema privado de pensiones, el cual sigue vigente hasta hoy y que además ha sido adoptado en varios países de la región como Perú y Argentina. | Fuente: CNN Chile / YouTube

Este domingo unos 750 mil chilenos salieron a las calles de Santiago y de otras ciudades de Chile para exigir el fin del sistema privado de pensiones, impuesto en 1981 por la dictadura de Augusto Pinochet. En Santiago, según la policía, participaron unas 50 mil personas pero según los organizadores fueron más de 100 mil. Luis Messina, dirigente de la Coordinadora “No+AFP”, convocante de la marcha, los definió como “los indignados de Chile”. ¿De qué va la protesta? Básicamente va porque los afiliados reciben pensiones muy bajas que no corresponden con el porcentaje que se estipuló al inicio del sistema privado de pensiones.

Pensionistas reciben menos del salario mínimo. “El tema son las pensiones, si estas fueran más altas, los cuestionamientos serían menos. La observación va hacia el retiro programado. Si te concentras en los afiliados que están en el grupo vejez-edad, son unos 300 mil, y allí el 90% recibe menos de 240 dólares. Y tu tienes dos tercios del salario mínimo en ese 90% de personas que están pensionadas. Esa es la observación principal, están recibiendo menos del salario mínimo, cuando el creador en el año 80, José Piñera (ministro de Trabajo de Pinochet), señaló que uno se iba a retirar con el 70% de su última remuneración”, explica el economista Carlos Urranaga.

La famosa tasa de reemplazo. A ese 70% se le denominó “tasa de reemplazo” y designaba cuál iba a ser la pensión que uno recibiría, una vez jubilado, con relación a la última remuneración que recibió estando en actividad. Es decir que si uno recibía mil soles, su pensión sería 700. “Eso decía Piñera. Sin embargo, la tasa de reemplazo no fue calculada por la Superintendencia y la comisión Bravo, esa que se quiere replicar en el Perú, fundamentalmente hizo un pequeño cálculo y dijo que la tasa de reemplazo era 22%, es decir que si ganabas 1000 soles, ya no te ibas con 700, sino con 220 soles”, explica el economista.

Otro dato a tener en cuenta. Hay 18 millones de chilenos, de ellos 10 millones forman parte del sistema privado de pensiones, o sea más de la mitad, y 750 mil son los que han protestado. “Una de las observaciones que hacen es que hay 170 mil millones de dólares en fondos de pensiones, 31 mil millones de esos se destinan a 10 bancos y los bancos después prestan a 40%. Ellos se quejan de tasas de 40%. El ministro de Hacienda ha dicho que quieren volver a un sistema que implique dinero de los contribuyentes, estamos en déficit fiscal, nos estamos endeudando 10 mil millones de dólares cada año, respuestas parecidas a las que escuchamos acá”, explica el especialista.

Miles de chilenos salieron a protestar contra las AFP asegurando que otorgan pensiones muy bajas (300 dólares en promedio), aunque en muchos casos es por debajo de los 240 dólares. De cualquier forma, los montos son inferiores al salario mínimo, que en Chile es el equivalente a 373 dólares.

Miles de chilenos salieron a protestar contra las AFP asegurando que otorgan pensiones muy bajas (300 dólares en promedio), aunque en muchos casos es por debajo de los 240 dólares. De cualquier forma, los montos son inferiores al salario mínimo, que en Chile es el equivalente a 373 dólares. | Fuente: AFP

Componente de solidaridad. “Hay un proyecto de ley en Chile en el que se vuelan el sistema privado de pensiones. Por otro lado, dentro de la pensión en el sistema privado chileno hay un componente de solidaridad, que son uno 1800 millones de dólares que le entrega el Estado chileno a las AFP para que se eleven las pensiones de aquellos que perciben menores montos. Por ejemplo, si tú recibes 200 dólares te lo suben a 220, un 10% más”.

Emulación peruana del sistema chileno. “Ahora entiendo porque El Mercurio subraya una entrevista con el futuro ministro Alfredo Thorne, porque sabiendo que la marcha era el domingo, el mensaje era que, tomando declaraciones de Thorne, ‘el ministro de economía de nuestro vecino está diciendo que va a copiar nuestro sistema, el cual ustedes están protestando’. Ese es un tema no menor, se está diciendo que se va a copiar el sistema de Chile, cuando ese sistema está siendo observado allá por los mismos usuarios. Los trabajadores se quejan que ‘a nosotros nos exigen mayores aportes, nos exigen que trabajemos más y encima, cuando retornan los servicios, por el lado de las empresas que reciben estos beneficios, los precios hacia nosotros son altos. Es una discusión parecida a la que ocurre acá”, finaliza el experto.

