Impuestos justos para todos

8:00 a m| 25 oct 17 (CIJ).- Cuando hablamos de fiscalidad e impuestos nos invade un mar de preguntas: ¿Pagamos demasiados? ¿Realmente son útiles o nos los podríamos ahorrar? ¿Tiene sentido que yo pague impuestos cuando existe tanta corrupción? La cuestión fiscal ha estado mucho tiempo alejada del debate político y social, y únicamente los últimos años, con el impacto de la crisis económica y el descalabro de la globalización, volvemos a poner el foco en esta cuestión clave para el sostenimiento de nuestros estados del bienestar.

El debate sobre el modelo impositivo nos traslada a la discusión sobre el modelo de sociedad que queremos y cómo la queremos financiar. Con el ensayo “Fiscalidad justa, una lucha global” de Xavi Casanovas -director del Centro de Estudios Cristianisme i Justícia- se pretende exponer las tensiones y cuestiones pendientes para construir un sistema fiscal justo y solidario, pieza fundamental en la actual lucha contra las desigualdades.

—————————————————————————

Presentamos a continuación solamente un extracto con breves pasajes del documento publicado en la web del Centro de Estudios Cristianisme i Justícia:

 

1. Fiscalidad y modelo de sociedad

Hablar de impuestos no es fácil. Todo el mundo los paga, pero no gozan de buena fama. ¿Pagamos demasiado? ¿Son útiles de verdad o nos los podríamos ahorrar? ¿Están bien distribuidos? ¿Tiene sentido que yo pague impuestos cuando parece que hay tanta corrupción? ¿Y los Estados, hacen lo suficiente para luchar contra el fraude fiscal?

Son preguntas que nos hacemos a menudo. Y lo cierto es que vamos hacia sociedades en las que los más ricos se escapan fácilmente cuando se trata de pagar, los pobres no pagan porque no pueden y el Estado del bienestar es sostenido mayoritariamente por las rentas del trabajo y del consumo. Unas sociedades en las que los Estados, temerosos y con pocas herramientas a su alcance, claudican reduciendo los impuestos o simplemente utilizándolos como un reclamo ante la amenaza constante de deslocalización de la riqueza y de un capital que impone sus reglas del juego.

¿Es la progresiva desaparición y el poco control democrático el único destino posible de nuestros impuestos? ¿O tiene sentido trabajar por una fiscalidad más justa, con el objetivo de construir sociedades más solidarias? La cuestión fiscal se ha situado durante mucho tiempo fuera del debate político y social, y solo los últimos años, con el impacto de la crisis económica y el descalabro de la globalización, volvemos a poner el foco en esta cuestión clave para el sostenimiento de nuestros Estados del bienestar.

-¿Qué modelo de sociedad queremos?

Primero deberemos decidir cuál es el modelo de sociedad que queremos y a continuación construir un sistema fiscal que permita hacer sostenible este modelo, y nunca al revés. Como afirma I. Zubiri: “Si se desea un Estado del bienestar amplio el primer requisito es, por lo tanto, un sistema fiscal con capacidad recaudatoria sustancial. Para que eso sea posible, por un lado deberíamos disponer de un sistema fiscal bien diseñado (sin agujeros) y gestionado (sin fraude) y, por el otro, que este sea percibido como justo por los contribuyentes. De no ser así, los contribuyentes que puedan evitarán pagar impuestos y los que no puedan hacerlo reclamarán que se rebajen”.

-¿Para qué sirven los impuestos?

El sistema fiscal tiene un único sentido: dotar de recursos al Estado para que pueda llevar a cabo sus políticas públicas. En una economía social de mercado se espera que el Estado tenga capacidad de acción simplemente porque sabemos que a menudo el mercado se equivoca, y al mismo tiempo la iniciativa privada no llega siempre donde debería. Son tres las funciones principales que le pedimos. En primer lugar, una función asignativa, luego una función redistributiva y tercero una función estabilizadora. La profesora Maite Vilalta enumera seis características básicas. Es necesario que sea un sistema suficiente, equitativo, eficiente, sencillo, perceptible y flexible.

