Autor de Wicked: su vida como católico gay marcó su obra
8:00 p.m. | 24 jun 25 (NCR/AM).- Detrás del fenómeno mundial de Wicked —el musical de Broadway y la exitosa adaptación cinematográfica de 2024— hay una historia significativa. Gregory Maguire, su autor, católico y homosexual, publicó la novela original en 1995 como una exploración de la marginación, la fe y la construcción del mal y del bien. Hoy Maguire invita a reflexionar sobre el papel de las narrativas en tiempos polarizados y la urgencia de rescatar la complejidad humana. Wicked, afirma, no es solo entretenimiento: también habla de identidad, redención y pertenencia.
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Gregory Maguire, católico de toda la vida y autor de más de cuarenta libros para adultos y niños, es conocido principalmente por Wicked. Memorias de una bruja mala, publicada en 1995. La novela reimagina el universo de Oz desde una perspectiva adulta, política y simbólica, con una protagonista marcada por el rechazo, el misterio religioso y las estructuras de poder.
Elphaba, la niña de piel verde que llega a ser conocida como la Bruja Malvada del Oeste, es hija de un predicador que la instrumentaliza en su labor misionera, y su vida transcurre entre conventos, revueltas y desengaños, en una lucha constante con la culpa, la soledad y la pregunta por el alma. La novela explora conflictos religiosos, políticos y personales con una complejidad que desafía las versiones infantiles de la historia, sin renunciar a las preguntas esenciales: ¿de dónde proviene el mal?, ¿cómo se forma una conciencia?, ¿qué es lo que convierte a alguien en “malvado”?
Convertida primero en un fenómeno teatral y luego en una superproducción cinematográfica, Wicked ha ampliado su impacto cultural sin perder del todo su carga crítica. La primera parte de su adaptación al cine, estrenada en 2024, recibió diez nominaciones al Oscar y obtuvo dos estatuillas, reavivando el interés por la obra original y por su autor. Maguire, que ha hablado abiertamente sobre su experiencia como católico gay y padre de familia, ha participado en espacios eclesiales y ha reflexionado públicamente sobre las tensiones entre fe, sexualidad y pertenencia. En entrevistas recientes, ha profundizado en cómo esa experiencia personal dio forma a su literatura y en por qué contar historias complejas puede ser un acto espiritual, político y profundamente humano.
Esta publicación recoge la voz del propio Maguire a través de dos entrevistas recientes en medios católicos, en las que reflexiona sobre su identidad como católico gay, la experiencia espiritual que nutre su obra y el poder de la narrativa para resistir la polarización. Se incluye además una columna escrita por él mismo, y en un segundo momento, una selección de reseñas de la película desde una perspectiva de la fe.
Sobre su fe católica, las almas, los santos y la religión en Oz
Fe, infancia y mundo interior
—Usted creció en un entorno religioso. ¿Eso influyó en su enfoque de la religión en Wicked?
Fui criado en la tradición católica romana, en un vecindario de católicos irlandeses, y aún me defino como católico practicante, aunque me cueste esfuerzo. La religión fue muy importante para mí desde joven. Estuve cerca de considerar entrar al seminario a principios de mis veinte años, y siempre entendí la presencia —o la ausencia— de la religión en la vida de las personas como una parte muy seria de cómo los individuos y las culturas se identifican. Cuando escribí sobre Oz, quise que se pareciera más a nuestro mundo, lo que significaba que debía introducir la religión allí.
—¿De qué manera su comprensión de la fe y la sexualidad modeló su enfoque para crear Wicked y un personaje como Elphaba?
La manera en que muchos de nosotros llegamos a comprender qué significa la fe y qué significa la sexualidad suele llevarnos a sospechar que ambas nos arrastrarán en direcciones opuestas; y que habrá una tensión interna, posiblemente incluso un daño mortal, al tratar de reconciliar esas fuerzas que sentimos que nos tiran en distintos sentidos.