El actual sistema de pensiones opera como una cuenta de ahorro forzoso, en la que los empleados aportan a las AFP el 10% de sus sueldos.

El actual sistema de pensiones opera como una cuenta de ahorro forzoso, en la que los empleados aportan a las AFP el 10% de sus sueldos. | Fuente: EFE

En el sistema privado de pensiones chileno los ciudadanos depositan 10% de sus ahorros de jubilación en cuentas individuales manejadas por las AFP. El rendimiento de esos fondos determina el monto que recibirá cada uno cuando se jubile. Este sistema de AFP sustituyó al estatal en el que los trabajadores pagaban una contribución al Estado para financiar las pensiones de los que en ese momento eran jubilados. Eso con la expectativa de que los futuros trabajadores contribuyeran a su vez para cuando les llegara el turno a ellos de ser pensionados. En ese esquema, el monto de la pensión era fija y conocida de antemano. En el actual depende de las fluctuaciones del mercado, consigna un artículo de la BBC.

En el sistema privado de pensiones chileno los ciudadanos depositan 10% de sus ahorros de jubilación en cuentas individuales manejadas por las AFP. El rendimiento de esos fondos determina el monto que recibirá cada uno cuando se jubile. Este sistema de AFP sustituyó al estatal en el que los trabajadores pagaban una contribución al Estado para financiar las pensiones de los que en ese momento eran jubilados. Eso con la expectativa de que los futuros trabajadores contribuyeran a su vez para cuando les llegara el turno a ellos de ser pensionados. En ese esquema, el monto de la pensión era fija y conocida de antemano. En el actual depende de las fluctuaciones del mercado, consigna un artículo de la BBC. | Fuente: AP

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, propuso la creación de una AFP estatal que compitiese con las privadas, lo que supuestamente beneficiaría a los trabajadores. No obstante, los trabajadores quieren una reforma total del sistema.

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, propuso la creación de una AFP estatal que compitiese con las privadas, lo que supuestamente beneficiaría a los trabajadores. No obstante, los trabajadores quieren una reforma total del sistema. “Llamamos a la presidenta a que termine de una vez con el sistema de AFP impuesto en la dictadura y a restablecer un sistema de reparto solidario, financiado de manera tripartita y administrado por un organismo sin fines de lucro, como el que tienen los países de Europa y Norteamérica y los países de la OCDE”, dice un comunicado de la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP. En pocas palabras, los trabajadores quieren regresar al sistema que existía antes de 1980. | Fuente: Internet

En: rpp

13 times U.S. presidents and Saudi kings have met

January 27, 2015

When the White House announced late last week that President Obama would cancel his plans to visit the Taj Mahal during his trip to India and instead fly to Riyadh, Saudi Arabia, to pay his respects to the late Saudi monarch, it meant only one thing: Washington has very deep ties to Saudi Arabia — including one that will mark 70 years next month.

Saudi Arabia has been a strategic partner of the United States, thanks to oil and regional politics, and since the end of  World War II, U.S. presidents and Saudi kings have met on several occasions.

From Franklin Roosevelt’s first meeting with King Ibn Saud to Obama’s current trip to meet new King Salman, we’ve compiled a list of meetings between American presidents and Saudi kings.

1945: President Franklin D. Roosevelt meets King Abdul Aziz Ibn Saud

President Franklin D. Roosevelt and King Abdul Aziz Ibn Saud aboard the USS Quincy in February 1945. (AP)

As my colleague Adam Taylor explains, this was the first time a sitting U.S. president met the king of Saudi Arabia. Following the Yalta Conference in 1945, President Franklin D. Roosevelt and King Abdul Aziz Ibn Saud met on board the USS Quincy in the Great Bitter Lake north of the city of Suez on Feb. 14 and visited for several days.

1957: President Dwight D. Eisenhower meets King Saud bin Abdulaziz

King Saud bin Abdulziz’s trip to Washington was the first visit by a ruling Saudi king to the United States. During the three-day meeting, Eisenhower and the Saudi king discussed the need to settle the problems in the Middle East within the framework provided by the United Nations. But the most important thing to come out of this visit would be the U.S. commitment to strengthening the Saudi armed forces, as well as the Saudi reassurance on allowing the United States to continue to use facilities at the Dhahran Airfield.

1962: President John F. Kennedy meets King Saud bin Abdulaziz

After a surgery in 1962, the Saudi king decided spend his time at his 18-room oceanfront mansion in Palm Beach. President John F. Kennedy flew down to Florida to visit the king and wish him a speedy recovery. Among other things, Kennedy is said to have discussed proposals for reform in Saudi Arabia, including the abolition of slavery.

