Cinco claves para lograr una Iglesia en salida

1:00 p m| 28 oct 16 (ZARAGOZA).- Como inspiración para una peregrinación de estudiantes universitarios españoles en Zaragoza, el arzobispo Vicente Jiménez Zamora les dedicó una reflexión bajo el lema “Un padre cariñoso con sus hijos” (salmo 103), explicando la necesidad de conformar “una Iglesia que salga a la calle y que practica la justicia y la misericordia”.

Para conseguirlo, ha desarrollado a los jóvenes cinco ideas clave: i) acoger la misericordia de Dios para ser misericordiosos; ii) abrir los ojos al sufrimiento de los pobres; iii) cultivar una espiritualidad de la ternura; iv) practicar las obras de la misericordia y promover el desarrollo integral (no solo caridad); v) Trabajar por la justicia y transformar las estructuras que generan pobreza.

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1) Acoger la misericordia de Dios para ser misericordiosos. Quien experimenta la misericordia de Dios en su vida se convierte en misericordioso con los demás, pues no puede menos que practicarla y anunciarla. La misericordia es una experiencia de nuestra relación personal y amorosa de Dios “compasivo y misericordioso”, que se conmueve ante nuestras miserias, sufrimientos y pobrezas, y nos ayuda a superarlas.

2) Abrir los ojos al sufrimiento de los pobres y escuchar sus gritos. Una vez que hemos acogido la misericordia de Dios, ya podemos mirar a los pobres con los ojos de Dios y practicar con ellos la misericordia. La misericordia nos hace salir de la cárcel de nuestro egoísmo, de vivir encerrados en nuestros propios intereses y buscar lo que es bueno no sólo para mí, sino para los otros, para la comunidad en la que vivimos y cuyo presente y futuro compartimos.

Cuántas heridas sellan la carne de muchos que no tienen voz, porque su grito se ha debilitado y silenciado a causa de la indiferencia de los pueblos ricos. La misericordia comienza por abrir los ojos a la realidad, pero ésta se puede mirar y valorar de diferentes maneras. Podemos verlas desde el beneficio de las grandes empresas, los intereses del mercado, la reducción del déficit y los resultados macroeconómicos, o bien podemos leerla desde la persona, desde el numero de parados, desde los desechados por el sistema, desde las rentas mínimas, desde los índices de pobreza, desde los recortes de los derechos sociales. Nosotros queremos ver la realidad desde el lado de los pobres. Queremos verla con los ojos de Dios.

3) Cultivar una espiritualidad de la ternura. En una cultura que rinde culto a los poderosos y ganadores, estamos llamados a cultivar una espiritualidad de la ternura, de atención y cuidado a los más frágiles de la tierra. Una ternura que se expresa en la acogida cálida y fraterna de nuestras comunidades y, sobre todo, en la salida a las periferias existenciales, en salir al encuentro de los que sufren y necesitan ayuda, aunque no vengan a nosotros a pedirla. El papa Francisco insiste mucho en que tenemos que ser “una Iglesia en salida”.

Los cristianos apostamos por una Iglesia a pie de calle, que se preocupe de todas las personas, pero especialmente de las más vulnerables y débiles; una sociedad que se construya desde los derechos y necesidades de los pobres, no solo desde los intereses de los ricos y poderosos. De lo contrario no será una sociedad verdaderamente democrática ni ética. Esta es la revolución de la ternura a que nos invita Jesús en el Evangelio, la cultura de la ternura que nos pide el papa Francisco.

4) Practicar las obras de la misericordia y promover el desarrollo integral. Con mucha frecuencia la caridad se ha identificado con “dar”: dinero, comida, ropa… Pero la caridad no consiste sobre todo en dar cosas, sino en “darse”, en entregarse por y con amor. Caridad no es entregar una limosna al pobre mientras nos negamos a mirar su rostro, porque no somos capaces de darle la mano ni de mirarle a los ojos. La caridad pasa por correr el riesgo del encuentro con el humillado y vencido por la vida, y tener la valentía de acogerlo y acompañarlo en el camino de su propio desarrollo y dignidad.

Practicar las obras de misericordia corporales y espirituales no es algo pasado de moda ni obsoleto. Tan importantes son que constituyen el criterio para saber si verdaderamente somos discípulos de Cristo. No olvidemos las palabras de San Juan de la Cruz: “En el atardecer de la vida nos examinarán del amor”.

5) Trabajar por la justicia y transformar las estructuras que generan pobreza. Muchas veces se ha dicho y repetido que este mundo nuestro necesita justicia. Y es cierto. Pero también, y sobre todo, necesita caridad y misericordia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás es, ante todo, justo con ellos.

Esta construcción de la ciudad del hombre, de una sociedad según el derecho y la justicia, está demandando la transformación de las estructuras injustas que generan pobreza y exclusión. Para ello, los obispos españoles, en la instrucción pastoral “Iglesia, servidora de los pobres”, hemos propuesto nueve cauces concretos que pueden ayudarnos en el ejercicio de la misericordia:

i) Crear empleo. Las empresas han de ser apoyadas para que cumplan una de sus finalidades más valiosas: la creación y el mantenimiento del empleo. En los tiempos difíciles y duros para todos -como son los de las crisis económicas- no se puede abandonar a su suerte a los trabajadores pues sólo tienen sus brazos para mantenerse.

ii) Que las Administraciones públicas, en cuanto garantes de los derechos, asuman su responsabilidad de mantener el estado social de bienestar, dotándolo de recursos suficientes.

iii) Que la sociedad civil juegue un papel activo y comprometido en la consecución y defensa del bien común.

iv) Que se llegue a un Pacto Social contra la pobreza aunando los esfuerzos de los poderes públicos y de la sociedad civil.

v) Que el mercado cumpla con su responsabilidad social a favor del bien común y no pretenda solo sacar provecho de esta situación.

vi) Que las personas orientemos nuestras vidas hacia actitudes de vida más austeras y modelos de consumo más sostenibles.

vii) Que, en la medida de nuestras posibilidades, nos impliquemos también en la promoción de los más pobres y desarrollemos, en coherencia con nuestros valores, iniciativas conjuntas, trabajando en “red”, con las empresas y otras instituciones; apoyando, también con los recursos eclesiales, las finanzas éticas, microcréditos y empresas de economía social.

viii) Que la dificultad del actual momento económico no nos impida escuchar el clamor de los pueblos más pobres de la tierra y extender a ellos nuestra solidaridad y la cooperación internacional y avanzar en su desarrollo integral.

ix) Cultivar con esmero la formación de la conciencia sociopolítica de los cristianos de modo que sean consecuentes con su fe y hagan efectivo su compromiso de colaborar en la recta ordenación de los asuntos económicos y sociales.

Fuente:

Archidiócesis de Zaragoza

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