 

2. Desigualdad y fiscalidad

Hemos entendido, pues, que los impuestos no son un fin en sí mismo sino un medio que ha de permitirnos construir sociedades más justas. El objetivo no es, por lo tanto, el afán recaudatorio para engordar al Estado tanto como se pueda, sino tener la capacidad de incidir, con políticas redistributivas, en el combate actual contra el aumento de las desigualdades.

Actualmente, la reducción de la desigualdad forma parte de la agenda internacional de gobiernos y entidades civiles. Los ODS, objetivos de desarrollo sostenible, acordados por la ONU el año 2015 como prioridades estratégicas a abordar globalmente hasta 2030, señalan en su objetivo número 10: “Reducir la desigualdad entre los países y dentro de estos”. Hay que tener en cuenta que entre los años 1990 y 2010 “la desigualdad de los ingresos aumentó un 11% en los países en desarrollo, de tal manera que la gran mayoría de los hogares en los países en desarrollo ‒más del 75% de la población‒ se encuentran hoy día en sociedades en las que los ingresos se distribuyen de manera mucho más desigual que en la década de 1990”.

Las vías para luchar contra esta desigualdad son dos. Las medidas que llamamos “predistributivas” ‒y que actúan antes de que el mercado distribuya la riqueza, como son las políticas laborales, los salarios mínimos, los programas ocupacionales, etc.‒ y las medidas “redistributivas”, que actúan una vez el mercado ya ha distribuido la riqueza y que intentan paliar sus efectos negativos. Para financiar estas últimas medidas la fiscalidad tiene un papel clave. Así pues, resulta evidente la necesidad de un sistema fiscal justo que permita combatir las desigualdades que el sistema económico genera en la actualidad.

-Fraude fiscal, elusión fiscal y paraísos fiscales

Si hay algún elemento clave en la lucha por una fiscalidad justa es la denuncia del fraude y de la elusión fiscal. Pero antes hay que puntualizar los dos términos, porque a menudo se utilizan indistintamente, y debemos aclarar que no significan lo mismo.

Fraude fiscal: Por fraude fiscal o evasión fiscal entendemos todo comportamiento contrario a la ley que busque evitar el pago de impuestos. El fraude fiscal es, por ejemplo, una de las principales vías por las que los gobiernos africanos pierden recursos. El Panel de Alto Nivel sobre Flujos Financieros Ilícitos en África concluía hace dos años que este continente ve desaparecer anualmente 40.000 millones de dólares por flujos financieros ilícitos de grandes compañías. Si estas empresas hubiesen pagado los impuestos correspondientes, las agencias tributarias nacionales habrían acumulado unos 6.000 millones de dólares adicionales.

Elusión fiscal: La elusión fiscal es un término más difuso e indefinido jurídicamente. Por elusión fiscal entendemos todas aquellas prácticas que se llevan a cabo para pagar el mínimo de impuestos posibles, siempre dentro de la legalidad vigente. La elusión fiscal es hoy día la principal batalla de muchos países, que ven como sus ingresos fiscales caen y no pueden hacer nada por evitarlo.

Paraísos fiscales: Tanto el fraude fiscal como la elusión son posibles por la existencia de los llamados paraísos fiscales. De nuevo se trata de un concepto sobradamente utilizado pero que genera muchas controversias. Jurídicamente, un paraíso fiscal lo es sobre todo por su opacidad, es decir, es un país con el que o bien no hay intercambio de información o bien se mantienen en secreto los propietarios y los administradores de cuentas y sociedades. Una segunda razón para considerar que un país es un paraíso fiscal es que tenga una tributación baja o nula.

 

3. Razones para una fiscalidad más justa

El debate sobre la fundamentación de los impuestos mantiene una relación directa con el modelo de sociedad que deseamos. Una sociedad preocupada por la igualdad y por unos mínimos vitales dignos necesitará unas políticas públicas y una redistribución de la riqueza basadas en un sistema fiscal que siga criterios de justicia y progresividad.