1966: President Lyndon B. Johnson meets King Faisal bin Abdulaziz

King Faisal bin Abdulaziz, who issued a decree for the abolition of slavery after discussions with Kennedy, visited Washington in 1966. “We are living in a world of change, but we, like you, favor change by peaceful methods,”President Lyndon B. Johnson said as he welcomed the king at the White House.

1971: President Richard Nixon meets King Faisal bin Abdulaziz

King Faisal visited Washington a second time during his reign, this time to meet President Richard Nixon. The meeting took place as tensions were simmering in the Middle East following Israel’s decision to fortify its positions in the Suez Canal.

1974: President Nixon meets King Faisal

Perhaps no other U.S. president made the importance of the nation’s relationship with Saudi Arabia more blatantly obvious than did Nixon when he visited the kingdom in 1974. King Faisal, unhappy with Western support for Israel during the 1973 Arab-Israeli war, had decided to withdraw Saudi oil from the world markets, which raised the price of oil drastically. The king made his views clear as he said during his remarks that a real and lasting peace in the Middle East would never be possible unless Jerusalem is liberated and returned to Arab sovereignty.

Nixon stressed the importance of diplomacy and said that while the United States will most treasure the wisdom it gained during the visit, “We, of course, will need the oil to carry us to our next stop.”

1978: President Jimmy Carter meets King Khalid bin Abdulaziz

King Khalid bin Abdulaziz, who had a history of heart attack, visited the United States for bypass surgery at the Cleveland Clinic in 1978. Afterward, President Jimmy Carter invited the king for lunch at the White House. During the visit Carter explained the status and details of the Camp David accords to the king.

1985: President Ronald Reagan meets King Fahd bin Abdulaziz

Four years after meeting Fahd bin Abdulaziz in Mexico while he was still the crown prince, President Ronald Reagan invited King Fahd to Washington. During the visit, Reagan urged the king to use the kingdom’s influence to bring about direct negotiation between the Arabs and the Israelis. The king, in addition to discussing politics, talked with Reagan about the rise of soccer in the kingdom and about his princes who were studying in the United States.

1990: President George H.W. Bush meets King Fahd bin Abdulaziz

In August 1990, after seeing the Iraqi aggression against Kuwait as an imminent danger to his kingdom, King Fahd gave the United States the go-ahead to deploy its troops inside Saudi Arabia. By the time President George H.W. Bush met with King Fahd in Jeddah in November, there were 230,000 U.S. troops inside the country. After the brief meeting, the king said that he and Bush had agreed that the American forces would leave immediately once the crisis was resolved or at the request of the Saudi government.

1994: President Bill Clinton meets King Fahd bin Abdulaziz

Months after announcing that Saudi Arabia would spend $6 billion to replace its fleet of commercial jets with American planes, President Bill Clinton traveled to Riyadh to meet with King Fahd. Clinton asked the Saudi king to award a lucrative contract to AT&T, as the kingdom planned to modernize its aging telecommunications system. AT&T was soon awarded the $4 billion contract.

(Note: In 1998, after King Fahd had a stroke, Prince Abdullah bin Abdulaziz, who was next in line to the throne and had assumed all duties of the king, visited Washington to meet with Clinton.)

2008: President George W. Bush meets King Abdullah bin Abdulaziz

President George W. Bush had met with King Abdullah bin Abdulaziz twice while he was still the crown prince and assuming the duties of King Fahd. He had traveled to Texas in 2002 and 2005. Bush’s relationship with the Saudi king became the subject of debate and discussion throughout his presidency. During his trip to Riyadh in 2008, Bush launched a rare round of personal diplomacy, all in an effort to garner support for U.S. objectives in the Middle East. Bush also said he would personally ask the king to consider dropping the price of oil.

2009: President Obama meets King Abdullah bin Abdulaziz

President Obama visited Saudi Arabia — calling it “the place where Islam began” — as he embarked on a tour of the Middle East in 2009, aiming to bridge the gap between America and the Islamic world. The two men met at the king’s farm in Jenadriyah, where they discussed the Israeli-Palestinian conflict and the ongoing tensions with Iran surrounding its nuclear program.

2015: President Obama meets King Salman bin Abdulaziz

President Obama arrived in Riyadh on Tuesday to meet with the new king, Salman bin Abdulaziz, and offer condolences to late King Abdullah’s family. The visit also comes as the kingdom itself is grappling with the rise of the Islamic State in neighboring Iraq and the collapse of the government in neighboring Yemen. Obama is also expected to raise the issue of human rights, which has made recent headlines after the sentencing of a blogger in Saudi Arabia to 10 years and 1,000 lashes.

