Los abusos sexuales detrás de las protestas en Egipto

Mirada desde arriba, la aglomeración de miles de manifestantes en la Plaza Tahrir en El Cairo tiene una forma peculiar: en medio de la multitud hay un círculo, rodeado por un corredor sin gente. Ahí es donde se distinguen algunos puntos amarillo fluorescente. Más allá, la masa.

130705141322_protestas_egipto_mujeres_circulo_624x351_ap EN BBC

Grupos de voluntarios protegen a las manifestantes creando un espacio circular que las separa de los hombres.

El círculo está compuesto por mujeres. Y en el pasillo, los hombres de amarillo son guardias voluntarios dispuestos a protegerlas, al igual que el primer cordón de hombres de la masa posterior.

Para las mujeres en Egipto, protestar puede ser un gran riesgo: entre el viernes 28 de junio, cuando comenzó esta última ola de protestas, y el miércoles 3 de julio, el día en que las fuerzas armadas intervinieron, se reportaron 180 casos de asaltos sexuales, según cifras proporcionadas por Amnistía Internacional.

Estos cientos de abusos constituyen el lado sombrío de las manifestaciones que condujeron a la deposición del presidente Mohamed Morsi.

“Calculamos que son más de 200 ahora, sin incluir los muchos que no son reportados”, le dice a BBC Mundo Diana Eltahawy, investigadora de Amnistía Internacional en El Cairo.

Pero el problema del abuso sexual en Egipto no es nuevo. “Lo que ha cambiado es el nivel de violencia mostrado”, apunta Eltahawy.

“Me violaron como quisieron”

Para Hanan Razek, periodista de la BBC y autora del documental “Mujeres en la plaza de Tahrir”, los asaltos sexuales y las violaciones en las protestas son algo relativamente nuevo, que no se vio en la primera revolución iniciada en 2010.

“Oí a gente riéndose”
Shorouk Al Attar

Razek recuerda que la primera vez que vio el círculo para proteger a las mujeres fue en noviembre de 2011, “luego de los primeros casos de acoso sexual masivo en las protestas”.

“Si estás aquí y ves a una chica vestida indecentemente, ¿qué vas a hacer? No se puede evitar”
Joven egipcio

Según informa el corresponsal de la BBC en Egipto, Aleem Maqbool, en internet hay videos donde se ve cómo decenas de hombres de repente rodean a las mujeres durante las manifestaciones y se las llevan en medio de la multitud, mientras son manoseadas y asaltadas.

“Nunca me imaginé lo que me harían en sólo unos minutos. Hicieron un círculo estrecho alrededor mío. Comenzaron a tocar cada parte de mi cuerpo, a violar cada parte de mi cuerpo. Yo estaba tan traumatizaba que lo único que hacía era gritar. No podía hablar, ni pedir ayuda, sólo gritar”, cuenta Hania Moheeb, víctima de un asalto sexual en un video testimonial realizado por Human Rights Watch.

“Se aprovecharon de que yo estaba en el suelo, me tomaron, me dieron vuelta, pusieron mis piernas hacia arriba y me violaron como quisieron”, relata Yasmine El-Baramawy, otra de las víctimas, en el mismo video.

La analista de Amnistía Internacional le dice a BBC Mundo que en medio del caos es difícil distinguir a quienes ayudan a las víctimas de quienes las atacan.

“Todo el mundo me estaba agarrando, fingiendo querer sacarme de la multitud pero en efecto asaltándome”, le contó hace una semanas Shorouk Al Attar a la BBC.

Junto a su hermana, Shorouk fue víctima de un grave asalto cerca de la plaza Tahrir durante una protesta el año pasado.

“Oí a gente riéndose”, recuerda.

¿Quiénes son los atacantes?

Según el corresponsal de la BBC en El Cairo, en años recientes las mujeres egipcias se han acostumbrado a ser objeto de acoso sexual, particularmente cuando hay aglomeraciones de gente. Las vacaciones de Eid (una fiesta religiosa musulmana) se han convertido en un periodo particularmente peligroso, afirma.