Pero no nos engañemos, los impuestos son una medida para la redistribución de la riqueza, la cual, como su nombre indica, no es voluntaria sino impuesta por el Estado. Aquí surgen inevitablemente una serie de preguntas que nos remiten a la cuestión clave: la fundamentación ética de los impuestos. En sociedades cada vez más individualistas, en las que impera el atomismo social, se deberá hacer más pedagogía para dar a entender que renunciar a un cierto grado de riqueza y de libertad de disposición económica resulta clave si se quiere garantizar una sociedad que permita vivir dignamente y salir a la calle sin miedo.

Se abren, pues, muchos interrogantes con respecto a la fundamentación y la justificación de los impuestos: ¿Son el mejor mecanismo para redistribuir la riqueza? ¿Está justificado su carácter obligatorio? ¿Cómo superar la tensión entre libertad y compromiso obligado?

-Fundamentación ética de los impuestos

Si hacemos un breve recorrido histórico podremos ver cómo ha evolucionado la justificación ética del pago de impuestos. Con mirada retrospectiva y nos situados en la edad antigua, los impuestos estaban claramente vinculados al yugo aplicado por el imperio, que oprimía a las comunidades que habían sido vencidas. Si bien, por ejemplo, el pueblo judío ya entendía el tributo como una medida de redistribución de la riqueza: “La finalidad del diezmo es ayudar al levita, al forastero, a la viuda y al huérfano que coman hasta saciarse” (Dt 26,11).

Probablemente, uno de los primeros debates relativo a la justicia o la injusticia del tributo lo encontramos en el famoso pasaje evangélico en el que los judíos ponen a prueba a Jesús preguntando si es o no preciso satisfacer los pagos al César, y la respuesta se hizo famosa: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12,17).

A partir del siglo iv, se empieza a fundamentar la obligación tributaria como precio compensatorio por los beneficios que el individuo recibe de la sociedad y, ya al siglo xiii, el tomismo formula por primera vez las características que un sistema fiscal debe tener si ha de considerarse justo: el impuesto se tiene que dedicar al bien común y debe grabar a quien tenga capacidad de hacer frente al pago.

No fue hasta pasado el crac capitalista de 1929 y la Segunda Guerra Mundial que los impuestos pasaron a ser considerados un modo clave para vehicular el pacto social establecido entre capital y trabajo. En realidad, esta tesis fue reforzada por el pensamiento social cristiano, que sostiene como principio el destino universal de los bienes y, por lo tanto, subordinar la propiedad privada a la garantía del resto de derechos; los impuestos son la manera de vehicular esta tensión.

-Dos miradas recientes: Piketty versus Sloterdijk

El economista francés Thomas Piketty es probablemente quien, en los últimos años, ha sido capaz de volver a poner sobre la mesa con mayor fuerza la necesidad de grabar fiscalmente la riqueza en su conjunto. La de Piketty no es una propuesta radical sino de reforma del capitalismo: “La falta de límites a la acumulación condujo, a finales del siglo xix, a soluciones radicales. El reto de hoy es dar una respuesta por vías más pacíficas que la guerra, más eficaces que el comunismo. La cuestión de la fiscalidad justa –ponerse de acuerdo sobre quien paga qué y en nombre de qué criterios– siempre se ha situado en el centro del conflicto político”.

Piketty, ante una perspectiva global de bajo crecimiento económico y una clara distribución desigual a favor de lo que él llama capitalismo patrimonial, propone un impuesto anual sobre la riqueza que sea progresivo y llegue a un máximo de un 2%, combinado con un impuesto sobre la renta con un tipo máximo que pueda llegar al 80%.

En las antípodas de este economista encontramos al filósofo alemán Peter Sloterdijk, que postula que se ha llegado a un callejón sin salida en la capacidad de recaudación de los Estados. La suya es una visión que se incardina en la corriente de lo que se ha llamado “la economía del regalo”. Propone que en una sociedad democrática no tienen sentido la coacción y la recaudación impositiva forzada, y, en consecuencia, genera un sentimiento de culpabilidad y deuda del contribuyente con el Estado, un contribuyente que se siente bajo la constante sospecha de estar haciendo algo mal. Y por lo tanto reclama un sistema fiscal voluntario que vaya acompañado de una revolución cultural.