In: washingtonpost

Argentina: La mitad de los funcionarios públicos despedidos en Argentina no cumplían ninguna función

23 DE JULIO 2016 – 12:03 PM

Imagen en: http://www.hcamag.com/files/image/Human%20Capital/lazy-worker.jpg

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“Personas que cobraban un sueldo y no iban a trabajar”, “militancia soportada por el Estado” y “duplicación de tareas”. Ésos fueron las tres causales con las que el gobierno argentino justificó la desvinculación de 10.662 empleados públicos en 23 ministerios y dependencias estatales.

La etapa de rescisión de los contratos ya terminó en todos los organismos y ahora se pasará a un proceso de “jerarquización del empleo público”, señalaron fuentes oficiales.

De una revisión preliminar del gobierno en las áreas de recursos humanos de las dependencias estales surgió que unas 5.300 personas, un 49,7% del total, no asistían a su lugar de trabajo o no cumplían su función.

Se estima que el ahorro en gasto público por las bajas ascenderá a unos $ 187 millones para fin de año.

El gobierno, no obstante tuvo que dar marcha atrás con algunos despidos. En principio, las desvinculaciones eran 10.921, pero el Ejecutivo reincorporó a 259 personas tras una revisión de sus casos.

Esos empleados lograron que se reconociera que habían sido apartados sin justificación y volvieron a sus puestos.

Dentro del grupo que según el gobierno percibían un sueldo y no se presentaban en su lugar de trabajo se pueden contabilizar, al menos, 2060 despidos. En este apartado fueron ubicados 50 trabajadores en la cartera de Justicia, donde se contabilizó que había personas que vivían en otras provincias y nunca habían ingresado en el ministerio.

En la Secretaría de Comercio, en tanto, la gestión de Miguel Braun desvinculó a 130 personas que habían sido contratadas por Guillermo Moreno aunque “no desempeñaban tareas específicas”.

El caso más elocuente fue el que se registró en el Senado. La nueva gestión contabilizó que 2.000 personas fueron pasadas a planta permanente en 2015 sin aparente justificación. “No existe espacio físico ni para 1000 personas en la Cámara alta”, señaló el memo.

En: elnacional 

Las cuatro vidas de Hanna Gadafi

La falsa historia de la hija adoptiva del coronel, que según el régimen murió en un bombardeo de EE. UU., se ha convertido en un puzzle sin resolver.

MIGUEL MUÑOZ / MADRID
Día 30/08/2011

Las cuatro vidas de Hanna Gadafi

El 15 de abril de 1986, Hanna Gadafi, la hija adoptiva del coronel, murió en un bombardeo ordenado por Ronald Reagan contra la residencia del que bautizó como el «perro loco de Oriente». Fue una represalia por un atentado en Berlín, del que EE. UU. responsabilizó al régimen libio. Saif Al Islam, hijo predilecto del tirano, recordó el suceso en 2002 para el diario «The Independent»: «Mi madre escuchó explosiones. … Trató de sacarnos a todos de la cama, fuera de la casa. Pero era demasiado tarde. Las bombas cayeron y había humo, polvo y llamas. Cuando se esfumaron, encontramos a Hanna muerta». La niña era entonces un bebé. Esta ha sido, hasta hace poco, la versión oficial de la vida de Hanna Gadafi, un clásico en la propaganda antiamericana del régimen.

Pero tras la toma de Trípoli, la historia se tambaleó. Médicos voluntarios declararon a ABC el pasado jueves que Hanna Gadafi había trabajado junto a ellos hasta pocos días antes de llegar los rebeldes. El viernes apareció la «suite» de lujo de Hanna, en el Hospital Central de Trípoli. Allí se encontró un pasaporte —que fechaba su nacimiento en 1985— y un certificado médico universitario, ambos a nombre de Hanna Muamar Gadafi —además de discos de los Backstreet Boys y el DVD de «Sexo en Nueva York»—.

Un reportaje que el diario alemán «Die Welt» publicó hace tres semanas añade más piezas: en él, se reseña una foto de la agencia estatal de noticias china, «Xinhua», datada en 1999, en la que aparece el ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, junto a la mujer de Gadafi y «sus hijas Hanna y Aisha». La chica que aparece en la foto del pasaporte encontrado en Trípoli resultó ser la misma. Además, un banco suizo, al congelar las cuentas de Gadafi en febrero, encontró a Hanna listada como titular de una de ellas. «Die Welt» la dibuja como una poderosa doctora del Ministerio de Sanidad aficionada a irse de compras a Londres, y con poder sobre la mayoría de los hospitales de Libia. «Nadie podía hacer carrera dentro del Ministerio sin su consentimiento», narra el diario.

Hay una tercera versión, más antigua, que surgió ante las dudas que la historia oficial suscitaba, aunque con la aparición de las pruebas mencionadas ha perdido fuerza: Hanna Gadafi nunca existió. Solo un reportero internacional afirmó haber visto su cadáver, pero no existen menciones públicas de la niña previas al bombardeo. Algunos especulaban con que Gadafi hubiese firmado póstumamente la adopción para sustentar la historia.