“Creo que es algo organizado. No es fortuito, como la mayoría de la gente piensa”
Shorouk Al Attar

“Ahora, parece que las protestas masivas en la Plaza Tahrir, el corazón de la revolución egipcia, se han convertido en una gran fuente de atracción para algunos jóvenes y niños egipcios que quieren ir a mirar con lascivia, acosar o incluso asaltar sexualmente a las mujeres”, informa Maqbool.

“Si estás aquí y ves a una chica vestida indecentemente, ¿qué vas a hacer? No se puede evitar”, le confesó al corresponsal un joven que merodeaba la plaza Tahrir junto a otros chicos, después de que Maqbool le preguntara su opinión sobre el incremento en el número de ataques a las mujeres.

“Estamos deprimidos, no podemos encontrar trabajo ni tenemos dinero, ¿qué esperas?”, dijo otro, que no quiso dar su nombre.

Varios de los jóvenes con los que la BBC habló reconocieron que iban a la plaza a mirar a las mujeres.

Y aunque no admitieron haber estado involucrados en ningún asalto grave, su actitud dejaba entrever que no consideran el acoso a las mujeres como un problema y que las violaciones son incluso motivo de bromas.

Pero algunos sectores de la sociedad egipcia sospechan que, más allá del problema social que existe desde hace tiempo en Egipto con respecto al abuso sexual de las mujeres, algunos de los asaltos en la plaza Tahrir están orquestrados para sembrar terror.

“Hay una teoría que dice que si quieres romper una sociedad tienes que empezar por las mujeres, porque si lo haces así los hombres tendrán miedo”, le dice a la BBC Shorouk, quien fue atacada durante una manifestación contra el entonces presidente Mohammed Morsi y su partido de los Hermanos Musulmanes.

“Creo que es algo organizado. No es fortuito, como la mayoría de la gente piensa”, afirma.

Según Macbool, la idea de que los Hermanos Musulmanes han promovido los asaltos para disuadir a las mujeres de que acudan a las protestas es popular entre algunos activistas y grupos de apoyo a la mujer.

Pero no hay evidencia de ello y la acusación ha sido rotundamente negada por el partido islamista.

Essam El Erian, el vicepresidente del partido, reaccionó molesto ante esa hipótesis y le dijo hace unas semanas a la BBC que eran los grupos opositores los que tenían la culpa del caos.

“La Plaza Tahrir ha sido capturada por los revolucionarios”, aseguró. “Ellos son los responsables de cualquier caso de asalto sexual allí”.

Vacío e impunidad

Ante ese vacío de seguridad surgieron los grupos de guardias voluntarios, como los hombres de amarillo fluorescente que vigilan el corredor que rodea a las manifestantes.

Uno de ellos es la organización llamada Operación Contra Asaltos Sexuales, que adquirió un papel crucial tanto en la denuncia de los casos de agresión como en la protección de las manifestantes y el apoyo a las víctimas.

Además del despliegue en el terreno, la organización utiliza su página de Facebook para advertir sobre zonas peligrosas y posibles ataques.

“Las manifestantes y las periodistas deben evitar el área de las calles Hardee y Mohamed Mahmoud. Ha habido asaltos sexuales allí. Es un área insegura”, publicaban el miércoles, el mismo día del golpe de Estado.

Pero lo que los voluntarios pueden hacer es limitado.

“Incluso si la policía estuviera presente, el respeto y desde luego el miedo a las fuerzas de seguridad ha disminuido desde la revolución, y es difícil imaginar cómo las mujeres podrían estar libres de acoso en medio de una gran multitud”, apunta Macbool.

Para Eltahawy, la investigadora de Amnistía Internacional en El Cairo, los agresores “lo hacen una y otra vez sin recibir castigo alguno”.

Y al citar los factores de fondo que arrastra el país para lidiar con este problema menciona la segregación “promovida por el Estado”, su sistema policial inoperante a la hora de denunciar, la falta de seguridad en las protestas y un sistema judicial que deja impunes a los victimarios.

A medida que continúan las protestas en Egipto, muchas mujeres buscan zonas donde poder manifestarse o celebrar con más seguridad. Las afueras del palacio presidencial, donde existe una mayor vigilancia de las fuerzas de seguridad es una alternativa a la Plaza Tahrir.

