El miedo a las reformas eclesiales
No hay que temer a las reformas. Ecclesia semper reformanda. No se trata sólo de un principio axiomático de la reforma luterana. También late en el espíritu del Vaticano II. Las reformas hay que acometerlas más pronto que tarde. En la Iglesia se ha empezado a tener miedo a plantear reformas de calado, algunas de ellas sugeridas por el evento conciliar. Con sólo enunciarlas, a algunos se les pone la piel de gallina. No es para tanto, ni hay que tener miedo a plantearlas, discutirlas sin acaloramiento y ponerlas a caminar con sosiego. Cuando hacemos de los instrumentos fines, se oscurece el horizonte y hay mucho en la Iglesia de instrumento; ella misma lo es.
Reformas en el clero y la vida religiosa; en las estructuras canónicas y en la misma vida litúrgica. El mundo corre veloz y, si bien es verdad que la Iglesia no puede ni debe seguirle los pasos de forma desaforada, con la lengua fuera con esperpéntica velocidad, también es verdad que a nada conduce un inmovilismo que atrofia y desespera.
Planteamientos nuevos no vendrían mal a una Iglesia que se ahorraría muchos problemas con estas reformas necesarias y urgentes. No hay que anatematizar a quien las sugiere; no hay que echarse las manos a la cabeza cuando se insinúan. Durante el pasado pontificado, el Papa pudo escuchar en varios sínodos, y de boca de obispos de otras latitudes, el replanteamiento serio de alguna que otra disciplina eclesial, como el celibato obligatorio, por ejemplo. Escuchar y debatir es bueno. Hacerlo desde la trinchera es lo malo
Imagen: (AP photo)En su ordenación, sacerdotes se postran en el piso ante la bendición de Benedicto XVI, en la Basílica de San Pedro el último domingo