La cuarta versión la aporta «The Guardian»: la doctora Hanna Gadafi y la niña que murió en los bombardeos son dos personas diferentes. El portavoz del British Council —el instituto oficial de la lengua inglesa— afirmó que Hanna estudió inglés en su sede libia, y que la familia Gadafi dijo a su director que se trataba de una hija que el coronel adoptó tras la muerte de la primera, y que recibió el nombre de Hanna como homenaje.

Una invención, una doctora de 25 años, una niña muerta o una combinación de las dos últimas. Son las cuatro posibles vidas de Hanna Gadafi.

En: abc.es

How an Outsider President Killed a Party

The Whigs chose power over principles when they nominated Zachary Taylor in 1848. The party never recovered.

By Gil Troy – June 02, 2016

It was summer, and a major U.S. political party had just chosen an inexperienced, unqualified, loutish, wealthy outsider with ambiguous party loyalties to be its presidential nominee. Some party luminaries thought he would help them win the general election. But many of the faithful were furious and mystified: How could their party compromise its ideals to such a degree?

Sound like 2016? This happened a century and a half ago.

Many have called Donald Trump’s unexpected takeover of a major political party unprecedented; but it’s not. A similar scenario unfolded in 1848, when General Zachary Taylor, a roughhewn career soldier who had never even voted in a presidential election, conquered the Whig Party.

A look back at what happened that year is eye-opening—and offers warnings for those on both sides of the aisle. Democrats quick to dismiss Trump should beware: Taylor parlayed his outsider appeal to defeat Lewis Cass, an experienced former Cabinet secretary and senator. But Republicans should beware, too: Taylor is often ranked as one of the worst presidents in U.S. history—and, more seriously, the Whig Party never recovered from his victory. In fact, just a few years after Taylor was elected under the Whig banner, the party dissolved—undermined by the divisions that caused Taylor’s nomination in the first place, and also by the loss of faith that followed it.

***

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Born in 1784 into a prominent Southern slaveholding family, Taylor was commissioned as an army officer at age 23. He first distinguished himself as a captain in the War of 1812 and gained even greater fame in the Second Seminole War, for which he earned the nickname “Old Rough and Ready” by bravely crossing a treacherous swamp with his men during the Battle of Okeechobee. The moniker suited this stocky, stern, undisciplined slob, who shared his men’s battlefield hardships and rarely dressed in military finery. With his signature straw hat, “he looks more like an old farmer going to market with eggs to sell,” one officer muttered.

It wasn’t until the Mexican-American War that Taylor, by then a major general, became a beloved national hero. Just days before Congress officially declared war on Mexico in May 1846, Taylor led U.S. troops to two victories over much larger Mexican forces at Palo Alto and Resaca de la Palma. And in February 1847, Taylor’s force defeated Mexican troops despite being outnumbered 3 or 4 to 1 at the Battle of Buena Vista. After the victory, Taylor was toasted from Maine to Georgia. Americans sang, “Zachary Taylor was a brave old feller, Brigadier General, A, Number One/ He fought twenty thousand Mexicanoes;/ Four thousand he killed, the rest they ‘cut and run.’”

Members of both major political parties at the time—the Democrats and the Whigs—started holding public celebrations lauding Taylor with elaborate toasts to George Washington, the republic and their new hero. They often culminated with formal resolutions amid loud “huzzahs” endorsing Taylor’s nomination for president in 1848. As the booze-fueled, red, white and blue political excitement grew, one Kentuckian exclaimed, shortly after Taylor’s Buena Vista victory, “I tell ye, General Taylor is going to be elected by spontaneous combustion.”

As an active soldier, Taylor demurred at first. All his life, Taylor had proudly refused to enroll in a political party, boasting that he never voted. As late as 1846, Taylor insisted the idea of becoming president “never entered my head … nor is it likely to enter the head of any sane person.” His wife was ill and he felt unqualified. And he preferred to tend to his vast landholdings and slaveholdings in Kentucky, Louisiana and Mississippi—an inherited fortune augmented thanks to goodies showered on him after his war victories that made him one of the wealthiest Americans of his day.

Eventually, however, the political fervor swept up Taylor, too. In various letters that were quickly (and intentionally) publicized by the recipients, Taylor began explaining how “a sense of duty to the country” forced him to overcome his “repugnance” and permit people to advance his name. He might defer to the “spontaneous move of the people” but “without pledges” to stay true to any specific platform plank. He would only accept a nomination to be “president of the nation and not of a party.” A genuine nationalist who recognized how much Americans disliked professional politicians, Taylor placed himself above the “trading politicians … on both sides.”