Propone trasladar la actual pulsión insaciable de control y posesión que domina hoy al hombre, el eros, por un sentimiento mucho más noble que lo podría sustituir, el thymos: el orgullo y la valentía de quien se entrega libremente. Sloterdijk basa su conjetura en la actitud de grandes mecenas –por ejemplo, el fundador de Microsoft Bill Gates o el español Amancio Ortega–, que, llegados a un cierto nivel de riqueza, se sienten impulsados a dar y se sienten orgullosos de hacerlo.

 

4. Propuestas para avanzar hacia una fiscalidad más justa

Llegados a este punto podemos atrevernos a afirmar que la lucha por una fiscalidad justa es hoy imprescindible, tanto para asegurar el correcto desarrollo de los países del sur global como para garantizar que el estancamiento o el decrecimiento de las economías más desarrolladas no ahonden en el abismo de desigualdad que ya existe.

Así, es imprescindible poner al día las propuestas que deben hacer posible esta fiscalidad justa, por una parte actualizando las demandas históricas recurrentes de los movimientos sociales y por otra proponiendo de forma creativa respuestas a las carencias fiscales que han aflorado en el contexto de la globalización.

-Hacer tributar a la riqueza

El primer gran reto que hay que afrontar es encontrar la manera de gravar los beneficios generados por el capital y la acumulación de riqueza. En un mundo global, el capital encuentra siempre lamanera de evitar el pago de impuestos. Ello ha provocado que tanto el intento de gravar el rendimiento como el intento de gravar directamente el patrimonio hayan fracasado en sus formas actuales.

-Impuestos y economía especulativa

El impuesto a las transacciones financieras internacionales (ITF), conocido también como tasa Tobin, es quizá una de las propuestas más antiguas de la lucha por una fiscalidad justa. En 1972 el economista y premio Nobel James Tobin propuso un impuesto que grabase las transacciones en los cambios de moneda para poner obstáculos a la excesiva movilidad de capitales. Durante los años noventa fue una propuesta reivindicada con fuerza por entidades como ATTAC, no con el objetivo de recaudar mucho dinero sino con la voluntad de frenar y desincentivar la especulación financiera, y que además mejoraba la eficiencia del propio mercado financiero.

Siendo una propuesta ampliamente exigida por la sociedad civil, no fue puesta seriamente sobre la mesa hasta la crisis financiera global del año 2008. La propuesta consistía en un pequeñísimo impuesto del 0,05 % a las transacciones financieras especulativas que debía permitir dedicar hasta 400.000 millones de dólares a la lucha contra la pobreza y la adaptación al cambio climático.

-La importancia de una buena pedagogía fiscal

Probablemente, lo más importante de todo es la dimensión moral de este debate. Una verdadera apuesta por una fiscalidad justa requiere, en primer lugar, levantar la moral fiscal de nuestras sociedades. Los casos de corrupción, junto con los escándalos de fraude y de elusión vinculados a grandes empresas y a personalidades mediáticas generan una gran desafección. Si a ello sumamos prácticas políticas tales como las amnistías fiscales, en las que se abre la puerta a defraudadores haciendo tabula rasa sin pedir ninguna contrapartida, facilitando el que paguen menos que si hubiesen hecho bien las cosas, el mensaje que se da es evidente: el sistema fiscal tiene una doble vara de medir, una para los ricos y otra para el resto.

Al mismo tiempo, una buena educación cívica y ciudadana pasa por formar a nuestros niños y jóvenes para que sepan el coste que tienen los servicios de que gozan, por ejemplo la sanidad y la educación. Hay que inculcar, ya en la escuela, los principios de responsabilidad y de justicia fiscal a través de una buena educación que transmita que pagar impuestos es uno de los deberes de más alto nivel que tenemos con nuestra sociedad.

Ir a la web de Cristianisme i Justícia para leer el documento completo y las referencias.

 

Fuente:

Cristianisme i Justícia. “Fiscalidad justa, una lucha global”.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *