Dos nuevos santos frente a la exclusión de los migrantes

9:00 a.m. | 2 nov 22 (AC/ZS).- El obispo Juan Bautista Scalabrini y el salesiano Artémides Zatti fueron canonizados y en su homilía de la celebración, Francisco destacó que ambos nos recuerdan la importancia de caminar juntos. Sobre Scalabrini, el Papa recordó que fundó una Congregación (Misioneros de San Carlos o Scalabrinianos) para el cuidado de los migrantes, y reflexionó sobre su actitud hacia ellos: “en el caminar común de los que emigran no había que ver sólo problemas, sino también un designio de la Providencia”. Artémides Zatti (1880-1951), tercer santo argentino, fue bautizado como el “enfermero de los pobres”, viajaba en bicicleta y dedicó cada día de su vida a curar a enfermos, sin importar condición o procedencia, incluso de casa en casa.

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Los dos santos canonizados nos recuerdan la importancia de caminar juntos sin muros de división; y a cultivar esa nobleza de espíritu tan agradable a Dios que es la gratitud, afirmó el papa Francisco en su homilía durante la ceremonia de canonización.

Recordando al obispo Scalabrini, que fundó una Congregación para el cuidado de los emigrantes, afirmaba que en el caminar común de los que emigran no había que ver sólo problemas, sino también un designio de la Providencia: “Precisamente gracias a las migraciones forzadas por las persecuciones ―decía― la Iglesia cruzó las fronteras de Jerusalén y de Israel y se hizo ‘católica’; gracias a las migraciones de hoy la Iglesia será un instrumento de paz y comunión entre los pueblos”. Scalabrini miraba más allá, dijo, miraba hacia delante, hacia un mundo y una Iglesia sin barreras, sin extranjeros.

Por su parte, añadió Francisco, el hermano salesiano Artémides Zatti fue un ejemplo vivo de gratitud. Curado de la tuberculosis, dedicó toda su vida a saciar las necesidades de los demás, a cuidar a los enfermos con amor y ternura. Se dice que lo vieron cargarse sobre la espalda el cadáver de uno de sus pacientes. Lleno de gratitud por lo que había recibido, quiso manifestar su acción de gracias asumiendo las heridas de los demás.

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Artémides Zatti, el enfermero de los pobres

“Signo vivo de la compasión y de la misericordia de Dios por los enfermos”, lo definió el postulador general de los salesianos, el padre Pierluigi Cameroni. La figura del coadjutor salesiano parece casi como si Don Bosco se la hubiera cosido: es un religioso no consagrado que profesa los mismos votos de caridad, castidad y obediencia y comparte la vida comunitaria. La única diferencia, por tanto, es entre el estado clerical y el laico, pero ninguna diferencia en el campo de la perfección cristiana y del apostolado. O de la aspiración a la santidad, evidentemente.

Artémides llegó desde la provincia de Reggio Emilia, a la Argentina, cuando sólo tenía 17 años, en 1897. Su familia, como muchas otras, se vio empujada a cruzar el océano por el hambre, la pobreza y la falta de esperanza. Instalado en Bahía Blanca, comenzó a asistir a la parroquia local dirigida por los salesianos y allí conoció al padre Carlo Cavalli, que se convirtió en su padre espiritual y fuente de inspiración, pero sobre todo fue quien lo hizo percibir la llamada del Señor. Enamorado de la obra de Don Bosco, Artemides estaba a punto de hacer sus votos en la casa salesiana de Bernal cuando contrajo la tuberculosis de un cohermano y esto echó por tierra todos sus planes.

Para poder curarse fue enviado al hospital de San José, en Viedma, en el año 1902. Allí fue acompañado por el sacerdote salesiano y médico Evasio Garrone. Junto a él, pide y obtiene de María Auxiliadora la gracia de la curación con la promesa de dedicar toda su vida al cuidado de los enfermos. Así, Artemides renuncia a su vocación sacerdotal, y marchó a la casa salesiana de Viedma, donde se desempeñó como ayudante en el hospital misionero. “Su grandeza no estuvo en aceptar, sino en elegir el plan que Dios tenía para él”, continúa explicando el postulador, “y la radicalidad evangélica con la que se lanzó a seguir a Cristo, con el espíritu de Don Bosco, es decir, sin que le faltara nunca la alegría y la sonrisa que da el encuentro con el Señor”.

En 1908, habiendo recuperado la salud, es admitido a ingresar en la Congregación Salesiana como hermano coadjutor. Comienza a ocuparse de la farmacia anexa al hospital, la única del pueblo. Tras la muerte del padre Garrone en 1911, queda a cargo del hospital “San José”, uno de los primeros de la Patagonia argentina. En el hospital de Viedma creció su santidad. Sus días comenzaban temprano: A las 4.30, levantarse. Meditación y Santa Misa. Visita a todos los pabellones. Después, en bicicleta, visita a los enfermos esparcidos por la ciudad. Después de la comida, entusiasta partida de bolos con los convalecientes. Desde las 14 a las 18, nueva visita a los enfermos internos y externos del hospital. Hasta las 20 trabajaba en la farmacia. Otra visita a los pabellones. Hasta las 23, estudio y lecturas ascéticas. Luego, descanso en permanente disponibilidad a cualquier llamada.

Viendo las necesidades del pueblo, Zatti se perfecciona en su profesión. Progresivamente se hace responsable del hospital, estudia y valida sus conocimientos ante el Estado cuando le es requerido. Los médicos que trabajaban con Artémides, como los doctores Molinari y Sussini, atestiguan que nuestro hermano poseía una gran ciencia médica, fruto no sólo de su experiencia, sino de su estudio. En 1917 obtiene en la Universidad de La Plata el título de “Idóneo en Farmacia”, y luego el de Farmacéutico. En 1948 se matricula como “Enfermero”. Así, Zatti dedicó cuarenta años de vida consagrada al servicio de los enfermos de la zona de Viedma y Carmen de Patagones, especialmente los más pobres.