Despite all this talk of staying away from one party or another, Taylor began inching toward the Whig Party, and the Whigs inched closer to him. At first glance, a general seemed to be a strange choice for the Whigs. Founded in the 1830s as a strained coalition of Southern states’ rights conservatives and Northern industrialists united mostly by disgust at Andrew Jackson’s expansion of presidential power, the Whig Party considered the war a disastrous result of presidential overreach. In fact, the popular backlash they stirred against Democratic President James K. Polk was so great that the Whigs seized control of Congress during the 1846 midterm election. But once America’s victory over Mexico triggered such enthusiasm, some Whigs calculated that running an extremely popular war hero like Taylor would prove to voters that the Whigs were patriotic, despite their anti-war stance.

Taylor also appealed to the Whigs’ founding fear of presidential power. In the letters he wrote, he invoked Whig doctrine, justifying a passive president who deferred to the people and the Congress.

And then, there was the slavery issue: Taylor’s ambiguous status as a slaveholder who dodged questions about the escalating slavery debate seemed to be a clever choice for a party increasingly divided over the South’s mass enslavement of blacks. The territory the U.S. acquired during the Mexican-American War only escalated the feud, sparking a major political debate over whether slavery would be allowed in the new territories. Both parties (each awkwardly uniting Northerners who disliked slavery with Southern slaveholders) had reason to seek safe candidates that year.

Still, many Whig loyalists mistrusted Taylor. He was crude, nonpartisan, unpresidential. Ohio Senator Thomas Corwin wondered how “sleeping 40 years in the woods and cultivating moss on the calves of his legs” qualified Taylor for the presidency. The great senator and former Secretary of State Daniel Webster called Taylor “an illiterate frontier colonel who hasn’t voted for 40 years.” Webster was so contemptuous he refused backroom deals to become Taylor’s running mate (unknowingly missing a chance to become president when Taylor died during his first term). Indeed, the biographer Holman Hamilton would pronounce Taylor “one of the strangest presidential candidates in all our annals … the first serious White House contender in history without the slightest experience in any sort of civil government.”

By the spring of 1848, now hungering for the nomination, Taylor tried mollifying these partisans. He professed his party loyalty in a ghostwritten letter that his brother-in-law John Allison knew to leak to the public. Still wary of making “pledges,” and boasting of his ignorance of political “details,” Taylor declared, “I am a Whig, but not an ultra Whig” in his first “Allison Letter” of April 22, 1848.

Taylor’s dithering annoyed the legendary ultra-Whig Henry Clay, who had lost a heartbreaking contest in 1844 to Polk and expected the 1848 nomination. “I wish I could slay a Mexican,” Clay grumbled, mocking celebrity soldiers not Hispanics. “The Whig party has been overthrown by a mere personal party,” he complained in June, vowing not to campaign if the party nominated this outsider. “Can I say that in [Taylor’s] hands Whig measures will be safe and secure, when he refused to pledge himself to their support?”

With Polk respecting his promise to serve only one term, at their convention in May the divided Democrats settled on General Lewis Cass, a former congressman, secretary of war and senator. The lumbering Michigander was considered a “doughface,” too malleable, a Northern man with Southern principles. His support for “popular sovereignty,” letting each new territory decide for itself on whether it would permit slavery, pleased the Democratic Party’s pro-slavery majority but infuriated abolitionists.

That June, during their convention at the Chinese Museum Building in Philadelphia the Whigs were torn over Taylor. On the first ballot, Taylor won 76 percent of the Southern vote, but 85 percent of the Northern delegates opposed him. A rival Mexican War hero, the Virginia-born General Winfield Scott, appealed to antislavery Whigs who hated Clay and Taylor because they were both slaveholders. On the fourth ballot, Taylor secured the nomination, beating Clay, Scott and Webster.

Taylor claimed he won on his own nonpartisan terms, without any promises. This victory signaled “confidence in my honesty, truthfulness and integrity never surpassed and rarely equaled [since George Washington],” Taylor boasted, 98 years before the originator of Trump-speak was born.

But the sectional animosity this outsider stirred was discouraging, especially since he was supposed to be capable of uniting the party and the nation. In the end, 62 percent of Taylor’s votes still came from Southern Whigs, who calculated that Taylor’s nomination would kill the abolitionist movement: “The political advantages which have been secured by Taylor’s nomination, are impossible to overestimate,” cheered one Southerner.

The nomination left many other Whigs dissatisfied. Even though the convention nominated the loyalist Millard Fillmore as vice president, many lamented that Taylor’s popularity had trumped party loyalty and principles. The party had not even drafted a platform for this undefined, unqualified leader. Horace Greeley of the New York Tribune pronounced the convention “a slaughterhouse of Whig principles.” The Jonesborough Whig did not know “which most to dispise, thevanity and insolence of Gen. Taylor, or the creeping servility of the Whig Convention that nominated him.