Pero independientemente de quienes son los agresores y de los factores sociales o políticos que pueden motivarlos, según Macbool “está claro el tema de los abusos sexuales no se está teniendo en cuenta con la gravedad que le corresponde, ni por los políticos, ni por los funcionarios de seguridad ni por la sociedad egipcia en general”.

Periodistas ultrajadas

No sólo las manifestantes sufrieron abusos en las protestas.

El viernes 28 de junio, una periodista holandesa de 22 años fue atacada y violada por un grupo de hombres mientras trataba de cubrir en terreno los inicios de las manifestaciones.

El grupo estaba compuesto por cinco hombres, quienes se autodenominaban “revolucionarios”, según informó la prensa local.

La mujer fue hospitalizada y debió someterse a cirugía, antes de ser repatriada a Holanda.

La mujer se suma al tristemente célebre caso de la reportera de la cadena estadounidense CBS, Lara Logan, quien fue asaltada sexualmente por una turba justo la noche que el gobierno de Hosni Mubarak cayó en El Cairo, el 11 de febrero de 2011.

Logan preparaba un informe para el noticiero cuando repentinamente una turba de hombres la tomó, la apartó de su productor y su guardaespaldas. El grupo de entre 200 y 300 hombres le rasgó la ropa y la golpeó. “Durante un largo período de tiempo me violaron con sus manos”, contó Logan en una entrevista con The New York Times.

Según explicó la periodista de la BBC Hanan Razek, reportear dentro del círculo de protección en Tahrir es posible para una mujer reportera. Lo complicado son algunos accesos y las calles aledañas a la plaza.

“Yo soy egipcia, por lo que conozco cómo funciona. Pero lo que yo recomendaría es no andar nunca sola, siempre con alguien, algún compañero o productor”.

En: BBC

Jornada Laboral: Trabajar para vivir en el planeta sueco

Holmqvist, empleado de la agencia espacial, organiza su jornada laboral en función de sus necesidades familiares

trabajo suecia

La cara del pequeño y rubísimo Tom es un poema. Su padre, Tobías Holmqvist, está a punto de cruzar la puerta de casa y de marcharse al trabajo. A sus dos años y medio, este acontecimiento cotidiano corre el riesgo de convertirse en drama en cuestión de segundos. Holmqvist se toma su tiempo y con suaves palabras evita el estallido. Al fin y al cabo, no tiene por qué agobiarse. Su jefe no le va a controlar si llega cinco minutos o media hora más tarde al trabajo. Porque el jefe de Holmqvist no le dice cuándo tiene que entrar ni salir. Ni si tiene que trabajar en la oficina o si puede hacerlo en su casa después de acostar a los niños. Le exige simplemente que haga bien su trabajo y que lo entregue a tiempo. De momento, Holmqvist cumple con los objetivos que le marca la empresa de tecnología espacial en la que trabaja. Esta forma de organizarse no es ninguna excepción en Suecia. Aquí, salir pronto de la oficina, la flexibilidad horaria y el teletrabajo son la norma.

Son las ocho de la mañana, y Holmqvist se dirige ya al metro que le llevará hasta su oficina, en la otra punta de Estocolmo. Hoy es un día especialmente caluroso. Por lo demás, se trata de un día cualquiera en la vida de un trabajador sueco cualquiera. La normalidad en la que habita Holmqvist es, sin embargo, marciana en muchos aspectos para el trabajador español medio, atrapado en la cultura del presencialismo, según la cual, cuantas más horas pasas en la oficina, mejor trabajador se supone que eres.

Aquí por el contrario, no se lleva quedarse a trabajar hasta tarde y mucho menos calentar la silla, estar para figurar. Es más, en Suecia, como en buena parte de los países europeos, quedarse en la oficina después de las cinco de la tarde está mal visto. Lejos de generar admiración, es síntoma inequívoco de ineficiencia y de falta de responsabilidad con la familia y con la sociedad. Porque aquí, criar a ciudadanos sanos es un deber cívico a la altura de pagar impuestos.

“Trabajo 40 horas a la semana y cuando tengo mucha carga de trabajo hasta 50, pero mi horario es completamente flexible. Si no tuviera esta libertad, no trabajaría aquí”, sentencia Holmqvist, que a sus 37 años dice no estar dispuesto a perderse una tarde con Tom y con Hugo –su segundo hijo de nueve semanas- por nada del mundo. Marie, su mujer, es reumatóloga y disfruta ahora de su permiso de maternidad.