Crecí en un entorno lo suficientemente progresista como para que la consideración de cualquier forma de sexualidad —incluso la heterosexual— se presentara como un don potencial. También podía ser una tentación, claro, pero ante todo era un don en potencia. Por eso uno debía utilizar las herramientas de la fe para separar, lenta y cuidadosamente, aquellos elementos que podían dañarlo de aquellos que podían nutrirlo, y trenzar así un camino personal en el mundo que no negara ni la inclinación hacia la fe ni la inclinación hacia el amor —que, después de todo, están muy cerca la una del otro.
¿Cómo me llevó eso a Elphaba? Recuerdo haberme sentido desgarrado por lo que creía que eran impulsos contradictorios. Eso me condujo a contar la historia de alguien que experimenta esos mismos impulsos. Elphaba desea, más que nada en el mundo, no causar daño, y de hecho quiere ayudarlo, casi como una hija misionera. Y, sin embargo, se siente afectada por la forma en que la miran, por el miedo que despierta en el corazón de los demás. Le cuesta mucho tratar de forjarse como una eficiente agente para el bien que se ama a sí misma.
Las religiones de Oz y la formación espiritual
—¿Qué modelos o paradigmas de fe ha introducido en el mundo de Oz?
El lurlinismo es una especie de paganismo, un mito fundacional (sobre la diosa-hada Lurline). Es antiguo, sentimental, y en el mundo de mi historia son los campesinos quienes más fuertemente lo siguen. El unionismo es una fe más establecida, más presente en las ciudades. Tiene cierto parecido con el cristianismo en el sentido de que cuenta con templos, basílicas y obispos, pero no tiene un salvador. Su Dios es innombrado, influyente y misterioso. De ese modo, adopta algunos elementos de tradiciones religiosas que prefieren una figura espiritual más amorfa. Es, en parte, una actitud protestante —la destrucción de estatuas y vitrales, por ejemplo—, pero también comparte elementos con el islam, que prohíbe la representación de Alá, salvo mediante la escritura de su nombre.
Para mí, el placerfideísmo es una especie de visión carnavalesca de Dios. Da mayor valor al espectáculo. Involucra la idea griega del teatro, de reunirse para vivir una especie de epifanía y catarsis. Y finalmente está el tiktokismo, que se acerca bastante a una forma de vida muy propia del Occidente actual. Un tiktokista es el tipo de persona que no apaga el celular al entrar a una iglesia. Su fidelidad es hacia la estimulación, la conexión y la tecnología. Aunque en mi Oz no hay teléfonos móviles, existe una especie de reverencia hacia ese momento de la Revolución Industrial que Oz parece estar atravesando. El tiktokismo representa un desplazamiento más peligroso del impulso devocional, alejándolo de la pregunta por la creación y llevándolo hacia cuestiones de utilidad.
Elphaba: fe, alma y fragilidad
—¿Cómo podría la exposición temprana de Elphaba al unionismo haber moldeado su visión del mundo?
Abordo esto con más profundidad en mi novela Elphie. En ese libro, exploro esos años formativos en la vida de Elphaba, desde los dos hasta los dieciséis años. Ella es utilizada por su padre para atraer posibles fieles a su labor misionera. Una de las maneras en que ella hace esto es cantando. Su habilidad para cantar juega un papel crucial en humanizarla. Una persona con voz posee belleza, y su padre se aprovechó de eso. Ella permitió ser explotada porque deseaba su amor. Pero la religión, incluso si no logra convertirla en una persona profundamente moral, al menos la pone en contacto con personas que no son como ella, y eso es precisamente para lo que existe la comunidad: para enseñarnos a empatizar con quienes no son como nosotros.
—¿Cómo y por qué Elphaba lucha con la idea del alma?
Creo que para llegar a ser ateo uno debe haber pensado seriamente en Dios. No es una postura que se adopte por defecto. Elphaba, criada en un entorno religioso, tiene que enfrentarse a sus propias creencias y preguntarse si su forma de ser es prueba de que fue rechazada por un creador o, por el contrario, acogida por él. Creo que todos los jóvenes atraviesan ese proceso, especialmente cuando empiezan a comprender sus propias fragilidades y el hecho de que nunca podrán ser tan buenos como su formación religiosa les enseñó que debían ser. En esa tensión entre el ideal y la realidad es donde aparece por primera vez la posibilidad de la apostasía, y es necesario afrontarla. Eso es lo que hace ella. No recibió muchas muestras de amor durante su infancia, y por eso le resulta difícil proyectar un amor universal como el que supuestamente Dios podría tener por ella. Sin embargo, es lo bastante inteligente como para pensar: “Tal vez el alma exista, aunque yo no la haya experimentado en mi propia vida y en mi tiempo”.
VIDEO. La inspiración de Wicked, según Gregory Maguire
Comunidad: Silencios que hieren, silencios que sostienen
—¿Cómo cree que el silencio en torno a las cuestiones LGBTQ+ dentro de la Iglesia ha impactado la vida espiritual de los católicos LGBTQ+?
Bueno, yo amo a la Iglesia católica y amo mi fe, pero han causado un daño inmenso al negarse a ser honestos sobre la variedad de experiencias humanas. Por mucho que yo defienda mi fe, puedo señalar crímenes graves contra la caridad, crímenes graves contra el mensaje cristiano de inclusión y de apoyo mutuo.
He tenido bastantes amigos en el clero y en órdenes religiosas que, con el tiempo, me di cuenta de que eran gays o lesbianas, aunque nunca lo mencionaban. Eran personas brillantes, de espíritu cálido, tolerante y de mente abierta. Había mucho apoyo tácito y silencioso. Así como el silencio puede ser amenazante y aniquilador, también existe un silencio que sostiene y nutre. En realidad, uno forma parte de una red subterránea incluso antes de darse cuenta de que allí es donde está. Si yo hubiera ingresado al sacerdocio —una posibilidad que consideré muy seriamente—, me habría convertido en uno de esos apoyos silenciosos.
El Bien, el mal y la influencia femenina
—En los personajes de Elphaba, Glinda y Nessarose, vemos la interacción entre la santidad y la brujería. ¿Cómo podría el enfoque religioso de la novela complicar las definiciones rígidas del bien y del mal?
Si uno aísla las características que muchas culturas asocian con la bruja y con la mujer sabia, a menudo se descubre que son las mismas. El conocimiento del uso de hierbas, para una mente preracional, podía ser tanto magia como medicina. Me inspiro en L. Frank Baum, quien creó cuatro brujas en Oz: dos buenas y dos malas. Su suegra, la feminista Matilda Joslyn Gage, escribió con dureza sobre cómo el cristianismo se oponía a las mujeres y no les otorgaba el valor que merecían. Ahora bien, Baum no abordó el cristianismo en sus libros, pero el hecho de que el poder femenino pudiera ser a la vez temido y valorado en una misma obra creo que expresaba un sentimiento creciente que nos condujo al siglo XX, hacia el movimiento sufragista.
Fui educado por religiosas católicas hasta el final del equivalente a la secundaria. Era la época previa al Concilio Vaticano II, y mis primeras maestras, durante los primeros cuatro años, bien podrías llamarlas brujas. Éramos muy pequeños. Ellas eran altas, con faldas largas negras que rozaban el suelo, zapatos negros, velos negros, tocas blancas y pecheras blancas. Eran al mismo tiempo buenas y todopoderosas, y vivían como pobres por elección propia, en comunidad. Ejercían sobre los niños la máxima autoridad moral. Fui criado por mujeres fuertes: por monjas, bibliotecarias y mi madrastra. Tengo un gran respeto por esas mujeres.
Historias para tiempos rotos, para sanar y desafiar
—En Wicked, vemos personajes que desafían las expectativas y viven vidas complejas y multidimensionales. Usted ha hablado de la importancia de no compartimentar el mundo entre “nosotros contra ellos”. ¿Cómo podemos alentar la complejidad y la apertura en estos tiempos tan polarizados?
Si realmente supiera la respuesta a eso, me postularía para un cargo público. Pero sí he notado algo sobre la historia de la polarización. ¿Qué efectos tuvo la invención de la imprenta sobre la polarización entre los Estados-nación de Europa del Norte y Europa del Sur? ¿Qué papel jugó la invención del telégrafo durante la Guerra Civil en la polarización, al permitir a las personas identificar bandos en lugar de poder identificar individuos en las calles?
La misma mecánica de la revolución digital limita las opciones. En el funcionamiento de una computadora no hay un valor intermedio; es uno o lo otro. Tengo la sensación de que esa misma lógica binaria es, en parte, responsable de nuestra sensación de “no puedo mantener un uno y un cero en mi cabeza al mismo tiempo”. Y esa sensación, de no poder retener dos cosas a la vez, representa una especie de pérdida.
Escucho las noticias y leo los periódicos, e intento por todos los medios mantener la mente abierta para pensar: bueno, si despojo todo del escándalo mediático que rodea esta información, ¿podría esa noticia o acción tener algún beneficio? Eso es lo que intento hacer. No siempre se me da bien, pero hago el esfuerzo. Y creo que eso es lo que tenemos que hacer. Tenemos que pedir también a quienes no creen lo mismo que nosotros que hagan ese esfuerzo. Llamar la atención sobre esto tal vez sea lo único que siento que puedo hacer.
—¿Cuál es, en su opinión, el papel del arte de contar historias en este momento de la historia?
Contar historias siempre ha tenido que hacer más de una cosa al mismo tiempo. Si va a tener algún impacto real, no puede limitarse a consolar. Tampoco puede limitarse a desafiar. Tiene que hacer ambas cosas a la vez. Si una historia solo te consuela, entonces no te ha movido ni un centímetro fuera de tu dolor, fuera de tu necesidad. Si solo te desafía, es posible que te derrumbe desde la segunda frase, agotado. Necesitamos ese doble movimiento: consuelo y desafío. Necesitamos sentir que formamos parte de una comunidad, y al mismo tiempo, que nuestra independencia y nuestra individualidad valen tanto como nuestra pertenencia comunitaria.
No basta con ser un individuo. También se es miembro de una comunidad. Y no basta con ser un miembro anónimo de esa comunidad: uno aporta su individualidad para fortalecerla. Las historias hacen eso. Y aún hay un tercer elemento: necesitamos ser confirmados en nuestra comprensión de nosotros mismos como seres humanos complejos, no simples. Una historia no cabe en un eslogan de gorra. Una historia debe vivirse, debe ser habitada y procesada.
—¿Qué espera que su obra aporte a las nuevas generaciones de lectores y espectadores de la película?
He visto la película seis veces. Cuanto más la estudio, más descubro sus matices, complicaciones y contradicciones. Una contradicción no es un error, sino una invitación a reflexionar. Mis novelas y la película invitan a pensar, y esa es mi intención. Espero que con el estreno de Wicked: Segunda parte, los espectadores comprendan que es mucho más que una comedia musical.
Cuando publiqué mi libro hace 30 años, recibió buenas críticas, pero al vincularlo con la cultura popular, muchos críticos no entendieron que estaba invitando a los lectores a cuestionarse sobre el concepto del mal. ¿Cómo identificamos algo como malvado? ¿Qué implica realmente esa idea? La figura de la Bruja Malvada del Oeste era tan prominente que eclipsó las preguntas intelectuales del libro. Con el tiempo, algunos críticos y lectores han comenzado a ver la obra como “profética”, aunque no fue mi intención. Espero que el libro siga nutriendo a las personas de maneras que ni siquiera puedo imaginar hoy.
L. Frank Baum, en su segundo libro sobre Oz, creó lo que considero el primer personaje transgénero en la literatura infantil, ¡en 1904! Aunque no lo hizo con intenciones proféticas, su historia se adelantó a su tiempo, y eso es lo que quiero decir. Como creador, si dejas que tu subconsciente recoja material interesante durante un tiempo y luego lo plasmas, no siempre eres consciente de lo que realmente estás haciendo. Puede que creas que estás haciendo una cosa, pero en realidad, estás alimentando una búsqueda más profunda de lo que imaginas.