Resisting pressure to run as an independent, but refusing to stump for Taylor, Henry Clay exclaimed, “I fear that the Whig party is dissolved and that no longer are there Whig principles to excite zeal and simulate exertion.” A New York Whig, claiming the convention “committed the double crime of suicide and paricide,” mourned, “The Whig party as such is dead. The very name will be abandoned, should Taylor be elected, for ‘the Taylor party.’”

And the party did indeed begin to dissolve. Almost immediately after the nomination, the self-proclaimed “Conscience Whigs” (anti-slavery Whigs) bolted, refusing to support a slaveholding candidate. Joining various other anti-slavery factions, including those that defected from the Democratic Party, the rebels formed The Free Soil Party and nominated former President Martin Van Buren.

Heading into the general election campaign, things didn’t look so good for Taylor. He started writing more and more letters crowing about his independence, disdaining party discipline, even saying he would have accepted the Democratic Party’s nomination too in his quest to be “president of the whole people.” His vanity and recklessness further dampened Whig enthusiasm.

But Fillmore’s desperate pleas to mollify alienated Whigs compelled Taylor to release a “Second Allison Letter” on September 4. In this missive, Taylor insisted he was following “good Whig doctrine” by saying “I would not be a partisan president and hence should not be a party candidate.” Taylor again hid behind his Army service, saying a soldier had to be nonpartisan, but also insisting everyone knew of his Whig inclinations. The letter “is precisely what we wanted,” Fillmore rejoiced. More important than Taylor’s words, the timing gave some Whigs an excuse to declare themselves satisfied. Even the New York Tribune’s Greeley eventually endorsed Taylor.

Meanwhile, in critical states like Ohio, Whig bosses and officeholders stressed “state matters” to stir local loyalties. And when it came to the divisive slavery issue, what the Democrats called the Whigs’ “two-faced” campaign worked: The Whigs in the South insisted that no slaveholder would abandon slavery, as Northern Whigs whispered that the passive Taylor would never veto a bill banning slavery in the new territories if it passed.

Blessed by an even more unpopular Democratic opponent whose party suffered more from the antislavery defections than the Whigs did, Taylor won—barely. He attracted only 47 percent of the popular vote, merely 60,000 more popular votes than Clay had in 1844, despite a population increase of 2 million. Turnout dropped from 78.9 percent in 1844 to 72.7 percent in 1848, reflecting public disgust with both candidates. Cass won 43 percent of the vote, and Van Buren won 10 percent. Taylor’s Electoral College margin of 36 was the slimmest in more than two decades. As hacks said the results “vindicated the wisdom of General Taylor’s nomination,” purists mourned the triumph of Taylor but not “our principles.” Greeley said losing in 1844 with a statesman like Clay strengthened Whig convictions: The 1848 election “demoralized” Whigs and undermined “the masses’” faith in the party. Greeley mourned this Pyrrhic victory: Whigs were “at once triumphant and undone.”

Greeley turned out to be right. Taylor was the last Whig president. His nomination had attempted to paper over the sectional tensions that would kill the party, but ultimately exacerbated them. Running a war hero mocked the Whig’s anti-war stand just as running a slaveholder failed to calm the divisive slavery issue. And, as a nonpartisan outsider, Taylor proved particularly unsuited to manage these internal party battles once elected.

Most dispiriting, Taylor, who made no pledges and had no principles, gave rank-and-file Whig voters nothing to champion, while alienating many of the most committed loyalists. In The Rise and Fall of the American Whig Party, the historian Michael Holt notes that Taylor’s victory triggered an “internal struggle for the soul of the Whig party”: was it more committed to seizing power or upholding principle? Underlying that debate was also a deeper question, still pressing today, about the role of fame, popularity, celebrity, in presidential campaigning—and American political leadership.

Unfortunately for the wobbling Whigs, Southerners then felt betrayed when Taylor took a nationalist approach brokering what became the Compromise of 1850. As a result, Holt writes, “Within a year of Taylor’s victory, hopes raised by Whigs’ performance in 1848 would be dashed. Within four years, they would be routed by” the Democrats. “Within eight, the Whig party would totally disappear as a functioning political organization.”

Neither destiny nor sorcery, history offers warning signs to avoid and points of light for inspiration. America’s modern two-party system is remarkably resilient. Republicans have recently enjoyed a surge in gubernatorial, congressional and state legislative wins. Still, Trump and the Republicans might want to study 1848 to see the damage even a winning insurgent can both signal and cause. And many Republicans might want to consider what is worse: the institutional problems mass defections by “Conscience Republicans” could bring about—or the moral ruin that could come from the ones who stay behind, choosing to pursue party power over principles.