Él calcula que pasa en la oficina unas 30 o 35 horas a la semana. El resto, lo hace desde casa. “Si tengo asuntos pendientes, trabajo por las noches. Pero si no, no hago nada”. Hay días que ni siquiera va a la oficina. “No me compensa ir y volver si no tengo alguna reunión”, explica este economista de clase media que, como tantos suecos, masca tabaco y es aficionado al fútbol. Los días que sí va, sale en torno a las cinco de la tarde.

“Aquí es muy raro que te ofrezcan un coche de empresa, pero es muy normal que las empresas que quieren atraer a los mejores trabajadores ofrezcan días libres o jornadas más cortas, ayudas a los padres y en general libertad para fijar los horarios”, explica Holmqvist. Cuando se le explica que en España mucha gente trabaja hasta las siete o las ocho de la tarde, simplemente no lo entiende. No entiende cómo la gente se ocupa de sus hijos o de sus padres o cuándo hace deporte o va al cine y no acaba tampoco de comprender la lógica del sistema. “Si estás obligado a quedarte hasta las ocho, no hay incentivos para ser eficiente. ¿Para que voy a ser eficiente si me voy a tener que quedar igual hasta las tantas?”. Tampoco entiende cómo los avances tecnológicos no han supuesto cambios drásticos en países como España. “La presencia ha perdido importancia. Hoy en día estamos conectados todo el tiempo. A golpe de teléfono, videoconferencia, Internet, lo que sea”.

En Suecia, como en buena parte de Europa, quedarse hasta tarde en la oficina está mal visto. Lejos de generar admiración, es síntoma inequívoco de ineficiencia

Es cierto que Holmqvist pertenece a la clase media y que entre los trabajadores peor remunerados las facilidades son menores. Es cierto también que Suecia es en cierto modo un caso especial. Que hay una parte de este modelo que tiene que ver con las generosas ayudas del Gobierno y las empresas suecas a las familias, fruto de una fortaleza económica difícilmente extrapolable a países como España. Pero también es cierto que hay otra parte que tiene que ver exclusivamente con la forma de organizarse y de entender las relaciones laborales y hasta el sentido de la vida.

No es que en Suecia todo sea de color de rosa ni que no haya empresas suecas con conflictos laborales de toda índole. Pero, en general, priman unas relaciones laborales cimentadas en la confianza mutua y no en el enfrentamiento entre la dirección de la empresa y el trabajador. Aquí, flexibilidad no significa que el empresario tenga poder absoluto para hacer y deshacer los horarios. Significa que jefes y subordinados se organizan de manera lo más beneficiosa posible para ambos, en un ejercicio de reconocimiento de las necesidades mutuas en el que predomina el sentido común sobre la autoridad como argumento.

A las diez de la mañana hay reunión en la oficina de Holmqvist. Están unificando el sistema de ventas y control financiero y van a repasar las fórmulas. Holmqvist se presenta con su ordenador portátil, que lleva siempre a cuestas, y lo conecta a la gran pantalla de la sala para que los demás puedan ver lo que preparó el día anterior en casa. La reunión dura una hora larga sin apenas charleta ni rodeos.

Dos despachos más allá se sienta Jonas Strömfelt, el jefe de Holmqvist, y alto cargo de la Swedish Space Corporation, una empresa de capital público y gestión privada que fabrica motores para combustible ecológico espacial y opera radares en medio mundo (Estados Unidos, Chile, Alemania, Australia…). Él mismo trabaja uno o dos días a la semana desde casa. “A veces, si trabajo por la noche, al día siguiente voy tarde a la oficina o no voy, sobre todo si hace buen tiempo”, se ríe.

No me compensa ir y volver si no tengo alguna reunión

Strömfelt es un firme defensor de la flexibilidad y la conciliación de la vida laboral y la personal. “En general, cuando a la gente le das libertad, se vuelve más creativa”. ¿Hay también trabajadores que abusan y se escaquean? “Claro que sí. Este sistema es positivo si la gente es responsable. No todo el mundo encaja; hay gente que necesita que la controles. Si Tobías no cumpliera con sus objetivos, no le daría tanta libertad”.