VIDEO. Gregory Maguire habla de llevar Oz a la gran pantalla
El mismo Gregory Maguire comparte más reflexiones
Escribí la novela que titulé Wicked: The Life and Times of the Wicked Witch of the West en 1993. Llevaba varios años reflexionando sobre ella, pero esperé hasta sentir que contaba con la madurez y el dominio necesarios para afrontar la tarea. Comencé a escribirla en Londres, el día que cumplí 39 años.
Mi madre biológica murió en el hospital una semana después de mi nacimiento, a causa de complicaciones derivadas del parto. Aunque tuve una segunda madre completamente amorosa —la mejor amiga de infancia de mi madre, como resultado del destino—, la carga simbólica del relato de mi nacimiento pesó sobre mí hasta entonces. Francamente, aún lo hace. Yo no pedí nacer, y mi madre no pidió morir. Pero la tragedia ocurrió, y tuve que aprender a vivir con una inevitable sensación de culpa.
Nací en un hogar católico, en un barrio católico —la mayoría de los vecindarios en la Albany de mediados del siglo XX lo eran, al parecer—. Así atravesé la infancia, jadeando: inhalando los conceptos de obligación, deuda moral y responsabilidades que debía cargar; y exhalando el temor de no estar a la altura de la misión que, según creía, Dios me había encomendado. ¿Qué misión? Vivir una vida con suficiente virtud y utilidad para los demás, de modo que pudiera, de algún modo, compensar el precio de mi existencia. Sentía —y hacia los doce años ya podía expresarlo— que mi vida debía ser el doble de fecunda, para así redimir el espíritu y el alma de mi madre muerta, que creía velaba por mí y por mis tres hermanos mayores.
Pero cuando tenía unos dieciséis años y comenzaron a manifestarse los primeros indicios de atracción hacia otros chicos, caí en un tormento de culpa. ¿Había muerto mi madre por esto, para que yo creciera siendo raro, torcido, defectuoso? Qué broma tan cruel. En aquel entonces lo resumía en tres “i”: Illegal. Immoral. Ill. (Ilegal. Inmoral. Enfermo).
Reprimí esa creciente sensación de horror todo lo que pude. Supongo que estaba en negación; no podía saberlo con certeza. Y en mi generación, al menos en mi entorno irlandés-católico provinciano, el concepto de “experimentación” apenas se mencionaba, mucho menos se vivía. Si ni siquiera se hablaba entre padres e hijos adolescentes sobre sexualidad heterosexual, la posibilidad o existencia de la homosexualidad ni siquiera se susurraba. Creo que muchos jóvenes de hoy, que crecen en una era de accesibilidad y política de la identidad, no pueden imaginar cuán abandonado, a la deriva, podía sentirse un chico gay en una escuela católica. Tan solo como una Elphaba de piel verde, aislada, sin pares, en un mundo de ciudadanos cómodamente ordinarios.
Aunque leía lo suficiente y conocía la historia de Oscar Wilde y lo que algunos (pocos) chicos hacían cuando se burlaban de los más sensibles o de los que parecían afeminados (yo rara vez fui el blanco), la realidad de lo que eso significaba —cuando se trataba del amor, la pasión o el compromiso— se me aparecía como una inmensa pizarra negra en la que nadie había escrito jamás una palabra legible. Sabía de Miguel Ángel, tal vez de Shakespeare y, por supuesto, de Oscar Wilde. Pero no conocí a nadie abiertamente gay en persona hasta después de graduarme de la universidad, aunque sí encontré a personas que expresaban afecto e incluso romanticismo, incluidos algunos hombres que, de algún modo, me amaron.
Lo que me ayudó a sobrevivir a esta extraña tormenta de ignorancia fue precisamente aquello que más me amenazaba: mi fe católica y mi identidad. No voy a intentar defender ni siquiera definir lo que mi fe significa para mí hoy. Hace ya tiempo llegué a la conclusión de que es una tarea que escapa a mi capacidad de expresión. De todos modos, mi comprensión de cuán piadoso o cuán escéptico soy fluctúa con la misma ubicuidad indetectable de un electrón, tal como sostiene el Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Pero lo que sí puedo afirmar es que Ser Bueno parecía al menos el doble de necesario para mí de lo que enseñaba la Iglesia, de lo que requería Jesús, porque tenía que ser bueno por mí mismo y también por mi madre muerta…
LEER. Artículo completo publicado en New Ways Ministry
VIDEO. Wicked: ¿En qué se inspiró su autor para escribir?