Un día cualquiera de 1950 Artémides se cayó de una escalera. Desde hacía algún tiempo sentía un extraño dolor de espalda del que surgió una sospecha que pronto se confirmó: tenía un tumor. Una vez más la enfermedad, esa aflicción humana que había perseguido, combatido y curado en otros durante toda su vida, le golpeó en persona. Primero fue la tuberculosis la que le impidió ser sacerdote, ahora esto. Sería la última vez, Artemides se dio cuenta inmediatamente, pero siguió trabajando como si nada, rodeado del amor de su comunidad y de la gratitud de miles de personas hasta el final de su vida, que llegó el 15 de marzo de 1951.

Zatti amó a sus enfermos de manera verdaderamente conmovedora. Veía en ellos a Jesús mismo. Fiel al espíritu de Don Bosco, desarrolló una actividad incansable durante toda su vida, con excepción de los cinco días que pasó en la cárcel… por haber recibido en el hospital a un preso, que luego se fugó. Pero sobre todo, fue un hombre de Dios. Uno de los médicos del hospital dijo: “Creo en Dios desde que conozco al señor Zatti”. Su fama de “enfermero santo” se extendió rápidamente y el templo de la obra salesiana de Viedma, donde reposan sus restos, se convirtió en lugar en lugar de veneración popular.

Cinco años después de su muerte, el pueblo de Viedma le dedicó un monumento. Y en 1975, la comunidad cambia el nombre del hospital regional por “Artémides Zatti”. En 1977 los obispos de Argentina solicitan al Papa el inicio del proceso para declararlo santo. El 14 de abril de 2002, el papa Juan Pablo II lo declara beato de la Iglesia católica.

LEER. Artímides Zatti, una historia en cinco partes (Inmigrante, Creyente, Salesiano, Enfermero y Santo)

Juan Bautista Scalabrini: padre de los migrantes

Fue beatificado el 9 de noviembre de 1997 por Juan Pablo II. “Hay que subrayar los sentimientos que el beato Scalabrini tenía hacia los que emigran”, informó el postulador general de los Scalabrinianos, el padre Graziano Battistella, “una emoción que se transforma en acción y en las numerosas iniciativas emprendidas en su favor”.

Nació en 1839 en la diócesis de Como y en su familia aprendió desde pequeño a amar el Crucifijo y la Eucaristía, a rezar el Rosario, hasta el punto de que uno de sus juegos favoritos con sus compañeros era fingir que celebraba la misa y daba homilías. Una vez que creció, lo que era sólo un juego se convirtió en su vida. A los 18 años, ingresó en el seminario; se ordenó sacerdote en 1863 e inmediatamente anunció a sus seres queridos que partiría como misionero: la llamada a partir para evangelizar era fuerte, para convertirse en lo que hoy llamamos Iglesia saliente. Pero su voluntad chocó con la de su obispo, que en cambio lo quería en Como: su Iglesia saliente estaría aquí. Y no sólo eso. “La misión es algo que involucra a toda la Iglesia; todos los creyentes estamos llamados a ser misioneros”, explicó el postulador, “Scalabrini también realizó dos largos viajes muy importantes: a Estados Unidos en 1901 y al Brasil y la Argentina en 1904.

El joven sacerdote obedeció a su obispo y así, en poco tiempo, pasó de la enseñanza al rectorado del seminario menor de la ciudad. Se le confió la parroquia suburbana de San Bartolomé, donde en sólo cinco años reorganizó la escuela, se ocupó de la formación de catequistas, visitó a los enfermos y a los ancianos, fundó un oratorio para niños y un jardín de infancia, e inspiró la fundación de una sociedad de ayuda mutua para la escasez de mano de obra. En 1876, con sólo 36 años, fue nombrado obispo de Piacenza, ciudad en la que permanecería hasta su muerte.

Scalabrini es ya conocido como el santo de los migrantes puesto que en pleno siglo XIX se movilizó para involucrar a los gobiernos en la acogida e integración de los emigrantes europeos en América. Leonir Chiarello, el superior general de los misioneros scalabrinianos, ha señalado destacado “la sensibilidad que tenía ante el drama de la inmigración; por su implicación personal y por conseguir involucrar a los gobiernos en la integración de los inmigrantes; y por ver a Dios en el fenómeno de la migración”.

Las instituciones scalabrinianas mantiene hoy en día vivo el carisma de atención a los migrantes. Los Misioneros de San Carlo Borromeo son unos 600 sacerdotes presentes en más de 30 países, coincidiendo con aquellos lugares receptores de migrantes y refugiados. Para su superior general los desafíos de la inmigración han cambiado en la época actual, pero Scalabrini “sigue siendo un punto de referencia tanto en la metodología, como en la sensibilidad con la que trató a los inmigrantes” ha señalado en declaraciones recogidas por Europa Press.

En 1987 Juan Pablo II reconoció sus virtudes heroicas mediante la promulgación de un decreto, mientras que el proceso de su beatificación tuvo lugar entre 1994 y 1995. El pasado 21 de mayo, el papa Francisco, comprobando que el ejemplo del beato Scalabrini sigue vivo y que son muchos los signos de su intercesión a favor de las situaciones difíciles relacionadas con el tema de los migrantes, convocó un consistorio para su canonización con la dispensa del segundo milagro, como ya había ocurrido con Juan XXIII.

 

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Fuentes

AICA / Zatti Santo / Revista Vida Nueva / Vatican News / Videos: Vatican Media – Salesianos – Orbe21 / Foto: Centro Scalabrini

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