Gil Troy is Professor of History at McGill University and the author of eleven books, including, most recently, The Age of Clinton: America in the 1990s. Earlier books include See How They Ran: The Changing Role of Presidential Candidates and the updated classic, History of American Presidential Elections. Follow Gil on Twitter @GilTroy.

In: politico.com

Ver:

“La ejecución de Saddam no resolverá los problemas”

Fecha 31.12.2006
Autor DW-WORLD / pk

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Sunitas y chiítas: ¿Qué es lo que los separa?

Superioridad numérica en el mundo musulmán. Sunitas: 87% de los musulmanes. Chiítas: 13% de los musulmanes.

Mientras que muchos gobiernos criticaron la ejecución de Saddam Hussein, los diarios dominicales opinan que no tendrá consecuencias sobre los enfrentamientos que destrozan a Irak.

No puede haber excepciones

Le Monde, París: “Si se defiende el principio de rechazar la pena de muerte, como es el caso en toda la Unión Europea, no puede haber excepciones. Tener en cuenta circunstancias excepcionales sería socavar el propio principio. El presidente francés, Jacques Chirac, lo ha comprendido y, en vista de una opinión pública que aún se siente atraída por la ley de la venganza, quiere fijar en la Constitución la abolición de la pena de muerte. George W. Bush no sabe por qué debe dejar a sus 140.000 soldados en Irak ni cómo sacarlos de allí. Bush saludó la ejecución de Saddam Hussein como “una importante etapa en la senda hacia la democracia”. Ésa es su concepción de la democracia, pero no la nuestra.

Amenaza terminar abruptamente con el análisis del pasado

NZZ am Sonntag, de Zúrich: “La muerte de Saddam luego de la conclusión de sólo uno de por lo menos una docena de juicios por crímenes de lesa humanidad amenaza con terminar abruptamente con el análisis del pasado. En un esmerado esclarecimiento del pasado no tienen interés ni los EE. UU. ni los chiíes, que hoy dominan la política en Irak. (…) Que con la muerte del déspota pasan a ser superfluos los juicios preparados contra él será asumido por muchas víctimas como un segundo castigo. Cuando el Estado no está en condiciones de permitir a sus ciudadanos hacer constar en actas sus sufrimientos y no llama a los responsables a responder por sus hechos, ese Estado ha perdido. Las imágenes de los sangrientos atentados desplazan ya hoy el recuerdo de los horrores del régimen de Saddam Hussein. Ahora, Saddam es historia. Su herencia destructora aún no.

Una gritería excesiva

Berliner Morgenpost, Berlín: “La gritería con que políticos de la Unión Europea, el Vaticano y defensores de los derechos humanos han salido a la palestra por el genocida Sadam es excesiva. Irak es sólo uno de 68 países en los que se practica la pena de muerte. ¿Dónde estuvo el enfado internacional cuando Japón ejecutó a cuatro personas la semana pasada? Da la impresión como si con la crítica a la ejecución de Saddam más de un crítico de EE. UU. quisiera vestir con nuevas ropas su rechazo a la guerra de Irak. El tribunal se atuvo a los preceptos de la ONU y satisfizo con la ejecución del criminal las leyes iraquíes, como dijo el primer ministro, Al Maliki. Se puede estar contra esa ley y contra la pena de muerte, pero sin una excesiva compasión con Saddam Hussein.”

No tendrá consecuencias

The Observer, Londres: “La muerte de Saddam ni tendrá consecuencias para los diversos levantamientos que destrozan al país. Quienes participan en ellos no luchen en memoria del dictador depuesto, sino por su propio futuro. El presidente Bush calificó la ejecución de “hito en la senda hacia la democracia”, pero es difícil reconocer cómo ello puede ser posible sin que la Casa Blanca modifique radicalmente su estrategia en Irak. Cada vez queda más claro que Bush y sus asesores rechazan por completo las recomendaciones del grupo de análisis sobre Irak bajo la dirección de ex ministro de RR. EE. James Baker. Ello es lamentable.”

Conclusión espantosa de una historia

Corriere della Sera, Milán: “El ahorcamiento de Saddam Hussein cierra espantosamente una historia que esperábamos hubiera tenido otro fin. Espantosa como toda pena de muerte, pero también porque enlaza la trágica aventura de la guerra de Irak con este oscuro hecho que pesará sobre la conciencia de todos. (…) La muerte de Saddam Hussein sólo puede ser útil de una forma: si lleva en Occidente a un rechazo tal que la comunidad internacionales se convenza de que algo así no puede repetirse más. Nunca jamás. Bajo ninguna condición. Por nada del mundo”.

En: DW 

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