Reseña: Wicked desafía lo que pensamos sobre el bien y el mal
“¿Las personas nacen malvadas?”, se pregunta Glinda, la Buena Bruja de Oz. “¿O les imponen la maldad?”. Dos décadas después de que Glinda, la Bruja Buena, formuló esa pregunta en el escenario del Gershwin Theater y desató una sensación en Broadway, Wicked llegó a fines del 2024 a los cines. O, para ser precisos, Wicked: Parte 1. La adaptación cinematográfica, dirigida por Jon M. Chu (Crazy Rich Asians, In the Heights) con guion de Winnie Holzman y Dana Fox, abarca únicamente el primer acto del musical original, escrito por Stephen Schwartz y Holzman; la “Parte 2” se estrenará este noviembre.
Wicked, en cada una de sus versiones, es una historia que desafía nuestras narrativas sobre el bien y el mal. El musical se adaptó de la novela de 1995 del escritor católico Gregory Maguire, una relectura revisionista de El Mago de Oz (original de L. Frank Baum). Maguire buscó explorar cómo y por qué alguien se convierte en villano, reimaginando uno de los ejemplos más icónicos de la ficción: la Bruja Malvada del Oeste.
Cuando la conocemos en la película, Elphaba Thropp (Cynthia Erivo) no es aún una bruja, una joven de gran coraje moral, marginada por su piel verde brillante y su magia inestable. Asiste a la Universidad Shiz para cuidar de su hermana Nessarose (Marissa Bode), y conoce a Glinda (Ariana Grande), una ambiciosa trepadora social, más interesada en los aplausos que en el altruismo. Elphaba y Glinda se convierten en compañeras de cuarto a regañadientes y viven varias peripecias universitarias junto a compañeros como Boq (Ethan Slater), un munchkin enamorado de Glinda, y Fiyero (Jonathan Bailey), un príncipe poco responsable. Con el tiempo, las dos mujeres forjan una amistad inesperada.
Glinda espera aprender hechicería bajo la tutela de la imponente Madame Morrible (Michelle Yeoh), pero es Elphaba quien logra impresionar a la profesora. Morrible considera que su talento innato para la magia podría convertirla en un recurso valioso para el Mago (Jeff Goldblum), el enigmático gobernante de Oz. Finalmente, Elphaba se dirige a conocer al Mago, cambiando así el curso de la historia—aunque no de la manera en que se esperaba.
El filme de Chu es una adaptación potente y sentida, repleta de coreografías vibrantes, vestuarios deslumbrantes y emociones intensas. El montaje teatral fue una maravilla dramática —nunca olvidas la primera vez que ves a Elphaba alzarse en vuelo. Chu traduce esa energía al lenguaje cinematográfico, aprovechando los recursos del cine para narrar con mayor amplitud e intimidad. Su cámara planea entre los bailarines, nos acerca a un rostro conmocionado por las lágrimas y nos eleva a las nubes sobre la escoba de Elphaba. La iluminación y la posproducción de color tienen áreas mejorables (especialmente al evocar la película de 1939, un festín de Technicolor), pero esas imperfecciones se disipan frente al entusiasmo de la historia y las actuaciones.
En efecto, uno de los mayores atractivos de la película es el notable carisma de Erivo y Grande. Como Elphaba, Erivo transmite fuerza, determinación y una vulnerabilidad casi oculta. Grande ofrece una de las actuaciones cómicas más memorables del año: precisa en lo físico y cimentada en una necesidad humana conmovedora. Y, por supuesto, Wicked les brinda a ambas la oportunidad de lucirse con sus voces de clase mundial.