Kerstin Bergqvist, jefa de contabilidad de la empresa, tampoco concibe un régimen laboral con horarios fijos ni que el horario de un jefe marque el de los demás. “Mis subordinados no tienen por qué quedarse hasta tarde”, opina. “Cumplen mejor cuando se organizan ellos”. Este año, su madre, que vivía lejos de Estocolmo, enfermó, y Bergqvist anunció a sus jefes que trabajaría desde allí tres semanas. “Podía haberme cogido un permiso por enfermedad de un familiar, que en Suecia es remunerado, pero preferí seguir trabajando a distancia mientras cuidaba a mi madre. Y a la empresa le vino bien, porque el trabajo siguió saliendo adelante”.

Nuestro sueco medio, Holmqvist, pasa un rato más frente al ordenador. A las doce llega la hora del almuerzo. En la planta de arriba de la oficina hay instalado un luminoso comedor con microondas y máquinas de café. Allí desenfundan los trabajadores sus tarteras, cargadas con las sobras de la cena del día anterior. Holmqvist ha olvidado hoy la suya y baja a comer a una cantina que hoy, como cada jueves, sirve sopa de garbanzos con crêpes, un plato tradicional sueco. Media hora después, su bandeja está vacía. Se levanta y se disculpa: “Tengo que volver al trabajo”.

Es muy normal que las empresas que quieren atraer a los mejores trabajadores ofrezcan días libres o jornadas más cortas

Porque cuanto antes vuelva, antes se va a casa a ver a sus hijos, a los que dice estar muy unido. Después de nacer su primer hijo, Holmqvist disfrutó de una baja de paternidad de 11 meses. Cuando nació el segundo, disfrutó de 10 días de permiso y luego de un mes más en el que le dijo a su empresa que cobraría el 50% a cambio de no pisar la oficina en un mes. El permiso de paternidad verdadero se lo guarda para el año que viene -planea pasar 13 meses con sus hijos-.

Los legisladores suecos hace tiempo que llegaron a la conclusión de que fijar extensos permisos de paternidad para hombres contribuye a que el empresario evite la tentación de discriminar a las mujeres en edad fértil, porque saben que tanto ellos como ellas desaparecerán durante un tiempo cuando nazcan los bebés.

Si Tom o Hugo, el pequeño, se ponen enfermos, Holmqvist no tiene que hacer malabarismos a altas horas de la noche para encontrar a alguien con quien colocar al niño y no faltar al trabajo. Al contrario, en Suecia faltar al trabajo por la enfermedad de un hijo tiene un verbo propio: vab. Si un padre no hace vab varias veces al año, probablemente sus compañeros le mirarán mal por descuidar sus obligaciones como padre. Por eso, cuando el termómetro sube, Holmqvist llama a la oficina, dice que “hoy vab” y que se quedará en casa.

Este sistema funciona por voluntad política, una fuerte inversión del Estado y una cultura que sitúa a las personas y sus circunstancias por encima de su papel de trabajadores. Pero funciona también por pura necesidad. En Suecia, como en otros países nórdicos, contratar a una persona para que cuide a los niños en casa o los recoja a la salida del colegio, aparte de estar mal visto, es simplemente prohibitivo. Los salarios y costes de la seguridad social hacen que una familia de clase media ni se plantee contratar a una cuidadora. En la patria de Ikea, la tienda que obliga a los compradores a montarse sus propios muebles, de la limpieza y del cuidado de los hijos también se encargan los propios miembros de la familia. Por eso, si a las cinco de la tarde el niño sale del colegio, al trabajador no le queda más remedio que ir a recogerle. Y al empleador, le queda escaso margen de actuación.

En Suecia faltar al trabajo por la enfermedad de un hijo tiene un verbo propio: vab. Si un padre no hace vab, sus compañeros le mirarán mal

Al tradicional sistema de organización nórdico se le suma además desde unos años un factor añadido: la moda, sobre todo entre las clases medias urbanas, explica Marie, la mujer de Holmqvist. “Hay casi una obsesión por pasar el mayor tiempo posible con los niños. Aquí está claro que ser un buen padre no es traer un buen sueldo a casa, sino dedicarles tiempo. Si dejas a tu hijo a las 7.30 en la guardería y lo recoges a las cinco de la tarde, está mal visto. Hay gente que no se atreve a renunciar al permiso de paternidad por el que dirán los vecinos”.