La película es solo la mitad de la historia. Aun así, presenta un arco narrativo completo: no es la historia completa de Wicked, pero sí la de Elphaba despertando a la conciencia política. Empieza el filme buscando aceptación, pero termina comprometida con la causa de los Animales parlantes de Oz, víctimas de una campaña de marginalización: acosados, amenazados y expulsados de sus trabajos. El Dr. Dillamond (un profesor cabra, interpretado por Peter Dinklage) explica que la represión contra los Animales surgió tras un periodo de crisis económica reciente: “La comida escaseaba, la gente tenía más hambre y estaba más enfadada. Y surgió la pregunta: “¿A quién culpamos?””
Wicked, el musical, es en conjunto una obra mucho más ligera que la novela. El texto original de Maguire es profundamente político (y profundamente católico), una reflexión sobre cómo gobiernos, religiones y comunidades buscan villanos: chivos expiatorios para canalizar la ira popular o amenazas monstruosas para forzar lealtad. Inicialmente, se inspiró en la cobertura de la Guerra del Golfo, donde Saddam Hussein fue comparado con Hitler. “Me sorprendió notar que mi pulso se aceleraba ante la idea de acción militar, pese a que había sido un activista contra la guerra de Vietnam”, declaró al Denver Gazette en 2021.
El musical en el teatro eliminó buena parte del material más difícil de la novela de Maguire, mientras conservaba sus preocupaciones centrales y las adaptaba a un nuevo momento político: los primeros días de la Guerra contra el Terrorismo. En el 2024 la película se estrenó semanas después de una campaña presidencial en EE.UU. marcada por la creación de pánico y la división. Vale la pena cuestionar de dónde nacen nuestras ideas de “enemigo” y cuáles son los motivos de quienes nos dicen a quién culpar y a quién temer.
VIDEO. Trailer de Wicked, parte 1 (estrenada en 2024)
Wicked plantea el verdadero significado de la solidaridad
En palabras de la guionista Winnie Holzman, Wicked enseña “la importancia de no rendirse… de mantener la fe”. Afirma: “Habla desde el corazón. Di tu verdad. Todos experimentamos miedo e inseguridad, es parte de ser humano, y de ser artista. Pero no dejes que el miedo te silencie”.
Esa invitación resuena en el presente: ¿cómo superar el miedo y decir la verdad frente al poder mediante el arte, la oración o el activismo, mientras la violencia devasta lugares como Palestina, Congo, Sudán, Ucrania o Haití? ¿Mientras personas inmunodeprimidas aún luchan por sentirse seguras en un mundo que actúa como si el COVID hubiera terminado? ¿Mientras políticos de ambos partidos en EE. UU. deshumanizan a personas trans, inmigrantes indocumentados, personas sin hogar y tantas más?
La película también muestra cómo las élites poderosas manipulan a las masas y sostienen sistemas corruptos que se benefician excluyendo o explotando a otros. Elphaba elige no aliarse con los poderosos, sino transformar su dolor en solidaridad con quienes también sufren. Esa elección refleja tanto la visión católica del “cuerpo de Cristo” como el concepto budista de interser, según el cual todo está interconectado y es interdependiente. Su liberación está ligada a la de los animales, no a su sacrificio.
Así, Wicked nos deja grandes preguntas sobre nuestra vocación, nuestra complicidad o resistencia, y el poder de las historias para abrir caminos cuando la esperanza escasea…
LEER. Reseña completa de la película Wicked, publicada en NCR
VIDEO. Trailer de Wicked, parte 2 (a estrenarse este 2025)
Información adicional
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Fuentes
- National Catholic Reporter. (2024, junio 19). The father of Wicked: How being a gay Catholic shaped Gregory Maguire’s hit musical.
- National Catholic Reporter. (2024, junio 19). Wicked explores true meaning of solidarity.
- America Magazine. (2024, noviembre 20). Q&A with Wicked author Gregory Maguire: Souls, saints, religion and Oz.
- America Magazine. (2024, noviembre 22). Review: The Wicked movie musical is a magical—and Catholic—fairy tale.
- New Ways Ministry. (2024, diciembre 17). Defying gravity: Life lessons from Gregory Maguire, author of Wicked.
- Videos: Universal Pictures México – TuftsAlumni – GBH News – Some Books Considered
- Imagen: Yahoo News – Walter McBride (Getty Images)