Últimamente han surgido algunas voces críticas que opinan que la obsesión por el cuidado de los hijos está yendo tal vez demasiado lejos. “Se puede llegar a excesos, pero hay una idea de largo plazo, de la importancia de que la sociedad eduque a sus hijos”, explica Víctor Lapuente, investigador en el Instituto de Calidad de Gobierno de la Universidad de Gotemburgo. Lapuente destaca una ventaja adicional fruto de su experiencia entre suecos: “Aquí el ambiente de trabajo es bueno porque todos se cogen baja paternal y eso es una cura de humildad. Aquí nadie se puede sentir tan importante como para ser imprescindible. Todos somos iguales y todos fregamos nuestros platos”.

Con hijos o sin hijos, lo cierto es que el reparto del tiempo es un tema que entra de lleno en las campañas electorales porque se considera un asunto clave del Estado de Bienestar y de la calidad de vida de los ciudadanos. “En Suecia, la distribución de las horas de trabajo y los permisos parentales son una cuestión política, muy presente en las campañas electorales”, dice Marie. “Es un asunto público, no privado. Tenemos claro que es un tema que debe estar legislado”.

En la patria de Ikea, la tienda que obliga a los compradores a montarse sus propios muebles, de la limpieza y las tareas domésticas también se encargan los miembros de la familia.

A las cuatro de la tarde la oficina de Holmqvist se empieza a vaciar y en torno a las 17.30 se han ido casi todos los trabajadores, coincidiendo con la hora punta. En Estocolmo es entre las cuatro y las cinco cuando los coches se amontonan en las calles de vuelta a casa del trabajo y en el metro hay más apreturas. Unos vuelven a casa a ver a la familia. Otros viajan con algún instrumento colgando o con la ropa de deporte camino de alguna actividad. A esa hora tarde, Holmqvist entra sudoroso con la mochila a cuestas por la puerta de su casa.

Los miércoles juega al fútbol en una liguilla municipal pero, por lo demás, los hijos han cambiado su ritmo de vida. “Antes corríamos la maratón, así que entrenábamos mucho por las tardes, íbamos al cine y leíamos un montón”, cuenta Marie. Ahora dedican las horas libres a la crianza.

A media tarde se pone en marcha el dispositivo de cierre del día. Cena, baño, dientes, un cuento y a la cama. A las ocho de la noche, Tom duerme plácidamente. Es el momento en el que Holmqvist saca el ordenador de la mochila negra y reanuda su trabajo porque hoy tiene asuntos pendientes. En concreto, un informe financiero que tiene que entregar mañana. Preferiría no tener que hacerlo, pero entre haberse quedado en la oficina hasta las ocho y no ver a su hijo antes de acostarse o hacerlo ahora, no duda ni un instante. “No podría vivir de otra manera”.

Horarios pactados con el jefe

Los datos de la agencia de la Unión Europea para la Mejora de las Condiciones de Vida y de Trabajo (Eurofound) dejan poco lugar a dudas de que el planeta en el que habita Tobías Holmqvist se parece más bien poco al del español medio. A la encuesta Europea de Eurofound sobre la Calidad de Vida (2012), un 62,5% de los suecos aseguraron que tenían flexibilidad para fijar la hora de entrada y de salida del trabajo. En España sin embargo fue un 37, 3% el que respondió de forma afirmativa a la misma pregunta. Un 71,1% de los suecos dijo además poder acumular horas de trabajo para disponer de tiempo libre más adelante. Entre los españoles, apenas un 24,5% dijo poder hacerlo.

A la encuesta europea sobre las condiciones de trabajo (2010) también de Eurofound, el 37,5% de los suecos aseguró que su horario lo fija su empleador, mientras que el 40,1% dijo que sus horarios son adaptables, aunque con ciertos límites. En el caso de España, el 73% de los encuestados dijo que su horario lo fija unilateralmente el empleador, mientras que en el 7% de los casos el horario es adaptable aunque con limitaciones.

En: elpais.com